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  Libros  El sello de Beatriz de Moura
Libros

El sello de Beatriz de Moura

junio 26, 2025
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Por su catálogo y su fondo les conoceréis. Cierto, aunque eso es solo una parte de la historia, la más duradera, en el mejor de los casos, pero no la que alimenta la leyenda. Y como bien saben quienes se dedican al negocio de la literatura y los libros, la leyenda importa: dota de un brillo especial determinados aciertos y fracasos, reyertas, azares, romances y borracheras. Los editores tienen su historia, su mito, su contradicción. Sus apuestas marcan e incentivan determinadas modas; sus gustos abren caminos y deben, a la vez, conectar con el Zeitgest. Su poder e influencia es incuestionable para los autores, pero no acaba de estar tan claro para el gran público que puede buscar con fijación determinados diseños, portadas y lomos, pero no acabar de conocer los rasgos de la figura que puso esos libros a su disposición y cruzó los dedos para que funcionaran comercialmente.

Carismática y con un punto de misterio, la figura del editor aúna, o aspira a aunar, un coro de voces. Ocupa un decisivo segundo plano. Quizá por eso resulta complicado rescatar la historia en singular de los grandes editores: sus biografías se encuadran en una fotografía de grupo que habla de un sello y sus circunstancias. Secreto y pasión de la literatura, de Juan Cruz y Una curiosidad sin barreras, de Carlota Álvarez Maylín, ambos publicados por Tusquets, reconstruyen la historia de esta editorial (integrada en el grupo Planeta desde 2012). El primero rescata conversaciones con algunos de sus autores, y el segundo indaga en la figura de su fundadora, Beatriz de Moura, con un tono que nunca se aleja de la tesis doctoral de la que partió.

Brasileña de nacimiento, hija de diplomático, criada en varias lenguas y países (Bolivia, Ecuador, Argel, Italia, Chile) Beatriz de Moura (Río de Janeiro, 86 años) llegó a Barcelona con sus padres en 1956. Estudió traducción en Ginebra, pero volvió a esa ciudad donde se cruzó en su camino el arquitecto Óscar Tusquets, su primer marido y hermano de Esther Tusquets que dirigía la editorial Lumen, donde De Moura aprendió —y se arrebató— con el oficio que marcaría su vida. En 1969 la pareja montó Tusquets.

Beatriz de Moura con sombrero en una fiesta en los años sesenta. “Bailaba muy bien, y cuando subía al pódium de Maddox, en verano, parecía una gogó”, decía Oriol Regàs, tal y como recoge el libro 'Una curiosidad sin barreras', de Carlota Álvarez Maylín, donde se incluye esta foto.

La fiesta de lanzamiento de aquel sello, en el que De Moura decidió empezar publicando textos breves de autores ya consagrados, es un hito legendario de la gauche divine barcelonesa cuyos aires de apertura al mundo aportaban un nuevo estilo informal, sofisticado y libre, con desenfado sesentayochista, a la causa antifranquista. Las noches en Bocaccio y los viajes que aquel grupo que frecuentaba esa boite iba montando por Estados Unidos, las escapadas a la Costa Brava y la conexión con los escritores latinoamericanos (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Sergio Pitol) que recalaron en Barcelona forman parte del imaginario que cristalizó en aquella aventura editorial. En el piso donde vivía la pareja fueron cuajando los primeros títulos, entreverados con las tertulias, descubrimientos e intercambios, con los encuentros con otros editores europeos en las ferias internacionales, con las lecciones que iban recibiendo de la generación anterior, la de Carlos Barral y Jaime Salinas.

Las parejas del difuso e informal grupo se abrieron y se separaron, la amistad perduró y Beatriz de Moura encontró en Antonio López Lamadrid a finales de los setenta el pilar personal y profesional, que la editorial necesitaba para eregirse en el gran sello independiente que junto a Anagrama y Lumen cambió el panorama editorial en español. “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”, escribió Jaime Gil de Biedma, y lo mismo podría decirse de aquella editorial surgida al calor de la gauche divine: el empeño de Beatriz de Moura iba en serio, muy en serio.

