<p>«Yo debería estar en Madrid ensayando, pero ahora estamos haciendo ensayos por Zoom. Eso quiere decir que no nos vemos, que estamos un poco en las mismas que cuando hicimos la función en Barcelona en 2023. Fue un proceso muy largo de creación, y al final tuvimos mucha tensión y nos planteamos suspenderla». <strong>Marcel Borràs</strong> enumera los hechos en una llamada a tres mientras, en una esquina del teléfono, a muchos kilómetros, <strong>Nao Albet</strong> escucha. «Pero hablamos con los directores artísticos, con Carme Portacelli, y después de unas reuniones donde básicamente nos dijeron todo lo legal a lo que nos teníamos que atender si suspendíamos la función por la proximidad de estreno, decidimos hacerla y de alguna manera pudimos reencontramos ahí. Y sí que fue catártico, porque durante el día no nos veíamos, no nos llamamos durante un tiempo, y precisamente <strong>al finalizar esas representaciones en el 2023, tuvimos un reacercamiento</strong>». Hace un mes, prosigue su relato, volvieron a encerrarse en la sala de ensayo para organizar el reestreno de ‘De Nao Albet y Marcel Borràs’ en la <strong>Nave 10 de Matadero Madrid</strong>. «Pensábamos que ahora sería posible, que podríamos hacer teatro. Que aquello que fue tan duro en Barcelona no nos volvería a ocurrir…», deja en el aire flotando la narración.</p>
La pareja reflexiona sobre la precariedad de su relación emocional, más allá del trabajo como rupturista e irreverente dúo teatral, en una pieza que llega a la Nave 10 de Matadero
«Yo debería estar en Madrid ensayando, pero ahora estamos haciendo ensayos por Zoom. Eso quiere decir que no nos vemos, que estamos un poco en las mismas que cuando hicimos la función en Barcelona en 2023. Fue un proceso muy largo de creación, y al final tuvimos mucha tensión y nos planteamos suspenderla». Marcel Borràs enumera los hechos en una llamada a tres mientras, en una esquina del teléfono, a muchos kilómetros, Nao Albet escucha. «Pero hablamos con los directores artísticos, con Carme Portacelli, y después de unas reuniones donde básicamente nos dijeron todo lo legal a lo que nos teníamos que atender si suspendíamos la función por la proximidad de estreno, decidimos hacerla y de alguna manera pudimos reencontramos ahí. Y sí que fue catártico, porque durante el día no nos veíamos, no nos llamamos durante un tiempo, y precisamente al finalizar esas representaciones en el 2023, tuvimos un reacercamiento». Hace un mes, prosigue su relato, volvieron a encerrarse en la sala de ensayo para organizar el reestreno de ‘De Nao Albet y Marcel Borràs’ en la Nave 10 de Matadero Madrid. «Pensábamos que ahora sería posible, que podríamos hacer teatro. Que aquello que fue tan duro en Barcelona no nos volvería a ocurrir…», deja en el aire flotando la narración.
Su compañero (¿ex compañero?) Albet, con el que ha formado (¿formó?) uno de los dúos más revolucionarios e irreverentes del teatro español, ganador del Premio Max al Mejor espectáculo teatral en 2024 por ‘Falsestuff’, tarda en responder. Antes se han lanzado reproches a través del móvil del periodista, los cuales piden que no se reproduzcan en este texto. «Yo creo que es algo parecido a, yo que sé, un artista de los 70, un músico psicodélico que se pinchaba heroína para escribir canciones y estaba convencido de que drogado le salían mejor esas canciones. Creo que estamos en un punto parecido porque yo sí que creo que con todo este mal rollo, con todo esto que estamos generando, el espectador se lleva una experiencia única y es un espectáculo que creo que no se ha visto nunca», formula finalmente.
‘De Nao Albet y Marcel Borràs’ recapitula la amistad (¿muerta?) entre ambos actores-creadores, que se conocieron en la infancia y que se hicieron un nombre con espectáculos descacharrantes como ‘Mammon’, en los que no se sabía muy bien qué era verdad y qué un vacile al espectador. «La autoficción es algo que se ha puesto muy de moda en los últimos años», reflexiona Albet. «Absurdamente, porque es algo que existe desde hace mucho, desde tiempos inmemoriales. Y para mí todo es autoficción, en cualquier ejercicio autobiográfico o incluso de escritura es inevitable plasmar allí la subjetividad. Y quien diga lo contrario miente. Incluso Angélica Liddell, que sale ahí diciendo que es tal o cual, o cortándose… Es todo ficción. Incluso ella no consigue trascender esa ficción. Una vez estamos en el escenario, somos conscientes de que alguien nos mira o que alguien nos lee, ya estamos ficcionados».
Estrenada en el festival Temporada Alta de Girona y presentada ya en Madrid en el Festival de Otoño de 2023, la función cierra la programación de la Nave 10 desde el 19 de junio hasta el 10 de julio. «En nuestro caso, el hecho de que nuestra pasión, que era el teatro, nos juntara y nos dedicáramos a eso, hizo que nuestra relación, al menos por mi parte, se colocase en un sitio bastante central. Pero es verdad que no es muy habitual. Aunque aquí hay un repaso de amistades fracasadas también», explica Borràs.
Albet va más allá y mira al espectador, al que tantas veces han puesto a prueba: «Creo que también el hecho de haber madurado te reafirma en tu mundo. Como durante mucho tiempo nos desarrollamos con el otro, era como que veíamos el mundo a través de las gafas del otro». Esa visión ha sido sustituida por el dolor y, según dicen, una cierta distancia. A Albet se le encuentra en cada vez más papeles teatrales en solitario, como ha sucedido en su reciente participación en ‘Orlando’, de Marta Pazos en el Centro Dramático Nacional. A Borràs, por su parte, se le ha visto interpretar a Joan Manuel Serrat en la serie ‘La canción’, sobre la victoria de Massiel en Eurovisión con el ‘La la la’.
«Es una parte que estoy aprendiendo a aceptar, que forma parte de un proceso de maduración», prosigue Albet. «Una pregunta interesante que quizás vale la pena hacerse llegados a este punto, es si también los propios espectadores han alimentado esta especie de ruptura, si hemos llegado hasta aquí porque el binomio Nao-Marcel funcionaba muy bien, y sobre todo funcionaba bien cuando nos encarábamos y la gente respondía a eso. Cuando en una función nuestros personajes se peleaban, cuando había esos polos opuestos, ahí la gente disfrutaba más y eso nos llevó a seguir hacia esa dirección… y al final pues quizás nos petó un poquillo en la cara».
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