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  Libros  Le Carré, el Mosad y Palestina
Libros

Le Carré, el Mosad y Palestina

octubre 11, 2025
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John Le Carré publicó su novela La chica del tambor (The Little Drummer Girl) en 1983. El libro se distribuyó en el mes de marzo. Apenas medio año antes, el 15 de septiembre de 1982 y durante tres días de horror, se produjo la matanza de Sabra y Chatila, en Beirut. Las víctimas —las cifras oscilan entre los cerca de mil y los más de 3.000 asesinados en apenas tres días— eran mayormente mujeres, niños y ancianos, palestinos sobre todo, y también refugiados chiíes. Los cadáveres mostraban signos de tortura y ensañamiento, de mutilaciones y violaciones. El ataque respondió a una explosión de odio dentro de la lógica feroz de la guerra civil libanesa. Los perpetradores fueron las milicias de las Fuerzas Libanesas, cristianos maronitas ultraderechistas liderados por Bechir Gemayel, recién elegido presidente del Líbano y asesinado el 14 de septiembre. La matanza fue, pues, un acto de venganza. Pero el horror necesitó de la asistencia del ejército israelí, que bloqueó todas las vías de escape y asistió impasible a la carnicería. Había invadido el Líbano en junio de aquel año con el beneplácito de las milicias de Gemayel, que ansiaban acabar con la OLP de Arafat, establecida allí después de su expulsión de Jordania en septiembre de 1970. De aquel septiembre jordano salió la organización Septiembre Negro, famosa por el sangriento secuestro de atletas israelíes en los juegos de Múnich de 1972. En cierto modo la historia se repetía en el Líbano. Fueron expulsados de Jordania después del intento fallido por parte de los fedayines de derrocar al rey Hussein, y ahora, en agosto de 1982, Arafat y su guardia se retiraba a Túnez ante la presión de las milicias maronitas y los tanques israelíes. Los fedayines atentaban y emboscaban, se retiraban cuando las cosas se ponían feas, y los civiles palestinos que quedaban atrás eran masacrados. Sucedió en Jordania en 1970. Sucedió en Líbano en 1982. Dejo la rima en el aire.

En los agradecimientos, el escritor no menciona a una persona clave en la gestación de la novela: Janet Lee Stevens, una arabista y periodista norteamericana muy conocedora de los campos de refugiados palestinos en el Líbano

John Le Carré visitó los campos de Sabra y Chatila mientras trabajaba en su novela. Los agradecimientos por el intenso trabajo de documentación y localización están fechados en julio de 1982. En ellos, que merecen ser leídos con atención por lo que dicen y por lo que callan, no menciona a una persona clave en la gestación de la novela: Janet Lee Stevens, una arabista y periodista norteamericana muy conocedora de los campos de refugiados palestinos en el Líbano. Fue ella la que acompañó al novelista en su visita a los campos, y es ella la que da título a la novela. Los palestinos la conocían como “la chica del tambor”, por su compromiso y combatividad. Janet Lee Stevens murió el 18 de abril de 1983 en el atentado que reventó la embajada de los Estados Unidos en Beirut —63 muertos, 120 heridos—.

Stevens se encontraba allí para entrevistarse con el responsable de USAID en la zona y reclamarle una mayor implicación con los palestinos y los chiitas libaneses. El atentado fue una de las muchas jugadas maestras del Irán de los ayatolás.

Leer hoy esta extraordinaria novela de John Le Carré impresiona y conmueve. Los 40 años transcurridos desde su publicación no le pesan al libro, le pesan al lector, y lo apesadumbran. De sus adaptaciones a la pantalla sólo diré: No —para mi gusto— a la versión cinematográfica (1984), y sí a la miniserie (2018). Pero el texto da todo lo que exige a cambio. La novela cuenta la historia de Charlie, una chica que el Mosad infiltra en el núcleo de un sanguinario comando palestino muy activo en Alemania. No es la historia de la militar ya adiestrada para infiltrarse en una organización terrorista. Se trata de una guapa muchacha —ha de servir de cebo—, actriz del montón, políticamente concienciada, atolondrada, elegida con criterio pero captada con malas artes, seducida, engañada, secuestrada y sometida a una sesión despiadada de desmontaje moral, y finalmente lanzada a una aventura con todo el riesgo y sin garantías. Que la chica sea quien es, su fragilidad e imprevisibilidad, eso sería la parte inverosímil de toda la historia. Pero se salva por la prodigiosa intensidad literaria, moral y psicológica que exige hacerla creíble. Y se salva también por la inteligencia política que acompaña toda la sabiduría literaria de la novela.

