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  Libros  Cristina Estébanez, filóloga: “El problema que tenemos es que hemos convertido las pantallas en una escuela de vida”
Libros

Cristina Estébanez, filóloga: “El problema que tenemos es que hemos convertido las pantallas en una escuela de vida”

octubre 17, 2025
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En un mundo lleno de pantallas, la naturaleza ha quedado de lado. Esta es la premisa que sigue Cristina Estébanez (Madrid,44 años) en su primer libro, La escuela de la naturaleza (Paidós Educación, 2025), una guía para que padres y profesores críen también lejos de la tecnología y se acerquen al entorno. “La infancia está digitalizada, vivimos en un mundo digitalizado. Les damos a los niños móviles y tabletas, pero a la vez les castigamos, nos les enseñamos a usarlas, no les estamos dando alternativas a las pantallas”, explica a EL PAÍS la fundadora y directora de Misnoûs: The School of Thought, una start-up educativa creada para conectar a profesionales de distintos campos e introducir la cultura y la naturaleza en sus vidas.

“Creo que era necesario un libro como este, porque el problema que tenemos es que hemos convertido justamente las pantallas en una escuela de vida”, prosigue la también filóloga por la Universidad Complutense. Cuando, para Estébanez, las dos grandes escuelas de vida que “a lo largo de los tiempos han instruido a los seres humanos” son la naturaleza, que esconde los secretos del mundo, y la literatura, la maestra del comportamiento.

PREGUNTA. ¿Para usted el problema no es tanto las pantallas como que no se esté dando una alternativa de hacer otra cosa a los niños y niñas?

RESPUESTA. Eso es. Hay que dar una alternativa a la idea que hemos tenido de convertir a las pantallas en una escuela de vida cuando realmente es una escuela que cojea un poco, ¿no? Porque, en realidad, nos hace mirarnos demasiado a nosotros mismos y hay que dar la vuelta un poco a la cámara, mirar al otro lado, al mundo. Estar con el móvil nos roba ese tiempo y ese espacio de estar en la naturaleza y de estar con los demás, de tener relaciones con otras personas.

P. ¿Cómo se puede volver a la naturaleza?

R. La idea del libro surge justo después de la pandemia, una época que nos deja a todos bloqueados, pero que para mí fue un momento de creación… esto Ken Robinson [ escritor, conferenciante y asesor internacional sobre educación británico] lo hablaba mucho; hablaba mucho de esa metáfora entre la educación y la agricultura. Él decía que el florecimiento humano no es un proceso mecánico, sino orgánico. Y tal vez por ello sea mucho más adecuado la agricultura como modelo y el granjero como metáfora (los educadores deberían establecer las condiciones para que el talento florezca). Decía que, igual que la agricultura se empobrece si solo cultivas una cosa, la educación y la mente humana también se empobrecen si solo miras en una dirección, si solo estás delante de una pantalla.

Hay que sensibilizar a los niños a mirar alrededor. Incluso abrazar árboles, que suena simple, pero conecta con la naturaleza.

P. ¿Entonces debemos salir de nosotros mismos y volver a la comunidad, a la tribu?

R. Sí, incluso durante la pandemia se veía que los niños podían tener contacto con la naturaleza, pero luego, tras el shock, volvimos a la digitalización. Es una cuestión de contagio y comunidad. Si un lector se identifica con el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, puede empezar por dar ejemplo. Porque nosotros no podemos decir “quiten las pantallas” si somos los primeros que encendemos el móvil al despertarnos. El ejemplo viene de casa.

P. ¿Puede proponer tres ejemplos fáciles para aplicar, por ejemplo, en Madrid?

R. Primero, salir a la sierra al amanecer, aunque sea más costoso levantarse temprano, vale la pena. Segundo, llevar una manta, lápices y papel para pintar juntos un atardecer. Tercero, hacer deportes, carreras o bailes al aire libre. Aunque se puede observar la naturaleza incluso en contextos urbanos. Los niños pueden salir al parque y observar cómo debajo del cemento hay árboles. Hay que sensibilizarlos a mirar alrededor. Incluso abrazar árboles, que suena simple, pero conecta con la naturaleza.

