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  Cine  María Barranco: “Me gustaría un hombre para un tonteo, una conversación, hacer cosas, pero cada uno en su casa”
Cine

María Barranco: “Me gustaría un hombre para un tonteo, una conversación, hacer cosas, pero cada uno en su casa”

octubre 12, 2025
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María Barranco cita a mediodía en una cafetería de esas orgánicas y tal situada bajo su domicilio en un barrio bien de Madrid donde, un jueves al sol, se cruzan señoras y señores de edad comprando el pan y profusión de mamás y/o tatas empujando carritos de bebé durante el paseo de la mañana. Ha refrescado levemente después de semanas de calorazo en pleno octubre y Barranco aparece abrigadísima con un suéter y una chaqueta de punto larga. Los muchos años que lleva viviendo en Madrid parecen no haber podido ni con el acento ni con la alergia al frío de la actriz malagueña. Así que, en vez de en la terraza, nos sentamos en el interior del local, cerca de una mesa donde cuatro mamás jóvenes, todas ideales, les dan el pecho o el biberón a sus respectivos rorros mientras ellas charlan y pasan animadísima revista a sus respectivas tropas. Aprovechando el argumento de Mejor no decirlo, la obra que está representando en Madrid, le entro directamente:

¿Es más de callarse o de soltar lo que piensa sin medir las consecuencias?

¿Tú qué crees? Soy muy bocachancla y he metido muchísimo la pata. En el trabajo y en la vida. Pero, con el tiempo, he aprendido a callarme y a contar hasta tres antes de abrir la boca.

¿A eso cuándo se aprende?

Pues sobre todo desde que mis hijas fueron adolescentes y, en esa etapa, y sobre todo con los hijos, hay que comerse mucho las palabras y pensar antes de hablar porque las consecuencias son imprevisibles. Como se dice en la obra, hay que decir las cosas, pero hay que saber cómo. Eso es un arte, y ahora estoy muy artista en eso. Pero también te digo que, a veces, estoy por ir a Urgencias a que me cosan la lengua, de tanto mordérmela.

¿Con la edad se vuelve una más tolerante?

Yo siempre lo he sido. Me gusta mucho escuchar, a pesar de las gilipolleces que se oyen por ahí. Siempre pido disculpas si he metido la pata y no he tenido razón. Lo que no tolero es la intolerancia. Y la hipocresía. Eso no lo soporto. Eso de tanto “cariño” y tanto “te quiero” y tanto “besos” por aquí y por allá, y luego que por detrás te peguen la puñalada. Me da la sensación de que se gastan las palabras. Yo se lo digo a quien quiero: tengo la suerte de tener unos amigos, poquitos y bien avenidos. Y como pareja hace tanto tiempo que no tengo, pues se me ha olvidado.

¿Los amigos se pueden hacer a cualquier edad? ¿Y ligar?

Amigos creo que sí, pero lo difícil es conservarlos. De repente, ves mucho a alguien, y luego, dejas de verlos, y a los amigos hay que cuidarlos. Lo de ligar vamos a dejarlo. Ahora todo el mundo liga por las redes sociales y para mí las redes son las de pescar. No me importaría ligar, pero, chica, es que ya no estamos en el mercado. Ya no vamos a los bares, qué pereza. Otra cosa es que un día venga una amiga tuya con alguien nuevo y, de repente, surja algo. Pero, chica, es que no hay hombres. Los que hay, primero, están casados. Mis amigos son los maridos de mis amigas. Y, segundo, los tíos solteros no salen. Yo, en la platea del teatro, solo veo pandas de mujeres. Ellos, como mucho, van a ver el fútbol y no hablan. Nosotras salimos, hablamos, nos llamamos y nos cuidamos.

El psiquiatra Luis Rojas Marcos opina que las mujeres, probablemente, vivimos más porque hablamos más.

Sí, y fíjate que yo creo que eso es porque somos madres, somos de abarcar, de cuidar. Primero te haces cargo de tus hijos, luego de los amigos de tus hijos, y sigues cuidando después de haber cuidado. Y mira que yo he odiado todo eso, pero es que es así. Ahí también me he comido mis palabras. En un momento determinado dices, hasta aquí, me toca a mí, pero vuelves a repetir el patrón.

¿Y en qué momento vital se encuentra ahora, a los 64?

