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  Arte  El museo mutante de Sergio Prego
Arte

El museo mutante de Sergio Prego

julio 26, 2025
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No importa demasiado de qué depende la escultura hoy, pero seguro que no se trata de volumen, peso y equilibrio. Su gran transformación en los últimos 100 años es el paso de una forma cerrada a una abierta, de un repertorio tradicional (un rostro, un torso, un cuerpo entero) a un conjunto de códigos expresivos, yuxtaposiciones de tiempos, espacios y dimensiones que además conceden libertad al público para que, en lugar de observar distraídamente la obra, se comporte él mismo como una arquitectura viva, valiéndose —si fuera el caso— de otros objetos o tecnologías coreográficas.

Surgen así cuestiones nuevas y trascendentales para entender esa impresionante odisea de un medio del que, sin exagerar mucho, se puede afirmar que es su autor el que crea al espectador ideal. A saber, ¿de qué modo existen nuestros cuerpos en el contexto escultórico? ¿Cómo relacionar formalismo con acción corporal? ¿Dónde termina la performatividad del visitante y qué le diferencia de ser público masivo o audiencia? Y una última, no menos importante: ¿cómo construimos belleza?

Ningún artista que trabaje con estos interrogantes puede ser constreñido a las salas duras e imperturbables de un museo clásico. A no ser que ese museo esté en proceso de metamorfosis, como es el caso del Bellas Artes de Bilbao. Estimulado por la renovación de las salas del edificio antiguo, que reabrirán el próximo otoño, y su ensanchamiento en la cubierta con la galería Agravitas (diseñada por Norman Foster y Luis María Uriarte), la institución prevé convertirse en mariposa en 2026. Y es este impasse lo que ha permitido a su director, Miguel Zugaza, cuestionar y ampliar a través de pequeñas exposiciones de fondos, préstamos y proyectos específicos, las nociones relacionadas con la obra de arte, la autoría, la interpretación, el género, la técnica y la producción.

Sergio Prego. 'Trece a Centauro', (2022).

El artista escogido para este propósito es el donostiarra Sergio Prego (1969), afincado en Nueva York, quien continua exhibiendo su confianza en las posibilidades de la experimentación escultórica con una propuesta imbatible formal y conceptualmente, igualando su poder alegórico sobre el cuestionamiento de la institución. Instalada desde 2022 en las salas desalojadas del edificio de 1945, su trabajo toma el título del relato de ciencia ficción Trece a Centauro, de J. G. Ballard, que trata de un experimento en el que las vidas de 13 personas y un médico —que se ocupa del seguimiento psicológico del grupo— discurren absolutamente aisladas en una cúpula simulando las condiciones de un viaje hacia el espacio interestelar para alcanzar la estrella Alpha Centauri.

Para la intervención más visible, Prego crea un ready-made expandido que parte de un elemento simple de la geometría plástica, el tetraedro. Catorce módulos inflables adquieren esta forma poliédrica a modo de diafragmas masivos que ocupan las diez salas contiguas del museo. Suspendidas en la pared, las membranas se conectan entre ellas por aristas de aluminio soldadas y cosidas a los bordes con remaches. Seis son de un blanco translúcido, las de la otra mitad paralela son negras. A pesar de su aspecto gaseoso, son materia evidente que ocupa la mitad del ancho de las salas. Tocarlas es rozar también la frontera de nuestro cuerpo con ese otro que nos atrae tanto como nos expulsa.

La segunda obra, Todo el día y la noche, se disemina entre las paredes enfrentadas a los hinchables y el vestíbulo del museo, y está compuesta de copias fotográficas de dos pinturas-objeto de Miren Arenzana y un óleo de Lucas Cranach (su magnífica Lucrecia, de 1553, envuelta en sensuales transparencias, blandiendo una daga). A duras penas se las reconoce tras las vitrinas de plástico, dispuestas a modo de veladuras entre dos mundos contrastados: sublimación y paz, frente al accidente y la líbido. En otra sala cuelgan de forma casual los dibujos de estilo manga que parecen hechos a mano alzada pero que han sido generados por el programa de diseño AutoCAD. Son el recuerdo de lo humano enraizado en la síntesis de la memoria digital.

Todo el conjunto estimula a pensar demasiado rápido en las metáforas que evoca: tensión, vaciamiento, ocupación, resistencia, materialidad… o profilaxis. Más pausadamente, Trece a Centauro trataría de una alternativa utópica de la escultura capaz de compensar esa zozobra inducida por la industria cultural donde el museo es un engranaje más. Estructurada con los mismos rasgos de ese mal sueño espacial de Ballard que cuestiona la idea de progreso, el propósito del artista de dar forma a un espacio imaginario con medios artesanales y baratos da pie a que el visitante fantasee con ocupar ficticiamente un espacio flotante dentro de lo que en el futuro cercano será esa institución avanzada, coronada por su módulo cristalino que nunca decae. No es crítica institucional, pero se le parece.

