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  Libros  Alemania invoca a Thomas Mann ante el extremismo: “La democracia solo permanece si la defendemos”
Libros

Alemania invoca a Thomas Mann ante el extremismo: “La democracia solo permanece si la defendemos”

junio 7, 2025
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Alemania, en tiempos de desconcierto, y de avance de la extrema derecha, busca una brújula, y Thomas Mann se impone como el clásico que puede dar respuestas, el más contemporáneo. “Su mensaje es que la democracia, una vez que se ha alcanzado, solo va a permanecer cuando nos comprometamos en ella y por ella, y la defendamos”, proclamó este viernes el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, en una iglesia de Lübeck, la ciudad donde Mann nació el 6 de junio de 1875, hace exactamente 150 años. Su eco se escucha más fuerte que nunca. Ya no solo como el literato, el filósofo, el esteta, el autor de La muerte en Venecia. También, y sobre todo, como el escritor político, un intelectual complejo que llegó al antifascismo después de dejarse seducir por el nacionalismo. Una conciencia alemana, y europea.

En el templo luterano de San Egidio, mientras Steinmeier hablaba de Mann, resonaba la convicción de que los clásicos tiene cosas que decirnos, de que una sociedad desacralizada puede hallar en ellos algunas respuestas. Ahí estaban los notables, los estudiosos, los ciudadanos. Podría ser una escena de Los Buddenbrook, su primera novela, donde narró el declive de una familia, la suya, y retrató una ciudad de la que queda el skyline de torres medievales y el orgullo hanseático, un mundo de senadores y cónsules, comerciantes y burgueses que se sentían más cerca de Ámsterdam, Londres o hasta Valparaíso, que de Múnich o Berlín. Algo queda de aquel orgullo, que ahora es el orgullo por su hijo más ilustre, aunque a la ciudad le costó reconciliarse con él. El retrato era demasiado realista. Algunas familias —dicen aquí— no lo ha olvidado. Lübeck es la Vetusta de Alemania.

Alemania es un país aferrado a sus conmemoraciones, porque, después de II Guerra Mundial, tuvo que reconstruir, además de las ciudades, su identidad, y esto incluía al panteón literario. Thomas Mann, el gran clásico después de Goethe, está en lo alto de este panteón. Un siglo y medio después de su nacimiento y setenta años de su muerte, su significación se haya amplificado. Hoy se releen en clave actual sus ensayos en defensa de la República de Weimar o contra Hitler. Relatos como Mario y el mago resurgen como advertencias ante los embaucadores de masas. En Lübeck, Steinmeier glosó La montaña mágica, la historia del joven burgués que va a un sanatorio en los Alpes y se queda atrapado en el mundo irreal —o demasiado real— de las alturas, como un “novela democrática”. “La conclusión”, dijo, “[es que] una coexistencia próspera y libre de individuos diversos solo puede tener éxito en una república, una democracia”.

El Nobel de Literatura Thomas Mann (1875-1955), homenajeado este viernes en su ciudad natal en el 150 aniversario de su nacimiento.

Thomas Sparr, autor de Zauberberge. Ein Jahrhunderroman aus Davos (Montañas mágicas, una novela del siglo en Davos), creció en Lübeck y, con 18 años, presenció las conmemoraciones por el centenario de Mann. Era 1975. “Entonces era un poco anticuado, y ahora descubrimos la modernidad de su pensamiento político, un gran escritor que, desde el pasado, nos habla de nuestro porvenir, de nuestro presente”, señala. “Lo que nos dice hoy es que hay que defender la República. Habla de la humanidad. La democracia no es una institución eterna”. Sparr, editor en Suhrkamp y autor también de Grunewald en Oriente. La Jerusalén germanojudía (Acantilado, en castellano), apunta que el giro coincide con la “democrática” La montaña mágica, de 1925, que escribió en gran parte después de publicar en 1918, al final de la I Guerra Mundial, sus Consideraciones de un apolítico. Mann contraponía en este ensayo el “espíritu” y la “política”; la “cultura” y la “civilización”; el “alma” y la “sociedad”; la “libertad” y “el derecho de voto”. En resumen: la alemanidad frente a Francia y las democracias. “Un libro espantoso”, valora Sparr, “un error y un horror”. Pero desde este punto, Mann evolucionó hasta enfrentarse al totalitarismo criminal de su patria, y esto es lo que da hoy a su mensaje una fuerza particular. “Era un converso”, dice el estudioso, “y los conversos saben de qué hablan. Conoció el peligro del nacionalismo, participó de él, pero resistió”.