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 Por su catálogo y su fondo les conoceréis. Cierto, aunque eso es solo una parte de la historia, la más duradera, en el mejor de los casos, pero no la que alimenta la leyenda. Y como bien saben quienes se dedican al negocio de la literatura y los libros, la leyenda importa: dota de un brillo especial determinados aciertos y fracasos, reyertas, azares, romances y borracheras. Los editores tienen su historia, su mito, su contradicción. Sus apuestas marcan e incentivan determinadas modas; sus gustos abren caminos y deben, a la vez, conectar con el Zeitgest. Su poder e influencia es incuestionable para los autores, pero no acaba de estar tan claro para el gran público que puede buscar con fijación determinados diseños, portadas y lomos, pero no acabar de conocer los rasgos de la figura que puso esos libros a su disposición y cruzó los dedos para que funcionaran comercialmente. Carismática y con un punto de misterio, la figura del editor aúna, o aspira a aunar, un coro de voces. Ocupa un decisivo segundo plano. Quizá por eso resulta complicado rescatar la historia en singular de los grandes editores: sus biografías se encuadran en una fotografía de grupo que habla de un sello y sus circunstancias. Secreto y pasión de la literatura, de Juan Cruz y Una curiosidad sin barreras, de Carlota Álvarez Maylín, ambos publicados por Tusquets, reconstruyen la historia de esta editorial (integrada en el grupo Planeta desde 2012). El primero rescata conversaciones con algunos de sus autores, y el segundo indaga en la figura de su fundadora, Beatriz de Moura, con un tono que nunca se aleja de la tesis doctoral de la que partió.Brasileña de nacimiento, hija de diplomático, criada en varias lenguas y países (Bolivia, Ecuador, Argel, Italia, Chile) Beatriz de Moura (Río de Janeiro, 86 años) llegó a Barcelona con sus padres en 1956. Estudió traducción en Ginebra, pero volvió a esa ciudad donde se cruzó en su camino el arquitecto Óscar Tusquets, su primer marido y hermano de Esther Tusquets que dirigía la editorial Lumen, donde De Moura aprendió —y se arrebató— con el oficio que marcaría su vida. En 1969 la pareja montó Tusquets. La fiesta de lanzamiento de aquel sello, en el que De Moura decidió empezar publicando textos breves de autores ya consagrados, es un hito legendario de la gauche divine barcelonesa cuyos aires de apertura al mundo aportaban un nuevo estilo informal, sofisticado y libre, con desenfado sesentayochista, a la causa antifranquista. Las noches en Bocaccio y los viajes que aquel grupo que frecuentaba esa boite iba montando por Estados Unidos, las escapadas a la Costa Brava y la conexión con los escritores latinoamericanos (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Sergio Pitol) que recalaron en Barcelona forman parte del imaginario que cristalizó en aquella aventura editorial. En el piso donde vivía la pareja fueron cuajando los primeros títulos, entreverados con las tertulias, descubrimientos e intercambios, con los encuentros con otros editores europeos en las ferias internacionales, con las lecciones que iban recibiendo de la generación anterior, la de Carlos Barral y Jaime Salinas. Las parejas del difuso e informal grupo se abrieron y se separaron, la amistad perduró y Beatriz de Moura encontró en Antonio López Lamadrid a finales de los setenta el pilar personal y profesional, que la editorial necesitaba para eregirse en el gran sello independiente que junto a Anagrama y Lumen cambió el panorama editorial en español. “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”, escribió Jaime Gil de Biedma, y lo mismo podría decirse de aquella editorial surgida al calor de la gauche divine: el empeño de Beatriz de Moura iba en serio, muy en serio. Su innegable atractivo, su carisma, su tenacidad y entrega, su espíritu libre, su rechazo a las ataduras familiares, y su carácter poco dado a rendirse a las convenciones han calado en los libros que durante más de cuatro décadas trajo, a través de Tusquets, a los lectores en español. Marguerite Duras, Milan Kundera, Jorge Semprún, Annie Ernaux, Simenon, Samuel Beckett, Arthur Miller, son algunos de los autores que publicó junto a Antonio López Lamadrid y a los que se sumaron los españoles Almudena Grandes, Eduardo Mendicutti, Fernando Aramburu o Cristina Fernández Cubas. De los pequeños libros de la colección Marginales a las novelas de Andanzas; la colección de libros de ciencia Metatemas, dirigida por Jorge Wagensberg; los libros de poesía; la literatura erótica de La sonrisa Vertical que estaba en manos de Berlanga; y los libros de biografías y memorias de Tiempo de Memoria y el Premio Comillas. ¿Dónde queda la leyenda? Esa parte de la historia coloca a Beatriz de Moura con su indomable belleza bailando en el centro de la pista de Bocaccio o gritando ¡gol! cuando la selección brasileña marcaba en un Mundial. Seguir leyendo  

Por su catálogo y su fondo les conoceréis. Cierto, aunque eso es solo una parte de la historia, la más duradera, en el mejor de los casos, pero no la que alimenta la leyenda. Y como bien saben quienes se dedican al negocio de la literatura y los libros, la leyenda importa: dota de un brillo especial determinados aciertos y fracasos, reyertas, azares, romances y borracheras. Los editores tienen su historia, su mito, su contradicción. Sus apuestas marcan e incentivan determinadas modas; sus gustos abren caminos y deben, a la vez, conectar con el Zeitgest. Su poder e influencia es incuestionable para los autores, pero no acaba de estar tan claro para el gran público que puede buscar con fijación determinados diseños, portadas y lomos, pero no acabar de conocer los rasgos de la figura que puso esos libros a su disposición y cruzó los dedos para que funcionaran comercialmente.