Sin ir mucho más lejos, la sala Film & Video del Guggenheim Bilbao presenta muy oportunamente la exposición You, también con obras de Sergio Prego en diálogo con las de Vito Acconci, que subrayan las muchas hebras entretejidas del artista estadounidense (1940-2017) con el escultor vasco, quien trabajó en su estudio entre 1996 y 2002. De Acconci se han seleccionado sus vídeos de los setenta sobre la autoenajenación y el masoquismo (Encender, Tres estudios de adaptación), proyectados sobre una vitrina hinchada.

En el espacio que da acceso al cubo negro, cuatro monitores reproducen las acciones de Prego sobre lo privado y lo público urdidos en su estudio y también en las calles (Cowboy se arrastra con inercia, 2003), mientras al fondo reverbera la pieza sonora Cinta corriendo (1969) de Acconci. Prego es su epígono, no un sucesor colonizado, y esto es lo verdaderamente resonante de este diálogo ideado por el comisario Manuel Cirauqui, en lo que últimamente parece su compromiso de investigación integradora entre el arte internacional y la creación vasca. En su esfuerzo por lograr una escala ambiciosa casi de la nada, Prego ha cosechado su marca autográfica del arte. Y esto, en nuestra cultura contagiada de trivialidad, no tiene precio.

‘Sergio Prego. Trece a Centauro’. Museo de Bellas Artes. Bilbao. Hasta el 30 de septiembre.

‘Vito Acconci / Sergio Prego: You’. Guggenheim Bilbao. Hasta el 7 de septiembre.

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A saber, ¿de qué modo existen nuestros cuerpos en el contexto escultórico? ¿Cómo relacionar formalismo con acción corporal? ¿Dónde termina la performatividad del visitante y qué le diferencia de ser público masivo o audiencia? Y una última, no menos importante: ¿cómo construimos belleza?Ningún artista que trabaje con estos interrogantes puede ser constreñido a las salas duras e imperturbables de un museo clásico. A no ser que ese museo esté en proceso de metamorfosis, como es el caso del Bellas Artes de Bilbao. Estimulado por la renovación de las salas del edificio antiguo, que reabrirán el próximo otoño, y su ensanchamiento en la cubierta con la galería Agravitas (diseñada por Norman Foster y Luis María Uriarte), la institución prevé convertirse en mariposa en 2026. Y es este impasse lo que ha permitido a su director, Miguel Zugaza, cuestionar y ampliar a través de pequeñas exposiciones de fondos, préstamos y proyectos específicos, las nociones relacionadas con la obra de arte, la autoría, la interpretación, el género, la técnica y la producción. El artista escogido para este propósito es el donostiarra Sergio Prego (1969), afincado en Nueva York, quien continua exhibiendo su confianza en las posibilidades de la experimentación escultórica con una propuesta imbatible formal y conceptualmente, igualando su poder alegórico sobre el cuestionamiento de la institución. Instalada desde 2022 en las salas desalojadas del edificio de 1945, su trabajo toma el título del relato de ciencia ficción Trece a Centauro, de J. G. Ballard, que trata de un experimento en el que las vidas de 13 personas y un médico —que se ocupa del seguimiento psicológico del grupo— discurren absolutamente aisladas en una cúpula simulando las condiciones de un viaje hacia el espacio interestelar para alcanzar la estrella Alpha Centauri. Para la intervención más visible, Prego crea un ready-made expandido que parte de un elemento simple de la geometría plástica, el tetraedro. Catorce módulos inflables adquieren esta forma poliédrica a modo de diafragmas masivos que ocupan las diez salas contiguas del museo. Suspendidas en la pared, las membranas se conectan entre ellas por aristas de aluminio soldadas y cosidas a los bordes con remaches. Seis son de un blanco translúcido, las de la otra mitad paralela son negras. A pesar de su aspecto gaseoso, son materia evidente que ocupa la mitad del ancho de las salas. Tocarlas es rozar también la frontera de nuestro cuerpo con ese otro que nos atrae tanto como nos expulsa. La segunda obra, Todo el día y la noche, se disemina entre las paredes enfrentadas a los hinchables y el vestíbulo del museo, y está compuesta de copias fotográficas de dos pinturas-objeto de Miren Arenzana y un óleo de Lucas Cranach (su magnífica Lucrecia, de 1553, envuelta en sensuales transparencias, blandiendo una daga). A duras penas se las reconoce tras las vitrinas de plástico, dispuestas a modo de veladuras entre dos mundos contrastados: sublimación y paz, frente al accidente y la líbido. En otra sala cuelgan de forma casual los dibujos de estilo manga que parecen hechos a mano alzada pero que han sido generados por el programa de diseño AutoCAD. Son el recuerdo de lo humano enraizado en la síntesis de la memoria digital.Todo el conjunto estimula a pensar demasiado rápido en las metáforas que evoca: tensión, vaciamiento, ocupación, resistencia, materialidad… o profilaxis. Más pausadamente, Trece a Centauro trataría de una alternativa utópica de la escultura capaz de compensar esa zozobra inducida por la industria cultural donde el museo es un engranaje más. Estructurada con los mismos rasgos de ese mal sueño espacial de Ballard que cuestiona la idea de progreso, el propósito del artista de dar forma a un espacio imaginario con medios artesanales y baratos da pie a que el visitante fantasee con ocupar ficticiamente un espacio flotante dentro de lo que en el futuro cercano será esa institución avanzada, coronada por su módulo cristalino que nunca decae. No es crítica institucional, pero se le parece. Sin ir mucho más lejos, la sala Film & Video del Guggenheim Bilbao presenta muy oportunamente la exposición You, también con obras de Sergio Prego en diálogo con las de Vito Acconci, que subrayan las muchas hebras entretejidas del artista estadounidense (1940-2017) con el escultor vasco, quien trabajó en su estudio entre 1996 y 2002. De Acconci se han seleccionado sus vídeos de los setenta sobre la autoenajenación y el masoquismo (Encender, Tres estudios de adaptación), proyectados sobre una vitrina hinchada. En el espacio que da acceso al cubo negro, cuatro monitores reproducen las acciones de Prego sobre lo privado y lo público urdidos en su estudio y también en las calles (Cowboy se arrastra con inercia, 2003), mientras al fondo reverbera la pieza sonora Cinta corriendo (1969) de Acconci. Prego es su epígono, no un sucesor colonizado, y esto es lo verdaderamente resonante de este diálogo ideado por el comisario Manuel Cirauqui, en lo que últimamente parece su compromiso de investigación integradora entre el arte internacional y la creación vasca. En su esfuerzo por lograr una escala ambiciosa casi de la nada, Prego ha cosechado su marca autográfica del arte. Y esto, en nuestra cultura contagiada de trivialidad, no tiene precio. ‘Sergio Prego. Trece a Centauro’. Museo de Bellas Artes. Bilbao. 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Surgen así cuestiones nuevas y trascendentales para entender esa impresionante odisea de un medio del que, sin exagerar mucho, se puede afirmar que es su autor el que crea al espectador ideal. A saber, ¿de qué modo existen nuestros cuerpos en el contexto escultórico? ¿Cómo relacionar formalismo con acción corporal? ¿Dónde termina la performatividad del visitante y qué le diferencia de ser público masivo o audiencia? Y una última, no menos importante: ¿cómo construimos belleza?

