<p>La irrupción de<strong> Ex Machina</strong> con ‘The Seven Streams of the River Ota’, en 1994, tuvo algo de ciencia-ficción. «En 1994 nos veían como un ovni, como una compañía llegada del espacio exterior que estaba haciendo cosas que se suponía que no se podían hacer en un teatro», recuerda <strong>Robert Lepage</strong> (Quebec, 1957) de su primera producción al frente de la legendaria ‘troupe’. El director y dramaturgo canadiense asaltó los escenarios con una apabullante mezcla que luego ha ido puliendo como seña de identidad de Ex Machina: tecnología punta (estructuras de ingeniería, proyecciones, laberintos visuales), temas trascendentales y una aproximación íntima y personal a la realidad humana. «Ahora el público se ha acostumbrado a ello y es algo que espera en nuestros espectáculos. Todo aquello se ha incorporado al vocabulario. Porque la idea no era tanto hacer que el público alucinase con el despliegue visual, sino que la tecnología esté ahí para ayudarnos a contar mejor una historia y llevar a los espectadores a un nuevo nivel. Así que <strong>es algo positivo que la gente ya no se sorprenda con lo que hacemos</strong>».</p>
El director y dramaturgo canadiense recupera en el Festival de Otoño su legendario debut con su compañía Ex Machina, estrenada en 1994,que conecta Hiroshima con el sida.
La irrupción de Ex Machina con ‘The Seven Streams of the River Ota’, en 1994, tuvo algo de ciencia-ficción. «En 1994 nos veían como un ovni, como una compañía llegada del espacio exterior que estaba haciendo cosas que se suponía que no se podían hacer en un teatro», recuerda Robert Lepage (Quebec, 1957) de su primera producción al frente de la legendaria ‘troupe’. El director y dramaturgo canadiense asaltó los escenarios con una apabullante mezcla que luego ha ido puliendo como seña de identidad de Ex Machina: tecnología punta (estructuras de ingeniería, proyecciones, laberintos visuales), temas trascendentales y una aproximación íntima y personal a la realidad humana. «Ahora el público se ha acostumbrado a ello y es algo que espera en nuestros espectáculos. Todo aquello se ha incorporado al vocabulario. Porque la idea no era tanto hacer que el público alucinase con el despliegue visual, sino que la tecnología esté ahí para ayudarnos a contar mejor una historia y llevar a los espectadores a un nuevo nivel. Así que es algo positivo que la gente ya no se sorprenda con lo que hacemos».
Tres décadas después de aquel estreno, Lepage recupera con Ex Machina la función «como una joya mejor pulimentada», aunque sin modificaciones sustanciales. A lo largo de siete horas en otros tantos actos, ‘The Seven Streams of the River Ota’ va de los campos nazis a los supervivientes de Hiroshima y las víctimas del sida cuando la enfermedad cobró tintes de epidemia. Los grandes acontecimientos se suceden en un relato que cuentan personajes en los márgenes del devenir histórico.
La obra es ciertamente la gema más preciada del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, que se celebra entre el 6 y el 30 de noviembre, con 25 espectáculos repartidos por la región. Se da la circunstancia de que en esta 42ª edición vuelve a estar al frente la productora y distribuidora Pilar de Yzaguirre (Barcelona, 1935), que fue quien puso en marcha esta cita en 1984. «Para mí, haber dirigido cinco festivales de Otoño fue una experiencia gratísima con un éxito que superó nuestras expectativas», asegura. «Tras 41 ediciones, el ofrecimiento de dirigir esta 42ª edición fue un obsequio inesperado; y que, además, lleve mi nombre en su enunciado es un homenaje del que estoy enormemente agradecida».
Además de Lepage, el festival cuenta en su programación con la presencia de Wajdi Mouawad (que regresa a su Líbano natal en ‘Journée de noces chez les Cromagnons’, los días 29 y 30 en Teatros del Canal), Jo Strømgren Kompani, TAODance Theater, Amancio Prada (que protagoniza el espectáculo inaugural con un recital sobre el ‘Cántico espiritual’ de San Juan de la Cruz) o María Hervás, quien protagoniza una representación de 24 horas de duración, el día 9: ‘The second woman’, de Nat Randall & Anna Breckon .