Pues mira, estoy muy feliz. Hace dos años tuve una crisis gordísima, toqué fondo: en el trabajo no sonaba el teléfono. Pasas de ser la más mona a ser el patito feo. Tuve también algún desencuentro familiar, y todo eso junto me dejó muy, muy mal. Tuve que pedir ayuda. Pero ahora estoy como nunca. A veces, la vida te premia. He tenido una nueva nieta que me tiene loca. Estoy grabando una serie. Surgió este proyecto teatral y, chica, me he enamorado.

¿De quién?

De la obra y del director, Claudio Tolcachir, que es para comértelo llevártelo a casa. Pelirrojo, encima, que, desde el otro día, cuando se murió Robert Redford, que es como si se me hubiera muerto un exnovio, le llamo Claudio Redford. Pero, chica, otro que está casado. Y, encima, felizmente. Y luego trabajar con ese Imanol Arias, que fue mi amor platónico cuando yo llegué a Madrid, en el 81, que todas querían estar con él y él me llevaba a casa y me cuidaba, todo mono, no me dirás que no es suerte.

María Barranco posa en el teatro Bellas Artes de Madrid, donde representa la función 'Mejor no decirlo' junto a Imanol Arias.

¿Cómo ha sido reencontrarse con él como actor, ambos en la madurez?

Pues chica, es que él viene de hacer la obra en Buenos Aires, y la tiene controlada, y yo me la he tenido que empollar y he estado más atacada. Pero es que, con él, todo es una gozada y la estoy saboreando. Yo creo que se nota desde el público, esa química, que no me cuesta ningún trabajo decirle: “ay, que te como”. Es que ni interpreto cuando le digo “¿quién te quiere a ti?“, me sale solo, me sale del alma.

La obra trata asuntos de rabiosa actualidad: los trans, el porno, el aborto, la jubilación. Parecen sacados del periódico de ayer.

Sí, y eso se nota en el público. A veces, sueltas algo y se produce como un silencio que corta el aire en la platea, como que la gente se plantea dilemas. Pasa cuando hablamos de los trans, o del aborto, sobre todo del aborto. Se nota muchísimo.

En la función de anoche también sonó un móvil en la platea. ¿Lo oyó?

Alto y claro. Y también me acordé de la familia del del móvil.

¿Y usted, qué opina de que el aborto vuelva a estar en cuestión, según para quién?

Me da pánico, porque no es solo en este país, esa involución de la ultraderecha creciendo sucede en todo el mundo. Derechos que están conquistados y no se pueden mover, parece que nos están diciendo otra vez que vamos a matar niños. Todo eso me enerva, me parece una falta de respeto hacia las mujeres, una agresión. Con el trabajo que nos ha costado todo eso, ahora parece que nos quieran en casa pariendo y con la pata quebrada, y, a nosotras que ya no parimos, pues parece que quieran eliminarnos directamente.

Siempre nos quedarán las amigas.

Mis amigas son también mi familia. Siempre hablo de mi amiga [la abogada] Cristina Almeida. Ella me acogió cuando llegué a Madrid. En una época de desamor, me acogió en su casa. Y a mí, que me daba miedo dormir sola, dormía con ella, y aparte de ser mi amiga, me enseñó a ser mujer, a querer a las mujeres, porque nos han metido la idea de que tenemos que ser rivales y competir. Desde que la conozco soy mejor persona, mejor mujer y soy más guapa.

No me diga que la amistad embellece.

Totalmente, porque yo era un patito feo y cuando salí de su casa era un cisne. Te juro que fue así. Hay una canción que canta Ana Belén que dice: “y me rodean las amigas: altas, bajas, guapas y feas, buenas y malas y algún día solo cansadas”. Me encanta, porque en la amistad somos así: todas iguales. Claro que me recuerdo con 25 años y ahora veo mis arrugas, pero es que me quiero, las quiero, y no todo en esta vida es que se te caigan las cosas y que se nos vaya un poquito la cabeza. Se gana en sabiduría, en saber cómo y cuándo decir las cosas y cuándo y cómo no, a estar segura, y también a dudar. Porque, te diré una cosa: yo duermo sola, pero, ay, qué alegría.

¿Pero no había dicho que quería ligar? ¿En qué quedamos?

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Claro, porque lo que a mí me gusta ahora en un hombre es un tonteo, una buena conversación y hacer cosas. Un poquito de roce y cada uno en su casa a dormir a pata suelta. Pero para eso hay que tener medios y dos casas, también hay que decirlo, y en eso está la cosa muy mala también.