Ningún artista que trabaje con estos interrogantes puede ser constreñido a las salas duras e imperturbables de un museo clásico. A no ser que ese museo esté en proceso de metamorfosis, como es el caso del Bellas Artes de Bilbao. Estimulado por la renovación de las salas del edificio antiguo, que reabrirán el próximo otoño, y su ensanchamiento en la cubierta con la galería Agravitas (diseñada por Norman Foster y Luis María Uriarte), la institución prevé convertirse en mariposa en 2026. Y es este impasse lo que ha permitido a su director, Miguel Zugaza, cuestionar y ampliar a través de pequeñas exposiciones de fondos, préstamos y proyectos específicos, las nociones relacionadas con la obra de arte, la autoría, la interpretación, el género, la técnica y la producción.

Sergio Prego. 'Trece a Centauro', (2022).

El artista escogido para este propósito es el donostiarra Sergio Prego (1969), afincado en Nueva York, quien continua exhibiendo su confianza en las posibilidades de la experimentación escultórica con una propuesta imbatible formal y conceptualmente, igualando su poder alegórico sobre el cuestionamiento de la institución. Instalada desde 2022 en las salas desalojadas del edificio de 1945, su trabajo toma el título del relato de ciencia ficción Trece a Centauro, de J. G. Ballard, que trata de un experimento en el que las vidas de 13 personas y un médico —que se ocupa del seguimiento psicológico del grupo— discurren absolutamente aisladas en una cúpula simulando las condiciones de un viaje hacia el espacio interestelar para alcanzar la estrella Alpha Centauri.

Para la intervención más visible, Prego crea un ready-made expandido que parte de un elemento simple de la geometría plástica, el tetraedro. Catorce módulos inflables adquieren esta forma poliédrica a modo de diafragmas masivos que ocupan las diez salas contiguas del museo. Suspendidas en la pared, las membranas se conectan entre ellas por aristas de aluminio soldadas y cosidas a los bordes con remaches. Seis son de un blanco translúcido, las de la otra mitad paralela son negras. A pesar de su aspecto gaseoso, son materia evidente que ocupa la mitad del ancho de las salas. Tocarlas es rozar también la frontera de nuestro cuerpo con ese otro que nos atrae tanto como nos expulsa.

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