En su discurso de ingreso en la Real Academia Española, leído el 14 de mayo de 1945, Wenceslao Fernández Flórez afirmó que, frente a la disconformidad que suscitaba la vida real, los creadores podían optar por tres reacciones: la cólera, el lamento y la burla. Para el escritor gallego, fabuloso inventor de diatribas sociopolíticas disfrazadas con su particular humorismo extraído del absurdo de una cierta cotidianidad, las dos primeras reacciones podían ser calificadas como primarias o instintivas, y la tercera, como inteligente.
Escape, sexto largometraje de Rodrigo Cortés, viene avalado por el sello en la producción de Martin Scorsese. Y, sin embargo, aunque en sus modos de montaje, puesta en escena y narración sus películas siempre se hayan mirado en el espejo del director estadounidense, su nuevo trabajo no puede tener una raigambre más española ni estar más relacionado con gente como Fernández Flórez, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela y, en una línea más contemporánea, Antonio Orejudo. Cortés es hijo de Scorsese, pero también de los personajes creados por estos monstruos de la risa absurda española, finalmente primos hermanos del protagonista de Escape: un hombre que se ha cansado de decidir, con una tragedia a cuestas que pesa como la peor de las vidas, cuya única pretensión es ser ingresado en prisión: “¿Qué más tiene que hacer un hombre honrado para que lo metan en la cárcel?”.
Las idiosincrasias del bandido Fendetestas de El bosque animado, del hombre honrado con pretensiones de villano de El malvado Carabel, o del ridículo suicida de El hombre que se quiso matar, por citar tres personajes de Fernández Flórez, encajan a la perfección con las intenciones del rol que interpreta con rabia, desasosiego y ternura Mario Casas en Escape. Individuos que deciden colocarse al margen del sistema, no por casualidad el gran tema que une a buena parte de las criaturas de Cortés ya desde sus cortometrajes Yul (1998) y 15 días (2000). Estamos ante el pobre tipo frente a la burocracia del sistema, que, por un lado, entronca con el Joseph K. de la kafkiana El proceso (casi como un guiño, aquí el protagonista se llama N., sin más), pero por otro se emparenta de un modo aún más cercano con el organillero al que le han quitado la manivela imprescindible para su sustento en el episodio de Luis García Berlanga para Las cuatro verdades, o con la imposible y negra búsqueda de piso de El inquilino, de José Antonio Nieves Conde. Como bien subraya Cortés con una iconografía explícita, el hombre que se empeña en entrar en la cárcel (esto es, Cadena perpetua al revés, en otro de sus guiños) no es más que el perro semihundido del cuadro de Goya, o quizá una inconsciente relectura de El anacoreta, de Juan Estelrich.
Tiene Escape, libérrimamente basada en una novela de Enrique Rubio, una primera hora formidable. En cuanto a sus imágenes, pero sobre todo en lo referente a las situaciones, a los textos, al tono y a sus perfectas interpretaciones, con matrícula de honor para Anna Castillo. Personajes que no llegan ni a serlo, aunque fascinantes, como el del cura José María Pou o el del abogado barato Juan Vinuesa. Una magnífica banda sonora de Víctor Reyes, que puntea la tonalidad de comedia absurda con un punto de distorsión. Ese humor tan especial de Cortés en el trayecto corto, en el chiste de cola, en los cultismos (Marco Aurelio y los estoicos). La amarga comicidad del dolor y la soledad, casi como un tebeo existencialista. Y el diálogo inteligentísimo, como éste con su psicólogo: “Yo sé lo que quiero”. “¿Y qué quieres?”. “Nada”. “¿Y qué vas a hacer para conseguirlo?”.
Sin embargo, en la desmesurada segunda hora, la de la prisión, el relato se le diluye demasiado a Cortés. Las situaciones no son tan atractivas; hay momentos en que no se sabe dónde quiere llegar, y tramas como la del motín de poco sirven a la cuestión principal. Se agradece la libertad del disparate (como la secuencia de musical zaragozano), pero este segundo trecho nunca alcanza la excelencia de la primera mitad de una fábula moral dividida en capítulos con los nombres de cada uno de los siete enanitos del cuento, que abraza el enigma y el troleo, la rebelión y el dolor, la ferocidad y la risa. Cólera, lamento y burla, como decía Fernández Flórez.
