A Sean Baker le da miedo la figura de Eloy de la Iglesia. Que un director maldito de la Transición —el hombre que retrató la ola de destrucción y malditismo que la heroína provocó en las alcantarillas de la cacareada Movida— asuste al último ganador de la Palma de Oro de Cannes, un cineasta indie de alma neoyorquina, es una señal de las sombras que esconde Baker. “En la Universidad de Nueva York no nos llegaba ese cine español. Lo he descubierto hace unos cinco años y me siento más alineado con él que con Fellini”, cuenta. “Su personalidad me recuerda a la de Pasolini, y me han contado que su adicción a las drogas se originó a partir de su interacción con los actores. Eso me da miedo porque yo estuve enganchado. Tuve problemas con las drogas, fui adicto a la heroína a finales de los noventa, cuando yo era un veinteañero. A veces me asusto cuando me doy cuenta de que me acerco demasiado de nuevo a esos mundos. En una película tuve a una persona chutándose a mi lado. Uf”. Para ser un cineasta que no disfruta de las entrevistas, la confesión ha salido a borbotones.
El jueves 31 de octubre se estrena Anora, la quinta película en la que Baker (Nueva York, 53 años) cuenta con personajes relacionados con la prostitución o con el negocio del sexo. Y desde luego, no muy cercanos a la prostituta de Julia Roberts en Pretty Woman. “Creo que el público puede identificarse con personajes que no podrían soportar en la vida real. Y en mi caso, me gusta retratar personajes que persiguen el sueño americano y poner el foco sobre situaciones que Hollywood es incapaz de retratar bien”, apunta al sentarse en un sofá.
La charla tiene lugar en septiembre durante el festival de San Sebastián, donde el cineasta acompaña la proyección de Anora en la sección Perlak. A dos metros de distancia del director y del periodista se sienta Samantha Quan, directora de reparto devenida en productora desde The Florida Project (2017), probablemente la mejor película de Baker, y su esposa. A cada respuesta, él la mira. Al final de la entrevista se sumará a la conversación, y en la sesión de fotos será Quan la que mande por encima del resto de los involucrados. “Dependo por completo de ella, toma tantas decisiones como yo”, confirma Baker. Y le ayuda en todos los procesos creativos. En Cannes, el cineasta provocó una gran carcajada cuando contó en la rueda de prensa que había simulado los bailares eróticos ante los actores “con Sam, la productora” y tras unos segundos de silencio incómodo apostilló: “Por favor, por favor, dejadme aclararos que Sam es también mi esposa”. Aunque ofrecieron a los actores contratar un coordinador de intimidad, el reparto decidió filmar con las indicaciones del matrimonio.
El triunfo de Anora en Cannes —donde no había ganado un filme estadounidense desde El árbol de la vida, de Terrence Malik, en 2011— le regala a Baker cierta tranquilidad de cara al futuro: “Antes de la Palma de Oro tuvo lugar la entrega del premio honorífico a George Lucas de manos de Francis Ford Coppola. Tenía a mis dos héroes enfrente y yo no podía ni prestar atención de los nervios. Lo que pasó después lo tengo completamente borrado de mi memoria. Con los meses he comprendido que la Palma me eleva a un lugar desde el que probablemente puede permitirme hacer el cine que quiero. No me han llamado para la próxima de Marvel, aunque también es cierto que defiendo que la gente debe entender que las películas para adultos se pueden hacer sin superhéroes ni explosiones”.
Tuve problemas con las drogas, fui adicto a la heroína a finales de los noventa, cuando yo era un veinteañero. A veces me asusto cuando me doy cuenta de que me acerco demasiado de nuevo a esos mundos”
En realidad, Baker ya ha sufrido lagunas como la de Cannes. A finales de enero de 2018, el cineasta aterrizó en Madrid, procedente de Londres, en la gira europea de promoción de The Florida Project. Tal cual bajó del avión, le contaron que se habían anunciado las candidaturas a los Oscar, donde su filme, rodado en los alrededores de Disney World, solo había logrado una candidatura: a mejor actor secundario para Willem Dafoe, en contra de lo esperado: los expertos le daban posibilidades en varias otras categorías. De aquellos días en la capital española no recuerda “absolutamente nada”. “Iba cansado, tuve, no nos engañemos, una gran desilusión… Es como si ese viaje no hubiera existido”, y acaba entre risas, como si con la carcajada soltara el estrés.
Hijo de un abogado de patentes y de una profesora, desde pequeño se dedicó a hacer películas caseras tras ver con su madre un ciclo de clásicos de monstruos de la Universal en la biblioteca municipal de Summit. Estudió cine en la Universidad de Nueva York. Y logró cierto éxito con la serie Greg The Bunny, cortos hechos con amigos que narraban las divertidas travesuras de una marioneta, “uno de los 3,2 millones de estadounidenses surgidos de una fábrica”, según una frase de promoción. Metido Baker en las drogas, la serie tuvo un desarrollo televisivo que no le incluyó a él, y cuando se sobrepuso a las adicciones, estudió montaje en The New School (edita todas sus películas). Su primer largo, Four Letter Words (2000), ahondaba en el lenguaje y las inquietudes de la juventud estadounidense. Cuatro años más tarde, codirigió Take Out, en la que un inmigrante chino se veía abocado a pagar sus deudas en un día. Empezaba así su recorrido por las sombras del sueño americano, un viaje en el que aún continúa. En Prince of Broadway (2008), el protagonista era un inmigrante de Ghana, mantero en Manhattan, que descubre que es padre. Como tuvo una disputa legal a cuenta del título con Take Out, ambas se estrenaron comercialmente en 2008 y las dos fueron candidatas en los Independent Spirit, los premios del cine indie. Y con Starlet (2012), la extraña amistad entre una chica de 21 años y una anciana de 85 en el californiano valle de San Fernando, se afianzó en el indie.
