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  Libros  Guillermo Arriaga: “Los novelistas deben enseñar la naturaleza humana con todos sus bemoles, claroscuros, cumbres y abismos”
Libros

Guillermo Arriaga: “Los novelistas deben enseñar la naturaleza humana con todos sus bemoles, claroscuros, cumbres y abismos”

junio 7, 2025
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La que surgió como idea para el guion de una película se convirtió en una novela épica. El escritor Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 65 años) ha escrito una obra polifónica con la que se sumerge en los orígenes del capitalismo y la conformación de Estados Unidos como una gran potencia cimentada en la codicia desmedida, ambición, brutalidad, esclavitud y sangre, ríos de sangre como la tinta que corre a lo largo de casi 700 páginas que conforman El hombre (Alfaguara), el nuevo libro de Arriaga, que es también el relato del salvaje siglo XIX que marcó a fuego la relación entre EE UU y México.

El libro, que ya se había agotado en la preventa, es una de las novedades literarias del verano, con una buena recepción a uno de los autores más relevantes de la literatura mexicana. “Hasta ahorita, quienes han leído la novela han dicho que les ha gustado mucho”, dice contento el escritor en una entrevista telefónica. La obra cuenta la historia de Henry Lloyd, un hombre ambicioso que forja a sangre y fuego una fortuna tan enorme que sobrevive a varias generaciones de su estirpe, hasta llegar a nuestros días. Lloyd logra conformar a finales del siglo XIX un ejército de esclavos libertos con los que saquea, invade tierras, asesina a mansalva y sobre las cenizas de lo conquistado y la sangre derramada crea su imperio, que es, en gran parte, la forma en la que se forjó el capitalismo en Estados Unidos. Con la de Lloyd se entreveran otras historias, como la de los campesinos mexicanos que masacraron a los apaches, los esclavos que sufrieron hierro en las plantaciones del sur estadounidense, los herederos del imperio de Henry o la de un niño acosado convertido en un asesino siniestro.

“Me llamaban la atención los apaches porque donde yo voy a cazar era parte de su territorio. Me ha llamado siempre la atención la frontera desde que a los 12 años la crucé caminando”, explica Arriaga. “A los 16, descubrí que existía un enclave de esclavos negros americanos que a principios del siglo XIX huyeron de los Estados Unidos para refugiarse en México, donde se había abolido la esclavitud. Estos temas empezaron a llamarme la atención. A los 23, en 1981, leí ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, y ahí todos los puntos que estaban alejados empezaron a cobrar sentido. Y se me ocurrió la historia en ese entonces. Al principio creí que sería una película y traté de escribirla como tal. Tengo, de hecho, algunos esbozos de las primeras páginas», relata el autor.

El libro puede parecer también una historia que recuerda en parte al wéstern estadounidense, pero Arriaga afirma que para él es poco cinematográfico. “Es un trabajo de lenguaje y casi todas las voces que están narrando lo hacen en primera persona. Y lo cinematográfico es siempre exterior, mientras que la novela es interior. Estos personajes están haciendo una reflexión interior, por eso no resultó como película, porque no podía construirla solamente de manera visual, necesitaba reflexiones, interiorización de los personajes y la visión del mundo de ellos es desde el interior, no a través de sus acciones”, explica.

Las voces que narran el libro tienen, en efecto, una manera particular de hablar, de contar su historia. Es el caso del hombre que relata el terrible sufrimiento de la esclavitud, la de millones de personas cuyas aldeas fueron invadidas en África, sus líderes masacrados, luego encadenados hombres y mujeres jóvenes, niños, obligados a andar sobre selvas espesas o enormes sabanas hasta puertos donde muchos vieron por primera vez el mar, embarcados a fuerza de látigo y encadenados en la panza de enormes naves que los llevaron a puertos de Europa y de ahí a la larga travesía hacia América. Subastados, comprados como ganado, marcados como ganado, explotados como ganado.

