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  Libros  El premio Planeta no toca precisamente el arpa
Libros

El premio Planeta no toca precisamente el arpa

octubre 17, 2025
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Cuando un escritor novato mira por primera vez a los ojos a un editor, está viendo las mieles de un manjar inaprensible, etéreo, mágico, mientras escucha un arpa con la melodía de la gloria eterna. Cuando un editor mira a los ojos a un escritor, está viendo el símbolo del dólar. El choque de aspiraciones genera monstruos, por ello es clave desengañarse cuanto antes y ser muy conscientes: los libros son industria, son dinero, son negocio. Por mucha trascendencia, poesía, elevación y ego que haya puesto el autor. O incluso a pesar de ella.

Gran prestigio y muchas ventas es la combinación más deseada, pero, la mayor parte de las veces, ambas cosas forman paralelas destinadas a no encontrarse jamás. Por un carril circulan autores de prestigio con reseña en Babelia, entrevistas en el programa Efecto Doppler, invitaciones a festivales y abonos a un mundillo endogámico y narcisista que, sin embargo, ay, desearían vender más; y, por el otro, escritores de enormes ventas que quisieran un poquito de prestigio, la atención de algún crítico culto y pedante en la revista adecuada y una recomendación de altura. Y que nadie se queje porque muchos no tienen ni lo uno ni lo otro.

Unidos por el oficio de escribir, de elegir la palabra exacta y la mejor trama posible, poco más agrupa a los unos y a los otros. A los autores de grandes ventas, brillo mediático y modelo best-seller con los que pican piedra para colocar libro a libro, de pueblo en pueblo, hasta conseguir vender lo suficiente para seguir publicando.

Hay nobeles como el más reciente, László Krasznahorkai, que lamentaba en entrevista hace un año lo poco que vende. Y otros como Herta Müller, que ha seguido vendiendo poco incluso después de ganarlo. Ildefonso Falcones se queja de no haber sido invitado a la FIL en Guadalajara (México), mientras todos los demás autores piensan: “¡Dios! ¿Con todo lo que vende y aún se queja de algo?”.

“Se escribe para la gente, no para una supuesta élite intelectual”, dijo Juan del Val al recibir el miércoles el premio Planeta, reabriendo el dilema que recorre secularmente el universo literario: ¿libros de élite o de masas? ¿Libros comerciales o de minorías? El runrún es eterno y vuelve a saltar cada vez que el premio Planeta, de los mejor dotados del mundo con un millón de euros, nos recuerda que las editoriales quieren, en resumidas cuentas, vender y mucho, aunque lo disimulen con apuestas de calidad que quedan estupendamente bien en el catálogo, pero que no alcanzan a pagar sus nóminas a fin de mes.

Entre el Quijote y Sancho

El oficio de escritor es ese en que el autor siente que toca el cielo, que lo suyo es creación, que abre debates de altura, con aroma a trascendencia y horizontes muy lejanos. Al editor todo ello también le gusta, claro, y está encantado cuando lo consigue, pero necesita vender. Y ese desfase entre molinos y gigantes, entre la mirada del Quijote y la de Sancho, entre el idealismo y el materialismo, en suma, llena el supuesto cielo literario de frustraciones.

Obviamente, hay excepciones, grandes obras de calidad que también han vendido millones y El infinito en un junco de Irene Vallejo es el último ejemplo sobre la mesa. Pero en la realidad, por desengañarnos muy rápido, el sonido de las arpas que tocan nuestra gloria literaria trascendental que tanto merecemos no sonará en el premio Planeta. Y es más que probable que tampoco suene en nuestros humildes clubes de lectura mientras picamos piedra como canteros sudorosos. Porque, como comentó Gianluca Foglia, director editorial de la editorial Feltrinelli, en las recientes conversaciones de Formentor celebradas en Aranjuez, necesitamos la imprevisibilidad, aquel éxito que no predijeron los departamentos de marketing ni los algoritmos. Y ese, como su propio nombre indica, no se puede prever. Vivan, pues, las sorpresas, en la calidad y en la cantidad. Viva la mirada de Sancho. Y la del Quijote.

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