<p>En una de las últimas entradas de su diario, dos semanas antes de morir, escribió: «<strong>La enfermedad no va a hacer que renuncie a mis deseos. Estos mutarán, pero no desaparecerán</strong>. El arte es uno de los motores de mi vida; me sana y guía». <strong>Perla Zúñiga</strong> (Madrid, 1996 – Valdemaqueda, 2024) fue poeta, artista y DJ, organizó fiestas LGTBI y actuó en el festival Sónar con su alias de Jovendelaperla. Una existencia desbordante que trascendió el diagnóstico que recibió a los 19 años: <strong>sarcoma de Ewing, una rara forma de cáncer que destruyó sus huesos y su abdomen</strong>.</p>
Poeta y artista ‘trans’, Perla Zúñiga murió a los 27 años por cáncer. La enfermedad marcó su vida, pero quiso trascenderla, como cuenta su libro póstumo ‘Me muero, te quiero’
En una de las últimas entradas de su diario, dos semanas antes de morir, escribió: «La enfermedad no va a hacer que renuncie a mis deseos. Estos mutarán, pero no desaparecerán. El arte es uno de los motores de mi vida; me sana y guía». Perla Zúñiga (Madrid, 1996 – Valdemaqueda, 2024) fue poeta, artista y DJ, organizó fiestas LGTBI y actuó en el festival Sónar con su alias de Jovendelaperla. Una existencia desbordante que trascendió el diagnóstico que recibió a los 19 años: sarcoma de Ewing, una rara forma de cáncer que destruyó sus huesos y su abdomen.
Así y todo, la joven creadora ‘trans’ no permitió que la enfermedad monopolizase su vida, como muestra ‘Me muero, te quiero’ (Blatt &Ríos), un libro póstumo que publica y prologa quien fuese su pareja, Mariano Blatt, y que se presentó el pasado sábado en La Casa Encendida con la participación de amigas y colaboradoras, como Vera Amores (aka Berenice), JASSS o Nerea Pérez de las Heras.
Blatt, que estuvo con Zúñiga hasta el final, recuerda de ella «un sentido del humor bastante particular, despampanante y, por momentos, un poco grotesco». También, su espontaneidad y «su extrema sensibilidad poética hacia todo y hacia todos, hacia todos los seres vivos, hacia la naturaleza, hacia el arte en general». El editor habla también de «un proceso de obligada madurez» desde aquel diagnóstico a los 19 años y «cuando el sarcoma volvió a aparecer no sólo una vez, sino dos, tres y hasta cuatro». Desde ese momento, «tuvo una noción de lo finito del tiempo», percepción aún más marcada en «una persona muy joven, con muchísimo que dar» y que además «tuvo que hacerse cargo no solamente de ella misma, sino también de su familia, de las personas que la rodeábamos».
Leto Ybarra, artista, amiga y, en cierto modo, albacea de la obra de Zúñiga, insiste en la chispa: «Era una persona que querías tener cerca. Disfrutaba mucho con sus amigas y tenía mucho sentido del humor, en gran parte porque sabía analizar la realidad con la precisión de un rayo láser». En ‘Me muero te quiero’, subraya, esto también está presente. «Hay humor -aún navegando la enfermedad y el sistema hospitalario- también hay mucha calle, se visibilizan las redes de apoyo de la poeta, quien se abre con toda su fragilidad y vulnerabilidad». Al mismo tiempo, «la sexualidad y la muerte también recorren el poemario». Así, «en algunos de los poemas más dolorosos hay una capacidad casi cinematográfica de poner un zoom extremo a una emoción o a el propio cuerpo, e ir alternando en un mismo poema la crudeza e inmediatez de esta atención detallada con otros cambios radicales de enfoque que nos desbarajustan ideas preconcebidas sobre la vitalidad y los escenarios en los que persiste el deseo».
Otra componente de su red de amigas, la artista visual Elsa Estrella, le dedica este recuerdo: «Perla siempre resignificaba lo que la rodeaba, era capaz de generar un imaginario propio muy fuerte y una mitología personal, no sólo en su práctica artística, si no también en su vida y sus relaciones. Su enfermedad y muerte estuvieron atravesadas por ese universo personal y fantástico, en algunos casos generando imágenes aparentemente contradictorias». Y menciona un fragmento del libro en el que aparece un duende colándose por el techo del hospital y simulando que tiene sexo «de la misma manera que lo simulaban los chicos ‘heteros’ de su clase con los pupitres».
Desde su primer tumor, abunda Estrella, Perla «evitó el lenguaje belicista tan extendido en torno a la enfermedad». En ese sentido, «no vivió el cáncer ni la perspectiva de la muerte como una batalla, sino que comprendió desde el principio que formaban parte de la vida y el cuerpo. Así, comenzó a interesarse por el poder metafórico de las células cancerígenas: la rebeldía del cuerpo, el peligro, el dolor y la transformación que implica la enfermedad».
Según Blatt, «tuvo un nivel de productividad que a veces jugó un poco en su contra, no en cuanto a la calidad de las cosas que hacía, pues su poesía, sus obras de arte, sus ‘performances’, sus apariciones en vivo, sus directos… todo era arrollador». Más bien fue «la urgencia por hacer cosas», matiza. «Nos dejó a todos nosotros esa huella de que las cosas hay que hacerlas. Cuando sea, cuando se da la oportunidad, no postergarlas, porque no sabemos cuánto tiempo hay».
Pero también es importante señalar, tercia Estrella, que «Perla no se definió solamente por su experiencia con la enfermedad y la muerte, ni por el gesto de desestigmatizarlas. Supo vivir y trabajar con una independencia que trascendía su condición. A lo largo de su vida exploró múltiples temas y se lo pasó pipa, con una capacidad admirable para ir más allá de la órbita del hospital, incluso en los momentos en que su enfermedad le exigía anclarse en él. La muerte se acercaba, pero ella, de algún modo, se acercaba aún más a la vida».
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