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  Libros  Cuando nombraron a Bernhard
Libros

Cuando nombraron a Bernhard

octubre 14, 2025
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No era únicamente severo, pues incorporaba Thomas Bernhard pequeñas dosis de comedia a la tragedia y así lograba que su desolación fuera más llevadera. Hasta que cedió y cuestionó la totalidad del Arte, algo que se percibe a la perfección en su libro póstumo, Maestros antiguos, del que acaba de aparecer una excepcional reedición de Aparicio Maydeu en la editorial Cátedra. Es la novela que estaba leyendo el jueves cuando supe que el Nobel de Literatura lo había ganado László Krasznahorkai y el jurado, al describir la tradición literaria a la que éste pertenecía, lo había señalado como “gran escritor épico de esa tradición centroeuropea que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard”.

Lejos de vivirlo como una intromisión nórdica en mi intimidad, sonreí al ver que nombraban a Bernhard (1931-1989). Lo recuerdo bien, fue el “momento Bernhard”. Como si pudiera sentirme en el centro del mundo, seguí leyendo la reedición de Maestros antiguos, capitaneada por una cita de Javier Marías ―que, como se sabe, o debería saberse, fue el gran introductor de Bernhard en España― y otra de George Steiner, bien orientadora también: “Existe, así lo creo, un cansancio esencial en el clima espiritual del fin del siglo XX”.

Ese cansancio, puntuado por el humor de Bernhard ―una esperpéntica colisión entre lo profundo y lo trivial―, recorre este libro traducido con su habitual genio por Miguel Saenz. Se ha dicho de Maestros antiguos que no tiene trama cuando la tiene, y muy intensa: Reger es alguien que escribe artículos para el Times, pero en Austria, su país, no es apreciado. Lleva años visitando el Kunsthistorisches Museum y ocupando el mismo asiento todos los días desentrañando errores en las pinturas de los Maestros Antiguos, especialmente frente al cuadro de Tintoretto Retrato de un hombre de barba blanca.

El cuadro de Tintoretto 'Retrato de un hombre de barba blanca', perteneciente a la Colección del archiduque Leopold Wilhelm, en el museo Kunsthistorisches de Viena.

Reger ha ido sobreviviendo gracias a su fe en el arte. Pero esa fe, después de tantos días de encontrarles errores a los clásicos, lógicamente se tambalea. Y más cuando Reger advierte que si el gran Arte no va a salvarle, nada le quedará, sólo la fatiga del clima espiritual que le rodea y que él ataca con dureza dirigiendo su cólera hacia su país, Austria, un Estado dominado durante siglos por los Habsburgo y que siempre despreció talentos como el suyo, aunque paradójicamente éste fuera a la par muy reconocido en el extranjero. En fin, que Reger no perdona a nadie, ni siquiera a los antiguos maestros, “estos asistentes falaces de la decoración religiosa de los señores católicos europeos”.

El jurado del Nobel ha distinguido muy justamente a Krasznahorkai “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Pero atención: en lo que respecta a la confianza en el poder del arte, en Bernhard siempre fue ambigua. De hecho, Maestros antiguos es una especie de enmienda a la totalidad del arte. “Todo es ridículo si se piensa en la muerte”, le dice Bernhard a Peter Hamm en ¿Le gusta ser malvado?, incapaz siquiera de reafirmar lo más elemental para seguir vivo: el poder del arte.

