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  Libros  Álvaro Campos, el escritor que mira a Chile desde el mostrador de un almacén: “Es la posición privilegiada para quien observa el barrio, los comentarios y la vida cotidiana”
Libros

Álvaro Campos, el escritor que mira a Chile desde el mostrador de un almacén: “Es la posición privilegiada para quien observa el barrio, los comentarios y la vida cotidiana”

mayo 11, 2025
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Los textos breves, cultos y espolvoreados con humor negro de Álvaro Campos (Santiago, 49 años) transcurren entre la venta de una palta, un kilo de arroz, cajas de leche, dulces, helados o un tarro de café instantáneo, y sus reflexiones sobre la vida corriente con citas a Montaigne, Montesquieu, La Rochefoucauld, Balzac, Baudelaire, Nietzsche, Voltaire, Kerouac, Pablo de Rockha, Cheever, Cioran, Platón, Kafka o Kundera. Historiador y magíster en filosofía, escribe en su teléfono, y lo hace detrás del mostrador de un almacén, entre cliente y cliente. Es un local que sus padres -es hijo único- fundaron con esfuerzo para enfrentar la crisis económica de Chile de 1982, que elevó el desempleo al 23,7%. Está ubicado en una población de Pudahuel, donde él creció, un municipio popular del sector norponiente de Santiago. Y sus observaciones desde allí, donde trabaja, han dado vida a su libro Negocio Familiar (Tusquets), lanzado el 29 de abril y presentado por el escritor Rafael Gumucio, quien además lo prologó.

Su nombre llegó a oídos de las editoriales cuando sus textos en Facebook, donde postea hace años, se pasaron de voz en voz. “Yo sin internet no escribiría nada, quizás me dedicaría solo a leer, que es más placentero que escribir”, dice Campos, un tipo amable y de sonrisa escasa, en un miércoles en que empieza a llover en Pudahuel. Minutos antes de esta entrevista, se preocupa que la máquina de helados quede bajo techo, dentro del almacén, para que no se moje. Es una escena tal como las que cuenta en Negocio Familiar:

“Mientras escribo esto una señora me compra una leche de litro (’Zero lacto’, especifica muy seriamente). Mi técnica consiste en dividir el cerebro en dos. Una parte para la leche y otra para el texto que estoy pensando. Les recuerdo que acá no estamos en la calma biblioteca de Montaigne sino en un mundo de víveres que hay que abastecer”.

Negocio Familiar, que lleva como subtítulo “sobre el trabajo, la riqueza y el progreso”, es su segundo libro, que escribió “a la carrera” en su teléfono que utiliza “como si fuera una libreta Moleskine, pero es mucho más rápido y acorde a lo que estoy haciendo, porque estoy escribiendo y atendiendo”, cuenta. En 2022 publicó Diarios (Laurel), y el premiado autor chileno Benjamín Labatut lo describió como “un escritor en estado salvaje” y “uno de los más interesantes que hay en Chile”. Diarios lo firmó como Álvaro D. Campos, ocultándose en uno de los seudónimos de Fernando Pessoa.

Campos, quien por un tiempo dio clases, ha llevado una vida doble, entre el mostrador y la escritura, y sin contar en su entorno que escribe. Este periódico lo constató en el almacén: su padre nos ha comentado que su hijo es muy trabajador y “reservado” y que le gusta que sea así. En el lanzamiento de finales de abril, que la editorial organizó en el Café literario del municipio Ñuñoa, los asistentes podían contarse con tres manos. Fue algo que a Campos claramente no incomodó. Al contrario, pareció como si mantener el evento en secreto fuera parte de la primera línea de su biografía.

Álvaro Campos en Santiago, Chile, el 7 de mayo del 2025.

