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  Cultura  Clara Lago: «Hemos perdido el privilegio y el placer de poder cambiar de opinión»
Cultura

Clara Lago: «Hemos perdido el privilegio y el placer de poder cambiar de opinión»

junio 12, 2025
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<p>Es comedia, pero, a medida que avanza, hace daño. Es parodia y, a poco que uno se despiste, se transforma en espejo. <i><strong>Votemos</strong></i><strong>, de Santiago Requejo, </strong>vive feliz en la paradoja de no ser lo que parece, pese a la claridad evidente de lo que, en efecto, es: una fábula moral tan entretenida como inquietante; exagerada y precisa en la misma medida. Y en el centro de ella, <strong>Clara Lago (</strong>Madrid, 1990), <strong>una actriz tan cerca del drama como aficionada a la farsa</strong>; una actriz convencida de que dos son las cosas que nos mueven y nos limitan a la vez: «El amor y el miedo», dice. Así lo declara en el restaurante vegano que posee en Madrid y donde nos cita no tanto para hacer promoción de nada (o un poco sí), como para, quizá, ejemplificar y ampliar el catálogo de prejuicios que, de nuevo, nos mueven y nos limitan. La película, en el fondo y la forma va de eso, de lo que damos por sentado de manera equivocada. La película recrea la reunión de una comunidad de vecinos en la que se discute si aceptar o no a un enfermo mental como nuevo inquilino. Lo que surge es tan divertido que duele; tan cruel que mueve a la carcajada.</p>

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 La actriz estrena ‘Votemos’, una película de Santiago Requejo que desnuda las miserias de una comunidad de vecinos a brazo partido contra a sus prejuicios más íntimos  

Es comedia, pero, a medida que avanza, hace daño. Es parodia y, a poco que uno se despiste, se transforma en espejo. Votemos, de Santiago Requejo, vive feliz en la paradoja de no ser lo que parece, pese a la claridad evidente de lo que, en efecto, es: una fábula moral tan entretenida como inquietante; exagerada y precisa en la misma medida. Y en el centro de ella, Clara Lago (Madrid, 1990), una actriz tan cerca del drama como aficionada a la farsa; una actriz convencida de que dos son las cosas que nos mueven y nos limitan a la vez: «El amor y el miedo», dice. Así lo declara en el restaurante vegano que posee en Madrid y donde nos cita no tanto para hacer promoción de nada (o un poco sí), como para, quizá, ejemplificar y ampliar el catálogo de prejuicios que, de nuevo, nos mueven y nos limitan. La película, en el fondo y la forma va de eso, de lo que damos por sentado de manera equivocada. La película recrea la reunión de una comunidad de vecinos en la que se discute si aceptar o no a un enfermo mental como nuevo inquilino. Lo que surge es tan divertido que duele; tan cruel que mueve a la carcajada.