Seguir leyendo

 María Barranco cita a mediodía en una cafetería de esas orgánicas y tal situada bajo su domicilio en un barrio bien de Madrid donde, un jueves al sol, se cruzan señoras y señores de edad comprando el pan y profusión de mamás y/o tatas empujando carritos de bebé durante el paseo de la mañana. Ha refrescado levemente después de semanas de calorazo en pleno octubre y Barranco aparece abrigadísima con un suéter y una chaqueta de punto larga. Los muchos años que lleva viviendo en Madrid parecen no haber podido ni con el acento ni con la alergia al frío de la actriz malagueña. Así que, en vez de en la terraza, nos sentamos en el interior del local, cerca de una mesa donde cuatro mamás jóvenes, todas ideales, les dan el pecho o el biberón a sus respectivos rorros mientras ellas charlan y pasan animadísima revista a sus respectivas tropas. Aprovechando el argumento de Mejor no decirlo, la obra que está representando en Madrid, le entro directamente: ¿Es más de callarse o de soltar lo que piensa sin medir las consecuencias? ¿Tú qué crees? Soy muy bocachancla y he metido muchísimo la pata. En el trabajo y en la vida. Pero, con el tiempo, he aprendido a callarme y a contar hasta tres antes de abrir la boca. ¿A eso cuándo se aprende? Pues sobre todo desde que mis hijas fueron adolescentes y, en esa etapa, y sobre todo con los hijos, hay que comerse mucho las palabras y pensar antes de hablar porque las consecuencias son imprevisibles. Como se dice en la obra, hay que decir las cosas, pero hay que saber cómo. Eso es un arte, y ahora estoy muy artista en eso. Pero también te digo que, a veces, estoy por ir a Urgencias a que me cosan la lengua, de tanto mordérmela. ¿Con la edad se vuelve una más tolerante? Yo siempre lo he sido. Me gusta mucho escuchar, a pesar de las gilipolleces que se oyen por ahí. Siempre pido disculpas si he metido la pata y no he tenido razón. Lo que no tolero es la intolerancia. Y la hipocresía. Eso no lo soporto. Eso de tanto “cariño” y tanto “te quiero” y tanto “besos” por aquí y por allá, y luego que por detrás te peguen la puñalada. Me da la sensación de que se gastan las palabras. Yo se lo digo a quien quiero: tengo la suerte de tener unos amigos, poquitos y bien avenidos. Y como pareja hace tanto tiempo que no tengo, pues se me ha olvidado. ¿Los amigos se pueden hacer a cualquier edad? ¿Y ligar? Amigos creo que sí, pero lo difícil es conservarlos. De repente, ves mucho a alguien, y luego, dejas de verlos, y a los amigos hay que cuidarlos. Lo de ligar vamos a dejarlo. Ahora todo el mundo liga por las redes sociales y para mí las redes son las de pescar. No me importaría ligar, pero, chica, es que ya no estamos en el mercado. Ya no vamos a los bares, qué pereza. Otra cosa es que un día venga una amiga tuya con alguien nuevo y, de repente, surja algo. Pero, chica, es que no hay hombres. Los que hay, primero, están casados. Mis amigos son los maridos de mis amigas. Y, segundo, los tíos solteros no salen. Yo, en la platea del teatro, solo veo pandas de mujeres. Ellos, como mucho, van a ver el fútbol y no hablan. Nosotras salimos, hablamos, nos llamamos y nos cuidamos. El psiquiatra Luis Rojas Marcos opina que las mujeres, probablemente, vivimos más porque hablamos más. Sí, y fíjate que yo creo que eso es porque somos madres, somos de abarcar, de cuidar. Primero te haces cargo de tus hijos, luego de los amigos de tus hijos, y sigues cuidando después de haber cuidado. Y mira que yo he odiado todo eso, pero es que es así. Ahí también me he comido mis palabras. En un momento determinado dices, hasta aquí, me toca a mí, pero vuelves a repetir el patrón. ¿Y en qué momento vital se encuentra ahora, a los 64? Pues mira, estoy muy feliz. Hace dos años tuve una crisis gordísima, toqué fondo: en el trabajo no sonaba el teléfono. Pasas de ser la más mona a ser el patito feo. Tuve también algún desencuentro