<p>Los fines de semana aún pasa el butanero con su carretilla, haciendo sonar las bombonas metálicas entre el laberinto de bloques con ropa tendida, típicos del desarrollismo franquista de los años 60. Una virgen asoma en una capillita en medio de la calle, muy andaluza, mientras unas vecinas con velo pasan por debajo con sus carritos de la compra. En la pared, pintadas feministas del 8-M: <i>Mi falda no es muy corta, tu educación sí.</i> Y justo delante de la macrocomisaría de los Mossos d’Esquadra todavía está <strong>el mítico bar La Española, </strong>regentado durante 20 años por los padres de David y José Muñoz, los <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/musica/2024/06/23/667763eefdddffe3358b4588.html»><strong>Estopa</strong></a>, que pusieron la banda sonora al barrio. Antes lo hizo La Banda Trapera del Río, que cantaba con rabia punk a aquellos bloques verdes de una Ciudad Satélite aún por asfaltar.</p>
El edificio de madera con 85 pisos proyectado por el estudio Peris+Toral en el extrarradio de Barcelona ha llegado a la final del RIBA Internacional, uno de los grandes premios de la arquitectura mundial
Los fines de semana aún pasa el butanero con su carretilla, haciendo sonar las bombonas metálicas entre el laberinto de bloques con ropa tendida, típicos del desarrollismo franquista de los años 60. Una virgen asoma en una capillita en medio de la calle, muy andaluza, mientras unas vecinas con velo pasan por debajo con sus carritos de la compra. En la pared, pintadas feministas del 8-M: Mi falda no es muy corta, tu educación sí. Y justo delante de la macrocomisaría de los Mossos d’Esquadra todavía está el mítico bar La Española, regentado durante 20 años por los padres de David y José Muñoz, los Estopa, que pusieron la banda sonora al barrio. Antes lo hizo La Banda Trapera del Río, que cantaba con rabia punk a aquellos bloques verdes de una Ciudad Satélite aún por asfaltar.
Estamos en el extrarradio de Cornellà de Llobregat, último bastión del extinto cinturón rojo de Barcelona, donde José Montilla fue alcalde durante 19 años. Desde esta barriada más acostumbrada a las noticias relacionadas con la aluminosis, una promoción de viviendas de protección oficial a cargo del estudio Peris+Toral Arquitectes ha irrumpido en el escaparate internacional de la arquitectura como uno de esos «edificios que cambian el mundo». Lo dice el Royal Institute of British Architects (RIBA), que ha escogido Modulus Matrix, su complejo de 85 viviendas, como uno de los tres finalistas de su codiciado Premio Internacional, que otorgará el 27 de noviembre.
«Llevamos años investigando nuevas maneras de vivir, de habitar y de construir, y este edificio demuestra que se pueden hacer viviendas sociales de alta calidad, utilizando un material como la madera», señala José Toral. Y Marta Peris completa: «La arquitectura tiene la capacidad de transformar la sociedad. Creemos en un lugar que puede encarnar una serie de valores, de igualdad de género, de equidad social. ¿Por qué Suecia es un país muy avanzado en temas de género? Porque en los años 30 ya construían casas colectivas con guarderías en los bajos y cocinas compartidas: las mujeres podían tener trabajos liberales, independizarse…». Tanto Peris como Toral combinan su labor profesional (abrieron su estudio en 2005 con un proyecto de pisos sociales para jóvenes) con la académica, e imparten clases en la Universidad Politécnica de Cataluña, especializados en el ámbito de la vivienda pública.
Su Modulus Matrix, promovido por el Instituto Metropolitano de Promoción de Suelo (IMPSOL), se mide directamente con una remodelación del gran David Chipperfield, que ha convertido un antiguo monasterio y hospital en sede de la compañía Jacoby Studios, en Paderborn (Alemania), y con el despacho asiático O-office, que ha levantado un impresionante Museo de Fotografía en Lianzhou, al norte de China. ¿Cómo un modesto estudio español con una obra social en Cornellà se ha colado en la short list del RIBA Internacional? Recordemos que el RIBA es una de las instituciones de referencia en arquitectura, con unas Medallas de Oro que entrega desde el siglo XIX y que sólo un español, Rafael Moneo, ha ganado.