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 No era únicamente severo, pues incorporaba Thomas Bernhard pequeñas dosis de comedia a la tragedia y así lograba que su desolación fuera más llevadera. Hasta que cedió y cuestionó la totalidad del Arte, algo que se percibe a la perfección en su libro póstumo, Maestros antiguos, del que acaba de aparecer una excepcional reedición de Aparicio Maydeu en la editorial Cátedra. Es la novela que estaba leyendo el jueves cuando supe que el Nobel de Literatura lo había ganado László Krasznahorkai y el jurado, al describir la tradición literaria a la que éste pertenecía, lo había señalado como “gran escritor épico de esa tradición centroeuropea que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard”.Lejos de vivirlo como una intromisión nórdica en mi intimidad, sonreí al ver que nombraban a Bernhard (1931-1989). Lo recuerdo bien, fue el “momento Bernhard”. Como si pudiera sentirme en el centro del mundo, seguí leyendo la reedición de Maestros antiguos, capitaneada por una cita de Javier Marías ―que, como se sabe, o debería saberse, fue el gran introductor de Bernhard en España― y otra de George Steiner, bien orientadora también: “Existe, así lo creo, un cansancio esencial en el clima espiritual del fin del siglo XX”.Ese cansancio, puntuado por el humor de Bernhard ―una esperpéntica colisión entre lo profundo y lo trivial―, recorre este libro traducido con su habitual genio por Miguel Saenz. Se ha dicho de Maestros antiguos que no tiene trama cuando la tiene, y muy intensa: Reger es alguien que escribe artículos para el Times, pero en Austria, su país, no es apreciado. Lleva años visitando el Kunsthistorisches Museum y ocupando el mismo asiento todos los días desentrañando errores en las pinturas de los Maestros Antiguos, especialmente frente al cuadro de Tintoretto Retrato de un hombre de barba blanca. Reger ha ido sobreviviendo gracias a su fe en el arte. Pero esa fe, después de tantos días de encontrarles errores a los clásicos, lógicamente se tambalea. Y más cuando Reger advierte que si el gran Arte no va a salvarle, nada le quedará, sólo la fatiga del clima espiritual que le rodea y que él ataca con dureza dirigiendo su cólera hacia su país, Austria, un Estado dominado durante siglos por los Habsburgo y que siempre despreció talentos como el suyo, aunque paradójicamente éste fuera a la par muy reconocido en el extranjero. En fin, que Reger no perdona a nadie, ni siquiera a los antiguos maestros, “estos asistentes falaces de la decoración religiosa de los señores católicos europeos”. El jurado del Nobel ha distinguido muy justamente a Krasznahorkai “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Pero atención: en lo que respecta a la confianza en el poder del arte, en Bernhard siempre fue ambigua. De hecho, Maestros antiguos es una especie de enmienda a la totalidad del arte. “Todo es ridículo si se piensa en la muerte”, le dice Bernhard a Peter Hamm en ¿Le gusta ser malvado?, incapaz siquiera de reafirmar lo más elemental para seguir vivo: el poder del arte. Seguir leyendo  

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Columna

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El novelista austriáco fue una de las referencias del jurado del Nobel al distinguir al escritor László Krasznahorkai

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El autor austriaco Thomas Bernhard, en 1957.brandstaetter images (Getty Images)
Enrique Vila-Matas

No era únicamente severo, pues incorporaba Thomas Bernhard pequeñas dosis de comedia a la tragedia y así lograba que su desolación fuera más llevadera. Hasta que cedió y cuestionó la totalidad del Arte, algo que se percibe a la perfección en su libro póstumo, Maestros antiguos, del que acaba de aparecer una excepcional reedición de Aparicio Maydeu en la editorial Cátedra. Es la novela que estaba leyendo el jueves cuando supe que el Nobel de Literatura lo había ganado László Krasznahorkai y el jurado, al describir la tradición literaria a la que éste pertenecía, lo había señalado como “gran escritor épico de esa tradición centroeuropea que se extiende desde Kafka hasta Thomas Bernhard”.

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El cuadro de Tintoretto ‘Retrato de un hombre de barba blanca’, perteneciente a la Colección del archiduque Leopold Wilhelm, en el museo Kunsthistorisches de Viena.

Reger ha ido sobreviviendo gracias a su fe en el arte. Pero esa fe, después de tantos días de encontrarles errores a los clásicos, lógicamente se tambalea. Y más cuando Reger advierte que si el gran Arte no va a salvarle, nada le quedará, sólo la fatiga del clima espiritual que le rodea y que él ataca con dureza dirigiendo su cólera hacia su país, Austria, un Estado dominado durante siglos por los Habsburgo y que siempre despreció talentos como el suyo, aunque paradójicamente éste fuera a la par muy reconocido en el extranjero. En fin, que Reger no perdona a nadie, ni siquiera a los antiguos maestros, “estos asistentes falaces de la decoración religiosa de los señores católicos europeos”.

El jurado del Nobel ha distinguido muy justamente a Krasznahorkai “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Pero atención: en lo que respecta a la confianza en el poder del arte, en Bernhard siempre fue ambigua. De hecho, Maestros antiguos es una especie de enmienda a la totalidad del arte. “Todo es ridículo si se piensa en la muerte”, le dice Bernhard a Peter Hamm en ¿Le gusta ser malvado?, incapaz siquiera de reafirmar lo más elemental para seguir vivo: el poder del arte.

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Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas (1948). Narrador que mezcla ficción y ensayo. En su obra destacan ‘Historia abreviada de la literatura portátil’, ‘Bartleby y compañía’, ‘El mal de Montano’, ‘Kassel no invita a la lógica’, y ‘Montevideo’. Prix Médicis-Étranger, premio de la FIL Guadalajara, premio Formentor, premio Rómulo Gallegos. Traducido a 38 idiomas.

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