P. ¿Los niños se ríen si les dices que abracen árboles?

R. Al principio sí, pero luego se divierten. Y con el tiempo se dan cuenta de que además de divertido es educativo. Yo hablo con las plantas, las trato como seres vivos, y los niños lo ven. Y doy ejemplo.

P. El ejemplo práctico es importante, ¿incluso a través de la pantalla?

R. Exacto, no se trata de eliminar las pantallas, sino de no desatender la importancia de las artes y el entorno. El libro también sirve para que los lectores se identifiquen con personajes históricos o actuales como Miguel Ángel, John Ruskin o María Montessori, y vean reflejado en ellos su propio día a día. Y esto también nos permite parar, respirar y meditar. Es importante volver a la simpleza y aprender a perder tiempo, a parar.

P. ¿El objetivo sería entonces cambiar la mirada desde Educación Infantil?

R. Sí, y además los profesores que están en esta batalla solo necesitan un altavoz y recursos para implementar estas ideas en sus aulas. Hay muchos que están comprometidos, de Lengua, Ciencias, Matemáticas, Arte, Música, Teatro… Solo necesitan visibilidad y apoyo para llevar la naturaleza y las artes al aula.

P. Y en el caso de la adolescencia, ¿es más difícil de dar ese giro hacia la naturaleza?

R. Se tiende a pensar que sí, pero no es imposible. Lo importante es prender una mechita de interés y acompañarla. Si los sacas a la naturaleza, sienten la libertad que no tienen en clase. Por ejemplo, el otro día en el Parque del Oeste vi a un grupo muy motivado con actividades físicas y científicas combinadas. Esto demuestra que la naturaleza genera participación y entusiasmo. La clave es darles autonomía y acompañamiento. Los ejemplos que ven en la vida real marcan su comportamiento. Si los adultos solo decimos “no a las pantallas” pero ellos nos ven todo el día con el móvil, no funciona. Primero tenemos que vivir lo que queremos enseñar: naturaleza, artes, pausas, respeto por el entorno.

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P. Eso conecta con la idea del “tiempo de calidad”.

R. Sí, absolutamente. Los niños aprenden haciendo, explorando y debatiendo en grupo, no solo escuchando teoría.

P. ¿Se puede enseñar conciencia ambiental y social al mismo tiempo?

R. Sí. Por ejemplo, en un colegio trabajaron sobre vertederos en el mundo, hicieron un mapamundi artístico con telas y olores, y esto generó debate entre niños de distintas edades. Los mayores enseñan a los pequeños y todos participan en la dinámica de aprendizaje. La naturaleza fomenta la convivencia intergeneracional y la colaboración. Los alumnos aprenden entre ellos y también comprenden el valor de salir al exterior y conectar con el entorno.

P. ¿Es posible implantar esto dentro del sistema educativo actual?

R. Es complicado porque hay distintas comunidades autónomas y normativas. Pero muchos profesores están haciendo esfuerzos enormes, y se nota el impacto positivo en los alumnos y las familias. Incluso en un sistema fragmentado, los pequeños cambios funcionan. El cambio comienza en el aula y se extiende a la comunidad. Es un efecto de boca a boca muy potente. Los alumnos replican lo aprendido en casa y entre amigos, creando una red de aprendizaje y conciencia.

P. ¿Hay motivos para ser optimistas, para que a pesar de vivir rodeados de pantallas, mayores y pequeños, puedan disfrutar de la naturaleza?

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R. Sí, siempre. Incluso pequeños cambios en la escuela, como sacar las aulas a los parques, o en casa, yendo algún fin de semana a la sierra, crean un efecto en cadena —entre familias y centros educativos— que se propaga, casi sin querer, en la sociedad.

