Pilar Quintana cierra este sábado un proyecto de cinco años que le ha abierto los ojos. “Fui engañada toda mi vida”, afirma la autora caleña. “Me dijeron que las mujeres fueron malas escritoras, que escribían sólo de temas femeninos, que esos temas no eran importantes, y todo eso es mentira: las mujeres en Colombia, por años, han escrito de todos los temas y no son malas escritoras”. Quintana, celebrada internacionalmente por sus novelas La Perra (2017) y Los Abismos (2021), presenta hoy en la Feria del Libro en Bogotá uno de sus proyectos más ambiciosos, la segunda entrega de la Biblioteca de Escritoras Colombianas con 10 antologías de cuentistas, poetas, ensayistas, periodistas y novelistas, que escribieron desde la colonia hasta la mitad del siglo XX. Ellas transformaron la historia de la literatura, pero no han recibido, hasta ahora, el crédito que se merecen.
En 2022, Quintana presentó una primera parte de la Biblioteca, con 18 autoras claves para la literatura colombiana. Estaban, por ejemplo, una obra de teatro desempolvada de la barranquillera Amira de la Rosa y una novela sobre el racismo, autopublicada por la chocoana Teresa Martínez de Varela. Esta segunda etapa fue mucho más ambiciosa: con un apoyo de editores e investigadores, Quintana creó 10 antologías, que suman 97 autoras más, para un total de 105 escritoras colombianas que tienen una segunda oportunidad ante los lectores. El proyecto, editado por ella, ha sido apoyado por la Biblioteca Nacional de Colombia y el Ministerio de las Culturas, los Artes y los Saberes.
“La primera entrega fue sobre todo de grandes autoras que fueron muy conocidas en su momento, aunque luego sus libros no circulaban”, explica Quintana. “Pero eso excluía a gran parte del panorama de la literatura escrita por mujeres, porque muchas, como eran excluidas de los medios de poder intelectuales, no publicaban libros. Queríamos ahora mostrar autoras, por ejemplo, enterradas en revistas y periódicos”.
Eso llevó a Quintana por distintos filones. En uno de ellos, buscó los primeros cuentos de ciencia ficción escritos por mujeres en Colombia. Encontró dos. ‘Bogotá en el año 2000’, de Soledad Acosta de Samper, publicado en 1905 y en el que la protagonista sueña con una capital en la que las mujeres puedan estudiar. Luego, ‘La tragedia del hombre que oía pensar’, de María Castello y publicado en 1935, en el que la autora condena a su protagonista a escuchar los pensamientos ajenos. “Yo quería encontrar esos hitos de la literatura”, cuenta Quintana.
En un corto libro sobre su trabajo editorial en estos años, la autora cuenta que “soñaba con encontrar una cronista mujer de Indias. La imaginaba con su vestido de la época en la proa de un barco, a caballo entre los conquistadores como una Malinche de las letras”. Pero esa cronista imaginada no apareció: de esa época solo tenemos archivos escritos por hombres, porque en la conquista hubo pocas mujeres, y a las que venían no se les permitía leer y escribir.
Las monjas fueron las primeras mujeres a las que se les permitió salir del analfabetismo. La más antigua que encuentra Quintana es una monja del municipio de Tocaima, Jerónima de Nava y Saavedra (1669-1727), que empezó a escribir sus confesiones en 1707. En Autobiografía de una monja venerable, dijo que veía al Señor en sus sueños, y que le quería entregar, literalmente, el órgano de su corazón. Pero al buscarlo en su pecho, escribe asustada, “saqué una víbora”.
Quintana explica que aquellas religiosas no gozaban de lo que hoy conocemos como libre expresión: “Escribían por orden y bajo estricta vigilancia de sus confesores”. Con la independencia y la llegada del siglo XIX, surgieron escritoras, de familias acomodadas, denunciando abiertamente esa censura patriarcal. Silveria Espinosa de Rendón (1815-1886), la primera poeta colombiana reconocida en Europa, escribió versos burlándose de quienes se escandalizan por ver a las mujeres que, “en vez de zurcir calzones/ están escribiendo dramas”.
Se empezaron luego a popularizar las revistas y periódicos, y las mujeres pudieron dar a conocer sus trabajos aun cuando sus maridos vigilaban sus letras. “La esposa que Dios me ha dado, y a quien con suma gratitud he consagrado mi amor, mi estimación y mi ternura, jamás se ha envanecido con sus escritos literarios”, escribió en 1869 José María Samper, esposo de la conocida escritora Soledad Acosta de Samper. A pesar de que era la escritora más notable de su tiempo, la primera en Colombia de vivir de su pluma, su marido la excusaba “por el atrevimiento de haberse convertido en escritora”.