La película es una fábula que entrelaza el humor, la rebelión y el dolor, la ferocidad y la risa en su primera mitad. En la desmesurada segunda hora el relato se diluye demasiado
En su discurso de ingreso en la Real Academia Española, leído el 14 de mayo de 1945, Wenceslao Fernández Flórez afirmó que, frente a la disconformidad que suscitaba la vida real, los creadores podían optar por tres reacciones: la cólera, el lamento y la burla. Para el escritor gallego, fabuloso inventor de diatribas sociopolíticas disfrazadas con su particular humorismo extraído del absurdo de una cierta cotidianidad, las dos primeras reacciones podían ser calificadas como primarias o instintivas, y la tercera, como inteligente.
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Escape, sexto largometraje de Rodrigo Cortés, viene avalado por el sello en la producción de Martin Scorsese. Y, sin embargo, aunque en sus modos de montaje, puesta en escena y narración sus películas siempre se hayan mirado en el espejo del director estadounidense, su nuevo trabajo no puede tener una raigambre más española ni estar más relacionado con gente como Fernández Flórez, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela y, en una línea más contemporánea, Antonio Orejudo. Cortés es hijo de Scorsese, pero también de los personajes creados por estos monstruos de la risa absurda española, finalmente primos hermanos del protagonista de Escape: un hombre que se ha cansado de decidir, con una tragedia a cuestas que pesa como la peor de las vidas, cuya única pretensión es ser ingresado en prisión: “¿Qué más tiene que hacer un hombre honrado para que lo metan en la cárcel?”.
Anna Castillo y Mario Casas, en ‘Escape’.
Las idiosincrasias del bandido Fendetestas de El bosque animado, del hombre honrado con pretensiones de villano de El malvado Carabel, o del ridículo suicida de El hombre que se quiso matar, por citar tres personajes de Fernández Flórez, encajan a la perfección con las intenciones del rol que interpreta con rabia, desasosiego y ternura Mario Casas en Escape. Individuos que deciden colocarse al margen del sistema, no por casualidad el gran tema que une a buena parte de las criaturas de Cortés ya desde sus cortometrajes Yul (1998) y 15 días (2000). Estamos ante el pobre tipo frente a la burocracia del sistema, que, por un lado, entronca con el Joseph K. de la kafkiana El proceso (casi como un guiño, aquí el protagonista se llama N., sin más), pero por otro se emparenta de un modo aún más cercano con el organillero al que le han quitado la manivela imprescindible para su sustento en el episodio de Luis García Berlanga para Las cuatro verdades, o con la imposible y negra búsqueda de piso de El inquilino, de José Antonio Nieves Conde. Como bien subraya Cortés con una iconografía explícita, el hombre que se empeña en entrar en la cárcel (esto es, Cadena perpetua al revés, en otro de sus guiños) no es más que el perro semihundido del cuadro de Goya, o quizá una inconsciente relectura de El anacoreta, de Juan Estelrich.
Tiene Escape, libérrimamente basada en una novela de Enrique Rubio, una primera hora formidable. En cuanto a sus imágenes, pero sobre todo en lo referente a las situaciones, a los textos, al tono y a sus perfectas interpretaciones, con matrícula de honor para Anna Castillo. Personajes que no llegan ni a serlo, aunque fascinantes, como el del cura José María Pou o el del abogado barato Juan Vinuesa. Una magnífica banda sonora de Víctor Reyes, que puntea la tonalidad de comedia absurda con un punto de distorsión. Ese humor tan especial de Cortés en el trayecto corto, en el chiste de cola, en los cultismos (Marco Aurelio y los estoicos). La amarga comicidad del dolor y la soledad, casi como un tebeo existencialista. Y el diálogo inteligentísimo, como éste con su psicólogo: “Yo sé lo que quiero”. “¿Y qué quieres?”. “Nada”. “¿Y qué vas a hacer para conseguirlo?”.
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Sin embargo, en la desmesurada segunda hora, la de la prisión, el relato se le diluye demasiado a Cortés. Las situaciones no son tan atractivas; hay momentos en que no se sabe dónde quiere llegar, y tramas como la del motín de poco sirven a la cuestión principal. Se agradece la libertad del disparate (como la secuencia de musical zaragozano), pero este segundo trecho nunca alcanza la excelencia de la primera mitad de una fábula moral dividida en capítulos con los nombres de cada uno de los siete enanitos del cuento, que abraza el enigma y el troleo, la rebelión y el dolor, la ferocidad y la risa. Cólera, lamento y burla, como decía Fernández Flórez.
Escape
Dirección: Rodrigo Cortés.Intérpretes: Mario Casas, Anna Castillo, Guillermo Toledo, José Sacristán.Género: comedia. España, 2024.Duración: 129 minutos.Estreno: 31 de octubre.
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