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  Libros  ‘El niño de la tula’: el libro sobre el menor coreano que escapó de la guerra en una bolsa de viaje del Batallón Colombia
Libros

‘El niño de la tula’: el libro sobre el menor coreano que escapó de la guerra en una bolsa de viaje del Batallón Colombia

junio 28, 2025
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Era un secreto a voces, murmurado a lo largo de siete décadas. La historia irresuelta del niño coreano que llegó a Colombia escondido en la tula (bolsa de viaje) de un soldado que combatió en la Guerra de Corea, como si fuera una mercancía de contrabando, obsesionó a Andrés Sanín. El periodista quiso saber más sobre la odisea de esta “operación de rescate” y sobre qué había sido de la vida de ese niño, cuya identidad se había partido en dos mundos. De esa investigación nace El niño de la tula (Planeta, 2025), un libro de no ficción que se adentra en una de las más grandes intimidades del Batallón Colombia.

A la historia, que muchas veces creyó que era un mito, llegó por azar. “Yo me encontraba haciendo el reportaje de un veterano de la guerra que había tomado varias fotos estando en Corea. Antes de conocerlo, leí un artículo que mencionaba brevemente la existencia de este niño. La cosa me sonó surrealista”, explica Sanín (Bogotá, 45 años) por videollamada desde Washington, en donde vive hace un año. Ese veterano le confirmó que todo era verdad: un compañero suyo, llamado Aureliano Gallón, había sacado de su país a un menor —de unos siete u ocho años— para “rescatarlo” de la guerra. Sanín aún no sabe si calificarlo como un rescate, un contrabando o, incluso, un secuestro. Una vez en Colombia, Gallón adoptó al niño y lo llamó Carlos Arturo.

Allí comenzó una búsqueda, no sin varios obstáculos, para saber qué había sido del menor. Algunos medios de comunicación, como El Tiempo y El Espectador, recopilaron algunas pistas en su momento. El niño se convirtió en adulto y sirvió como soldado en el Ejército colombiano. Se casó y tuvo dos hijos. Con esta información de base, Sanín comenzó a preguntarles a los veteranos que acompañaron a Gallón en el barco en el que regresó el Batallón Colombia después de combatir en Corea. “Ese fue el primer obstáculo. Había una distancia temporal muy amplia, sumada al estado psicológico de muchos de ellos, que llegaron con traumas que los llevaron a evadir recuerdos y hasta dudar de su propia realidad”, sostiene.

Un artículo del periódico 'El Espectador' acerca del caso del niño coreano llevado a Colombia.

Por suerte, Sanín dio, gracias al apoyo de la Asociación Colombiana de Veteranos de la Guerra de Corea (Ascove), con Ramón Rojas, un exmilitar que tenía varias de las respuestas a sus preguntas. “Fue el que más se atrevió a hablarme y con gran sinceridad. Esta historia se suele prestar para romantizarla: el cuento de unos soldados que salvaron a un niño del hambre y otras vejaciones, y colorín colorado. Pero no es tan sencillo. Estas personas lo condenaron a vivir otro tipo de violencias en Colombia y a exponerse al desarraigo y a siempre vivir dividido”, asegura.

Fue gracias a Rojas que el periodista se puso en contacto con Yunc, el hijo de Carlos Arturo. Estaba, así, a solo una persona de dar con el niño de la tula. Pero, para su pesar, había llegado tarde. Carlos Arturo había fallecido. La historia ya no la podía contar a través de su protagonista, sino a través de su hijo. “Él vio mi interés en el caso y poco a poco se fue abriendo, cosa que le costaba mucho. Comenzamos a reconstruir la historia del padre y él mismo ni siquiera tenía todas las fichas del rompecabezas”, indica Sanín, que, pese a todos los contratiempos, asegura que nunca se rindió. “Si no la contaba yo, esta historia no la iba a contar nadie. Este es un homenaje que quería hacerle a la guerra olvidada y a un personaje olvidado”.

Andrés Sanín, escritor del libro ‘El niño de la tula’.

El libro está contado en tres tiempos. Uno de ellos, en el presente, detalla ese proceso de restauración de la memoria: el rastreo en las hemerotecas de los periódicos y del propio archivo personal que había dejado Carlos Arturo: cartas, fotos y documentos. Gran parte de esta recopilación se hizo durante la cuarentena de 2020. “Me sentía una especie de detective. Tenía una tabla con fotos, unidas por un hilo rojo. Fue un refugio para mí durante ese tiempo”.