“Soledad Acosta de Samper, más que ninguna otra, nos abrió el camino”, dice con reverencia Quintana. Acosta no solo publicó libros y ensayos, sino que fundó cinco revistas para que otras mujeres se hicieran conocer, y varias de ellas aparecen en las 10 antologías. “Aunque era conservadora y católica, y decía cosas como que una mujer se debe a su esposo, también era profundamente liberal, decía que las mujeres necesitaban educación, que debía desarrollar su escritura. Dijo cosas tremendamente revolucionarias. Ella sacó el machete, despejó la selva, e hizo un camino. Por ese camino, todas entramos”
Si hay dos cosas que Quintana quisiera que quedaran claras de estas antologías es que las mujeres colombianas publicaron a pesar de sus maridos, de sus hermanos, de los críticos misóginos y de los editores que las ignoraron. Y, segundo, que lo hicieron sobre todo tipo de temas, no solo del amor o “sensibilerías”, un prejuicio que escuchó muchas veces. “Las mujeres escriben sobre amor, erotismo, maternidad, pajaritos, florecitas y lo que pasa adentro. Lo hacen al igual que lo han hecho los hombres desde que la literatura existe. Y también, como ellos, escriben sobre lo que pasa fuera: la guerra, la historia, lo social y lo político”, dice.
Pero, “si es necesario que encontremos un punto común a todas las escritoras de la Biblioteca de Escritoras Colombianas”, añade, es “el patriarcado”. Porque ellas fueron escritoras a pesar de que también debían cuidar a los hijos, la casa, el esposo, y un largo etcétera. Buscaron su voz poética a pesar de tener tres niños gritando en la casa, como lo describió Agripina Montes del Valle, autora del siglo XIX, un reto tan difícil entonces como ahora.
“Este proyecto me cambió profundamente”, termina Quintana. “Me enseñó que todos tenemos prejuicios misóginos, porque crecimos en una sociedad patriarcal, muy misógina. Yo leí mucho en el colegio y en la universidad, y aun así mi panorama de la literatura colombiana era muy sesgado, había solo hombres. Este proyecto me desmontó todos esos prejuicios: acá está el panorama completo”.
La autora lanza, en la Feria del Libro de Bogotá, la segunda entrega de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, con 10 antologías de cuentos, poemas, ensayos, literatura rebelde e infantil. “Este proyecto desmontó mis prejuicios misóginos”, dice
Pilar Quintana cierra este sábado un proyecto de cinco años que le ha abierto los ojos. “Fui engañada toda mi vida”, afirma la autora caleña. “Me dijeron que las mujeres fueron malas escritoras, que escribían sólo de temas femeninos, que esos temas no eran importantes, y todo eso es mentira: las mujeres en Colombia, por años, han escrito de todos los temas y no son malas escritoras”. Quintana, celebrada internacionalmente por sus novelas La Perra (2017) y Los Abismos (2021), presenta hoy en la Feria del Libro en Bogotá uno de sus proyectos más ambiciosos, la segunda entrega de la Biblioteca de Escritoras Colombianas con 10 antologías de cuentistas, poetas, ensayistas, periodistas y novelistas, que escribieron desde la colonia hasta la mitad del siglo XX. Ellas transformaron la historia de la literatura, pero no han recibido, hasta ahora, el crédito que se merecen.
En 2022, Quintana presentó una primera parte de la Biblioteca, con 18 autoras claves para la literatura colombiana. Estaban, por ejemplo, una obra de teatro desempolvada de la barranquillera Amira de la Rosa y una novela sobre el racismo, autopublicada por la chocoana Teresa Martínez de Varela. Esta segunda etapa fue mucho más ambiciosa: con un apoyo de editores e investigadores, Quintana creó 10 antologías, que suman 97 autoras más, para un total de 105 escritoras colombianas que tienen una segunda oportunidad ante los lectores. El proyecto, editado por ella, ha sido apoyado por la Biblioteca Nacional de Colombia y el Ministerio de las Culturas, los Artes y los Saberes.
“La primera entrega fue sobre todo de grandes autoras que fueron muy conocidas en su momento, aunque luego sus libros no circulaban”, explica Quintana. “Pero eso excluía a gran parte del panorama de la literatura escrita por mujeres, porque muchas, como eran excluidas de los medios de poder intelectuales, no publicaban libros. Queríamos ahora mostrar autoras, por ejemplo, enterradas en revistas y periódicos”.