La trayectoria de Mann se despliega en la exposición Meine Zeit. Thomas Mann und die Demokratie (Mi tiempo. Thomas Mann y la democracia), en el St. Annen Museum de Lübeck. El nacionalista, monárquico y conservador en los años de la Gran Guerra: “Teníamos una sensación de purificación, liberación, y una inmensa esperanza”. El defensor, en la República de Weimar, de la democracia, “esta débil creación de la derrota”. El exilio a partir 1933, cuando Hitler, que acabaría despojándole a él, el escritor nacional, de la nacionalidad alemana, conquistó el poder, y Mann escribió textos como Hermano Hitler: “Este chico es una catástrofe”. O pronunció discursos radiofónicos como en 1942 después de que la Royal Air Force bombardeara su Lübeck: “Yo pienso en Coventry”, dijo aludiendo a la ciudad británica arrasada por las bombas alemanas, “y no tengo nada que objetar ante la lección que todo debe acabar pagándose”.

La medida de un clásico la da que una marca como Playmobil pone en venta su figura, como ha sucedido con el diminuto Mann. O que, durante los incendios de principios de año en California, la noticia en Alemania era que la casa de Pacific Palisades, donde los Mann vivieron parte de su exilio, había estado a punto de sucumbir al fuego.

Elke Büdenbender, esposa Frank-Walter Steinmeier, saluda al nieto de Thomas Mann, antes de la conmemoración de este viernes.

Mann ha tomado desde hace semanas los escaparates. Hay decenas de novedades y reediciones, con volúmenes como las intervenciones en la BBC de Deutsche Hörer! (¡Oyente alemán!) o Zur Verteidigung der Demokratie (En defensa de la democracia). También el cómic Rückkehr in eine Fremde Heimat (Regreso a una patria extranjera), de Julian Voloj, Friedhelm Marx y Magdalena Adomeit, un relato del viaje que Mann y su esposa, Katja, por la Alemania en ruinas de 1949. Él decía: “Donde yo estoy, ahí está Alemania”. Pero nunca volvió a residir ahí. Murió en Suiza en 1955. En castellano, Nórdica ha publicado Resumen de mi vida, un breve texto autobiográfico que escribió al recibir el Nobel, en 1929.

Alemania y el mundo viven un momento Mann. La extrema derecha de AfD es la segunda fuerza en el Bundestag, Rusia amenaza a Europa y el antiliberalismo (el antihumanismo, habría dicho Thomas Mann) gana posiciones a ambas orillas, en la vieja Europa que le expulsó y en la América que lo acogió. Su nieto, Frido Mann, explica estos días en Lübeck que al abuelo “ya le habría costado entender” la presidencia de George W. Bush, a principios del siglo. Ahora, con Trump, la guerra en Ucrania, AfD, el conflicto israelo-palestino… “ya no entendería nada”.

Recuerda el nieto que, cuando él tenía 10 u 11 años, en plena guerra de Corea y tensión máxima entre el bloque soviético y el occidental, le preguntó al abuelo:

–¿Crees que habrá una III Guerra Mundial?

–No. Creo que ambas potencias están una frente a otra, observándose, vigilantes. Pasará tiempo y en algún momento las cosas cambiarán.

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“Eso era en 1951 o 1952. Ocurrió [la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría] en 1989”, dice Frido ahora. “Nunca creyó que habría una guerra. Acertó”.