“Yo antes de Diarios no quería hacer público lo que escribía. Y con Negocio Familiar, junto a Juan Manuel [Silva], el editor, buscamos un punto de guía; y tomar conciencia de que estaba escribiendo desde el negocio, pues es donde trabajo. Es la posición privilegiada para la gente que observa: el barrio, los comentarios, la vida cotidiana». Dice que ese privilegio también lo tienen los taxistas, “pero ellos tienen público móvil, pueden conversar con alguien de La Cisterna y después de Conchalí. En cambio, el negocio es un punto fijo, y un muestreo muy específico de una comuna, y que va a coincidir con el espectro social de otras y generar sintonía. Pudahuel tiene un grupo social muy amplio y da sentido a una lectura de la sociedad, de mi pequeña sociedad”, dice.

Desde el almacén, por ejemplo -lo comentó en Facebook pero no en sus libros- tomó el pulso al estallido social chileno de 2019, y lo hizo con distancia crítica. Dice que no por las demandas, legítimas, sino por la violencia. “Yo vivía acá y acá es otra cosa. El caos no conviene a nadie, pero los barrios bajos son los primeros que caen. Es como cuando nieva, que es bonito, pero a los barrios bajos es donde primero se caen los techos. La gente de acá nunca encontró sentido a la destrucción y todo ese carnaval universitario de Plaza Italia no tenía sentido en estos barrios”. También pudo adelantar, solo con oír a los clientes, el resultado del primer proceso constitucional, en el que ganó el Rechazo en el plebiscito de 2022.

Pero fue en 2018 que un hito marcó su historia y su escritura. “Ese año tuve a mi primer hijo, Alonso [hoy vive con su esposa y sus dos hijos]. “El nacimiento fue potente, me cambió todo, y eso se plasmó en la escritura también. Incluso, uno se pone más conservador, y tiene mucho más que perder. Son cosas que en la vida y la literatura importan, para bien o para mal”.

Desde 2018 en adelante cuenta que experimentó “una seguidilla de bombarderos: nació mi hijo, vino el estallido social y la pandemia. Fue un periodo como de entreguerras. Antes de eso, quizás yo escribía más lento, con menos visión, con menos compromiso, tal vez para desahogarme. Pero cuando vinieron estas bombas emocionales y políticas, es como que me hubiera lanzado”.

Álvaro Campos en la biblioteca municipal de Pudahuel, en Santiago.

Campos se define como un “liberal” y “concertacionista clásico”, en alusión a la coalición de centroizquierda que gobernó Chile entre 1990 y 2010. En su libro ironiza con todo: “Te compras unos zapatos Camper y es el exilio definitivo de la izquierda. Sí, porque yo soy de los que creo en la izquierda no solo estratégica sino simbólica y estética. Ya llevo comprado dos pares de zapatos Camper. Doscientos cuarenta mil pesos [unos 250 dólares]”. En otra narración, dice: “En una foto Fidel Castro sale con dos relojes Rolex en la misma muñeca. Rolex GMT y Day Date. ‘Googlear precio’, anoto en un papelito antes que la señora me compre un kilo de arroz barato”.

“Yo soy el que escribe entre las leches”

Cuenta en Negocio Familiar: “Nunca escribo en un ambiente calmo, en silencio por ejemplo. Me llenó de orgullo leer una vez esa sentencia de Bolívar en sus diarios que decía algo al respecto: ‘Hay hombres que necesitan estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba, reflexionaba, en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas. En medio de mucha gente me hallaba con mis ideas y sin distracción’. Yo soy el que escribe entre las leches».

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Campos se ha acostumbrado, o resignado, a “escribir en condiciones adversas”, con la interrupción constante. “Me veo como esos malabaristas circenses, que con una mano lanzan cuchillos y con otra prenden una vela, todo ello mientras montan en un caballo”, dice en su libro.

Años atrás, cuando era estudiante en la Universidad Católica de Valparaíso, recuerda que vio una escena que la tomó como destino, la del hijo de un carnicero que atendía su local con “la misma postura corporal de su progenitor. Cansado, pero sin tantas preocupaciones. A veces vivo, a veces muerto, tal como los animales que vendía”. “Allí mismo tuve una extraña sensación que nunca olvidaré, sentí que estudiar me hacía mal (a pesar de que podrían venir magísteres y doctorados) y a la vez me hacía traicionar a mi padre. Sentí que yo debía ser ese carnicero. Por eso las palabras de Bianchon [un personaje de Papá Goriot, de Balzac] son un bálsamo para calmar ese extraño síndrome del comerciante. Las empresas intelectuales también son carnicerías”.