“Quizás lo más retador fue encontrar que cada uno tuviera una aproximación distinta a la manera de contar, que cada uno tuviera un lenguaje distinto, porque la puntuación es distinta, la sintaxis es distinta, el tono y el ritmo. Hay un personaje que hace una narración caótica sin ningún tipo de puntuación. Hay otro que se ha negado a hablar durante toda su esclavitud y cuando decide hablar su sintaxis es de la lengua original. Hay un personaje que es un esclavo que se llama James y dice: ‘La única manera en que voy a poder ser verdaderamente libre es dominar el lenguaje de quienes esclavizan. Porque sí voy a saber cuáles son los intestinos, cuáles son las entrañas de sus intenciones, porque sin su lenguaje no voy a entenderlo’. Entonces, a él lo secuestran, lo raptan a los nueve años para convertirlo en esclavo y empieza a aprender inglés. Y de todos los personajes de la novela es el que mejor lenguaje tiene”, narra Arriaga.

Si el lenguaje sobresale en la narración, la violencia también es protagonista. Arriaga no se cortó a la hora de relatar aquel mundo feroz, lleno de crueldad. La violencia marca el paso desde las primeras páginas, cuando Jack Barley, niño de 11 años víctima de acoso de sus vecinos en un pueblucho del Este estadounidense, decide tomar venganza y asesina a puñaladas al matón que lo acosa y hiere a sus secuaces. “No hubo vuelta atrás, Jack se agachó y, como lo practicó decenas de veces a solas en su casa, sacó el cuchillo con disimulo y en un movimiento rabioso lo encajó en el pecho de su adversario. Louis sonrió, había percibido el golpe como un débil puñetazo. Se asustó cuando vio la expresión estupefacta de sus amigos. ‘Tienes sangre’, le avisó Chuck. Louis miró hacia abajo y descubrió una mancha rojiza extenderse por su percudida camisa blanca. Miró a Jack y detectó el brillo de un filo entre los dedos de su rival, ‘¿qué hiciste?“, narra la novela. Barley crecerá hasta convertirse en un personaje osado capaz de poner en apuros el imperio de Lloyd.

“No me limité en la violencia”, reconoce Arriaga. A veces yo mismo decía: “Está demasiado violento.” Pero no es una violencia gratuita. En una entrevista un periodista me dijo: “Acá voy a leer una novela de torturadores, donde disfrutan matar.” Le dije: “Este personaje no es que disfrute matar. Este personaje instrumentaliza la violencia para la consecución de lo que él considera son altas miras, que es la construcción de un imperio y de una dinastía. No es violento porque le guste ser violento. A él no le atrae la violencia per se. Usa la violencia para la consecución de sus fines. Y la usa sin medida. Él tiene el entendido de que va a matar si esas muertes le van a ayudar a conseguir su visión, que es forjar un imperio”, comenta el escritor.

La escritura de esta novela le tomó a Arriaga muchos años, pero el producto final es una obra muy actual, una que narra la historia del capitalismo, un sistema que ha crecido con la naturaleza de personas ambiciosas como Henry Lloyd, que bien podría ser considerado como padre de la plutocracia que gobierna hoy Estados Unidos. “Se están enfrentando dos visiones del capitalismo, las dos igual de salvajes. Una que requiere sostenerse del mundo globalizado y de la mano de obra barata, y otra que quiere procurar un capitalismo más nativista, más enfocado hacia sus propios intereses. En ambos casos son plutocracias”, asegura el autor.

En medio del surgimiento de esas dos formas de acumulación, está el relato de la barbarie, el de millones de personas que cayeron en plantaciones, fábricas y puertos y otros tantos asesinados por la ambición de tierras y la expansión del ganado. Esa es la historia de México con los nativos estadounidenses, a los que este país contribuyó a eliminar. Una historia poco contada. “Es un acto vergonzoso. O sea, eso va en contra del discurso de ‘nos integramos unos y otros, somos un país mestizo’. Allá en el norte la masacre estuvo ruda. Como los apaches y otras tribus nómadas eran indomables, indómitos, decidieron exterminarlos. Es un pasado muy oscuro que los mexicanos se niegan a ver”, acepta el escritor.

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Ese es el mundo que retrata El hombre, una novela con fuerte carácter histórico, que puede ayudar a entender un presente marcado también por la avaricia y por la incertidumbre. Una historia de personajes brutales, sí, pero hecha sin el afán de esconder o minimizar la barbarie que el ser humano puede crear. “Es obligación de los novelistas enseñar la naturaleza humana con todos sus bemoles, con todos sus claroscuros, con todas sus cumbres y sus abismos”, asegura Arriaga.

