“Moléstate un poco más por mí (…) Si para ti no significa nada mi amistad, para mí mucho la tuya”. El 1 de febrero de 1935 Miguel Hernández fechó en Orihuela (Alicante) la que sería la cuarta y última carta enviada a su admirado Federico García Lorca. El poeta granadino solo le contestó a la primera misiva, en abril de 1933: “No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos”.
Las cartas que se cruzaron estos dos genios de la literatura española, ambos víctimas de la represión franquista, son uno de los mayores reclamos que atesora la Fundación Legado Miguel Hernández de la Diputación de Jaén. La institución se hizo, en 2014, con los más de 5.600 registros, entre manuscritos, poemas y otros documentos, que los descendientes de Miguel Hernández heredaron de Josefina Manresa, la mujer de Quesada (Jaén) que se casó con el poeta alicantino y fue la principal guardiana de su legado.
“Esa tirantez entre los dos poetas era hasta cierto punto comprensible, por varias razones: pertenecían a mundos muy distintos, tanto de extracción familiar como de personalidad. Federico pertenecía a una clase acomodada y en algunos aspectos era un dandi de la época, mientras que Miguel era en ocasiones rudo y directo”, explica José M. Liébana, director de la Fundación Legado Miguel Hernández de Jaén. A su juicio, en las cartas se percibe ese distanciamiento, la delicadeza aparente y educación con la que le escribe Lorca, frente a las puyas que le lanza Miguel.
“Miguel admiraba la obra de Federico, pero este no le correspondía en la misma medida, quizás por su insistencia, por su ambición o por su carácter tosco”, sostiene Liébana. Y un ejemplo de ello, añade, es este párrafo de la única carta que le escribió Lorca al poeta de Orihuela: “Me acuerdo mucho de ti porque sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean y me apeno de ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral y dándose topetazos por las paredes”.
García Lorca, miembro de la Generación del 27, era 12 años mayor que el poeta alicantino, al que se considera epígono de esa Generación ya que, aunque era más joven, trabó relación o amistad con ellos. “Dime, en cambio, que has visto algún amigo tuyo político influyente como me ofreciste”, le dice Miguel en febrero de 1935 en la que, casi de forma desesperada, le pide ayuda para encontrar un trabajo con el que salir de su “situación penosísima”. “Si sigo así un mes más me iré Dios sabe dónde en busca de un ganado y un mendrugo”, le comenta.
Ambos poetas se vieron por primera vez en enero de 1933 en Murcia, donde Lorca estaba de gira con su grupo de teatro universitario La Barraca. “Federico estaba ya consagrado, pero Miguel estaba empezando y estaba muy nervioso por la tardanza en publicarle su primer libro de poesía, Perito en lunas”, explica Liébana. Posteriormente, Lorca y Hernández coincidieron en el domicilio de Raimundo de los Reyes, el editor que publicó los 42 poemas de Perito en lunas. José Luis Ferris, uno de los grandes estudiosos de la obra hernandiana, recuerda en su ensayo Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Temas de Hoy) que ese libro fue sufragado por Luis Almarcha, que costeó las 425 pesetas de los 300 ejemplares de esa tirada.
Desencantado con el silencio recibido por Lorca, Miguel Hernández escribió a otros autores que triunfaban en esa época, como es el caso del chileno Pablo Neruda. Y otro dato que revela la tirantez entre Lorca y Hernández es la conocida negativa del primero en acudir a las reuniones que miembros de la Generación del 27 realizaban en casa de Vicente Aleixandre si a estas también acudía el poeta de Orihuela.
Jesucristo Riquelme, otro de los estudiosos de la obra hernandiana, recuerda que Aleixandre, que más tarde sería Premio Nobel de Literatura, escribió en junio de 1940 una carta a Josefina Manresa donde le comunicaba el envío por giro postal de 125 pesetas para ayudarle a subsistir, dado que por aquella época su marido, Miguel Hernández, ya había iniciado su trágico periplo por distintas prisiones del país, hasta su muerte por tuberculosis en la cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942.