En paralelo, Sanín se adentra en la Corea de 1953, a la que llegaron más de 5.000 soldados para integrar el Batallón Colombia con el fin de combatir a los norcoreanos y chinos, que querían implementar el sistema comunista al otro lado de la frontera. Mediante entrevistas con Rojas y otros veteranos que siguen con vida, el autor reconstruyó momentos clave: la batalla de Old Baldy, los primeros contactos de los militares con el niño coreano (no hay una versión única sobre cómo encontró Gallón al menor) y la compleja operación para esconderlo en su regreso a Colombia.

La tercera línea temporal sucede a finales de los noventa, durante la semana en la que Carlos Arturo regresa a Corea del Sur, 50 años después. La cadena pública de televisión surcoreana, la KBS, descubrió su historia y quiso llevarlo a su país con la esperanza de que el hombre —nacido con el nombre Yung Ucheol, según las versiones más fidedignas— pudiera reencontrarse con su familia de sangre.

Carlos Arturo Gallón en el Ejército colombiano.

Sanín admite que el libro “fue un triunfo con sabor a derrota, como la misma Guerra de Corea”. Mientras que, por un lado, construyó como nadie más lo había hecho la historia de Carlos Arturo, con decenas de fuentes y una larga investigación de archivos, considera que aún son muchos los parches que ni su texto puede cubrir. “Siento que todavía hay cabos sueltos y un montón de trabajo por hacer. En un momento tuve hasta la idea de montarme a un avión e irme hasta Corea, pero en algún momento tenía que encontrar un final”, apunta. Desde la idea de escribir este libro hasta su publicación, el pasado febrero, pasaron cinco años.

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Para rellenar esos vacíos en la historia, Sanín usa una herramienta que suele ser censurada en el periodismo: la imaginación. “Yo, además de periodista, soy abogado y tengo un doctorado en literatura, entonces me muevo en distintos códigos. Quise enfrentar mis propios límites y usar la imaginación y las hipótesis para cubrir esos vacíos. Sigue siendo un libro de no ficción, pero me hizo entender que no todo tiene que ser blanco y negro”, sugiere.

Pese a estas cuentas pendientes, el autor está seguro de que el volumen abre una discusión “muy necesaria” en Colombia sobre la violencia y las heridas que esta deja, como las que tuvo Carlos Arturo en su momento y que se replican en su hijo, Yunc. “Somos sujetos frágiles y, aun así, nos seguimos dividiendo en líneas invisibles, como el Paralelo 38. Este caso no trata solo de la guerra, sino de los ecos que esta reproduce en las familias, también en el presente”, resume.

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 Andrés Sanín escribe una reconstrucción del caso del coreano que fue “rescatado” hace más de 70 años por un soldado colombiano  

Era un secreto a voces, murmurado a lo largo de siete décadas. La historia irresuelta del niño coreano que llegó a Colombia escondido en la tula (bolsa de viaje) de un soldado que combatió en la Guerra de Corea, como si fuera una mercancía de contrabando, obsesionó a Andrés Sanín. El periodista quiso saber más sobre la odisea de esta “operación de rescate” y sobre qué había sido de la vida de ese niño, cuya identidad se había partido en dos mundos. De esa investigación nace El niño de la tula (Planeta, 2025), un libro de no ficción que se adentra en una de las más grandes intimidades del Batallón Colombia.

A la historia, que muchas veces creyó que era un mito, llegó por azar. “Yo me encontraba haciendo el reportaje de un veterano de la guerra que había tomado varias fotos estando en Corea. Antes de conocerlo, leí un artículo que mencionaba brevemente la existencia de este niño. La cosa me sonó surrealista”, explica Sanín (Bogotá, 45 años) por videollamada desde Washington, en donde vive hace un año. Ese veterano le confirmó que todo era verdad: un compañero suyo, llamado Aureliano Gallón, había sacado de su país a un menor —de unos siete u ocho años— para “rescatarlo” de la guerra. Sanín aún no sabe si calificarlo como un rescate, un contrabando o, incluso, un secuestro. Una vez en Colombia, Gallón adoptó al niño y lo llamó Carlos Arturo.

Allí comenzó una búsqueda, no sin varios obstáculos, para saber qué había sido del menor. Algunos medios de comunicación, como El Tiempo y El Espectador, recopilaron algunas pistas en su momento. El niño se convirtió en adulto y sirvió como soldado en el Ejército colombiano. Se casó y tuvo dos hijos. Con esta información de base, Sanín comenzó a preguntarles a los veteranos que acompañaron a Gallón en el barco en el que regresó el Batallón Colombia después de combatir en Corea. “Ese fue el primer obstáculo. Había una distancia temporal muy amplia, sumada al estado psicológico de muchos de ellos, que llegaron con traumas que los llevaron a evadir recuerdos y hasta dudar de su propia realidad”, sostiene.