familiar, y todo eso junto me dejó muy, muy mal. Tuve que pedir ayuda. Pero ahora estoy como nunca. A veces, la vida te premia. He tenido una nueva nieta que me tiene loca. Estoy grabando una serie. Surgió este proyecto teatral y, chica, me he enamorado. ¿De quién? De la obra y del director, Claudio Tolcachir, que es para comértelo llevártelo a casa. Pelirrojo, encima, que, desde el otro día, cuando se murió Robert Redford, que es como si se me hubiera muerto un exnovio, le llamo Claudio Redford. Pero, chica, otro que está casado. Y, encima, felizmente. Y luego trabajar con ese Imanol Arias, que fue mi amor platónico cuando yo llegué a Madrid, en el 81, que todas querían estar con él y él me llevaba a casa y me cuidaba, todo mono, no me dirás que no es suerte. ¿Cómo ha sido reencontrarse con él como actor, ambos en la madurez? Pues chica, es que él viene de hacer la obra en Buenos Aires, y la tiene controlada, y yo me la he tenido que empollar y he estado más atacada. Pero es que, con él, todo es una gozada y la estoy saboreando. Yo creo que se nota desde el público, esa química, que no me cuesta ningún trabajo decirle: “ay, que te como”. Es que ni interpreto cuando le digo “¿quién te quiere a ti?“, me sale solo, me sale del alma. La obra trata asuntos de rabiosa actualidad: los trans, el porno, el aborto, la jubilación. Parecen sacados del periódico de ayer. Sí, y eso se nota en el público. A veces, sueltas algo y se produce como un silencio que corta el aire en la platea, como que la gente se plantea dilemas. Pasa cuando hablamos de los trans, o del aborto, sobre todo del aborto. Se nota muchísimo. En la función de anoche también sonó un móvil en la platea. ¿Lo oyó? Alto y claro. Y también me acordé de la familia del del móvil. ¿Y usted, qué opina de que el aborto vuelva a estar en cuestión, según para quién? Me da pánico, porque no es solo en este país, esa involución de la ultraderecha creciendo sucede en todo el mundo. Derechos que están conquistados y no se pueden mover, parece que nos están diciendo otra vez que vamos a matar niños. Todo eso me enerva, me parece una falta de respeto hacia las mujeres, una agresión. Con el trabajo que nos ha costado todo eso, ahora parece que nos quieran en casa pariendo y con la pata quebrada, y, a nosotras que ya no parimos, pues parece que quieran eliminarnos directamente. Siempre nos quedarán las amigas. Mis amigas son también mi familia. Siempre hablo de mi amiga [la abogada] Cristina Almeida. Ella me acogió cuando llegué a Madrid. En una época de desamor, me acogió en su casa. Y a mí, que me daba miedo dormir sola, dormía con ella, y aparte de ser mi amiga, me enseñó a ser mujer, a querer a las mujeres, porque nos han metido la idea de que tenemos que ser rivales y competir. Desde que la conozco soy mejor persona, mejor mujer y soy más guapa. No me diga que la amistad embellece. Totalmente, porque yo era un patito feo y cuando salí de su casa era un cisne. Te juro que fue así. Hay una canción que canta Ana Belén que dice: “y me rodean las amigas: altas, bajas, guapas y feas, buenas y malas y algún día solo cansadas”. Me encanta, porque en la amistad somos así: todas iguales. Claro que me recuerdo con 25 años y ahora veo mis arrugas, pero es que me quiero, las quiero, y no todo en esta vida es que se te caigan las cosas y que se nos vaya un poquito la cabeza. Se gana en sabiduría, en saber cómo y cuándo decir las cosas y cuándo y cómo no, a estar segura, y también a dudar. Porque, te diré una cosa: yo duermo sola, pero, ay, qué alegría. ¿Pero no había dicho que quería ligar? ¿En qué quedamos? Claro, porque lo que a mí me gusta ahora en un hombre es un tonteo, una buena conversación y hacer cosas. Un poquito de roce y cada uno en su casa a dormir a pata suelta. Pero para eso hay que tener medios y dos casas, también hay que decirlo, y en eso está la cosa muy mala también. Seguir leyendo  