Carismática y con un punto de misterio, la figura del editor aúna, o aspira a aunar, un coro de voces. Ocupa un decisivo segundo plano. Quizá por eso resulta complicado rescatar la historia en singular de los grandes editores: sus biografías se encuadran en una fotografía de grupo que habla de un sello y sus circunstancias. Secreto y pasión y pasión de la literatura, de Juan Cruz y Una curiosidad sin barreras, de Carlota Álvarez Maylín, ambos publicados por Tusquets, reconstruyen la historia de esta editorial (integrada en el grupo Planeta desde 2012). El primero rescata conversaciones con algunos de sus autores, y el segundo indaga en la figura de su fundadora, Beatriz de Moura, con un tono que nunca se aleja de la tesis doctoral de la que partió.

Brasileña de nacimiento, hija de diplomático, criada en varias lenguas y países (Bolivia, Ecuador, Argel, Italia, Chile) Beatriz de Moura (Río de Janeiro, 86 años) llegó a Barcelona con sus padres en 1956. Estudió traducción en Ginebra, pero volvió a esa ciudad donde se cruzó en su camino el arquitecto Óscar Tusquets, su primer marido y hermano de Esther Tusquets que dirigía la editorial Lumen, donde De Moura aprendió —y se arrebató— con el oficio que marcaría su vida. En 1969 la pareja montó Tusquets.

Beatriz de Moura con sombrero en una fiesta en los años sesenta. “Bailaba muy bien, y cuando subía al pódium de Maddox, en verano, parecía una gogó”, decía Oriol Regàs, tal y como recoge el libro 'Una curiosidad sin barreras', de Carlota Álvarez Maylín, donde se incluye esta foto.
Beatriz de Moura con sombrero en una fiesta en los años sesenta. “Bailaba muy bien, y cuando subía al pódium de Maddox, en verano, parecía una gogó”, decía Oriol Regàs, tal y como recoge el libro ‘Una curiosidad sin barreras’, de Carlota Álvarez Maylín, donde se incluye esta foto. Xavier Miserachs

La fiesta de lanzamiento de aquel sello, en el que De Moura decidió empezar publicando textos breves de autores ya consagrados, es un hito legendario de la gauche divine barcelonesa cuyos aires de apertura al mundo aportaban un nuevo estilo informal, sofisticado y libre, con desenfado sesentayochista, a la causa antifranquista. Las noches en Bocaccio y los viajes que aquel grupo que frecuentaba esa boite iba montando por Estados Unidos, las escapadas a la Costa Brava y la conexión con los escritores latinoamericanos (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Sergio Pitol) que recalaron en Barcelona forman parte del imaginario que cristalizó en aquella aventura editorial. En el piso donde vivía la pareja fueron cuajando los primeros títulos, entreverados con las tertulias, descubrimientos e intercambios, con los encuentros con otros editores europeos en las ferias internacionales, con las lecciones que iban recibiendo de la generación anterior, la de Carlos Barral y Jaime Salinas.

Las parejas del difuso e informal grupo se abrieron y se separaron, la amistad perduró y Beatriz de Moura encontró en Antonio López Lamadrid a finales de los setenta el pilar personal y profesional, que la editorial necesitaba para eregirse en el gran sello independiente que junto a Anagrama y Lumen cambió el panorama editorial en español. “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”, escribió Jaime Gil de Biedma, y lo mismo podría decirse de aquella editorial surgida al calor de la gauche divine: el empeño de Beatriz de Moura iba en serio, muy en serio.

Su innegable atractivo, su carisma, su tenacidad y entrega, su espíritu libre, su rechazo a las ataduras familiares, y su carácter poco dado a rendirse a las convenciones han calado en los libros que durante más de cuatro décadas trajo, a través de Tusquets, a los lectores en español. Marguerite Duras, Milan Kundera, Jorge Semprún, Annie Ernaux, Simenon, Samuel Beckett, Arthur Miller, son algunos de los autores que publicó junto a Antonio López Lamadrid y a los que se sumaron los españoles Almudena Grandes, Eduardo Mendicutti, Fernando Aramburu o Cristina Fernández Cubas. De los pequeños libros de la colección Marginales a las novelas de Andanzas; la colección de libros de ciencia Metatemas, dirigida por Jorge Wagensberg; los libros de poesía; la literatura erótica de La sonrisa Vertical que estaba en manos de Berlanga; y los libros de biografías y memorias de Tiempo de Memoria y el Premio Comillas. ¿Dónde queda la leyenda? Esa parte de la historia coloca a Beatriz de Moura con su indomable belleza bailando en el centro de la pista de Bocaccio o gritando ¡gol! cuando la selección brasileña marcaba en un Mundial.

Carlota Álvarez Maylín
Tusquets, 2025
318 páginas
22 euros

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