Seguir leyendo

 Alemania, en tiempos de desconcierto, y de avance de la extrema derecha, busca una brújula, y Thomas Mann se impone como el clásico que puede dar respuestas, el más contemporáneo. “Su mensaje es que la democracia, una vez que se ha alcanzado, solo va a permanecer cuando nos comprometamos en ella y por ella, y la defendamos”, proclamó este viernes el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, en una iglesia de Lübeck, la ciudad donde Mann nació el 6 de junio de 1875, hace exactamente 150 años. Su eco se escucha más fuerte que nunca. Ya no solo como el literato, el filósofo, el esteta, el autor de La muerte en Venecia. También, y sobre todo, como el escritor político, un intelectual complejo que llegó al antifascismo después de dejarse seducir por el nacionalismo. Una conciencia alemana, y europea.En el templo luterano de San Egidio, mientras Steinmeier hablaba de Mann, resonaba la convicción de que los clásicos tiene cosas que decirnos, de que una sociedad desacralizada puede hallar en ellos algunas respuestas. Ahí estaban los notables, los estudiosos, los ciudadanos. Podría ser una escena de Los Buddenbrook, su primera novela, donde narró el declive de una familia, la suya, y retrató una ciudad de la que queda el skyline de torres medievales y el orgullo hanseático, un mundo de senadores y cónsules, comerciantes y burgueses que se sentían más cerca de Ámsterdam, Londres o hasta Valparaíso, que de Múnich o Berlín. Algo queda de aquel orgullo, que ahora es el orgullo por su hijo más ilustre, aunque a la ciudad le costó reconciliarse con él. El retrato era demasiado realista. Algunas familias —dicen aquí— no lo ha olvidado. Lübeck es la Vetusta de Alemania.Alemania es un país aferrado a sus conmemoraciones, porque, después de II Guerra Mundial, tuvo que reconstruir, además de las ciudades, su identidad, y esto incluía al panteón literario. Thomas Mann, el gran clásico después de Goethe, está en lo alto de este panteón. Un siglo y medio después de su nacimiento y setenta años de su muerte, su significación se haya amplificado. Hoy se releen en clave actual sus ensayos en defensa de la República de Weimar o contra Hitler. Relatos como Mario y el mago resurgen como advertencias ante los embaucadores de masas. En Lübeck, Steinmeier glosó La montaña mágica, la historia del joven burgués que va a un sanatorio en los Alpes y se queda atrapado en el mundo irreal —o demasiado real— de las alturas, como un “novela democrática”. “La conclusión”, dijo, “[es que] una coexistencia próspera y libre de individuos diversos solo puede tener éxito en una república, una democracia”.Thomas Sparr, autor de Zauberberge. Ein Jahrhunderroman aus Davos (Montañas mágicas, una novela del siglo en Davos), creció en Lübeck y, con 18 años, presenció las conmemoraciones por el centenario de Mann. Era 1975. “Entonces era un poco anticuado, y ahora descubrimos la modernidad de su pensamiento político, un gran escritor que, desde el pasado, nos habla de nuestro porvenir, de nuestro presente”, señala. “Lo que nos dice hoy es que hay que defender la República. Habla de la humanidad. La democracia no es una institución eterna”. Sparr, editor en Suhrkamp y autor también de Grunewald en Oriente. La Jerusalén germanojudía (Acantilado, en castellano), apunta que el giro coincide con la “democrática” La montaña mágica, de 1925, que escribió en gran parte después de publicar en 1918, al final de la I Guerra Mundial, sus Consideraciones de un apolítico. Mann contraponía en este ensayo el “espíritu” y la “política”; la “cultura” y la “civilización”; el “alma” y la “sociedad”; la “libertad” y “el derecho de voto”. En resumen: la alemanidad frente a Francia y las democracias. “Un libro espantoso”, valora Sparr, “un error y un horror”. Pero desde este punto, Mann evolucionó hasta enfrentarse al totalitarismo criminal de su patria, y esto es lo que da hoy a su mensaje una fuerza particular. “Era un converso”, dice el estudioso, “y los conversos saben de qué hablan. Conoció el peligro del nacionalismo, participó de él, pero resistió”.La trayectoria de Mann se despliega en la exposición Meine Zeit. Thomas Mann und die Demokratie (Mi tiempo. Thomas Mann y la democracia), en el St. Annen Museum de Lübeck. El nacionalista, monárquico y conservador en los años de la Gran Guerra: “Teníamos una sensación de purificación, liberación, y una inmensa esperanza”. El defensor, en la República de Weimar, de la democracia, “esta débil creación de la derrota”. El exilio a partir 1933, cuando Hitler, que acabaría despojándole a él, el escritor nacional, de la nacionalidad alemana, conquistó el poder, y Mann escribió textos como Hermano Hitler: “Este chico es una catástrofe”. O pronunció discursos radiofónicos como en 1942 después de que la Royal Air Force bombardeara su Lübeck: “Yo pienso en Coventry”, dijo aludiendo a la ciudad británica arrasada por las bombas alemanas, “y no tengo nada que objetar ante la lección que todo debe acabar pagándose”.La medida de un clásico la da que una marca como Playmobil pone en venta su figura, como ha sucedido con el diminuto Mann. O que, durante los incendios de principios de año en California, la noticia en Alemania era que la casa de Pacific Palisades, donde los Mann vivieron parte de su exilio, había estado a punto de sucumbir al fuego.Mann ha tomado desde hace semanas los escaparates. Hay decenas de novedades y reediciones, con volúmenes como las intervenciones en la BBC de Deutsche Hörer! (¡Oyente alemán!) o Zur Verteidigung der Demokratie (En defensa de la democracia). También el cómic Rückkehr in eine Fremde Heimat (Regreso a una patria extranjera), de Julian Voloj, Friedhelm Marx y Magdalena Adomeit, un relato del viaje que Mann y su esposa, Katja, por la Alemania en ruinas de 1949. Él decía: “Donde yo estoy, ahí está Alemania”. Pero nunca volvió a residir ahí. Murió en Suiza en 1955. En castellano, Nórdica ha publicado Resumen de mi vida, un breve texto autobiográfico que escribió al recibir el Nobel, en 1929.Alemania y el mundo viven un momento Mann. La extrema derecha de AfD es la segunda fuerza en el Bundestag, Rusia amenaza a Europa y el antiliberalismo (el antihumanismo, habría dicho Thomas Mann) gana posiciones a ambas orillas, en la vieja Europa que le expulsó y en la América que lo acogió. Su nieto, Frido Mann, explica estos días en Lübeck que al abuelo “ya le habría costado entender” la presidencia de George W. Bush, a principios del siglo. Ahora, con Trump, la guerra en Ucrania, AfD, el conflicto israelo-palestino… “ya no entendería nada”.Recuerda el nieto que, cuando él tenía 10 u 11 años, en plena guerra de Corea y tensión máxima entre el bloque soviético y el occidental, le preguntó al abuelo:–¿Crees que habrá una III Guerra Mundial?–No. Creo que ambas potencias están una frente a otra, observándose, vigilantes. Pasará tiempo y en algún momento las cosas cambiarán.“Eso era en 1951 o 1952. Ocurrió [la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría] en 1989”, dice Frido ahora. “Nunca creyó que habría una guerra. Acertó”. Seguir leyendo  