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 La fundadora de Misnoûs: The School of Thought, una ‘start-up’ educativa, publica ‘La escuela de la naturaleza’, un libro en el que incide en la importancia de que los niños quiten la mirada de la pantalla y miren el mundo  

En un mundo lleno de pantallas, la naturaleza ha quedado de lado. Esta es la premisa que sigue Cristina Estébanez (Madrid,44 años) en su primer libro, La escuela de la naturaleza (Paidós Educación, 2025), una guía para que padres y profesores críen también lejos de la tecnología y se acerquen al entorno. “La infancia está digitalizada, vivimos en un mundo digitalizado. Les damos a los niños móviles y tabletas, pero a la vez les castigamos, nos les enseñamos a usarlas, no les estamos dando alternativas a las pantallas”, explica a EL PAÍS la fundadora y directora de Misnoûs: The School of Thought, una start-up educativa creada para conectar a profesionales de distintos campos e introducir la cultura y la naturaleza en sus vidas.

“Creo que era necesario un libro como este, porque el problema que tenemos es que hemos convertido justamente las pantallas en una escuela de vida”, prosigue la también filóloga por la Universidad Complutense. Cuando, para Estébanez, las dos grandes escuelas de vida que “a lo largo de los tiempos han instruido a los seres humanos” son la naturaleza, que esconde los secretos del mundo, y la literatura, la maestra del comportamiento.

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PREGUNTA. ¿Para usted el problema no es tanto las pantallas como que no se esté dando una alternativa de hacer otra cosa a los niños y niñas?

RESPUESTA. Eso es. Hay que dar una alternativa a la idea que hemos tenido de convertir a las pantallas en una escuela de vida cuando realmente es una escuela que cojea un poco, ¿no? Porque, en realidad, nos hace mirarnos demasiado a nosotros mismos y hay que dar la vuelta un poco a la cámara, mirar al otro lado, al mundo. Estar con el móvil nos roba ese tiempo y ese espacio de estar en la naturaleza y de estar con los demás, de tener relaciones con otras personas.

P. ¿Cómo se puede volver a la naturaleza?

R. La idea del libro surge justo después de la pandemia, una época que nos deja a todos bloqueados, pero que para mí fue un momento de creación… esto Ken Robinson [ escritor, conferenciante y asesor internacional sobre educación británico] lo hablaba mucho; hablaba mucho de esa metáfora entre la educación y la agricultura. Él decía que el florecimiento humano no es un proceso mecánico, sino orgánico. Y tal vez por ello sea mucho más adecuado la agricultura como modelo y el granjero como metáfora(los educadores deberían establecer las condiciones para que el talento florezca). Decía que, igual que la agricultura se empobrece si solo cultivas una cosa, la educación y la mente humana también se empobrecen si solo miras en una dirección, si solo estás delante de una pantalla.

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Hay que sensibilizar a los niños a mirar alrededor. Incluso abrazar árboles, que suena simple, pero conecta con la naturaleza.Justin Paget (Getty Images)

P. ¿Entonces debemos salir de nosotros mismos y volver a la comunidad, a la tribu?

R. Sí, incluso durante la pandemia se veía que los niños podían tener contacto con la naturaleza, pero luego, tras el shock, volvimos a la digitalización. Es una cuestión de contagio y comunidad. Si un lector se identifica con el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, puede empezar por dar ejemplo. Porque nosotros no podemos decir “quiten las pantallas” si somos los primeros que encendemos el móvil al despertarnos. El ejemplo viene de casa.

P. ¿Puede proponer tres ejemplos fáciles para aplicar, por ejemplo, en Madrid?

R. Primero, salir a la sierra al amanecer, aunque sea más costoso levantarse temprano, vale la pena. Segundo, llevar una manta, lápices y papel para pintar juntos un atardecer. Tercero, hacer deportes, carreras o bailes al aire libre. Aunque se puede observar la naturaleza incluso en contextos urbanos. Los niños pueden salir al parque y observar cómo debajo del cemento hay árboles. Hay que sensibilizarlos a mirar alrededor. Incluso abrazar árboles, que suena simple, pero conecta con la naturaleza.