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 El escritor mexicano publica ‘El hombre’, novela épica en la que explora el origen de EE UU como potencia a base de violenta expansión, el horror de la esclavitud, sangre y muerte  

La que surgió como idea para el guion de una película se convirtió en una novela épica. El escritor Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 65 años) ha escrito una obra polifónica con la que se sumerge en los orígenes del capitalismo y la conformación de Estados Unidos como una gran potencia cimentada en la codicia desmedida, ambición, brutalidad, esclavitud y sangre, ríos de sangre como la tinta que corre a lo largo de casi 700 páginas que conforman El hombre (Alfaguara), el nuevo libro de Arriaga, que es también el relato del salvaje siglo XIX que marcó a fuego la relación entre EE UU y México.

El libro, que ya se había agotado en la preventa, es una de las novedades literarias del verano, con una buena recepción a uno de los autores más relevantes de la literatura mexicana. “Hasta ahorita, quienes han leído la novela han dicho que les ha gustado mucho”, dice contento el escritor en una entrevista telefónica. La obra cuenta la historia de Henry Lloyd, un hombre ambicioso que forja a sangre y fuego una fortuna tan enorme que sobrevive a varias generaciones de su estirpe, hasta llegar a nuestros días. Lloyd logra conformar a finales del siglo XIX un ejército de esclavos libertos con los que saquea, invade tierras, asesina a mansalva y sobre las cenizas de lo conquistado y la sangre derramada crea su imperio, que es, en gran parte, la forma en la que se forjó el capitalismo en Estados Unidos. Con la de Lloyd se entreveran otras historias, como la de los campesinos mexicanos que masacraron a los apaches, los esclavos que sufrieron hierro en las plantaciones del sur estadounidense, los herederos del imperio de Henry o la de un niño acosado convertido en un asesino siniestro.

“Me llamaban la atención los apaches porque donde yo voy a cazar era parte de su territorio. Me ha llamado siempre la atención la frontera desde que a los 12 años la crucé caminando”, explica Arriaga. “A los 16, descubrí que existía un enclave de esclavos negros americanos que a principios del siglo XIX huyeron de los Estados Unidos para refugiarse en México, donde se había abolido la esclavitud. Estos temas empezaron a llamarme la atención. A los 23, en 1981, leí ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, y ahí todos los puntos que estaban alejados empezaron a cobrar sentido. Y se me ocurrió la historia en ese entonces. Al principio creí que sería una película y traté de escribirla como tal. Tengo, de hecho, algunos esbozos de las primeras páginas», relata el autor.

El libro puede parecer también una historia que recuerda en parte al wéstern estadounidense, pero Arriaga afirma que para él es poco cinematográfico. “Es un trabajo de lenguaje y casi todas las voces que están narrando lo hacen en primera persona. Y lo cinematográfico es siempre exterior, mientras que la novela es interior. Estos personajes están haciendo una reflexión interior, por eso no resultó como película, porque no podía construirla solamente de manera visual, necesitaba reflexiones, interiorización de los personajes y la visión del mundo de ellos es desde el interior, no a través de sus acciones”, explica.

Las voces que narran el libro tienen, en efecto, una manera particular de hablar, de contar su historia. Es el caso del hombre que relata el terrible sufrimiento de la esclavitud, la de millones de personas cuyas aldeas fueron invadidas en África, sus líderes masacrados, luego encadenados hombres y mujeres jóvenes, niños, obligados a andar sobre selvas espesas o enormes sabanas hasta puertos donde muchos vieron por primera vez el mar, embarcados a fuerza de látigo y encadenados en la panza de enormes naves que los llevaron a puertos de Europa y de ahí a la larga travesía hacia América. Subastados, comprados como ganado, marcados como ganado, explotados como ganado.