Sobre esta inteligencia política, creo que terriblemente lúcida en 1983 y dolorosamente vigente hoy, pensando en Gaza y en el Israel actual, merece mucho la pena detenerse en tres momentos estremecedores: el relato que Becker —el agente del Mosad captor, raptor y seductor de la chica— hace del drama palestino (“el acto más cruel, la peor burla de toda la historia: que Israel, en 30 años, haya convertido a los palestinos en los nuevos judíos de la tierra”); luego la propuesta, hoy olvidada o acallada, de un único Estado aconfesional donde convivan palestinos y judíos, defendida por una generación de idealistas ya envejecida, marginada o eliminada (el personaje del profesor judío Minkel, que expone el dilema con crudeza: “O bien democracia sin realización del judaísmo, o bien realización del judaísmo sin democracia”); finalmente, la profecía, de nuevo en boca de Gadi Becker, sobre el destino de Israel: acabar siendo una “Esparta moderna”, puramente judía pero con la democracia secuestrada por el estado de guerra permanente. Claro que entonces la pregunta es: si Israel es Esparta, ¿dónde queda Atenas? ¿Ya no hay Atenas?

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 John Le Carré publicó su novela La chica del tambor (The Little Drummer Girl) en 1983. El libro se distribuyó en el mes de marzo. Apenas medio año antes, el 15 de septiembre de 1982 y durante tres días de horror, se produjo la matanza de Sabra y Chatila, en Beirut. Las víctimas —las cifras oscilan entre los cerca de mil y los más de 3.000 asesinados en apenas tres días— eran mayormente mujeres, niños y ancianos, palestinos sobre todo, y también refugiados chiíes. Los cadáveres mostraban signos de tortura y ensañamiento, de mutilaciones y violaciones. El ataque respondió a una explosión de odio dentro de la lógica feroz de la guerra civil libanesa. Los perpetradores fueron las milicias de las Fuerzas Libanesas, cristianos maronitas ultraderechistas liderados por Bechir Gemayel, recién elegido presidente del Líbano y asesinado el 14 de septiembre. La matanza fue, pues, un acto de venganza. Pero el horror necesitó de la asistencia del ejército israelí, que bloqueó todas las vías de escape y asistió impasible a la carnicería. Había invadido el Líbano en junio de aquel año con el beneplácito de las milicias de Gemayel, que ansiaban acabar con la OLP de Arafat, establecida allí después de su expulsión de Jordania en septiembre de 1970. De aquel septiembre jordano salió la organización Septiembre Negro, famosa por el sangriento secuestro de atletas israelíes en los juegos de Múnich de 1972. En cierto modo la historia se repetía en el Líbano. Fueron expulsados de Jordania después del intento fallido por parte de los fedayines de derrocar al rey Hussein, y ahora, en agosto de 1982, Arafat y su guardia se retiraba a Túnez ante la presión de las milicias maronitas y los tanques israelíes. Los fedayines atentaban y emboscaban, se retiraban cuando las cosas se ponían feas, y los civiles palestinos que quedaban atrás eran masacrados. Sucedió en Jordania en 1970. Sucedió en Líbano en 1982. Dejo la rima en el aire.En los agradecimientos, el escritor no menciona a una persona clave en la gestación de la novela: Janet Lee Stevens, una arabista y periodista norteamericana muy conocedora de los campos de refugiados palestinos en el LíbanoJohn Le Carré visitó los campos de Sabra y Chatila mientras trabajaba en su novela. Los agradecimientos por el intenso trabajo de documentación y localización están fechados en julio de 1982. En ellos, que merecen ser leídos con atención por lo que dicen y por lo que callan, no menciona a una persona clave en la gestación de la novela: Janet Lee Stevens, una arabista y periodista norteamericana muy conocedora de los campos de refugiados palestinos en el Líbano. Fue ella la que acompañó al novelista en su visita a los campos, y es ella la que da título a la novela. Los palestinos la conocían como “la chica del tambor”, por su compromiso y combatividad. Janet Lee Stevens murió el 18 de abril de 1983 en el atentado que reventó la embajada de los Estados Unidos en Beirut —63 muertos, 120 heridos—.Stevens se encontraba allí para entrevistarse con el responsable de USAID en la zona y reclamarle una mayor implicación con los palestinos y los chiitas libaneses. El atentado fue una de las muchas jugadas maestras del Irán de los ayatolás.Leer hoy esta extraordinaria