Un artículo del periódico 'El Espectador' acerca del caso del niño coreano llevado a Colombia.
Un artículo del periódico ‘El Espectador’ acerca del caso del niño coreano llevado a Colombia.Archivo Personal

Por suerte, Sanín dio, gracias al apoyo de la Asociación Colombiana de Veteranos de la Guerra de Corea (Ascove), con Ramón Rojas, un exmilitar que tenía varias de las respuestas a sus preguntas. “Fue el que más se atrevió a hablarme y con gran sinceridad. Esta historia se suele prestar para romantizarla: el cuento de unos soldados que salvaron a un niño del hambre y otras vejaciones, y colorín colorado. Pero no es tan sencillo. Estas personas lo condenaron a vivir otro tipo de violencias en Colombia y a exponerse al desarraigo y a siempre vivir dividido”, asegura.

Fue gracias a Rojas que el periodista se puso en contacto con Yunc, el hijo de Carlos Arturo. Estaba, así, a solo una persona de dar con el niño de la tula. Pero, para su pesar, había llegado tarde. Carlos Arturo había fallecido. La historia ya no la podía contar a través de su protagonista, sino a través de su hijo. “Él vio mi interés en el caso y poco a poco se fue abriendo, cosa que le costaba mucho. Comenzamos a reconstruir la historia del padre y él mismo ni siquiera tenía todas las fichas del rompecabezas”, indica Sanín, que, pese a todos los contratiempos, asegura que nunca se rindió. “Si no la contaba yo, esta historia no la iba a contar nadie. Este es un homenaje que quería hacerle a la guerra olvidada y a un personaje olvidado”.

Andrés Sanín, escritor del libro ‘El niño de la tula’.
Andrés Sanín, escritor del libro ‘El niño de la tula’.Diego Cuevas

El libro está contado en tres tiempos. Uno de ellos, en el presente, detalla ese proceso de restauración de la memoria: el rastreo en las hemerotecas de los periódicos y del propio archivo personal que había dejado Carlos Arturo: cartas, fotos y documentos. Gran parte de esta recopilación se hizo durante la cuarentena de 2020. “Me sentía una especie de detective. Tenía una tabla con fotos, unidas por un hilo rojo. Fue un refugio para mí durante ese tiempo”.

En paralelo, Sanín se adentra en la Corea de 1953, a la que llegaron más de 5.000 soldados para integrar el Batallón Colombia con el fin de combatir a los norcoreanos y chinos, que querían implementar el sistema comunista al otro lado de la frontera. Mediante entrevistas con Rojas y otros veteranos que siguen con vida, el autor reconstruyó momentos clave: la batalla de Old Baldy, los primeros contactos de los militares con el niño coreano (no hay una versión única sobre cómo encontró Gallón al menor) y la compleja operación para esconderlo en su regreso a Colombia.

La tercera línea temporal sucede a finales de los noventa, durante la semana en la que Carlos Arturo regresa a Corea del Sur, 50 años después. La cadena pública de televisión surcoreana, la KBS, descubrió su historia y quiso llevarlo a su país con la esperanza de que el hombre —nacido con el nombre Yung Ucheol, según las versiones más fidedignas— pudiera reencontrarse con su familia de sangre.

Carlos Arturo Gallón en el Ejército colombiano.
Carlos Arturo Gallón en el Ejército colombiano.Archivo personal

Sanín admite que el libro “fue un triunfo con sabor a derrota, como la misma Guerra de Corea”. Mientras que, por un lado, construyó como nadie más lo había hecho la historia de Carlos Arturo, con decenas de fuentes y una larga investigación de archivos, considera que aún son muchos los parches que ni su texto puede cubrir. “Siento que todavía hay cabos sueltos y un montón de trabajo por hacer. En un momento tuve hasta la idea de montarme a un avión e irme hasta Corea, pero en algún momento tenía que encontrar un final”, apunta. Desde la idea de escribir este libro hasta su publicación, el pasado febrero, pasaron cinco años.

Para rellenar esos vacíos en la historia, Sanín usa una herramienta que suele ser censurada en el periodismo: la imaginación. “Yo, además de periodista, soy abogado y tengo un doctorado en literatura, entonces me muevo en distintos códigos. Quise enfrentar mis propios límites y usar la imaginación y las hipótesis para cubrir esos vacíos. Sigue siendo un libro de no ficción, pero me hizo entender que no todo tiene que ser blanco y negro”, sugiere.

Pese a estas cuentas pendientes, el autor está seguro de que el volumen abre una discusión “muy necesaria” en Colombia sobre la violencia y las heridas que esta deja, como las que tuvo Carlos Arturo en su momento y que se replican en su hijo, Yunc. “Somos sujetos frágiles y, aun así, nos seguimos dividiendo en líneas invisibles, como el Paralelo 38. Este caso no trata solo de la guerra, sino de los ecos que esta reproduce en las familias, también en el presente”, resume.

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