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  Libros  ‘La sangre está cayendo al patio’: la escritora Elvira Navarro no está para bromas
Libros

‘La sangre está cayendo al patio’: la escritora Elvira Navarro no está para bromas

octubre 10, 2025
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En el texto de contraportada, los editores de Random House utilizan, entre otras, la palabra “aislamiento” para definir la naturaleza de los nueve cuentos que nos entrega Elvira Navarro (Huelva, 1978) en La sangre está cayendo al patio. Bueno, las contraportadas no siempre aciertan (de hecho, no siempre buscan acertar, si por tal cosa entendemos decir la verdad), pero esta sí: entre el aislamiento y la soledad se mueven los personajes de un libro opresivo, que muestra la vida contemporánea como un fenómeno amortiguado y desasistido. Y si al lector todo esto le suena muy lúgubre, así debe ser: Navarro es una escritora que no está para bromas, modas o concesiones.

Estas historias transcurren en escenarios todavía vigentes en nuestra realidad socioeconómica que ahora han pasado a segundo plano: urbanizaciones vacías a medio construir, espacios urbanos liminares, casas inacabadas, obras…

Tanto es así, que La sangre está cayendo al patio es un libro bastante impermeable tanto a las tendencias literarias que han sido centrales durante el último lustro (cuerpo, deseo) como a alguna que se intuye emergente (pienso en la relectura de lo místico). Es decir, claro que hay cuerpo y deseos, puesto que hay relatos y también protagonistas que los encarnan, pero las inquietudes de Navarro funcionan de un modo particular, muy reconocible, directamente conectado con el que sigue siendo su mejor (y, sobre todo, más importante) libro, La trabajadora (2014). Así, estas historias transcurren en escenarios todavía vigentes en nuestra realidad socioeconómica, pero que hace una década o década y media, en la época post-crisis, eran un lugar común de la narrativa española, mientras que ahora han pasado a segundo plano: urbanizaciones vacías a medio construir, espacios urbanos liminares, casas inacabadas, obras… Yo diría que esto es deliberado y lúcido por parte de la autora, como señalando que algo quedó congelado en el tiempo por aquel entonces, que seguimos viviendo en ese desierto posterior a una fiesta mentirosa, aunque la conversación pública inevitablemente haya ido desplazándose o mutando.

En cuanto al misticismo que poco a poco, en los últimos meses y en los que están por venir, se está posicionando como nueva inquietud prioritaria entre muchas escritoras frente al vacío contemporáneo, Navarro adopta más bien un tono existencialista para responder a ese mismo vacío. De hecho, cuando uno de sus relatos se refiere repetidamente a la “nada” que rodea al protagonista, la voz narradora remata: “La nada era un concepto existencial”. Es quizá la única vez que la autora insinúa una pista explícita sobre cómo podríamos entender estos cuentos tan inaprensibles, tan ariscos. Así, a primera vista, la cita tal vez suena ingenua, una declaración demasiado obvia. Sin embargo, creo que no lo es: aquí conocemos a personajes aislados, solos y que se saben solos, que mantienen actitudes indiferentes o disociadas durante mucho tiempo hasta que los acontecimientos los conducen a un punto en el son poseídos por una angustia radical. No hablo de una angustia psicológica, o no solo, sino casi metafísica. Es como si los personajes intuyeran una grieta en la realidad aparentemente monolítica que los rodea, pero solo pudiesen encarar dicha grieta desde el pesimismo o el cansancio, sin esperanza ni expectativa. Aparentemente, uno diría que el optimismo no comparece nunca en La sangre está cayendo al patio. Y, sin embargo… Fíjense: el libro se cierra con estas palabras, “No quería descansar. Aún no”. La línea final puede interpretarse como una forma de dejarnos suspendidos en agonía, pero también como una resistencia a claudicar definitivamente, a dar por clausurada toda posibilidad…

Hay tres cuentos magistrales, ‘El recogedor de animales’, ‘El vigilante’ y ‘La ciudad del miedo’, aunque ninguno es malo. Al libro entero lo atraviesa esa atmósfera extrañamente gótica propia de la mejor Navarro, una autora que no practica el terror ni introduce lo sobrenatural, pero que, sin embargo, se diría que puebla sus libros de monstruos y fantasmas acechando en los espacios más oscuros de la ciudad y también en objetos insólitos, lavadoras, secadores de pelo, paredes de obra vista. En definitiva, son nueve relatos sobre una niebla callada que a veces parece tedio, y otras, fatalidad.

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Estas historias transcurren en escenarios todavía vigentes en nuestra realidad socioeconómica que ahora han pasado a segundo plano: urbanizaciones vacías a medio construir, espacios urbanos liminares, casas inacabadas, obras…

Tanto es así, que La sangre está cayendo al patio es un libro bastante impermeable tanto a las tendencias literarias que han sido centrales durante el último lustro (cuerpo, deseo) como a alguna que se intuye emergente (pienso en la relectura de lo místico). Es decir, claro que hay cuerpo y deseos, puesto que hay relatos y también protagonistas que los encarnan, pero las inquietudes de Navarro funcionan de un modo particular, muy reconocible, directamente conectado con el que sigue siendo su mejor (y, sobre todo, más importante) libro, La trabajadora (2014). Así, estas historias transcurren en escenarios todavía vigentes en nuestra realidad socioeconómica, pero que hace una década o década y media, en la época post-crisis, eran un lugar común de la narrativa española, mientras que ahora han pasado a segundo plano: urbanizaciones vacías a medio construir, espacios urbanos liminares, casas inacabadas, obras… Yo diría que esto es deliberado y lúcido por parte de la autora, como señalando que algo quedó congelado en el tiempo por aquel entonces, que seguimos viviendo en ese desierto posterior a una fiesta mentirosa, aunque la conversación pública inevitablemente haya ido desplazándose o mutando.

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Hay tres cuentos magistrales, ‘El recogedor de animales’, ‘El vigilante’ y ‘La ciudad del miedo’, aunque ninguno es malo. Al libro entero lo atraviesa esa atmósfera extrañamente gótica propia de la mejor Navarro, una autora que no practica el terror ni introduce lo sobrenatural, pero que, sin embargo, se diría que puebla sus libros de monstruos y fantasmas acechando en los espacios más oscuros de la ciudad y también en objetos insólitos, lavadoras, secadores de pelo, paredes de obra vista. En definitiva, son nueve relatos sobre una niebla callada que a veces parece tedio, y otras, fatalidad.

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Elvira Navarro
Random House, 2025
144 páginas. 17,95 euros

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