En los años cincuenta y sesenta se podía morir por los ideales en Venezuela, pero ahora “la subversión consiste en portar determinada marca de zapatos, bolsos o teléfonos celulares y tentar la suerte”, apunta el narrador de La vejez, uno de los 13 relatos reunidos por Rodrigo Blanco Calderón en Venecos (Páginas de Espuma). Esta ácida reflexión viene a cuento de una visita, narrada en ese texto, al exguerrillero, profesor y escritor Oswaldo Barreto, compañero y amigo del malogrado poeta revolucionario Roque Dalton, y del bolso que Barreto llevaba en ese encuentro. Blanco Calderón escribe sobre la tristeza que acarrea sobrevivir a la lucha. Porque “ser viejo es aceptar cosas nuevas”, le dice el anciano revolucionario, “esto es, en el sentido más materialista e histórico del término”.
Una lluviosa mañana de marzo, en las oficinas de la editorial Páginas de Espuma, en el barrio de Malasaña de Madrid, el escritor habla de la “mirada desacralizadora del romanticismo revolucionario de los años sesenta”, contenida en ese texto. El desgaste, asegura, “no fue una degradación, sino que llegó con la aplicación literal de un ideal”. Y remata volviendo sobre el título del cuento: “La vejez es un camino hacia cierta distancia irónica frente a posturas anteriores”. También la definición de la RAE que abre el libro explica a su vez el título del volumen. Venecos es una forma despectiva y popular para referirse a los venezolanos en Perú y Ecuador —”aunque también se documenta su uso en otras zonas y no siempre es despectivo”—, aclara la Academia.
Ganador de la III Bienal de Novela Vargas Llosa con The Night, Blanco Calderón (Caracas, 44 años) regresa una vez más a Venezuela con este nuevo volumen cuyos textos escribió entre su país natal, que dejó en 2015, París y Málaga, la ciudad donde está establecido desde hace siete años. “Yo emigré muy tarde para tener una verdadera integración. Si hubiera salido cuando tenía 15 o 20 años, mi visión del mundo se habría mezclado”, afirma para tratar de explicar el eje geográfico de su narrativa.
“Mi proyecto como escritor tiene que ver con mi país, mi juventud y las obsesiones que ahí surgieron. No lo asociaría con la nostalgia, porque no trato de rescatar un mundo perdido, y la nostalgia es un veneno que falsea la experiencia”. Los cuentos que Blanco Calderón ha reunido, insiste, parten no tanto de temas sino de “situaciones, personajes y anécdotas muy concretas”. Al fin, admite, “variables que tienen que ver con la diáspora y que emergen de forma insospechada como un trauma, un pensamiento fijo”. Un lugar que, sin embargo, deja espacio para hablar de intimidad y de sentimientos que van más allá del abandono del país natal.
¿Dónde siente que está hoy la literatura venezolana? “En Venezuela quedan escritores, pero buena parte se está produciendo fuera, en toda América Latina, en Estados Unidos y en España”. En el exilio ha observado que en algunos lugares se tienden a repetir en miniatura los conflictos del país de procedencia. “Están los corruptos chavistas y los expresos políticos y, en medio, toda una gama. La inmigración venezolana no puede representarse en bloque”.
Más que evocar, sostiene Blanco Calderón, él trata de plasmar “la perplejidad” ante lo que les pasó. “Porque ¿qué fue lo que nos pasó?”. Habla de la sensación que tienen quienes han sufrido una amputación y siguen pensando en ese miembro que perdieron, de “dar vueltas alrededor del cataclismo”, porque “cuando se vive ahí es agónico y cuando sales y piensas en las cosas que pasaron te encuentras tratando de entender”. Y, subraya, “no fue una invasión extranjera, el chavismo es un castigo que nos infligimos”.
Ha construido este libro, asegura, como “el álbum de un músico que busca un recorrido rítmico, más sonoro que a partir de los temas”. Escribe sobre el mundo de la pareja, sobre la intimidad femenina, y recorre desde la sátira al horror. Un podcast sobre un niño lobo, una carta de un desertor del régimen, los recuerdos de un encuentro en la playa de dos amigas adolescentes. ¿No le intimida adoptar la voz de mujeres en algunos de sus relatos? “La mayor parte de esas historias me las contaron mujeres y es una manera de mantenerme fiel”, explica.
¿Cuál es su percepción del panorama literario en España después de siete años aquí? “La discusión en los medios culturales sobre literatura está imbuida de política, como ocurre en América Latina. Porque aunque parece que se habla de otras cosas, al final siempre es política. También es cierto que hay un movimiento editorial en España impresionante, con sellos independientes y grandes grupos, y me siento afortunado de haber publicado mis cuatro últimos libros”.
Los cuentos de Venecos no esconden los guiños históricos y literarios, abren el juego. Uno de sus narradores habla de “sentarse a pensar escribiendo”, algo que Blanco Calderón comparte porque, al fin, la escritura, la suya y la de otros, es el mecanismo que ha inventado para “dotar de sentido la vida”. Cabe una última pregunta: a la vista de su vello facial que recuerda a los revolucionarios del siglo XX, ¿él se ha propuesto resignificar la barba? “Tengo mejor barba que el Che y que Fidel, y además la mía viene de mi padre, que llevaba una larga y poblada”, ríe antes de la despedida.