La idea del tiempo prolongado de este Festival de Otoño parece ir en contra de la tendencia actual al consumo rápido. Lo admite el propio Lepage: «Me llama la atención esta sorpresa ante la duración de las obras. Recuerdo, por ejemplo, cuando Peter Brook hizo su ‘Mahabharata’ de nueve horas y nadie se cuestionaba nada». Lo que se ha producido, argumenta, es un cambio: «Vivimos en un mundo donde la gente tiene pantallas de televisión enormes y de gran calidad. Además, todo es a demanda. Así que, si quieres atraer a la gente al teatro, tienes que crear un acontecimiento, algo que no sea una pieza institucional. Y, por supuesto, en este caso, la longitud es parte de la experiencia, es como una maratón».
Este intervalo prolongado en el que el público se enfrenta al espectáculo tiene otra dimensión, señala el quebequés. «Crea un sentido de comunidad», sostiene. «En el teatro el tiempo es elástico, es irrelevante. Muy a menudo se nos presentan sobre el escenario obras que dan toda la información masticada y que no dejan que el público la mastique. Una hora y media o dos horas que encaja en tu horario porque no quieres pagar de más a una canguro o porque tienes mesa reservada en un restaurante». Eso, denuncia, tiene que ver con «la actual relación que tenemos con la cultura, que es muy individualista». Frente a ello, Lepage apuesta por temas «que resuenen a lo largo del tiempo». De ahí la importancia que da a los intermedios: «No son para que la gente vaya a hacer un pis, sino para que hable y discuta sobre la pieza».
Todo ello conecta con otra de las obsesiones de Lepage, «la horrible cualidad de la memoria de desvanecerse continuamente». Todos los temas que aparecen en ‘The Seven Streams of the River Ota’, denuncia el creador teatral, son prácticamente desconocidos para los jóvenes. De ahí la vocación educativa de montajes como éste. «En 1994 todo lo atómico nos parecía una curiosidad. Ahora, en cambio, estamos al borde de una guerra nuclear», lamenta después.
La cuestión crucial, incide Lepage, es cómo hablar de cosas tan importantes mediante la belleza. «La única forma de recordar grandes hechos históricos es a través de las narraciones», asegura. Y para demostrarlo, empieza él un relato: «Estuve en Hiroshima y me contaron la historia de una mujer a la que la bomba dejó desfigurada. La pusieron en una habitación especial sin espejos ni reflejos, donde la escondieron junto a otros como ella, para que nadie pudiese verlos ni verse. Un día alguien la observó y vio cómo, cuando pensaba que nadie la miraba, sacaba un espejito que tenía escondido, se miraba y se ponía barra de labios». Ahí, señala Lepage, «hay algo ocurriendo, un aspecto cotidiano de una mujer afectada por un conflicto mundial, pero que no habla, al menos directamente, de esa enormidad».
«Yo creía que se había equivocado. Que tengo 89 años, le dije, no sé si se habrán dado cuenta. Y se moría de risa». Pilar de Yzaguirre rememora la llamada de Mariano de Paco, consejero de Cultura, Turismo y Deportes de la Comunidad de Madrid, para dirigir el Festival de Otoño 2024. «Pero, ¿cómo me vas a llamar para que haga un festival con la edad que tengo?, le pregunté. Y me respondió que era su deseo».
La responsable de la cita teatral madrileña no se arredró. «Es muy bonito porque, normalmente, el deterioro de la vida y el paso de los años hacen olvidar a las personas mayores. Pero él pensó en mí y yo no me lo creía», se ríe.
De Yzaguirre defiende ante ‘La Lectura’ su labor. «Yo lo que he hecho es descubrir grandes creadores, como Robert Lepage o como muchos más, y traerlos, que no es fácil», explica. «Cuando yo veía una cosa suya, gritaba: ‘¡Esto quiero traerlo a España! Y he logrado, por ejemplo, que Lepage vea España como su casa». Casi, en el sentido literal: «Nada más venir, ya tengo en mi casa unos macarrones con tomate, que le encantan. Y la última vez, como yo tengo piano, pues con unas partituras, él con toda mi familia y con los chiquillos cantamos a los Beatles todo el rato. Es una persona extraordinaria en todos los sentidos».
La suya es una vida entregada al teatro. «No habría sido posible de otra manera», proclama. «De pequeña me miraba al espejo del armario de mi madre y yo imitaba a Shirley Temple. Lo que pasa es que no era consciente de todo el trayecto que hay que hacer para poder llegar a ser una artista».
¿Acaso es esta pasión la clave para su longevidad? «Levantarse por la mañana y que no tengas nada que hacer porque tienes 80 años debe ser horroroso», reflexiona. «Yo siempre me levanto me digo, madre mía, todo lo que tengo que hacer. El secreto es que el mundo que te rodea te necesite para algo».
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