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 Los textos breves, cultos y espolvoreados con humor negro de Álvaro Campos (Santiago, 49 años) transcurren entre la venta de una palta, un kilo de arroz, cajas de leche, dulces, helados o un tarro de café instantáneo, y sus reflexiones sobre la vida corriente con citas a Montaigne, Montesquieu, La Rochefoucauld, Balzac, Baudelaire, Nietzsche, Voltaire, Kerouac, Pablo de Rockha, Cheever, Cioran, Platón, Kafka o Kundera. Historiador y magíster en filosofía, escribe en su teléfono, y lo hace detrás del mostrador de un almacén, entre cliente y cliente. Es un local que sus padres -es hijo único- fundaron con esfuerzo para enfrentar la crisis económica de Chile de 1982, que elevó el desempleo al 23,7%. Está ubicado en una población de Pudahuel, donde él creció, un municipio popular del sector norponiente de Santiago. Y sus observaciones desde allí, donde trabaja, han dado vida a su libro Negocio Familiar (Tusquets), lanzado el 29 de abril y presentado por el escritor Rafael Gumucio, quien además lo prologó.Su nombre llegó a oídos de las editoriales cuando sus textos en Facebook, donde postea hace años, se pasaron de voz en voz. “Yo sin internet no escribiría nada, quizás me dedicaría solo a leer, que es más placentero que escribir”, dice Campos, un tipo amable y de sonrisa escasa, en un miércoles en que empieza a llover en Pudahuel. Minutos antes de esta entrevista, se preocupa que la máquina de helados quede bajo techo, dentro del almacén, para que no se moje. Es una escena tal como las que cuenta en Negocio Familiar:“Mientras escribo esto una señora me compra una leche de litro (’Zero lacto’, especifica muy seriamente). Mi técnica consiste en dividir el cerebro en dos. Una parte para la leche y otra para el texto que estoy pensando. Les recuerdo que acá no estamos en la calma biblioteca de Montaigne sino en un mundo de víveres que hay que abastecer”.Negocio Familiar, que lleva como subtítulo “sobre el trabajo, la riqueza y el progreso”, es su segundo libro, que escribió “a la carrera” en su teléfono que utiliza “como si fuera una libreta Moleskine, pero es mucho más rápido y acorde a lo que estoy haciendo, porque estoy escribiendo y atendiendo”, cuenta. En 2022 publicó Diarios (Laurel), y el premiado autor chileno Benjamín Labatut lo describió como “un escritor en estado salvaje” y “uno de los más interesantes que hay en Chile”. Diarios lo firmó como Álvaro D. Campos, ocultándose en uno de los seudónimos de Fernando Pessoa. Campos, quien por un tiempo dio clases, ha llevado una vida doble, entre el mostrador y la escritura, y sin contar en su entorno que escribe. Este periódico lo constató en el almacén: su padre nos ha comentado que su hijo es muy trabajador y “reservado” y que le gusta que sea así. En el lanzamiento de finales de abril, que la editorial organizó en el Café literario del municipio Ñuñoa, los asistentes podían contarse con tres manos. Fue algo que a Campos claramente no incomodó. Al contrario, pareció como si mantener el evento en secreto fuera parte de la primera línea de su biografía.“Yo antes de Diarios no quería hacer público lo que escribía. Y con Negocio Familiar, junto a Juan Manuel [Silva], el editor, buscamos un punto de guía; y tomar conciencia de que estaba escribiendo desde el negocio, pues es donde trabajo. Es la posición privilegiada para la gente que observa: el barrio, los comentarios, la vida cotidiana». Dice que ese privilegio también lo tienen los taxistas, “pero ellos tienen público móvil, pueden conversar con alguien de La Cisterna y después de Conchalí. En cambio, el negocio es un punto fijo, y un muestreo muy específico de una comuna, y que va a coincidir con el espectro social de otras y generar sintonía. Pudahuel tiene