El catedrático de la Universidad Complutense, Emilio Peral Vega, ha estudiado la influencia que el teatro de García Lorca pudo ejercer sobre el posterior de Miguel Hernández. “En obras como El labrador de más aire o Los hijos de la piedra se observa cómo Hernández se miró en espejos lorquianos”, indica Peral en la obra Llamo a los poetas: Miguel Hernández y sus maestros literarios que ha editado la Universidad de Jaén (UJA). Peral destaca que Hernández aprende sobre todo de Lorca el recurso a los romances de ciego, “una forma arcaica y, en ocasiones, truculenta de poesía popular, que algunos dramaturgos renovadores incluyen en sus piezas como un elemento añadido en la pretendida reteatralización de la escena con la intención de apartarse de los discursos dramáticos veristas que habían dominado la segunda mitad del XIX”.
Retrato de Buero Vallejo
Poco días después de ser condenado a muerte, Miguel Hernández entregó a su esposa, Josefina Manresa, el retrato que le hizo su amigo Antonio Buero Vallejo. Quería que lo recordara su hijo cuando saliera de la cárcel, un sueño que no fue posible porque el autor de Viento del pueblo o El rayo que no cesa murió poco tiempo después.
“Es un retrato icónico donde sorprende la serenidad en el rostro de una persona que había sido condenado a muerte”, manifiesta el director de la Fundación Legado Miguel Hernández de Jaén sobre este dibujo que es otra de las joyas del legado que se custodia en Jaén. Se trata de un retrato de tres cuartos del poeta que le hizo Antonio Buero Vallejo (1916-2000), que fue su pintor de juventud. Ambos compartieron celda en la prisión Conde de Toreno de Madrid, aunque Miguel Hernández se lo entregó a Josefina Manresa poco antes de morir en la prisión de Alicante.
Está hecho en carboncillo de excelso refinamiento donde, mediante una gran variedad tonal y de sombras, se representa fielmente el rostro del poeta. “También sorprende la luminosidad del cuadro, procedente de la única ventana que había en la celda”, explica Liébana.
El dibujo contiene la dedicatoria: “Para Miguel Hernández, en recuerdo de nuestra amistad de la cárcel. Antonio Buero”.
Las cartas que se cruzaron los poetas, que se custodian en Jaén, revelan la relación distante y los recelos entre dos autores de mundos muy distintos
“Moléstate un poco más por mí (…) Si para ti no significa nada mi amistad, para mí mucho la tuya”. El 1 de febrero de 1935 Miguel Hernández fechó en Orihuela (Alicante) la que sería la cuarta y última carta enviada a su admirado Federico García Lorca. El poeta granadino solo le contestó a la primera misiva, en abril de 1933: “No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos”.
Las cartas que se cruzaron estos dos genios de la literatura española, ambos víctimas de la represión franquista, son uno de los mayores reclamos que atesora la Fundación Legado Miguel Hernández de la Diputación de Jaén. La institución se hizo, en 2014, con los más de 5.600 registros, entre manuscritos, poemas y otros documentos, que los descendientes de Miguel Hernández heredaron de Josefina Manresa, la mujer de Quesada (Jaén) que se casó con el poeta alicantino y fue la principal guardiana de su legado.
“Esa tirantez entre los dos poetas era hasta cierto punto comprensible, por varias razones: pertenecían a mundos muy distintos, tanto de extracción familiar como de personalidad. Federico pertenecía a una clase acomodada y en algunos aspectos era un dandi de la época, mientras que Miguel era en ocasiones rudo y directo”, explica José M. Liébana, director de la Fundación Legado Miguel Hernández de Jaén. A su juicio, en las cartas se percibe ese distanciamiento, la delicadeza aparente y educación con la que le escribe Lorca, frente a las puyas que le lanza Miguel.

“Miguel admiraba la obra de Federico, pero este no le correspondía en la misma medida, quizás por su insistencia, por su ambición o por su carácter tosco”, sostiene Liébana. Y un ejemplo de ello, añade, es este párrafo de la única carta que le escribió Lorca al poeta de Orihuela: “Me acuerdo mucho de ti porque sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean y me apeno de ver tu fuerza vital y luminosa encerrada en el corral y dándose topetazos por las paredes”.