Alemania, en tiempos de desconcierto, y de avance de la extrema derecha, busca una brújula, y Thomas Mann se impone como el clásico que puede dar respuestas, el más contemporáneo. “Su mensaje es que la democracia, una vez que se ha alcanzado, solo va a permanecer cuando nos comprometamos en ella y por ella, y la defendamos”, proclamó este viernes el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier, en una iglesia de Lübeck, la ciudad donde Mann nació el 6 de junio de 1875, hace exactamente 150 años. Su eco se escucha más fuerte que nunca. Ya no solo como el literato, el filósofo, el esteta, el autor de La muerte en Venecia. También, y sobre todo, como el escritor político, un intelectual complejo que llegó al antifascismo después de dejarse seducir por el nacionalismo. Una conciencia alemana, y europea.

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Alemania es un país aferrado a sus conmemoraciones, porque, después de II Guerra Mundial, tuvo que reconstruir, además de las ciudades, su identidad, y esto incluía al panteón literario. Thomas Mann, el gran clásico después de Goethe, está en lo alto de este panteón. Un siglo y medio después de su nacimiento y setenta años de su muerte, su significación se haya amplificado. Hoy se releen en clave actual sus ensayos en defensa de la República de Weimar o contra Hitler. Relatos como Mario y el mago resurgen como advertencias ante los embaucadores de masas. En Lübeck, Steinmeier glosóLa montaña mágica, la historia del joven burgués que va a un sanatorio en los Alpes y se queda atrapado en el mundo irreal —o demasiado real— de las alturas, como un “novela democrática”. “La conclusión”, dijo, “[es que] una coexistencia próspera y libre de individuos diversos solo puede tener éxito en una república, una democracia”.

El Nobel de Literatura Thomas Mann (1875-1955), homenajeado este viernes en su ciudad natal en el 150 aniversario de su nacimiento.
El Nobel de Literatura Thomas Mann (1875-1955), homenajeado este viernes en su ciudad natal en el 150 aniversario de su nacimiento.Culture Club/Getty Images