un grupo social muy amplio y da sentido a una lectura de la sociedad, de mi pequeña sociedad”, dice.Desde el almacén, por ejemplo -lo comentó en Facebook pero no en sus libros- tomó el pulso al estallido social chileno de 2019, y lo hizo con distancia crítica. Dice que no por las demandas, legítimas, sino por la violencia. “Yo vivía acá y acá es otra cosa. El caos no conviene a nadie, pero los barrios bajos son los primeros que caen. Es como cuando nieva, que es bonito, pero a los barrios bajos es donde primero se caen los techos. La gente de acá nunca encontró sentido a la destrucción y todo ese carnaval universitario de Plaza Italia no tenía sentido en estos barrios”. También pudo adelantar, solo con oír a los clientes, el resultado del primer proceso constitucional, en el que ganó el Rechazo en el plebiscito de 2022. Pero fue en 2018 que un hito marcó su historia y su escritura. “Ese año tuve a mi primer hijo, Alonso [hoy vive con su esposa y sus dos hijos]. “El nacimiento fue potente, me cambió todo, y eso se plasmó en la escritura también. Incluso, uno se pone más conservador, y tiene mucho más que perder. Son cosas que en la vida y la literatura importan, para bien o para mal”.Desde 2018 en adelante cuenta que experimentó “una seguidilla de bombarderos: nació mi hijo, vino el estallido social y la pandemia. Fue un periodo como de entreguerras. Antes de eso, quizás yo escribía más lento, con menos visión, con menos compromiso, tal vez para desahogarme. Pero cuando vinieron estas bombas emocionales y políticas, es como que me hubiera lanzado”.Campos se define como un “liberal” y “concertacionista clásico”, en alusión a la coalición de centroizquierda que gobernó Chile entre 1990 y 2010. En su libro ironiza con todo: “Te compras unos zapatos Camper y es el exilio definitivo de la izquierda. Sí, porque yo soy de los que creo en la izquierda no solo estratégica sino simbólica y estética. Ya llevo comprado dos pares de zapatos Camper. Doscientos cuarenta mil pesos [unos 250 dólares]”. En otra narración, dice: “En una foto Fidel Castro sale con dos relojes Rolex en la misma muñeca. Rolex GMT y Day Date. ‘Googlear precio’, anoto en un papelito antes que la señora me compre un kilo de arroz barato”.“Yo soy el que escribe entre las leches”Cuenta en Negocio Familiar: “Nunca escribo en un ambiente calmo, en silencio por ejemplo. Me llenó de orgullo leer una vez esa sentencia de Bolívar en sus diarios que decía algo al respecto: ‘Hay hombres que necesitan estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba, reflexionaba, en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas. En medio de mucha gente me hallaba con mis ideas y sin distracción’. Yo soy el que escribe entre las leches». Campos se ha acostumbrado, o resignado, a “escribir en condiciones adversas”, con la interrupción constante. “Me veo como esos malabaristas circenses, que con una mano lanzan cuchillos y con otra prenden una vela, todo ello mientras montan en un caballo”, dice en su libro.Años atrás, cuando era estudiante en la Universidad Católica de Valparaíso, recuerda que vio una escena que la tomó como destino, la del hijo de un carnicero que atendía su local con “la misma postura corporal de su progenitor. Cansado, pero sin tantas preocupaciones. A veces vivo, a veces muerto, tal como los animales que vendía”. “Allí mismo tuve una extraña sensación que nunca olvidaré, sentí que estudiar me hacía mal (a pesar de que podrían venir magísteres y doctorados) y a la vez me hacía traicionar a mi padre. Sentí que yo debía ser ese carnicero. Por eso las palabras de Bianchon [un personaje de Papá Goriot, de Balzac] son un bálsamo para calmar ese extraño síndrome del comerciante. Las empresas intelectuales también son carnicerías”. Seguir leyendo  