«Los modelos familiares y sociales han cambiado radicalmente en los últimos años, pero las viviendas no. Tradicionalmente, España ha sido muy conservadora y creemos que este es un campo en el cual hay mucho por hacer, tiene que evolucionar», defiende Peris. Y Modulus Matrix es un caso ejemplar.
El edificio de más de 10.000 metros cuadrados y cinco plantas ocupa toda la manzana sobre la que se levantaba el mítico cine PISA, construido en 1967 y el último que cerró sus puertas en Cornellà, en 2012. Un nostálgico Google Maps aún indica que el PISA sigue ahí, aunque fue demolido en 2016. «Cuando llegamos, tras ganar el concurso, encontramos una fuerte oposición vecinal con muchas pancartas de ‘PISA Sí, Pisos No’. Los vecinos querían su cine», recuerda Peris en lo que fuera el porche de entrada del PISA y que hoy se abre en una luminosa plaza-patio. «Antes de empezar a construir, hicimos una exposición en la calle para mostrar cómo sería el nuevo edificio. Lo montamos como si fuese una cartelera, con títulos de películas como La ventana indiscreta», cuenta. «No hubo ni un grafiti».
En medio del enjambre de bloques de hormigón, Modulus Matrix aparece como un oasis, una alternativa de futuro en un barrio hiperdenso que podría ser el de cualquier periferia, de la banlieue francesa a los duros complejos brutalistas. Desde fuera sorprende su estética, con las terrazas blancas salpicadas de plantas y enredaderas, todas con techos y persianas enrollables de madera, tan mediterráneas. Pero el secreto está en un interior fuera de la norma, al menos occidental. Ya el patio de entrada desprende cierto aire de jardín zen, con un césped y un árbol en medio, rodeado por un muro de piedras grises («es funcional: los gaviones absorben la reverberación», señala Toral).
Esa armonía zen viene de una geometría simétrica y de la ambigüedad, un concepto poco usado en nuestra arquitectura, pero que Marta Peris analizó en su original tesis doctoral La casa japonesa a través del cine de Yasujiro Ozu, un cineasta de culto considerado «el más japonés de los directores japoneses» (en 2019, la publicó en formato de ensayo bajo el título La casa de Ozu). Su tesis empieza con una diferencia lingüística fundamental, que explica un abismo casi espiritual: «No existe una palabra japonesa que corresponda a la palabra habitación. El concepto de espacio occidental no existe para el japonés», explica. Lo más parecido sería el término ma «cuya traducción literal es brecha, pausa, intersticio intermedio, un intervalo de tiempo y espacio» y su ideograma deriva de la unión de dos caracteres, puerta y sol. «Se interpreta como la visión del sol que filtra a través del intersticio de una puerta», dice la arquitecta. No es sólo una imagen poética sino otra forma de habitar que Peris+Toral ha puesto en práctica en una planta insólita, el ADN que define todo el edificio.
Mari Ángeles, 60 años, de Cornellà de toda la vida («de pequeña jugaba delante del PISA con los otros niños del barrio»), nos abre la puerta de su casa y el efecto es el de una película de Ozu: el sol del mediodía se filtra tamizado por la ventana que da al este, en una superposición de planos en la que se intuyen el resto de estancias sin verlas del todo, un fuera de campo muy cinematográfico. Las puertas correderas de 1,6 metros -el doble de lo habitual- se inspiran en el shoji nipón, el panel tradicional para dividir los espacios. Más que puertas, aquí todo son marcos.