Según venía, la oferta de los bares era de entrecot, rabo de toro, calamares… ¿No se siente un poco fuera de lugar?
Totalmente a contracorriente. Pero diré que el 70% de nuestra clientela no es vegana. Es más, no ponemos en ningún lado que seamos un restaurante vegano. Entran y se quedan sorprendidos. En su cabeza no echan de menos nada. Ven que está rico lo que comen y eso basta. Y eso, aunque no lo parezca, tiene que ver con Votemos, porque se trata de prejuicios. A la gente le hablas de veganismo y en su cabeza ven algo muy aburrido de lechuga y tomatito. Y no es así.
Vayamos al origen. ¿Cuándo y por qué se hace vegana?
Nadie nace vegano. Uno no deja de comer carne o pescado porque no le guste. Habrá alguno, pero en general es por una cuestión ético-moral. Yo echo de menos comer muchas cosas, pero, al final, no me compensa. Mi cabeza hizo clic mientras veía un documental, Cowspiracy [de Kip Andersen y Keegan Kuhn]. Ahí se ve claro el impacto medioambiental que tiene la industria cárnica, láctea y pesquera. De repente, fue como una hostia a la cabeza. Sentí que el planeta era un ente vivo, la madre de todos los seres vivos que lo habitamos. Tomé conciencia de que no tiene sentido estar pegándole palizas a tu madre todos los días. Sí, es una renuncia, un sacrifico, pero no siento que me cueste.
Y ahora siente, entiendo, que su mensaje debe ser difundido…
Sí, pero con cuidado. No soy partidaria del todo o nada. Aunque creo que nos iría mucho mejor sin comer carne y que es necesario para el bienestar del planeta y de todos, y lo creo firmemente, también pienso que las posturas absolutas no son la manera de convencer a nadie. De hecho, siento que vivimos en un sociedad cada vez mas polarizada y, por ello, no se trata de obligar a nadie, sino de intentar convencer. Es más, ayudaría mucho más que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, redujese a la mitad su consumo de carne que cuatro nos hagamos veganos. O sea, el impacto sería mucho mayor. Entonces, por eso digo: «Oye, que no te ves preparado o no quieres hacer tal renuncia, pues no pasa nada. Hasta donde tú puedas».
Votemos también habla de renuncias personales y beneficios comunes. De eso y de prejuicios, en este caso, hacia los enfermedades metales.
Todo está relacionado en verdad. Los enfermos mentales arrastran estigmas por desconocimiento. Y esa es la clave de todo. La responsabilidad es compartida por todos. También por los medios que convierten casos muy puntuales muy concretos en la forma estándar de presentar a un grupo social. Hay más asesinatos de mujeres por hombres que no están diagnosticados de nada en absoluto, pero basta que haya un enfermo mental que mate a alguien para que todos los enfermos mentales sean contemplados como violentos. Y no es así. Lo que aprendes cuando te informas para hacer una papel como el que interpreto en Votemos es que los enfermos mentales son más peligrosos para sí mismos que para los demás.
Antes hablaba de una sociedad polarizada. Pocos escenarios se me ocurren más polarizados que una reunión de vecinos. ¿A cuántas se ha tenido que enfrentar?
La verdad es que a ninguna. Pero sí es cierto que estamos yendo cada vez más a los extremos. Y eso es lo más peligroso en mi opinión de lo que está pasando. Se está perdiendo el arte de debatir y de poder construir una opinión mediante información. Ya nadie escucha una opinión que no sea la suya. Como sociedad hemos perdido el privilegio y el placer de poder cambiar de opinión. Ahora, para moverte por el mundo tienes que ser capaz de tener una opinión de lo que sea en cinco minutos. Y si eres de izquierdas o de derechas que ni se te ocurra desviarte un milímetro de lo que se espera que pienses.
Imagino que todo lo que dice es más acusado en cuanto se es un personaje público.
Sí y más desde que las redes sociales están ahí. Últimamente me estoy acostumbrando a contestar que no tengo una opinión formada sobre muchas cosas de las que me preguntan. No me importa opinar sobre lo que sí tengo una opinión formada. Obviamente, me parece una barbaridad lo que está pasando en Gaza, por ejemplo. Pero sobre lo que ha dicho tal o cual político, pues ni sé ni quiero saber. ¡Pero si me han llegado a preguntar por el Poder Judicial! Y yo qué sé.
¿La presión es ahora mayor de cuando empezó con apenas 10 años en la profesión?
Claro. La diferencia es que la repercusión ahora es global. Todo arde en apenas cinco minutos. Escuché hace poco que no estamos preparados biológicamente para sostener tanto nivel de opinión sobre nosotros mismos. Estamos programados para vivir en sociedad y el miedo de quedar fuera está siempre ahí. Antes corrías el peligro de quedarte fuera de tu comunidad, pero ahora el riesgo es de verte expulsado del mundo entero porque la exposición es total.

«Nadie nace vegano. Te haces vegano por convicción ética»

¿Recuerda algún momento en su carrera en que sufriera por culpa del odio de las redes sociales?
Sí, recuerdo que con el éxito de Ocho apellidos catalanes se me ocurrió en El Hormiguero comentar lo duro que era eso de la fama porque había pasado de la amabilidad del autógrafo cariñoso al selfie continuo. No quería que sonara a recriminación. Estaba y estoy muy agradecida, pero comenté eso porque me preguntaron por las repercusiones del megaéxito de las dos películas. Me cayó la más grande. Tarde un año en recuperarme y todas las noches me iba a la cama atormentada y pensando: «¿Por qué habré dicho eso?».
Por volver a Votemos, otro de los asuntos que pone en cuestión la película es, apurando, la propia democracia, eso de que da lo mismo quien tenga razón, que todo se soluciona votando, que todas las opiniones, de la más informada a la más idiota, valen lo mismo…
Estamos de acuerdo en que la democracia es el punto de llegada, pero no está exenta de problemas. Es el mejor sistema que hemos encontrado, pero no es perfecto. Está claro que se puede votar todo, pero el límite son los Derechos Humanos.
Ahora mismo hay incluso quien la cuestiona abiertamente y, cuando parecía que había consenso sobre determinadas cuestiones, surgen los nostálgicos de la dictadura.
Esto es un jardín. Por irse a la base de todo y aunque suene muy chupi flower, lo que creo es que los motores últimos de todo lo que hacemos, pensamos y decimos son el amor y el miedo. Todo lo que nos hace desconfiar de los demás y todos los prejuicios son consecuencia del miedo. Y la única forma de acabar con ello es con la curiosidad y la empatía cuya base es el amor. El motor de la polarización es el miedo y la herramienta para combatirlo, el amor.

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