<p>La serie <i>Alien: Earth</i> arranca dentro de una astronave calcada a la <i>Nostromo </i>de la película seminal, rodada en 1979. La vestimenta de la tripulación y los cigarrillos que encadenan confirman que, de todos los futuros posibles, nos encontramos en el que dirigió <strong>Ridley Scott </strong>hace casi 50 años. Al igual que entonces, la Inteligencia Artificial que tiene la última palabra ocupa una habitación específica, una evocacíón del útero materno poblado por luces parpadeantes, y para comunicarse con ella hay que manejar un teclado ruidoso. Es un oráculo al final de un pasillo. </p>
‘Una batalla tras otra’ está empapada de pasado y aplastada por un presente que nunca tiene fin pero en la que, contra todo pronóstico, hay esperanzas de futuro. ‘Alien: Earth’, en cambio, tiende a la pereza temporal.
La serie Alien: Earth arranca dentro de una astronave calcada a la Nostromo de la película seminal, rodada en 1979. La vestimenta de la tripulación y los cigarrillos que encadenan confirman que, de todos los futuros posibles, nos encontramos en el que dirigió Ridley Scott hace casi 50 años. Al igual que entonces, la Inteligencia Artificial que tiene la última palabra ocupa una habitación específica, una evocacíón del útero materno poblado por luces parpadeantes, y para comunicarse con ella hay que manejar un teclado ruidoso. Es un oráculo al final de un pasillo.
Es excitante ver todo esto reproducido en una serie que nos promete la Tierra como campo de batalla porque la maniobra retrofuturista nos propulsa hasta el final de los años 70. ¿Cómo luce nuestro planeta a pie de calle? ¿Se escuchará música disco? ¿Veremos neones de multinacionales desaparecidas del mapa, como sucedía en Blade Runner? ¿Robots simulando a Nixon, un muro de Berlín ampliado verticalmente hasta la estratosfera, ceniceros levitantes?
Por el contrario, cuando la serie aterriza el mundo que nos recibe es una distopía marca 2025 en la que nadie fuma y las pantallas son táctiles. La serie no hace el menor esfuerzo de atender a esta contradicción y no nos queda más remedio que aceptar que, en vez de escoger entre el fetichismo nostálgico y las convenciones del presente, dos posturas rentables por separado, aquí se ha decidido meter ambas en la misma cazuela y aquí paz y después gloria.
En Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, hay una elipsis de 16 años tras la cual las vidas de los protagonistas están patas arriba, pero ¿qué ha cambiado a su alrededor? Todo lo que habíamos visto anteriormente, el pasado oficial del relato, es un tramo sin fecha concreta en el que se cuelan referencias a la actualidad, pero que huele a unos tardíos años 70.
¿Dónde estamos década y media después? Exactamente en el mismo sitio. Seguimos en la misma América perpetuamente caduca. Los militares han tomado las calles y tienen carta blanca para vigilar a la ciudadanía, pero no vemos ni un solo dron. Parece que ni siquiera existe internet tal y como la conocemos.
Siendo una película que asombra por su diálogo con la actualidad más inmediata, como un capítulo de South Park, resulta chocante que transcurra en una América fantástica. Empapada de pasado, aplastada por un presente que nunca tiene fin pero en la que, contra todo pronóstico, hay esperanzas de futuro. Lejos de la pereza conceptual de Alien: Earth, probablemente alentada por los ejecutivos a la sombra, Paul Thomas Anderson se mea en el calendario en nombre del triunfo artístico y la responsabilidad que todo autor mimado por la industria debería sentir.
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