«No hay pisos de protección oficial así. Se nota que los arquitectos se han preocupado por el bienestar de la gente. A mí me da mucha paz vivir aquí. Estás en Cornellà, pero podrías estar en cualquier otra parte», confiesa Mari Ángeles mientras Toral sonríe discreto. Se gira hacia él y le pregunta: «Vosotros habéis viajado mucho, ¿no? Porque esto no lo haces en un despacho». «Un poco…», responde él, que en las próximas semanas tiene reuniones en Split, Madrid, Düsseldorf, Múnich… «En el despacho puedes cristalizar la pregunta, pero cuando vas por el mundo encuentras las respuestas», añade. Saca el iPad y nos enseña un croquis de la planta: «Explica todo el edificio desde dentro a fuera. No hay pasillos, hemos redistribuido su superficie en las habitaciones, de unos 13 metros cuadrados cada una. Usamos una matriz de 360 por 360 cm, que equivale a una habitación de ocho tatamis. Un tatami mide 90 por 180 cm y remite a la relación del espacio habitable con la medida del cuerpo humano».
El rígido modelo de casa con una habitación grande, una mediana y otra pequeña queda obsoleto. «Con habitaciones del mismo tamaño se eliminan las jerarquías, incluso los estereotipos de género. Por eso colocamos la cocina como espacio central y abierto, que distribuye el resto de habitaciones y que visibiliza el trabajo doméstico», señala Toral. Y Peris completa: «Lo que anteriormente era la chimenea y después la tele, ahora ya no tiene sentido. Cada día pasamos más tiempo en la habitación, cada miembro de la familia conectado a un contenido multimedia… La mesa de comer aún sigue siendo un espacio central porque nuestra cultura hace de la comida un ritual, aunque sea una vez o dos a la semana». Nos marchamos de casa de Mari Ángeles, que esta mañana ha ido al mercado. «Vienen unos amigos y voy a hacer paella», se despide.
Aunque, por supuesto, hay ascensores, utilizamos las escaleras de madera, casi una escultura nórdica que sigue desprendiendo olor a bosque. Para notar algo así, los vecinos tienen que andar un kilómetro hasta el parque de Can Mercader, pulmón verde de la ciudad.
En Modulus Matrix todos los habitantes tienen dos terrazas: una interior por la que se accede a la vivienda y otra exterior, lo que permite un eficiente sistema de ventilación cruzada. En las interiores comienza la vida doméstica con mesitas para tomar un café, bicicletas, armarios, plantas… Pero hay una que destaca por su frondosa vegetación, con plantas colgantes, maceteros de madera hechos a mano y hasta un olivo.
«He sido jardinero durante 30 años», se presenta Juan Antonio Ortiz. Su casa huele a incienso y ha usado una de las habitaciones como sala de masaje y reikki. «He tenido tres ictus, aunque no lo parezca», dice sin vacilar. Y no, no lo parece. «Pues he tenido que aprender a hablar dos veces». Otra habitación la ha convertido en despacho para su asociación Vidas tras un ictus, que colabora con el Instituto Guttmann, el primer hospital del país (se fundó en 1965) especializado en neurorehabilitación y lesiones medulares.
Ortiz nació en Cornellà y tras la severidad de los ictus tuvo que dejar de trabajar. «Echo de menos la jardinería», admite. Su terraza exterior enmarca una palmera de la calle, frente a los bloques de hormigón. Se asoma y recita :«El alto es un cedro, este una magnolia». Suspira y recuerda que vivió la pandemia en un piso de 54 metros cuadrados sin terraza. «Esto es el paraíso. No lo cambio por una casa en el campo». Cuando vuelve a la entrada-terraza interior añade: «Mira, si es como abrir la puerta de tu caravana y estar en un camping, lo ves todo».
Esa sensación de camping no solo la da la vida abierta hacia el exterior, sino la estructura de madera. «Muchos promotores privados han venido a visitar el edificio para entender cómo hay que construir con madera. Todo el mundo sabe que el futuro, más eficiente y sostenible, pero faltan referentes, sobre todo a esta gran escala. Creemos en la ejemplaridad de la administración pública para señalar el camino y liderar soluciones de hacia dónde tenemos que ir», reivindica Toral. Hace solo 10 años este edificio habría parecido una utopía. Y aún guarda otro secreto en el sótano. «La mitad es un parking, pero reservamos un espacio sin columnas para que pueda convertirse en cine», cuenta Peris. De algún modo, el PISA sigue. No solo en la memoria.
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