<p class=»ue-c-article__paragraph»>De los grandes compositores de la historia se ha dicho de todo, y no siempre bueno. Basta con asomarse a las hemerotecas para comprobar la magnitud y el ingenio de los <strong>vituperios proferidos por los críticos</strong> con motivo del estreno de alguna obra cuya calidad hoy nadie se atrevería a cuestionar. Puccini, por supuesto, no fue ninguna excepción, aunque su caso sigue siendo <strong>objeto de estudio</strong> desde la perspectiva inverosímil de un fenómeno musical que se mueve entre la aceptación más entusiasta del público y la falta de consenso de los académicos a la hora de calibrar los <strong>muchos méritos</strong> y hasta el prestigio de unas óperas que siguen llenando los teatros de todo el mundo.</p>
Este mes se cumplen cien años de la muerte de Giacomo Puccini, el último gigante de la ópera italiana. Llamado a heredar el trono de Verdi, su estilo popular se instrumentalizó políticamente e irritó a parte de la academia, que le consideraba «blando», «sentimental» y «burgués»
De los grandes compositores de la historia se ha dicho de todo, y no siempre bueno. Basta con asomarse a las hemerotecas para comprobar la magnitud y el ingenio de los vituperios proferidos por los críticos con motivo del estreno de alguna obra cuya calidad hoy nadie se atrevería a cuestionar. Puccini, por supuesto, no fue ninguna excepción, aunque su caso sigue siendo objeto de estudio desde la perspectiva inverosímil de un fenómeno musical que
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