Los textos breves, cultos y espolvoreados con humor negro de Álvaro Campos (Santiago, 49 años) transcurren entre la venta de una palta, un kilo de arroz, cajas de leche, dulces, helados o un tarro de café instantáneo, y sus reflexiones sobre la vida corriente con citas a Montaigne, Montesquieu, La Rochefoucauld, Balzac, Baudelaire, Nietzsche, Voltaire, Kerouac, Pablo de Rockha, Cheever, Cioran, Platón, Kafka o Kundera. Historiador y magíster en filosofía, escribe en su teléfono, y lo hace detrás del mostrador de un almacén, entre cliente y cliente. Es un local que sus padres -es hijo único- fundaron con esfuerzo para enfrentar la crisis económica de Chile de 1982, que elevó el desempleo al 23,7%. Está ubicado en una población de Pudahuel, donde él creció, un municipio popular del sector norponiente de Santiago. Y sus observaciones desde allí, donde trabaja, han dado vida a su libro Negocio Familiar (Tusquets), lanzado el 29 de abril y presentado por el escritor Rafael Gumucio, quien además lo prologó.

Su nombre llegó a oídos de las editoriales cuando sus textos en Facebook, donde postea hace años, se pasaron de voz en voz. “Yo sin internet no escribiría nada, quizás me dedicaría solo a leer, que es más placentero que escribir”, dice Campos, un tipo amable y de sonrisa escasa, en un miércoles en que empieza a llover en Pudahuel. Minutos antes de esta entrevista, se preocupa que la máquina de helados quede bajo techo, dentro del almacén, para que no se moje. Es una escena tal como las que cuenta en Negocio Familiar:

“Mientras escribo esto una señora me compra una leche de litro (’Zero lacto’, especifica muy seriamente). Mi técnica consiste en dividir el cerebro en dos. Una parte para la leche y otra para el texto que estoy pensando. Les recuerdo que acá no estamos en la calma biblioteca de Montaigne sino en un mundo de víveres que hay que abastecer”.

Negocio Familiar, que lleva como subtítulo “sobre el trabajo, la riqueza y el progreso”, es su segundo libro, que escribió “a la carrera” en su teléfono que usa “como si fuera una libreta Moleskine, pero es mucho más rápido y acorde a lo que estoy haciendo, porque estoy escribiendo y atendiendo”, cuenta. En 2022 publicó Diarios (Laurel), y el premiado autor chileno Benjamín Labatut lo describió como “un escritor en estado salvaje” y “uno de los más interesantes que hay en Chile”. Diarios lo firmó como Álvaro D. Campos, ocultándose en uno de los seudónimos de Fernando Pessoa.

Campos, quien por un tiempo dio clases, ha llevado una vida doble, entre el mostrador y la escritura, y sin contar en su entorno que escribe. Este periódico lo constató en el almacén: su padre nos ha comentado que su hijo es muy trabajador y “reservado” y que le gusta que sea así. En el lanzamiento de finales de abril, que la editorial organizó en el Café literario del municipio Ñuñoa, los asistentes podían contarse con tres manos. Fue algo que a Campos claramente no incomodó. Al contrario, pareció como si mantener el evento en secreto fuera parte de la primera línea de su biografía.

Álvaro Campos en Santiago, Chile, el 7 de mayo del 2025.
Álvaro Campos en Santiago, Chile, el 7 de mayo del 2025.Cristobal Venegas

“Yo antes de Diarios no quería hacer público lo que escribía. Y con Negocio Familiar, junto a Juan Manuel [Silva], el editor, buscamos un punto de guía; y tomar conciencia de que estaba escribiendo desde el negocio, pues es donde trabajo. Es la posición privilegiada para la gente que observa: el barrio, los comentarios, la vida cotidiana». Dice que ese privilegio también lo tienen los taxistas, “pero ellos tienen público móvil, pueden conversar con alguien de La Cisterna y después de Conchalí. En cambio, el negocio es un punto fijo, y un muestreo muy específico de una comuna, y que va a coincidir con el espectro social de otras y generar sintonía. Pudahuel tiene un grupo social muy amplio y da sentido a una lectura de la sociedad, de mi pequeña sociedad”, dice.

