<p>«Un puente entre<strong> Jackson Pollock </strong>y lo que era posible», así definió el artista<strong> Morris Louis </strong>a la pintora<strong> Helen Frankenthaler </strong>(1928-2011). Y todo lo que era posible se abría como un infinito campo de color que Frankenthaler se pasaría décadas inventando y explorando. Jackson Pollock fue el punto de partida para una joven Helen, de 21 años, que a principios de los años 50 quedó impactada al ver sus monumentales <i>drippings </i>en la galería Betty Parsons de Nueva York. Después observaría al artista trabajando en su estudio de Long Island con el lienzo en el suelo, pintando de una manera que no se había hecho hasta entonces. Y ella hizo lo mismo: tumbar el lienzo, arrodillarse, pintar de otro modo. También distinto al de Pollock.</p>
El Guggenheim de Bilbao redescubre a la artista norteamericana, pionera del expresionismo abstracto, junto con obras de Pollock y Rothko en la exposición ‘Pintura sin reglas’
«Un puente entre Jackson Pollock y lo que era posible», así definió el artista Morris Louis a la pintora Helen Frankenthaler (1928-2011). Y todo lo que era posible se abría como un infinito campo de color que Frankenthaler se pasaría décadas inventando y explorando. Jackson Pollock fue el punto de partida para una joven Helen, de 21 años, que a principios de los años 50 quedó impactada al ver sus monumentales drippings en la galería Betty Parsons de Nueva York. Después observaría al artista trabajando en su estudio de Long Island con el lienzo en el suelo, pintando de una manera que no se había hecho hasta entonces. Y ella hizo lo mismo: tumbar el lienzo, arrodillarse, pintar de otro modo. También distinto al de Pollock.
Aunque Frankenthaler fue una de las más destacadas pintoras del grupo de expresionistas abstractos americanos, su nombre cayó en cierto olvido y el Guggenheim de Bilbao vuelve a reivindicarla con la retrospectiva Helen Frankenthaler: Pintura sin reglas,patrocinada por la Fundación BBVA, sponsor del museo desde que abriera sus puertas en 1997. Precisamente, en su primer año de apertura, el Guggenheim ya le dedicó una muestra a Frankenthaler, centrada en su rompedora producción de los años 50. Ahora, la treintena de abstracciones de Frankenthaler que aterrizan desde Estados Unidos cubren toda su trayectoria y destilan esa idea de pintura sin reglas, con una fluidez etérea, en la que la materia se diluye como si fuese una gran acuarela. Es la técnica del soak-stain (manchado por absorción): la pintura -diluida en trementina o algún disolvente- se absorbe en la tela, el color se integra en el propio lienzo creando efectos translúcidos, sutiles veladuras. «Son como poemas», compara el comisario Doug Dreishpoon, experto en Frankenthaler y director del catálogo razonado de la artista. «Hay en sus cuadros imágenes subliminales, signos y símbolos: una iconografía, un lenguaje de abstracción que, cuanto más lo miras, más lo entiendes. Helen te está contando historias…», añade.
Hija de un respetado juez del Tribunal Supremo, Frankenthaler pronto dio rienda suelta a sus instintos artísticos, a los 16 años fue alumna del pintor mexicano Rufino Tamayo y ya desde joven fue una de las protagonistas de la escena artística de Nueva York. «Pollock fue el salto, esa chispa de electricidad que hace arrancar el coche. Helen empezaba su carrera artística, era como una esponja: lo absorbía todo para utilizarlo a su manera», explica Dreishpoon. Y no de esos lienzos que tanto la impactó también se mostrará en el Guggenheim: Number 14 (1951), un óleo de casi tres metros con contundentes trazos de esmalte negro que presta la Tate de Londres. La propia Frankenthaler lo describió así a su biógrafa Barbara Rose: «Era más que un simple dibujo, textura, tejido, el goteo de un palo sumergido en esmalte, más que un simple ritmo. Parecía tener una complejidad y un orden tales que provocaron, en ese momento, una reacción en mí. Algo más… barroco, más dibujado y con algunos elementos de realismo abstracto o de surrealismo, o un reflejo de ellos… Es una pintura totalmente abstracta, pero para mí tenía además esa cualidad».
Si en Pollock predomina la furia del gesto y la densidad de la materia, la obra de Frankenthaler resulta más lírica, envolvente, atmosférica. El punto fuerte de la antológica del Guggenheim es, precisamente, mostrar a Frankenthaler junto a Pollock, Mark Rothko, Anthony Caro, Morris Louis (a quien influenció profundamente), David Smith, Robert Motherwell (con quien se casó)… «Ella era parte del grupo, del grupo de los chicos. Por eso era muy importante contextualizarla junto a esas amistades que le permitieron ser quien fue, ver esas afinidades, estéticas y espirituales, e intentar desentrañarlas», señala Dreishpoon.Y pone a Rothko como ejemplo. No solo fueron amigos y tuvo durante años uno de sus lienzos colgado sobre la chimenea de su apartamento en el Upper East Side: «Mira el trabajo de Rothko y toma mucho de él. Pero lo transforma, lo usa a su manera, con su propia iconografía».
También hay algo de la espiritualidad de los colores de Rothko que subyace en Frankenthaler. Como en Santorini (1965) o Réquiem (1992), dos lienzos que se incorporan a la colección del Guggenheim. «Santorini está basado en un lugar, en su viaje a Grecia. Pero Helen crea una impresión, un recuerdo, no una representación literal: destila una emoción, un color, una luz», apunta Dreishpoon, que ya está volcado en el centenario de la artista, en 2026, con una gran retrospectiva en la National Gallery de Washington. Otra antológica capital para redescubrir la abstracción de Frankenthaler, un puente para ir más allá de Pollock, del color, de la propia pintura. De sí misma.
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