El autor reúne en su nuevo libro, ‘Venecos’, 13 relatos atravesados por las variables de la diáspora y en los que emplea desde la sátira al horror
En los años cincuenta y sesenta se podía morir por los ideales en Venezuela, pero ahora “la subversión consiste en portar determinada marca de zapatos, bolsos o teléfonos celulares y tentar la suerte”, apunta el narrador de La vejez, uno de los 13 relatos reunidos por Rodrigo Blanco Calderón en Venecos (Páginas de Espuma). Esta ácida reflexión viene a cuento de una visita, narrada en ese texto, al exguerrillero, profesor y escritor Oswaldo Barreto, compañero y amigo del malogrado poeta revolucionario Roque Dalton, y del bolso que Barreto llevaba en ese encuentro. Blanco Calderón escribe sobre la tristeza que acarrea sobrevivir a la lucha. Porque “ser viejo es aceptar cosas nuevas”, le dice el anciano revolucionario, “esto es, en el sentido más materialista e histórico del término”.
Una lluviosa mañana de marzo, en las oficinas de la editorial Páginas de Espuma, en el barrio de Malasaña de Madrid, el escritor habla de la “mirada desacralizadora del romanticismo revolucionario de los años sesenta”, contenida en ese texto. El desgaste, asegura, “no fue una degradación, sino que llegó con la aplicación literal de un ideal”. Y remata volviendo sobre el título del cuento: “La vejez es un camino hacia cierta distancia irónica frente a posturas anteriores”. También la definición de la RAE que abre el libro explica a su vez el título del volumen. Venecos es una forma despectiva y popular para referirse a los venezolanos en Perú y Ecuador —”aunque también se documenta su uso en otras zonas y no siempre es despectivo”—, aclara la Academia.
Ganador de la III Bienal de Novela Vargas Llosa con The Night, Blanco Calderón (Caracas, 44 años) regresa una vez más a Venezuela con este nuevo volumen cuyos textos escribió entre su país natal, que dejó en 2015, París y Málaga, la ciudad donde está establecido desde hace siete años. “Yo emigré muy tarde para tener una verdadera integración. Si hubiera salido cuando tenía 15 o 20 años, mi visión del mundo se habría mezclado”, afirma para tratar de explicar el eje geográfico de su narrativa.
“Mi proyecto como escritor tiene que ver con mi país, mi juventud y las obsesiones que ahí surgieron. No lo asociaría con la nostalgia, porque no trato de rescatar un mundo perdido, y la nostalgia es un veneno que falsea la experiencia”. Los cuentos que Blanco Calderón ha reunido, insiste, parten no tanto de temas sino de “situaciones, personajes y anécdotas muy concretas”. Al fin, admite, “variables que tienen que ver con la diáspora y que emergen de forma insospechada como un trauma, un pensamiento fijo”. Un lugar que, sin embargo, deja espacio para hablar de intimidad y de sentimientos que van más allá del abandono del país natal.

¿Dónde siente que está hoy la literatura venezolana? “En Venezuela quedan escritores, pero buena parte se está produciendo fuera, en toda América Latina, en Estados Unidos y en España”. En el exilio ha observado que en algunos lugares se tienden a repetir en miniatura los conflictos del país de procedencia. “Están los corruptos chavistas y los expresos políticos y, en medio, toda una gama. La inmigración venezolana no puede representarse en bloque”.
Más que evocar, sostiene Blanco Calderón, él trata de plasmar “la perplejidad” ante lo que les pasó. “Porque ¿qué fue lo que nos pasó?”. Habla de la sensación que tienen quienes han sufrido una amputación y siguen pensando en ese miembro que perdieron, de “dar vueltas alrededor del cataclismo”, porque “cuando se vive ahí es agónico y cuando sales y piensas en las cosas que pasaron te encuentras tratando de entender”. Y, subraya, “no fue una invasión extranjera, el chavismo es un castigo que nos infligimos”.
Ha construido este libro, asegura, como “el álbum de un músico que busca un recorrido rítmico, más sonoro que a partir de los temas”. Escribe sobre el mundo de la pareja, sobre la intimidad femenina, y recorre desde la sátira al horror. Un podcast sobre un niño lobo, una carta de un desertor del régimen, los recuerdos de un encuentro en la playa de dos amigas adolescentes. ¿No le intimida adoptar la voz de mujeres en algunos de sus relatos? “La mayor parte de esas historias me las contaron mujeres y es una manera de mantenerme fiel”, explica.
¿Cuál es su percepción del panorama literario en España después de siete años aquí? “La discusión en los medios culturales sobre literatura está imbuida de política, como ocurre en América Latina. Porque aunque parece que se habla de otras cosas, al final siempre es política. También es cierto que hay un movimiento editorial en España impresionante, con sellos independientes y grandes grupos, y me siento afortunado de haber publicado mis cuatro últimos libros”.
Los cuentos de Venecos no esconden los guiños históricos y literarios, abren el juego. Uno de sus narradores habla de “sentarse a pensar escribiendo”, algo que Blanco Calderón comparte porque, al fin, la escritura, la suya y la de otros, es el mecanismo que ha inventado para “dotar de sentido la vida”. Cabe una última pregunta: a la vista de su vello facial que recuerda a los revolucionarios del siglo XX, ¿él se ha propuesto resignificar la barba? “Tengo mejor barba que el Che y que Fidel, y además la mía viene de mi padre, que llevaba una larga y poblada”, ríe antes de la despedida.
EL PAÍS