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  Cine  ‘El cuadro robado’: clasismo y resentimiento en torno a los girasoles de Egon Schiele
Cine

‘El cuadro robado’: clasismo y resentimiento en torno a los girasoles de Egon Schiele

julio 24, 2025
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Hace poco más de dos meses se estrenó en cines una película que venía a demostrar que una parte del mercado del arte, la de los descubrimientos tardíos, la de las obras maestras del pasado que se creían perdidas y que esperan en lugares insólitos —desvanes, paredes de salones de medio pelo, maletas con dobles fondos, museos oficiales, aunque con falsas atribuciones— a que algún avispado especialista o buscador de tesoros les declare una nueva vida tras permanecer en estado durmiente durante demasiado tiempo, tiene mucho de thriller, de intriga detectivesca, de espionaje, de confabulación, de apasionante relato de personajes esquivos. The Sleeper. El Caravaggio perdido, producción dirigida por Álvaro Longoria, ni siquiera tuvo la necesidad de convertirse en ficción para ser un entretenido juego de ambiciones y falsas pistas. Le bastó con ser un documental.

En un caso real en muchos sentidos parecido al de aquel Ecce Homo que llevaba tiempo habitando un hogar de clase alta de Madrid sin que se supiera que había sido pintado por la mano maestra del tenebrista italiano, en el año 2005 otro cuadro que se creía perdido para siempre, destruido por los nazis como uno más de los símbolos de lo que aquellos criminales bautizaron como arte degenerado, reapareció nada menos que en el sencillo hogar de una familia francesa de clase humilde y trabajadora: Los girasoles marchitos (Otoño verano II), de Egon Schiele.

La historia real de este hallazgo también podría haberse llevado al cine en forma de thriller. Sin embargo, Pascal Bonitzer, su guionista y director, teniendo en cuenta las implicaciones históricas del caso y las artísticas del cuadro, ha preferido llevarlo a un terreno quizá menos comercial pero igualmente interesante: el del cine político en torno al poder y a la conciencia de clase. El cuadro robado es básicamente una película sobre el clasismo.

Alex Lutz, en 'El cuadro robado'.

Rodeando el caso real con algunos adornos casi folletinescos, relacionados siempre con la conciencia moral de clase, establecidos en torno a las historias personales de dos de sus personajes protagonistas —un empleado de la casa de subastas Scottie’s, claro trasunto de Christie’s, y su nueva becaria—, Bonitzer establece una reflexión acerca de dos actitudes de peliagudas espinas morales, y que a veces aparecen conjuntamente en personas inquietantes: el resentimiento, y el fingimiento. Los seres humanos resentidos, y que además simulan lo que no son, suelen convertirse en una bomba de relojería social. De este modo, sobre todo en su primera mitad, la película parece poblada por hombres y mujeres a los que dan ganas de abofetear casi con cada frase que sueltan.

Bonitzer, tipo listo, habla de la falsa elegancia, de inspiraciones, de historias del pasado que nunca acaban de gangrenar el presente, de artimañas para encubrir unas raíces de las que no enorgullecerse, y de la vergüenza como herida perpetua. Y nada de esto es baladí, porque asimismo son el intríngulis que rodea al cuadro de Schiele, pintor también atormentado por las circunstancias históricas que le tocó vivir, y en eterna crisis de identidad y fragilidad. Mientras, enfrente de todos ellos, un chico joven que solo quiere trabajar en su fábrica, charlar con sus amigos y vivir una existencia en paz moral con los suyos. Sin debate alguno de autenticidad: ni personal, ni artística.

Desgraciadamente, Bonitzer sucumbe en el último tercio a un par de revueltas de guion que pretenden ser sorprendentes, pero que solo emborronan, y a algún parche de moderna política de género que nada aporta y que solo parece surgir como cuota de diversidad. Aunque, ya en el último trecho, acaba recuperando bien las esencias de su película: los girasoles de Schiele, émulos conscientes de los de Van Gogh, marchitados por el horror de su tiempo (la naturaleza muerta, la Europa muerta); y el enfrentamiento entre el comercio económico del arte y el comercio moral de las vidas. Aun así, queda una manchita más: ¿por qué es una película tan escasamente artística, por qué se muestra tan poco y tan mal la pintura de Schiele?

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 Aun teniendo en cuenta las implicaciones históricas del caso y artísticas del cuadro, el director Pascal Bonitzer ha optado por el cine político en torno al poder  

crítica de cine
Crítica

Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Aun teniendo en cuenta las implicaciones históricas del caso y artísticas del cuadro, el director Pascal Bonitzer ha optado por el cine político en torno al poder

Tráiler de la película ‘Un cuadro robado’

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01:44

Tráiler de la película ‘Un cuadro robado’

Alex Lutz y Léa Drucker, en ‘El cuadro robado’.Vídeo: VERCINE
Javier Ocaña

Hace poco más de dos meses se estrenó en cines una película que venía a demostrar que una parte del mercado del arte, la de los descubrimientos tardíos, la de las obras maestras del pasado que se creían perdidas y que esperan en lugares insólitos —desvanes, paredes de salones de medio pelo, maletas con dobles fondos, museos oficiales, aunque con falsas atribuciones— a que algún avispado especialista o buscador de tesoros les declare una nueva vida tras permanecer en estado durmiente durante demasiado tiempo, tiene mucho de thriller, de intriga detectivesca, de espionaje, de confabulación, de apasionante relato de personajes esquivos. The Sleeper. El Caravaggio perdido, producción dirigida por Álvaro Longoria, ni siquiera tuvo la necesidad de convertirse en ficción para ser un entretenido juego de ambiciones y falsas pistas. Le bastó con ser un documental.

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La historia real de este hallazgo también podría haberse llevado al cine en forma de thriller. Sin embargo, Pascal Bonitzer, su guionista y director, teniendo en cuenta las implicaciones históricas del caso y las artísticas del cuadro, ha preferido llevarlo a un terreno quizá menos comercial pero igualmente interesante: el del cine político en torno al poder y a la conciencia de clase. El cuadro robado es básicamente una película sobre el clasismo.

Alex Lutz, en 'El cuadro robado'.
Alex Lutz, en ‘El cuadro robado’.
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Bonitzer, tipo listo, habla de la falsa elegancia, de inspiraciones, de historias del pasado que nunca acaban de gangrenar el presente, de artimañas para encubrir unas raíces de las que no enorgullecerse, y de la vergüenza como herida perpetua. Y nada de esto es baladí, porque asimismo son el intríngulis que rodea al cuadro de Schiele, pintor también atormentado por las circunstancias históricas que le tocó vivir, y en eterna crisis de identidad y fragilidad. Mientras, enfrente de todos ellos, un chico joven que solo quiere trabajar en su fábrica, charlar con sus amigos y vivir una existencia en paz moral con los suyos. Sin debate alguno de autenticidad: ni personal, ni artística.

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‘El cuadro robado’

Dirección: Pascal Bonitzer.

Intérpretes: Alex Lutz, Léa Drucker, Louise Chevillotte, Nora Hamzawi.

Género: drama. Francia, 2024.

Duración: 91 minutos.

Estreno: 24 de julio.

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Sobre la firma

Javier Ocaña

Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de ‘Hoy por hoy’, en la SER y de ‘Historia de nuestro cine’, en La2 de TVE. Autor de ‘De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos’. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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François Civil, en 'La acusación'.

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