Thomas Sparr, autor de Zauberberge. Ein Jahrhunderroman aus Davos (Montañas mágicas, una novela del siglo en Davos), creció en Lübeck y, con 18 años, presenció las conmemoraciones por el centenario de Mann. Era 1975. “Entonces era un poco anticuado, y ahora descubrimos la modernidad de su pensamiento político, un gran escritor que, desde el pasado, nos habla de nuestro porvenir, de nuestro presente”, señala. “Lo que nos dice hoy es que hay que defender la República. Habla de la humanidad. La democracia no es una institución eterna”. Sparr, editor en Suhrkamp y autor también de Grunewald en Oriente. La Jerusalén germanojudía (Acantilado, en castellano), apunta que el giro coincide con la “democrática” La montaña mágica, de 1925, que escribió en gran parte después de publicar en 1918, al final de la I Guerra Mundial, sus Consideraciones de un apolítico. Mann contraponía en este ensayo el “espíritu” y la “política”; la “cultura” y la “civilización”; el “alma” y la “sociedad”; la “libertad” y “el derecho de voto”. En resumen: la alemanidad frente a Francia y las democracias. “Un libro espantoso”, valora Sparr, “un error y un horror”. Pero desde este punto, Mann evolucionó hasta enfrentarse al totalitarismo criminal de su patria, y esto es lo que da hoy a su mensaje una fuerza particular. “Era un converso”, dice el estudioso, “y los conversos saben de qué hablan. Conoció el peligro del nacionalismo, participó de él, pero resistió”.

La trayectoria de Mann se despliega en la exposición Meine Zeit. Thomas Mann und die Demokratie (Mi tiempo. Thomas Mann y la democracia), en el St. Annen Museum de Lübeck. El nacionalista, monárquico y conservador en los años de la Gran Guerra: “Teníamos una sensación de purificación, liberación, y una inmensa esperanza”. El defensor, en la República de Weimar, de la democracia, “esta débil creación de la derrota”. El exilio a partir 1933, cuando Hitler, que acabaría despojándole a él, el escritor nacional, de la nacionalidad alemana, conquistó el poder, y Mann escribió textos como Hermano Hitler: “Este chico es una catástrofe”. O pronunció discursos radiofónicos como en 1942 después de que la Royal Air Force bombardeara su Lübeck: “Yo pienso en Coventry”, dijo aludiendo a la ciudad británica arrasada por las bombas alemanas, “y no tengo nada que objetar ante la lección que todo debe acabar pagándose”.

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Elke Büdenbender, esposa Frank-Walter Steinmeier, saluda al nieto de Thomas Mann, antes de la conmemoración de este viernes.
Elke Büdenbender, esposa Frank-Walter Steinmeier, saluda al nieto de Thomas Mann, antes de la conmemoración de este viernes.picture alliance (dpa/picture alliance via Getty Images)

Mann ha tomado desde hace semanas los escaparates. Hay decenas de novedades y reediciones, con volúmenes como las intervenciones en la BBC de Deutsche Hörer! (¡Oyente alemán!) o Zur Verteidigung der Demokratie (En defensa de la democracia). También el cómic Rückkehr in eine Fremde Heimat (Regreso a una patria extranjera), de Julian Voloj, Friedhelm Marx y Magdalena Adomeit, un relato del viaje que Mann y su esposa, Katja, por la Alemania en ruinas de 1949. Él decía: “Donde yo estoy, ahí está Alemania”. Pero nunca volvió a residir ahí. Murió en Suiza en 1955. En castellano, Nórdica ha publicado Resumen de mi vida, un breve texto autobiográfico que escribió al recibir el Nobel, en 1929.

Alemania y el mundo viven un momento Mann.La extrema derecha de AfD es la segunda fuerza en el Bundestag, Rusia amenaza a Europa y el antiliberalismo (el antihumanismo, habría dicho Thomas Mann) gana posiciones a ambas orillas, en la vieja Europa que le expulsó y en la América que lo acogió. Su nieto, Frido Mann, explica estos días en Lübeck que al abuelo “ya le habría costado entender” la presidencia de George W. Bush, a principios del siglo. Ahora, con Trump, la guerra en Ucrania, AfD, el conflicto israelo-palestino… “ya no entendería nada”.

Recuerda el nieto que, cuando él tenía 10 u 11 años, en plena guerra de Corea y tensión máxima entre el bloque soviético y el occidental, le preguntó al abuelo:

–¿Crees que habrá una III Guerra Mundial?

–No. Creo que ambas potencias están una frente a otra, observándose, vigilantes. Pasará tiempo y en algún momento las cosas cambiarán.

“Eso era en 1951 o 1952. Ocurrió [la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría] en 1989”, dice Frido ahora. “Nunca creyó que habría una guerra. Acertó”.

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