<p>«No era solo por Pinochet, era por Franco. Al menos, así lo sentía la parte española», así resume Philippe Sands (Londres, 1960) uno de los casos más importantes de su carrera, el intento de extradición del dictador chileno a España, por orden del juez<strong> Baltasar Garzón.</strong> «No había precedentes, ni en Reino Unido ni en ninguna parte. Jamás se había detenido a un antiguo jefe de Estado en otro país por un crimen internacional», explicó ayer en la presentación de su nuevo libro, <i>Calle Londres 38 </i>(Anagrama), en el CCCB de Barcelona. Una investigación que le ha llevado ocho años de trabajo y que cierra su trilogía su trilogía sobre los crímenes del nazismo, que inició con el laureado <a href=»https://www.elespanol.com/el-cultural/20170922/philippe-sands-ironico-alemania-defiende-derecho-internacional/248726566_0.html»><i>Calle Este-Oeste.</i></a></p>
El jurista cierra su trilogía sobre los crímenes nazis con ‘Calle Londres 38’ (Anagrama), una reflexión sobre la impunidad donde revela detalles del caso Pinochet y sigue la pista de un oficial de las SS fugado a Patagonia
«No era solo por Pinochet, era por Franco. Al menos, así lo sentía la parte española», así resume Philippe Sands (Londres, 1960) uno de los casos más importantes de su carrera, el intento de extradición del dictador chileno a España, por orden del juez Baltasar Garzón. «No había precedentes, ni en Reino Unido ni en ninguna parte. Jamás se había detenido a un antiguo jefe de Estado en otro país por un crimen internacional», explicó ayer en la presentación de su nuevo libro, Calle Londres 38 (Anagrama), en el CCCB de Barcelona. Una investigación que le ha llevado ocho años de trabajo y que cierra su trilogía su trilogía sobre los crímenes del nazismo, que inició con el laureado Calle Este-Oeste.
Cuando Pinochet fue detenido en Londres un 16 de octubre de 1998 tras someterse a una operación quirúrgica, Sands era un abogado de 38 años que empezaba su cátedra en la universidad. Y el equipo legal de Pinochet le contactó para que se sumara a su defensa, que había interpuesto un recurso para frenar la extradición a España. «Solo he rechazo dos casos en mi vida:el de Pinochet y el Saddam Hussein», reconoce. Al final, acabó formando parte del plantel de abogados de Amnistía Internacional, que se sumó a la causa.
«Fue un caso emblemático sobre la inmunidad, con consecuencias hasta nuestros días: concierte a las órdenes de arresto de Putin o Netanyahu», señala Sands. Aunque desempeñó «un papel secundario» en el proceso judicial, casi 25 años después se reunió con todos los protagonistas: letrados de ambas partes, jueces, testigos, hasta la intérprete de la Policía Metropolitana que traducía al español para Pinochet (Jean Pateras, una de las voces más francas del libro por su visión de a pie, la de una ciudadana no experta en leyes).
«Por supuesto, Garzón se llevó toda la atención mediática y el crédito, pero de no haber sido por Juan Garcés [abogado español que en su juventud había sido asesor de Salvador Allende] y el fiscal Carlos Castresana, ambos aún hoy en activo, no habría habido caso. Ellos lo empezaron en 1996», destaca Sands, que ha escrito un adictivo ensayo jurídico de casi 500 páginas, casi un thriller histórico que el cineasta chileno Felipe Gálvez llevará a la gran pantalla.
«Me parecía que esta era, ante todo, una historia chilena y aún más española, que una historia británica», señala el jurista, que en el libro ahonda en la «dolorosa ironía de la falta de voluntad política y la negativa de España para afrontar su propio pasado dictatorial y juzgar los crímenes del franquismo». Aunque legalmente España tenía la legitimidad de juzgar un crimen internacional, políticamente la cuestión levantaba controversia. «El gobierno de Aznar estaba en contra de la extradición», recuerda Sands.
Una de las grandes revelaciones de su libro es «el trato al que llegaron Reino Unido, gobernado por Tony Blair, y Chile, bajo la presidencia de Eduardo Frei, para evitar la extradición de Pinochet a España: volvería a Chile, donde sería despojado de su inmunidad para ser juzgado por la Caravana de la Muerte», el asesinato de 97 personas después de su golpe de Estado en 1973. «Existe un documento que ordenaba la eliminación de siete personas firmado personalmente por Pinochet», sostiene Sands. El subterfugio legal para evitar la extradición fue un dudoso informe médico que concluía el deterioro del estado de salud de un octogenario Pinochet, supuestamente incapaz de afrontar un juicio. «Probé de manera concluyente que la enfermedad era falsa», apunta.
Pero fue el mismo mecanismo que utilizaron los abogados para demorar el juicio de la Caravana de la Muerte. Mientras los recursos judiciales iban dilatando el proceso, Pinochet sufrió un infarto de miocardio en 2006. Murió sin pisar la cárcel, sin una condena legal.
«Inmunidad e impunidad a menudo van de la mano», suspira Sands. «Pero no creo que Pinochet tuviera una impunidad total. Terminó en arresto domiciliario, incapaz de caminar por las calles de su propia ciudad, acusado en muchos casos y creo que acabó siendo un ser humano roto… Legalmente, sí, salió impune, lo que por supuesto enfadó a mucha gente y a las víctimas».
Las consecuencias del caso Pinochet no fueron muy positivas en España: el gobierno de Aznar restringió la jurisdicción universal para evitar que se produjeran otros casos parecidos. «Tuvo grandes consecuencias políticas. Hoy, España no podría lanzar ese mismo proceso contra Pinochet. Y Garzón acabó apartado de la carrera judicial», lamenta Sands. En 2012, por decisión del Tribunal Supremo, Garzón fue destituido e inhabilitado por el caso Gürtel, en el que fue encontrado culpable de ordenar escuchas telefónicas ilegales, aunque en 2021 el Comité de Derechos Humanos de la ONU criticó la falta de imparcialidad y la arbitrariedad de los tres juicios a los que fue sometido el magistrado.
Sands entrelaza el juicio contra Pinochet con la historia de Walther Rauff, un ex oficial de las SS que huyó a Chile, a la remota Patagonia, para terminar sus días dirigiendo una conservera de centollo. ¿Quién fue Rauff? El ideólogo de los furgones móviles de gas, que perfeccionaría para asesinar hasta a 50 personas a la vez. Al investigar para Calle Este-Oeste, Sands descubrió que una prima de su madre (Herta, una niña de apenas 12 años) «probablemente se encontraban entre los 97.000 personas cuya vida acabó en uno de los furgones de gas de color gris oscuro de Walther Rauff». Furgones que, para mayor horror, solían estar pintados con una cruz roja como si fueran ambulancias. Aunque fue perseguido por crímenes de lesa humanidad, Rauff murió en 1984 de un infarto. «La justicia no solo está en los tribunales. La literatura también puede llenar los fallos y los vacíos del sistema legal», se consuela Sands. Y pone un ejemplo: Roberto Bolaño, cuyos libros le acompañaron en sus viajes a la Patagonia.
Cultura