Eso llevó a Quintana por distintos filones. En uno de ellos, buscó los primeros cuentos de ciencia ficción escritos por mujeres en Colombia. Encontró dos. ‘Bogotá en el año 2000’, de Soledad Acosta de Samper, publicado en 1905 y en el que la protagonista sueña con una capital en la que las mujeres puedan estudiar. Luego, ‘La tragedia del hombre que oía pensar’, de María Castello y publicado en 1935, en el que la autora condena a su protagonista a escuchar los pensamientos ajenos. “Yo quería encontrar esos hitos de la literatura”, cuenta Quintana.
En un corto libro sobre su trabajo editorial en estos años, la autora cuenta que “soñaba con encontrar una cronista mujer de Indias. La imaginaba con su vestido de la época en la proa de un barco, a caballo entre los conquistadores como una Malinche de las letras”. Pero esa cronista imaginada no apareció: de esa época solo tenemos archivos escritos por hombres, porque en la conquista hubo pocas mujeres, y a las que venían no se les permitía leer y escribir.
Las monjas fueron las primeras mujeres a las que se les permitió salir del analfabetismo. La más antigua que encuentra Quintana es una monja del municipio de Tocaima, Jerónima de Nava y Saavedra (1669-1727), que empezó a escribir sus confesiones en 1707. En Autobiografía de una monja venerable, dijo que veía al Señor en sus sueños, y que le quería entregar, literalmente, el órgano de su corazón. Pero al buscarlo en su pecho, escribe asustada, “saqué una víbora”.
Quintana explica que aquellas religiosas no gozaban de lo que hoy conocemos como libre expresión: “Escribían por orden y bajo estricta vigilancia de sus confesores”. Con la independencia y la llegada del siglo XIX, surgieron escritoras, de familias acomodadas, denunciando abiertamente esa censura patriarcal. Silveria Espinosa de Rendón (1815-1886), la primera poeta colombiana reconocida en Europa, escribió versos burlándose de quienes se escandalizan por ver a las mujeres que, “en vez de zurcir calzones/ están escribiendo dramas”.
Se empezaron luego a popularizar las revistas y periódicos, y las mujeres pudieron dar a conocer sus trabajos aun cuando sus maridos vigilaban sus letras. “La esposa que Dios me ha dado, y a quien con suma gratitud he consagrado mi amor, mi estimación y mi ternura, jamás se ha envanecido con sus escritos literarios”, escribió en 1869 José María Samper, esposo de la conocida escritora Soledad Acosta de Samper. A pesar de que era la escritora más notable de su tiempo, la primera en Colombia de vivir de su pluma, su marido la excusaba “por el atrevimiento de haberse convertido en escritora”.
“Soledad Acosta de Samper, más que ninguna otra, nos abrió el camino”, dice con reverencia Quintana. Acosta no solo publicó libros y ensayos, sino que fundó cinco revistas para que otras mujeres se hicieran conocer, y varias de ellas aparecen en las 10 antologías. “Aunque era conservadora y católica, y decía cosas como que una mujer se debe a su esposo, también era profundamente liberal, decía que las mujeres necesitaban educación, que debía desarrollar su escritura. Dijo cosas tremendamente revolucionarias. Ella sacó el machete, despejó la selva, e hizo un camino. Por ese camino, todas entramos”
Si hay dos cosas que Quintana quisiera que quedaran claras de estas antologías es que las mujeres colombianas publicaron a pesar de sus maridos, de sus hermanos, de los críticos misóginos y de los editores que las ignoraron. Y, segundo, que lo hicieron sobre todo tipo de temas, no solo del amor o “sensibilerías”, un prejuicio que escuchó muchas veces. “Las mujeres escriben sobre amor, erotismo, maternidad, pajaritos, florecitas y lo que pasa adentro. Lo hacen al igual que lo han hecho los hombres desde que la literatura existe. Y también, como ellos, escriben sobre lo que pasa fuera: la guerra, la historia, lo social y lo político”, dice.
Pero, “si es necesario que encontremos un punto común a todas las escritoras de la Biblioteca de Escritoras Colombianas”, añade, es “el patriarcado”. Porque ellas fueron escritoras a pesar de que también debían cuidar a los hijos, la casa, el esposo, y un largo etcétera. Buscaron su voz poética a pesar de tener tres niños gritando en la casa, como lo describió Agripina Montes del Valle, autora del siglo XIX, un reto tan difícil entonces como ahora.
“Este proyecto me cambió profundamente”, termina Quintana. “Me enseñó que todos tenemos prejuicios misóginos, porque crecimos en una sociedad patriarcal, muy misógina. Yo leí mucho en el colegio y en la universidad, y aun así mi panorama de la literatura colombiana era muy sesgado, había solo hombres. Este proyecto me desmontó todos esos prejuicios: acá está el panorama completo”.
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