Desde el almacén, por ejemplo -lo comentó en Facebook pero no en sus libros- tomó el pulso al estallido social chileno de 2019, y lo hizo con distancia crítica. Dice que no por las demandas, legítimas, sino por la violencia. “Yo vivía acá y acá es otra cosa. El caos no conviene a nadie, pero los barrios bajos son los primeros que caen. Es como cuando nieva, que es bonito, pero a los barrios bajos es donde primero se caen los techos. La gente de acá nunca encontró sentido a la destrucción y todo ese carnaval universitario de Plaza Italia, no tenía sentido en estos barrios”. También pudo adelantar, solo con oír a los clientes, el resultado del primer proceso constitucional, en el que ganó el Rechazo en el plebiscito de 2022.

Pero fue en 2018 que un hito marcó su historia y su escritura. “Ese año tuve a mi primer hijo, Alonso [hoy vive con su esposa y sus dos hijos]. “El nacimiento fue potente, me cambió todo, y eso se plasmó en la escritura también. Incluso, uno se pone más conservador, y tiene mucho más que perder. Son cosas que en la vida y la literatura importan, para bien o para mal”.

Desde 2018 en adelante cuenta que experimentó “una seguidilla de bombarderos: nació mi hijo, vino el estallido social y la pandemia. Fue un periodo como de entreguerras. Antes de eso, quizás yo escribía más lento, con menos visión, con menos compromiso, tal vez para desahogarme. Pero cuando vinieron estas bombas emocionales y políticas, es como que me hubiera lanzado”.

Álvaro Campos en la biblioteca municipal de Pudahuel, en Santiago.
Álvaro Campos en la biblioteca municipal de Pudahuel, en Santiago.Cristobal Venegas

Campos se define como un “liberal” y “concertacionista clásico”, en alusión a la coalición de centroizquierda que gobernó Chile entre 1990 y 2010. En su libro ironiza con todo: “Te compras unos zapatos Camper y es el exilio definitivo de la izquierda. Sí, porque yo soy de los que creo en la izquierda no solo estratégica sino simbólica y estética. Ya llevo comprado dos pares de zapatos Camper. Doscientos cuarenta mil pesos [unos 250 dólares]”. En otra narración, dice: “En una foto Fidel Castro sale con dos relojes Rolex en la misma muñeca. Rolex GMT y Day Date. ‘Googlear precio’, anoto en un papelito antes que la señora me compre un kilo de arroz barato”.

“Yo soy el que escribe entre las leches”

Cuenta en Negocio Familiar: “Nunca escribo en un ambiente calmo, en silencio por ejemplo. Me llenó de orgullo leer una vez esa sentencia de Bolívar en sus diarios que decía algo al respecto: ‘Hay hombres que necesitan estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba, reflexionaba, en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas. En medio de mucha gente me hallaba con mis ideas y sin distracción’. Yo soy el que escribe entre las leches».

Campos se ha acostumbrado, o resignado, a “escribir en condiciones adversas”, con la interrupción constante. “Me veo como esos malabaristas circenses, que con una mano lanzan cuchillos y con otra prenden una vela, todo ello mientras montan en un caballo”, dice en su libro.

Años atrás, cuando era estudiante en la Universidad Católica de Valparaíso, recuerda que vio una escena que la tomó como destino, la del hijo de un carnicero que atendía su local con “la misma postura corporal de su progenitor. Cansado, pero sin tantas preocupaciones. A veces vivo, a veces muerto, tal como los animales que vendía”. “Allí mismo tuve una extraña sensación que nunca olvidaré, sentí que estudiar me hacía mal (a pesar de que podrían venir magísteres y doctorados) y a la vez me hacía traicionar a mi padre. Sentí que yo debía ser ese carnicero. Por eso las palabras de Bianchon [un personaje de Papá Goriot, de Balzac] son un bálsamo para calmar ese extraño síndrome del comerciante. Las empresas intelectuales también son carnicerías”.

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