“Quizás lo más retador fue encontrar que cada uno tuviera una aproximación distinta a la manera de contar, que cada uno tuviera un lenguaje distinto, porque la puntuación es distinta, la sintaxis es distinta, el tono y el ritmo. Hay un personaje que hace una narración caótica sin ningún tipo de puntuación. Hay otro que se ha negado a hablar durante toda su esclavitud y cuando decide hablar su sintaxis es de la lengua original. Hay un personaje que es un esclavo que se llama James y dice: ‘La única manera en que voy a poder ser verdaderamente libre es dominar el lenguaje de quienes esclavizan. Porque sí voy a saber cuáles son los intestinos, cuáles son las entrañas de sus intenciones, porque sin su lenguaje no voy a entenderlo’. Entonces, a él lo secuestran, lo raptan a los nueve años para convertirlo en esclavo y empieza a aprender inglés. Y de todos los personajes de la novela es el que mejor lenguaje tiene”, narra Arriaga.

Si el lenguaje sobresale en la narración, la violencia también es protagonista. Arriaga no se cortó a la hora de relatar aquel mundo feroz, lleno de crueldad. La violencia marca el paso desde las primeras páginas, cuando Jack Barley, niño de 11 años víctima de acoso de sus vecinos en un pueblucho del Este estadounidense, decide tomar venganza y asesina a puñaladas al matón que lo acosa y hiere a sus secuaces. “No hubo vuelta atrás, Jack se agachó y, como lo practicó decenas de veces a solas en su casa, sacó el cuchillo con disimulo y en un movimiento rabioso lo encajó en el pecho de su adversario. Louis sonrió, había percibido el golpe como un débil puñetazo. Se asustó cuando vio la expresión estupefacta de sus amigos. ‘Tienes sangre’, le avisó Chuck. Louis miró hacia abajo y descubrió una mancha rojiza extenderse por su percudida camisa blanca. Miró a Jack y detectó el brillo de un filo entre los dedos de su rival, ‘¿qué hiciste?“, narra la novela. Barley crecerá hasta convertirse en un personaje osado capaz de poner en apuros el imperio de Lloyd.

“No me limité en la violencia”, reconoce Arriaga. A veces yo mismo decía: “Está demasiado violento.” Pero no es una violencia gratuita. En una entrevista un periodista me dijo: “Acá voy a leer una novela de torturadores, donde disfrutan matar.” Le dije: “Este personaje no es que disfrute matar. Este personaje instrumentaliza la violencia para la consecución de lo que él considera son altas miras, que es la construcción de un imperio y de una dinastía. No es violento porque le guste ser violento. A él no le atrae la violencia per se. Usa la violencia para la consecución de sus fines. Y la usa sin medida. Él tiene el entendido de que va a matar si esas muertes le van a ayudar a conseguir su visión, que es forjar un imperio”, comenta el escritor.

La escritura de esta novela le tomó a Arriaga muchos años, pero el producto final es una obra muy actual, una que narra la historia del capitalismo, un sistema que ha crecido con la naturaleza de personas ambiciosas como Henry Lloyd, que bien podría ser considerado como padre de la plutocracia que gobierna hoy Estados Unidos. “Se están enfrentando dos visiones del capitalismo, las dos igual de salvajes. Una que requiere sostenerse del mundo globalizado y de la mano de obra barata, y otra que quiere procurar un capitalismo más nativista, más enfocado hacia sus propios intereses. En ambos casos son plutocracias”, asegura el autor.

En medio del surgimiento de esas dos formas de acumulación, está el relato de la barbarie, el de millones de personas que cayeron en plantaciones, fábricas y puertos y otros tantos asesinados por la ambición de tierras y la expansión del ganado. Esa es la historia de México con los nativos estadounidenses, a los que este país contribuyó a eliminar. Una historia poco contada. “Es un acto vergonzoso. O sea, eso va en contra del discurso de ‘nos integramos unos y otros, somos un país mestizo’. Allá en el norte la masacre estuvo ruda. Como los apaches y otras tribus nómadas eran indomables, indómitos, decidieron exterminarlos. Es un pasado muy oscuro que los mexicanos se niegan a ver”, acepta el escritor.

Ese es el mundo que retrata El hombre, una novela con fuerte carácter histórico, que puede ayudar a entender un presente marcado también por la avaricia y por la incertidumbre. Una historia de personajes brutales, sí, pero hecha sin el afán de esconder o minimizar la barbarie que el ser humano puede crear. “Es obligación de los novelistas enseñar la naturaleza humana con todos sus bemoles, con todos sus claroscuros, con todas sus cumbres y sus abismos”, asegura Arriaga.

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