<p>Aristóteles, que no sabía conducir, mantenía que la estupidez más que con la ignorancia con lo que tiene que ver es con la sabiduría. No se trata de poseer simplemente el conocimiento, sino de aplicarlo de manera prudente, es decir, sabia. Y un paso más allá, el filósofo tenía claro que es ella la que guía la acción humana hacia el bien. Sin la sabiduría nuestro comportamiento se vuelve errático; la acción, ciega; la virtud, estrategia; la conducción, temeraria… sin la sabiduría estamos perdidos. Ahora la pregunta es si se puede ser ignorante y, sin embargo, sabio. Pausa de reflexión. La respuesta es sí o, por lo menos, esa es la principal tesis no tan implícita de <i>F1: La película, </i>una película tan ridículamente estúpida, tan aparatosamente propagandística de casi todo lo malo, tan desvergonzada y conscientemente machirula (digamos que lo suyo es un machismo de baja intensidad), tan <i>tarantantán</i>, que decía Torrebruno, que no queda otra que rendirse. <strong>De puro entretenida hasta da un poco de vergüenza. </strong>Sin duda, una película tonta, pero muy lista.</p>
Joseph Kosinski lleva la fórmula Top Gun a la Fórmula 1 y nos regala una ducha bien fría de adrenalina, fiebre y rugido de motores. Y no poca testosterona. Tan entretenida que hasta da un poco de vergüenza
Aristóteles, que no sabía conducir, mantenía que la estupidez más que con la ignorancia con lo que tiene que ver es con la sabiduría. No se trata de poseer simplemente el conocimiento, sino de aplicarlo de manera prudente, es decir, sabia. Y un paso más allá, el filósofo tenía claro que es ella la que guía la acción humana hacia el bien. Sin la sabiduría nuestro comportamiento se vuelve errático; la acción, ciega; la virtud, estrategia; la conducción, temeraria… sin la sabiduría estamos perdidos. Ahora la pregunta es si se puede ser ignorante y, sin embargo, sabio. Pausa de reflexión. La respuesta es sí o, por lo menos, esa es la principal tesis no tan implícita de F1: La película, una película tan ridículamente estúpida, tan aparatosamente propagandística de casi todo lo malo, tan desvergonzada y conscientemente machirula (digamos que lo suyo es un machismo de baja intensidad), tan tarantantán, que decía Torrebruno, que no queda otra que rendirse. De puro entretenida hasta da un poco de vergüenza. Sin duda, una película tonta, pero muy lista.
Básicamente, la idea es reproducir punto por punto cada uno de los hallazgos de Top Gun: Maverick. Aquél era un artefacto diseñado por el dúo formado por Tom Cruise y su ya inseparable Christopher McQuarrie (padre de las últimas entregas de la proverbial Misión imposible) con el propósito de resucitar el cine ochentero resumido en una palabra (o de alto concepto, según la traducción pedestre de High concept). Sí, hablamos de un cine cuyo exponente máximo fue precisamente la película de adolescentes irresponsables a los mandos de aviones de combate carísimos pagados con el 5% del PIB producida por Jerry Bruckheimer. Sí, hablamos de la Top Gun original. Y sí, volvemos a hablar del mismo Bruckheimer que vuelve a producir F1: La película. La palabra en este caso es «coches» o «carreras». Y su desarrollo consiste básicamente en anunciar el tema, argumento o propósito en el primer acto y, sin que medien más explicaciones, resolver el dilema propuesto mediante un reto en los dos siguientes, que en verdad es un solo acto con la coda de una secuencia final muy frenética (y memorable).
Eso sí, como quiera que, pese al empeño de algunos, no estamos en los 80, ahora se echa mano del recurso siempre eficaz y bastante reaccionario de la nostalgia. En la cinta de arriba era Tom Cruise el que servía de reclamo para que los padres avergonzaran a sus hijos canturreando Take my breath away y ahora es Brad Pitt el que literalmente nos deja sin aliento. Digamos que la película de Joseph Kosinski no contenta con explotar una fórmula antigua, se lanza a saquear sin pudor la relectura de esa misma fórmula que el propio Kosinski dirigió en 2022. Fórmula sobre fórmula hasta la propia Fórmula 1. Extremadamente coherente. Algo bobo, reconozcámoslo, pero con todo el sentido.
Se cuenta la historia de un hombre en busca de redención. Un piloto que, por culpa de un accidente en carrera, se vio obligado a abandonar su sueño de ser el mejor es convocado de nuevo por un equipo más bien malo (casi el peor) cuyo propietario está convencido de que lo único que le falta para triunfar es un poco del viejo estilo. El redimiente (es decir, el que se redime) es un Pitt con los más insultantes e increíbles 61 años que ha visto la humanidad y el que reclama su sabiduría (que no su conocimiento) es un imponente y muy aristotélico Javier Bardem. Lo que sigue es el más clásico de los duelos entre lo nuevo que encarna el actor británico Damson Idris y lo viejo (Pitt); entre lo digital y lo analógico; entre Tinder y el bar de toda la vida. Si llegados a este punto les parece que el olor a testosterona es excesivo… un momento. La que manda es mujer: hay una ingeniera jefa (Kerry Condon) que, en una actitud bastante masculina por otro lado, lo sacrificó todo (familia, amigos y vacaciones pagadas) por ver cumplido su deseo de fabricar un falo muy rápido con cuatro ruedas.
Así las cosas, ¿qué puede salir mal? Lo crean o no, nada. De principio a fin, F1: La película discurre por la pantalla sin conceder un segundo de pausa. La adrenalina, la fiebre y el rugido de los motores elevan el mayor monumento imaginable al placer culpable. Pitt se sabe a la vez dentro y fuera de la película tan metido en el papel de Sonny Hayes (así se llama su personaje tan cerca de Steve McQueen) como en el del propio Pitt. Cada vez que sonríe, la cuarta pared amenaza con caerse encima del patio de butacas. Y a su lado, y por aquello de dar respetabilidad al conjunto, Bardem. Este en cambio, está siempre dentro, dentro de su fe en su profesión. Para el español, la interpretación, la propia profesión de actor, tiene algo de sagrado y a ella se aplica como si el destino del universo dependiera de unos neumáticos (gomas para los iniciados) blandos o duros, de un alerón homologado o menos, de un repostaje a tiempo o no. Y luego está, cuidado, el piloto de verdad, y de verdad asturiano, Fernando Alonso. Apenas sale en dos secuencias (un cameo con frase) e, increíble, lo borda. No tengo claro cuánto le queda de piloto (20 años si sigue la estela de Pitt), pero tiene una carrera de actor esperándole.
El resultado es un canto a todo lo indeseable: el lujo, el exceso, los regímenes dictatoriales con sede en Dubai que pagan carreras y Mundiales de fútbol para blanquearse, la publicidad más o menos encubierta (pero ¿cuántas marcas pueden salir en cada plano?), la nostalgia de antes… Y, sin embargo, no se la pierdan. La definición de película lista.
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Dirección: Joseph Kosinski. Intérpretes: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon. Duración: 155 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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