novela de John Le Carré impresiona y conmueve. Los 40 años transcurridos desde su publicación no le pesan al libro, le pesan al lector, y lo apesadumbran. De sus adaptaciones a la pantalla sólo diré: No —para mi gusto— a la versión cinematográfica (1984), y sí a la miniserie (2018). Pero el texto da todo lo que exige a cambio. La novela cuenta la historia de Charlie, una chica que el Mosad infiltra en el núcleo de un sanguinario comando palestino muy activo en Alemania. No es la historia de la militar ya adiestrada para infiltrarse en una organización terrorista. Se trata de una guapa muchacha —ha de servir de cebo—, actriz del montón, políticamente concienciada, atolondrada, elegida con criterio pero captada con malas artes, seducida, engañada, secuestrada y sometida a una sesión despiadada de desmontaje moral, y finalmente lanzada a una aventura con todo el riesgo y sin garantías. Que la chica sea quien es, su fragilidad e imprevisibilidad, eso sería la parte inverosímil de toda la historia. Pero se salva por la prodigiosa intensidad literaria, moral y psicológica que exige hacerla creíble. Y se salva también por la inteligencia política que acompaña toda la sabiduría literaria de la novela.Sobre esta inteligencia política, creo que terriblemente lúcida en 1983 y dolorosamente vigente hoy, pensando en Gaza y en el Israel actual, merece mucho la pena detenerse en tres momentos estremecedores: el relato que Becker —el agente del Mosad captor, raptor y seductor de la chica— hace del drama palestino (“el acto más cruel, la peor burla de toda la historia: que Israel, en 30 años, haya convertido a los palestinos en los nuevos judíos de la tierra”); luego la propuesta, hoy olvidada o acallada, de un único Estado aconfesional donde convivan palestinos y judíos, defendida por una generación de idealistas ya envejecida, marginada o eliminada (el personaje del profesor judío Minkel, que expone el dilema con crudeza: “O bien democracia sin realización del judaísmo, o bien realización del judaísmo sin democracia”); finalmente, la profecía, de nuevo en boca de Gadi Becker, sobre el destino de Israel: acabar siendo una “Esparta moderna”, puramente judía pero con la democracia secuestrada por el estado de guerra permanente. Claro que entonces la pregunta es: si Israel es Esparta, ¿dónde queda Atenas? ¿Ya no hay Atenas?Jordi Ibáñez Fanés es profesor y escritor. Su último libro es la novela ‘Buenas noches, lechuza’ (Tusquets, 2025). Seguir leyendo  

John Le Carré publicó su novela La chica del tambor (The Little Drummer Girl) en 1983. El libro se distribuyó en el mes de marzo. Apenas medio año antes, el 15 de septiembre de 1982 y durante tres días de horror, se produjo la matanza de Sabra y Chatila, en Beirut. Las víctimas —las cifras oscilan entre los cerca de mil y los más de 3.000 asesinados en apenas tres días— eran mayormente mujeres, niños y ancianos, palestinos sobre todo, y también refugiados chiíes. Los cadáveres mostraban signos de tortura y ensañamiento, de mutilaciones y violaciones. El ataque respondió a una explosión de odio dentro de la lógica feroz de la guerra civil libanesa. Los perpetradores fueron las milicias de las Fuerzas Libanesas, cristianos maronitas ultraderechistas liderados por Bechir Gemayel, recién elegido presidente del Líbano y asesinado el 14 de septiembre. La matanza fue, pues, un acto de venganza. Pero el horror necesitó de la asistencia del ejército israelí, que bloqueó todas las vías de escape y asistió impasible a la carnicería. Había invadido el Líbano en junio de aquel año con el beneplácito de las milicias de Gemayel, que ansiaban acabar con la OLP de Arafat, establecida allí después de su expulsión de Jordania en septiembre de 1970. De aquel septiembre jordano salió la organización Septiembre Negro, famosa por el sangriento secuestro de atletas israelíes en los juegos de Múnich de 1972. En cierto modo la historia se repetía en el Líbano. Fueron expulsados de Jordania después del intento fallido por parte de los fedayines de derrocar al rey Hussein, y ahora, en agosto de 1982, Arafat y su guardia se retiraba a Túnez ante la presión de las milicias maronitas y los tanques israelíes. Los fedayines atentaban y emboscaban, se retiraban cuando las cosas se ponían feas, y los civiles palestinos que quedaban atrás eran masacrados. Sucedió en Jordania en 1970. Sucedió en Líbano en 1982. Dejo la rima en el aire.