P. ¿Los niños se ríen si les dices que abracen árboles?

R. Al principio sí, pero luego se divierten. Y con el tiempo se dan cuenta de que además de divertido es educativo. Yo hablo con las plantas, las trato como seres vivos, y los niños lo ven. Y doy ejemplo.

P. El ejemplo práctico es importante, ¿incluso a través de la pantalla?

R. Exacto, no se trata de eliminar las pantallas, sino de no desatender la importancia de las artes y el entorno. El libro también sirve para que los lectores se identifiquen con personajes históricos o actuales como Miguel Ángel, John Ruskin o María Montessori, y vean reflejado en ellos su propio día a día. Y esto también nos permite parar, respirar y meditar. Es importante volver a la simpleza y aprender a perder tiempo, a parar.

P. ¿El objetivo sería entonces cambiar la mirada desde Educación Infantil?

R. Sí, y además los profesores que están en esta batalla solo necesitan un altavoz y recursos para implementar estas ideas en sus aulas. Hay muchos que están comprometidos, de Lengua, Ciencias, Matemáticas, Arte, Música, Teatro… Solo necesitan visibilidad y apoyo para llevar la naturaleza y las artes al aula.

P. Y en el caso de la adolescencia, ¿es más difícil de dar ese giro hacia la naturaleza?

R. Se tiende a pensar que sí, pero no es imposible. Lo importante es prender una mechita de interés y acompañarla. Si los sacas a la naturaleza, sienten la libertad que no tienen en clase. Por ejemplo, el otro día en el Parque del Oeste vi a un grupo muy motivado con actividades físicas y científicas combinadas. Esto demuestra que la naturaleza genera participación y entusiasmo. La clave es darles autonomía y acompañamiento. Los ejemplos que ven en la vida real marcan su comportamiento. Si los adultos solo decimos “no a las pantallas” pero ellos nos ven todo el día con el móvil, no funciona. Primero tenemos que vivir lo que queremos enseñar: naturaleza, artes, pausas, respeto por el entorno.

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P. Eso conecta con la idea del “tiempo de calidad”.

R. Sí, absolutamente. Los niños aprenden haciendo, explorando y debatiendo en grupo, no solo escuchando teoría.

P. ¿Se puede enseñar conciencia ambiental y social al mismo tiempo?

R. Sí. Por ejemplo, en un colegio trabajaron sobre vertederos en el mundo, hicieron un mapamundi artístico con telas y olores, y esto generó debate entre niños de distintas edades. Los mayores enseñan a los pequeños y todos participan en la dinámica de aprendizaje. La naturaleza fomenta la convivencia intergeneracional y la colaboración. Los alumnos aprenden entre ellos y también comprenden el valor de salir al exterior y conectar con el entorno.

P. ¿Es posible implantar esto dentro del sistema educativo actual?

R. Es complicado porque hay distintas comunidades autónomas y normativas. Pero muchos profesores están haciendo esfuerzos enormes, y se nota el impacto positivo en los alumnos y las familias. Incluso en un sistema fragmentado, los pequeños cambios funcionan. El cambio comienza en el aula y se extiende a la comunidad. Es un efecto de boca a boca muy potente. Los alumnos replican lo aprendido en casa y entre amigos, creando una red de aprendizaje y conciencia.

P. ¿Hay motivos para ser optimistas, para que a pesar de vivir rodeados de pantallas, mayores y pequeños, puedan disfrutar de la naturaleza?

R. Sí, siempre. Incluso pequeños cambios en la escuela, como sacar las aulas a los parques, o en casa, yendo algún fin de semana a la sierra, crean un efecto en cadena —entre familias y centros educativos— que se propaga, casi sin querer, en la sociedad.

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