María Barranco cita a mediodía en una cafetería de esas orgánicas y tal situada bajo su domicilio en un barrio bien de Madrid donde, un jueves al sol, se cruzan señoras y señores de edad comprando el pan y profusión de mamás y/o tatas empujando carritos de bebé durante el paseo de la mañana. Ha refrescado levemente después de semanas de calorazo en pleno octubre y Barranco aparece abrigadísima con un suéter y una chaqueta de punto larga. Los muchos años que lleva viviendo en Madrid parecen no haber podido ni con el acento ni con la alergia al frío de la actriz malagueña. Así que, en vez de en la terraza, nos sentamos en el interior del local, cerca de una mesa donde cuatro mamás jóvenes, todas ideales, les dan el pecho o el biberón a sus respectivos rorros mientras ellas charlan y pasan animadísima revista a sus respectivas tropas. Aprovechando el argumento de Mejor no decirlo, la obra que está representando en Madrid, le entro directamente:

¿Es más de callarse o de soltar lo que piensa sin medir las consecuencias?

¿Tú qué crees? Soy muy bocachancla y he metido muchísimo la pata. En el trabajo y en la vida. Pero, con el tiempo, he aprendido a callarme y a contar hasta tres antes de abrir la boca.

¿A eso cuándo se aprende?

Pues sobre todo desde que mis hijas fueron adolescentes y, en esa etapa, y sobre todo con los hijos, hay que comerse mucho las palabras y pensar antes de hablar porque las consecuencias son imprevisibles. Como se dice en la obra, hay que decir las cosas, pero hay que saber cómo. Eso es un arte, y ahora estoy muy artista en eso. Pero también te digo que, a veces, estoy por ir a Urgencias a que me cosan la lengua, de tanto mordérmela.

¿Con la edad se vuelve una más tolerante?

Yo siempre lo he sido. Me gusta mucho escuchar, a pesar de las gilipolleces que se oyen por ahí. Siempre pido disculpas si he metido la pata y no he tenido razón. Lo que no tolero es la intolerancia. Y la hipocresía. Eso no lo soporto. Eso de tanto “cariño” y tanto “te quiero” y tanto “besos” por aquí y por allá, y luego que por detrás te peguen la puñalada. Me da la sensación de que se gastan las palabras. Yo se lo digo a quien quiero: tengo la suerte de tener unos amigos, poquitos y bien avenidos. Y como pareja hace tanto tiempo que no tengo, pues se me ha olvidado.

¿Los amigos se pueden hacer a cualquier edad? ¿Y ligar?

Amigos creo que sí, pero lo difícil es conservarlos. De repente, ves mucho a alguien, y luego, dejas de verlos, y a los amigos hay que cuidarlos. Lo de ligar vamos a dejarlo. Ahora todo el mundo liga por las redes sociales y para mí las redes son las de pescar. No me importaría ligar, pero, chica, es que ya no estamos en el mercado. Ya no vamos a los bares, qué pereza. Otra cosa es que un día venga una amiga tuya con alguien nuevo y, de repente, surja algo. Pero, chica, es que no hay hombres. Los que hay, primero, están casados. Mis amigos son los maridos de mis amigas. Y, segundo, los tíos solteros no salen. Yo, en la platea del teatro, solo veo pandas de mujeres. Ellos, como mucho, van a ver el fútbol y no hablan. Nosotras salimos, hablamos, nos llamamos y nos cuidamos.

El psiquiatra Luis Rojas Marcos opina que las mujeres, probablemente, vivimos más porque hablamos más.

Sí, y fíjate que yo creo que eso es porque somos madres, somos de abarcar, de cuidar. Primero te haces cargo de tus hijos, luego de los amigos de tus hijos, y sigues cuidando después de haber cuidado. Y mira que yo he odiado todo eso, pero es que es así. Ahí también me he comido mis palabras. En un momento determinado dices, hasta aquí, me toca a mí, pero vuelves a repetir el patrón.

¿Y en qué momento vital se encuentra ahora, a los 64?

Pues mira, estoy muy feliz. Hace dos años tuve una crisis gordísima, toqué fondo: en el trabajo no sonaba el teléfono. Pasas de ser la más mona a ser el patito feo. Tuve también algún desencuentro familiar, y todo eso junto me dejó muy, muy mal. Tuve que pedir ayuda. Pero ahora estoy como nunca. A veces, la vida te premia. He tenido una nueva nieta que me tiene loca. Estoy grabando una serie. Surgió este proyecto teatral y, chica, me he enamorado.

¿De quién?

De la obra y del director, Claudio Tolcachir, que es para comértelo llevártelo a casa. Pelirrojo, encima, que, desde el otro día, cuando se murió Robert Redford, que es como si se me hubiera muerto un exnovio, le llamo Claudio Redford. Pero, chica, otro que está casado. Y, encima, felizmente. Y luego trabajar con ese Imanol Arias, que fue mi amor platónico cuando yo llegué a Madrid, en el 81, que todas querían estar con él y él me llevaba a casa y me cuidaba, todo mono, no me dirás que no es suerte.