En los agradecimientos, el escritor no menciona a una persona clave en la gestación de la novela: Janet Lee Stevens, una arabista y periodista norteamericana muy conocedora de los campos de refugiados palestinos en el Líbano

John Le Carré visitó los campos de Sabra y Chatila mientras trabajaba en su novela. Los agradecimientos por el intenso trabajo de documentación y localización están fechados en julio de 1982. En ellos, que merecen ser leídos con atención por lo que dicen y por lo que callan, no menciona a una persona clave en la gestación de la novela: Janet Lee Stevens, una arabista y periodista norteamericana muy conocedora de los campos de refugiados palestinos en el Líbano. Fue ella la que acompañó al novelista en su visita a los campos, y es ella la que da título a la novela. Los palestinos la conocían como “la chica del tambor”, por su compromiso y combatividad. Janet Lee Stevens murió el 18 de abril de 1983 en el atentado que reventó la embajada de los Estados Unidos en Beirut —63 muertos, 120 heridos—.

Stevens se encontraba allí para entrevistarse con el responsable de USAID en la zona y reclamarle una mayor implicación con los palestinos y los chiitas libaneses. El atentado fue una de las muchas jugadas maestras del Irán de los ayatolás.

Leer hoy esta extraordinaria novela de John Le Carré impresiona y conmueve. Los 40 años transcurridos desde su publicación no le pesan al libro, le pesan al lector, y lo apesadumbran. De sus adaptaciones a la pantalla sólo diré: No —para mi gusto— a la versión cinematográfica (1984), y sí a la miniserie (2018). Pero el texto da todo lo que exige a cambio. La novela cuenta la historia de Charlie, una chica que el Mosad infiltra en el núcleo de un sanguinario comando palestino muy activo en Alemania. No es la historia de la militar ya adiestrada para infiltrarse en una organización terrorista. Se trata de una guapa muchacha —ha de servir de cebo—, actriz del montón, políticamente concienciada, atolondrada, elegida con criterio pero captada con malas artes, seducida, engañada, secuestrada y sometida a una sesión despiadada de desmontaje moral, y finalmente lanzada a una aventura con todo el riesgo y sin garantías. Que la chica sea quien es, su fragilidad e imprevisibilidad, eso sería la parte inverosímil de toda la historia. Pero se salva por la prodigiosa intensidad literaria, moral y psicológica que exige hacerla creíble. Y se salva también por la inteligencia política que acompaña toda la sabiduría literaria de la novela.

Sobre esta inteligencia política, creo que terriblemente lúcida en 1983 y dolorosamente vigente hoy, pensando en Gaza y en el Israel actual, merece mucho la pena detenerse en tres momentos estremecedores: el relato que Becker —el agente del Mosad captor, raptor y seductor de la chica— hace del drama palestino (“el acto más cruel, la peor burla de toda la historia: que Israel, en 30 años, haya convertido a los palestinos en los nuevos judíos de la tierra”); luego la propuesta, hoy olvidada o acallada, de un único Estado aconfesional donde convivan palestinos y judíos, defendida por una generación de idealistas ya envejecida, marginada o eliminada (el personaje del profesor judío Minkel, que expone el dilema con crudeza: “O bien democracia sin realización del judaísmo, o bien realización del judaísmo sin democracia”); finalmente, la profecía, de nuevo en boca de Gadi Becker, sobre el destino de Israel: acabar siendo una “Esparta moderna”, puramente judía pero con la democracia secuestrada por el estado de guerra permanente. Claro que entonces la pregunta es: si Israel es Esparta, ¿dónde queda Atenas? ¿Ya no hay Atenas?

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