García Lorca, miembro de la Generación del 27, era 12 años mayor que el poeta alicantino, al que se considera epígono de esa Generación ya que, aunque era más joven, trabó relación o amistad con ellos. “Dime, en cambio, que has visto algún amigo tuyo político influyente como me ofreciste”, le dice Miguel en febrero de 1935 en la que, casi de forma desesperada, le pide ayuda para encontrar un trabajo con el que salir de su “situación penosísima”. “Si sigo así un mes más me iré Dios sabe dónde en busca de un ganado y un mendrugo”, le comenta.

Ambos poetas se vieron por primera vez en enero de 1933 en Murcia, donde Lorca estaba de gira con su grupo de teatro universitario La Barraca. “Federico estaba ya consagrado, pero Miguel estaba empezando y estaba muy nervioso por la tardanza en publicarle su primer libro de poesía, Perito en lunas”, explica Liébana. Posteriormente, Lorca y Hernández coincidieron en el domicilio de Raimundo de los Reyes, el editor que publicó los 42 poemas de Perito en lunas. José Luis Ferris, uno de los grandes estudiosos de la obra hernandiana, recuerda en su ensayo Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Temas de Hoy) que ese libro fue sufragado por Luis Almarcha, que costeó las 425 pesetas de los 300 ejemplares de esa tirada.
Desencantado con el silencio recibido por Lorca, Miguel Hernández escribió a otros autores que triunfaban en esa época, como es el caso del chileno Pablo Neruda. Y otro dato que revela la tirantez entre Lorca y Hernández es la conocida negativa del primero en acudir a las reuniones que miembros de la Generación del 27 realizaban en casa de Vicente Aleixandre si a estas también acudía el poeta de Orihuela.
Jesucristo Riquelme, otro de los estudiosos de la obra hernandiana, recuerda que Aleixandre, que más tarde sería Premio Nobel de Literatura, escribió en junio de 1940 una carta a Josefina Manresa donde le comunicaba el envío por giro postal de 125 pesetas para ayudarle a subsistir, dado que por aquella época su marido, Miguel Hernández, ya había iniciado su trágico periplo por distintas prisiones del país, hasta su muerte por tuberculosis en la cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942.
El catedrático de la Universidad Complutense, Emilio Peral Vega, ha estudiado la influencia que el teatro de García Lorca pudo ejercer sobre el posterior de Miguel Hernández. “En obras como El labrador de más aire o Los hijos de la piedra se observa cómo Hernández se miró en espejos lorquianos”, indica Peral en la obra Llamo a los poetas: Miguel Hernández y sus maestros literarios que ha editado la Universidad de Jaén (UJA). Peral destaca que Hernández aprende sobre todo de Lorca el recurso a los romances de ciego, “una forma arcaica y, en ocasiones, truculenta de poesía popular, que algunos dramaturgos renovadores incluyen en sus piezas como un elemento añadido en la pretendida reteatralización de la escena con la intención de apartarse de los discursos dramáticos veristas que habían dominado la segunda mitad del XIX”.
Retrato de Buero Vallejo
Poco días después de ser condenado a muerte, Miguel Hernández entregó a su esposa, Josefina Manresa, el retrato que le hizo su amigo Antonio Buero Vallejo. Quería que lo recordara su hijo cuando saliera de la cárcel, un sueño que no fue posible porque el autor de Viento del pueblo o El rayo que no cesa murió poco tiempo después.
“Es un retrato icónico donde sorprende la serenidad en el rostro de una persona que había sido condenado a muerte”, manifiesta el director de la Fundación Legado Miguel Hernández de Jaén sobre este dibujo que es otra de las joyas del legado que se custodia en Jaén. Se trata de un retrato de tres cuartos del poeta que le hizo Antonio Buero Vallejo (1916-2000), que fue su pintor de juventud. Ambos compartieron celda en la prisión Conde de Toreno de Madrid, aunque Miguel Hernández se lo entregó a Josefina Manresa poco antes de morir en la prisión de Alicante.
Está hecho en carboncillo de excelso refinamiento donde, mediante una gran variedad tonal y de sombras, se representa fielmente el rostro del poeta. “También sorprende la luminosidad del cuadro, procedente de la única ventana que había en la celda”, explica Liébana.
El dibujo contiene la dedicatoria: “Para Miguel Hernández, en recuerdo de nuestra amistad de la cárcel. Antonio Buero”.
EL PAÍS