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María Barranco posa en el teatro Bellas Artes de Madrid, donde representa la función ‘Mejor no decirlo’ junto a Imanol Arias.Bernardo Pérez

¿Cómo ha sido reencontrarse con él como actor, ambos en la madurez?

Pues chica, es que él viene de hacer la obra en Buenos Aires, y la tiene controlada, y yo me la he tenido que empollar y he estado más atacada. Pero es que, con él, todo es una gozada y la estoy saboreando. Yo creo que se nota desde el público, esa química, que no me cuesta ningún trabajo decirle: “ay, que te como”. Es que ni interpreto cuando le digo “¿quién te quiere a ti?“, me sale solo, me sale del alma.

La obra trata asuntos de rabiosa actualidad: los trans, el porno, el aborto, la jubilación. Parecen sacados del periódico de ayer.

Sí, y eso se nota en el público. A veces, sueltas algo y se produce como un silencio que corta el aire en la platea, como que la gente se plantea dilemas. Pasa cuando hablamos de los trans, o del aborto, sobre todo del aborto. Se nota muchísimo.

En la función de anoche también sonó un móvil en la platea. ¿Lo oyó?

Alto y claro. Y también me acordé de la familia del del móvil.

¿Y usted, qué opina de que el aborto vuelva a estar en cuestión, según para quién?

Me da pánico, porque no es solo en este país, esa involución de la ultraderecha creciendo sucede en todo el mundo. Derechos que están conquistados y no se pueden mover, parece que nos están diciendo otra vez que vamos a matar niños. Todo eso me enerva, me parece una falta de respeto hacia las mujeres, una agresión. Con el trabajo que nos ha costado todo eso, ahora parece que nos quieran en casa pariendo y con la pata quebrada, y, a nosotras que ya no parimos, pues parece que quieran eliminarnos directamente.

Siempre nos quedarán las amigas.

Mis amigas son también mi familia. Siempre hablo de mi amiga [la abogada] Cristina Almeida. Ella me acogió cuando llegué a Madrid. En una época de desamor, me acogió en su casa. Y a mí, que me daba miedo dormir sola, dormía con ella, y aparte de ser mi amiga, me enseñó a ser mujer, a querer a las mujeres, porque nos han metido la idea de que tenemos que ser rivales y competir. Desde que la conozco soy mejor persona, mejor mujer y soy más guapa.

No me diga que la amistad embellece.

Totalmente, porque yo era un patito feo y cuando salí de su casa era un cisne. Te juro que fue así. Hay una canción que canta Ana Belén que dice: “y me rodean las amigas: altas, bajas, guapas y feas, buenas y malas y algún día solo cansadas”. Me encanta, porque en la amistad somos así: todas iguales. Claro que me recuerdo con 25 años y ahora veo mis arrugas, pero es que me quiero, las quiero, y no todo en esta vida es que se te caigan las cosas y que se nos vaya un poquito la cabeza. Se gana en sabiduría, en saber cómo y cuándo decir las cosas y cuándo y cómo no, a estar segura, y también a dudar. Porque, te diré una cosa: yo duermo sola, pero, ay, qué alegría.

¿Pero no había dicho que quería ligar? ¿En qué quedamos?

Claro, porque lo que a mí me gusta ahora en un hombre es un tonteo, una buena conversación y hacer cosas. Un poquito de roce y cada uno en su casa a dormir a pata suelta. Pero para eso hay que tener medios y dos casas, también hay que decirlo, y en eso está la cosa muy mala también.

SIMPLEMENTE MARÍA

Dulce Nombre de María Magdalena de los Remedios Barranco García, María Barranco para la escena (Málaga, 64 años) llegó a Madrid con 20 años, unas clases de interpretación en la memoria y tres teléfonos en la agenda. Hoy, casi medio siglo, dos Goya a actriz de reparto, y varias películas memorables después, la inolvidable Candela de Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, es una intérprete madura y dueña de su oficio que se siente renacida después de sobrevivir a las travesías de varios desiertos. Estos días, representa en Madrid la obra Mejor no decirlo, junto a su amor platónico de juventud Imanol Arias. Interpretan a un segundo matrimonio que dura a base de administrar lo que dicen y lo que callan, pero no dejan de hablar en la hora y pico de función. Barranco, ni debajo del agua.

 EL PAÍS

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