Hay un momento en esa novela cumbre sobre amor y desamor titulada Las Palabras de la Noche en que Tomassino, el amante de Elsa, la narradora y protagonista, le suelta a esta una frase aterradora: “Antes te decía todo lo que se me pasaba por la cabeza. Ya no. Lo que voy pensando me lo cuento un poco a mí mismo y luego lo entierro”. La mayor prueba de que lo suyo está acabado es que ha muerto entre ambos el placentero deporte del debate, ese que da ganas de seguir paseando juntos. Pero incluso la pelota de la controversia se le ha caído de las manos. Nada de discutir hasta altas horas de la madrugada haciendo reproches. Él comunica su desamor diciendo precisamente que no tiene ganas de comunicarse.
La expresión quedarse sin palabras suele asimilarse a un estado de estupefacción optimista pero también es algo muy relacionado con el desencanto más pesimista. Si lo piensan, el desamor de pareja se parece mucho a la desafección política. El símil no requiere una cátedra en la Universidad de Siena ni haber leído a Natalia Ginzburg (la autora de la novela que menciono; se la recomiendo fervorosamente): los enamorados son los electores; los pretendientes, los partidos. Los votos se renuevan, valga la redundancia, votando. Y una relación como esa está tocada de muerte cuando los votantes pierden el interés en el debate y la oportunidad de ejercer su derecho empieza a resultarles indiferente, incluso molesta. Hace falta ser muy iluso para no aceptar que el espectáculo deplorable de ytumases que los dos principales partidos de la democracia española están ofreciendo este verano desenamora hasta al más entregado. Un día te enciendes defendiendo a unos, otro día te sorprendes apoyando a otros y cuando ya no hay más que decir se abre un vacío que muchos rellenarán con lo primero que pase. Continúa Tomassino: “A veces una persona, en un momento determinado, ya no quiere enfrentarse ni con su alma”. Y justo ahí es cuando suceden los desastres.
Hay un momento en esa novela cumbre sobre amor y desamor titulada Las Palabras de la Noche en que Tomassino, el amante de Elsa, la narradora y protagonista, le suelta a esta una frase aterradora: “Antes te decía todo lo que se me pasaba por la cabeza. Ya no. Lo que voy pensando me lo cuento un poco a mí mismo y luego lo entierro”. La mayor prueba de que lo suyo está acabado es que ha muerto entre ambos el placentero deporte del debate, ese que da ganas de seguir paseando juntos. Pero incluso la pelota de la controversia se le ha caído de las manos. Nada de discutir hasta altas horas de la madrugada haciendo reproches. Él comunica su desamor diciendo precisamente que no tiene ganas de comunicarse. La expresión quedarse sin palabras suele asimilarse a un estado de estupefacción optimista pero también es algo muy relacionado con el desencanto más pesimista. Si lo piensan, el desamor de pareja se parece mucho a la desafección política. El símil no requiere una cátedra en la Universidad de Siena ni haber leído a Natalia Ginzburg (la autora de la novela que menciono; se la recomiendo fervorosamente): los enamorados son los electores; los pretendientes, los partidos. Los votos se renuevan, valga la redundancia, votando. Y una relación como esa está tocada de muerte cuando los votantes pierden el interés en el debate y la oportunidad de ejercer su derecho empieza a resultarles indiferente, incluso molesta. Hace falta ser muy iluso para no aceptar que el espectáculo deplorable de ytumases que los dos principales partidos de la democracia española están ofreciendo este verano desenamora hasta al más entregado. Un día te enciendes defendiendo a unos, otro día te sorprendes apoyando a otros y cuando ya no hay más que decir se abre un vacío que muchos rellenarán con lo primero que pase. Continúa Tomassino: “A veces una persona, en un momento determinado, ya no quiere enfrentarse ni con su alma”. Y justo ahí es cuando suceden los desastres. Seguir leyendo
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El espectáculo deplorable de ‘ytumases’ que los dos principales partidos de la democracia española están ofreciendo este verano desenamora hasta al más entregado


Hay un momento en esa novela cumbre sobre amor y desamor titulada Las Palabras de la Noche en que Tomassino, el amante de Elsa, la narradora y protagonista, le suelta a esta una frase aterradora: “Antes te decía todo lo que se me pasaba por la cabeza. Ya no. Lo que voy pensando me lo cuento un poco a mí mismo y luego lo entierro”. La mayor prueba de que lo suyo está acabado es que ha muerto entre ambos el placentero deporte del debate, ese que da ganas de seguir paseando juntos. Pero incluso la pelota de la controversia se le ha caído de las manos. Nada de discutir hasta altas horas de la madrugada haciendo reproches. Él comunica su desamor diciendo precisamente que no tiene ganas de comunicarse.
La expresión quedarse sin palabras suele asimilarse a un estado de estupefacción optimista pero también es algo muy relacionado con el desencanto más pesimista. Si lo piensan, el desamor de pareja se parece mucho a la desafección política. El símil no requiere una cátedra en la Universidad de Siena ni haber leído a Natalia Ginzburg (la autora de la novela que menciono; se la recomiendo fervorosamente): los enamorados son los electores; los pretendientes, los partidos. Los votos se renuevan, valga la redundancia, votando. Y una relación como esa está tocada de muerte cuando los votantes pierden el interés en el debate y la oportunidad de ejercer su derecho empieza a resultarles indiferente, incluso molesta. Hace falta ser muy iluso para no aceptar que el espectáculo deplorable de ytumases que los dos principales partidos de la democracia española están ofreciendo este verano desenamora hasta al más entregado. Un día te enciendes defendiendo a unos, otro día te sorprendes apoyando a otros y cuando ya no hay más que decir se abre un vacío que muchos rellenarán con lo primero que pase. Continúa Tomassino: “A veces una persona, en un momento determinado, ya no quiere enfrentarse ni con su alma”. Y justo ahí es cuando suceden los desastres.
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Sobre la firma

Licenciada en Periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en consumo y cultura de masas. Comenzó en Diario de León y en La Voz de Galicia. Autora de ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España’ (Blackie Books). Siempre lee los comentarios.
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