Su quinto largo, Tangerine (2015), mantiene su apuesta por explorar los márgenes sociales. Su protagonista es una prostituta trans que durante el día de Nochebuena recorre las calles más amargas de Hollywood buscando a su novio y chulo, de quien se ha enterado le está engañando. “Usamos tres móviles. Uno lo desechamos porque la óptica no daba la misma calidad que los otros dos. El segundo, sí, está en el museo, que es maravilloso, pero otro me lo he guardado yo”, recuerda. Lo cual no le hace apóstol del digital. “Para nada, y he vuelto al analógico porque considero que las texturas son distintas: si comparas el mismo plano hecho con una cámara con celuloide y otras digital, la diferencia es abrumadora a favor de lo filmado con película”, apunta. La última secuencia de The Florida Project (2017) también se rodó con un iPhone. “Hicimos de la necesidad, virtud, y solo después, en montaje, comprendí el homenaje a Tangerine”, rememora acerca del final de su crudo retrato de la pobreza que rodea el parque Disney World en Florida, de los niños que viven en moteles coloridos, sumideros de los que asoman marginados y gente que se gana la vida vendiendo perfumes falsificados, pero donde florece la bondad humana. Con Red Rocket (2021) ya concursó en Cannes, donde presentó esta divertidísima parábola sobre la vuelta de un actor porno a su pueblo natal en Texas sin dinero ni planes de futuro.
He descubierto a Eloy de la Igleisa hace unos cinco años y me siento más alineado con él que con Fellini”
Con Anora Baker ofrece, de nuevo, una mirada distinta a la prostitución. Es la vuelta de tuerca del concepto Pretty Woman, un cóctel de Howard Hawks, Billy Wilder y Hal Ashby, a través de una estríper que también ejerce la prostitución en el barrio de Brighton Beach, y que acaba liada con el hijo, inmaduro y algo naíf, de un oligarca ruso. Como si Las noches de Cabiria —“una película guía para Anora”—, de Fellini, se trasladara a una Nueva York hedonista y desaforada. Sería Pretty Woman bien untada en cocaína, mansiones de lujo pagadas por futuros suegros que no desearías conocer y matones melancólicos. “No me di cuenta del eco a esta comedia hasta una semana antes del rodaje, cuando alguien del equipo me subrayó las similitudes. La verdad es que no la he visto desde su estreno en 1990. Ahora, aún le gusta a mucha gente, así que si así logro más público…”.
En Anora retornan sus personajes desvalidos, arrojados por la sociedad a los márgenes. “Me parece que son divertidos, que a través de ellos puedes dibujar toda una sociedad. Creo también que merece la pena recordar al público que están ahí, que son nuestros vecinos. Mickey [el protagonista de Red Rocket] es alguien que no quiere la vida de mierda que lleva, pero que probablemente sí merezca esa ruina existencial. Ani [la protagonista de Anora], en cambio, atraviesa otra situación, el público empatiza más con ella, entenderá lo que Ani desea. En un momento de la película, ella se abre, se… despliega”.
Mikey Madison entró a poner rostro a Ani desde el subconsciente de Baker. “Entró en mi radar cuando vi Érase una vez en… Hollywood, y se quedó archivada al fondo de mi cerebro. Cuando llegó el momento de buscar a Ani, vi Scream y Mikey estaba ahí. Creo que en las pelis de terror hay grandes interpretaciones infravaloradas por la crítica y los premios. Despreciamos demasiado rápidamente algunos géneros… Yo soy un creador indie: me involucro en los grupos sociales que voy a retratar, suelo mudarme a los lugares donde voy a rodar, me sumerjo en esos mundos. Pero entiendo y defiendo que tenemos que entretener al público, contarles una historia. Algunos usamos el drama o la comedia social, otros el terror”, reflexiona. “Y Mikey es una gran actriz actué donde actúe. El gesto del final lo decidió ella, y cuando lo filmamos pegué un brinco: es el mismo de Giulietta Masina en Las noches de Cabiria. Y surgió de manera fortuita”.
Anora se abre en dos, y en medio una bisagra musical hace que una comedia alocada transite a un thriller revolucionado. A Baker entrar en este apartado le apetece: “Escojo con mucho mimo las canciones, me parece que importan en las narraciones. Y me duele cuando no logro los derechos de algún tema. En Anora quisimos meter Gucci Flip Flops [de Bhad Bhabie], porque encajaba con el espíritu, y nos pidieron una pasta [Quan apunta que fueron 70.000 dólares] por los derechos. Imposible. Ahora, a cambio logramos el temazo de Take That, Greatest Day, que parece compuesta como un himno cliché para una comedia romántica. Es una gran canción pop. Puedes tararear la melodía después de escucharla una vez. Está hablando de su mejor día, la metimos de una manera tan obvia que acaba siendo irónica y descarada, se pega a la acción”.
Para Baker, no hay otro recorrido cinematográfico más allá del indie. “De mi generación, con la Palma me he hecho el más conocido, aunque no soy el único. Y por detrás hay un montón de directores y colectivos muy interesantes. Yo soy un niño que creció viendo las películas de Spielberg y Lucas, que con el tiempo aprendió que había otros cines y otros mundos”, explica mientras se recoloca el flequillo. “Si ser indie significa que posees todo el control de tu obra, seré siempre indie. Si salir de este universo conlleva que no pueda tener la última decisión en cualquier momento de producción de un filme, no lo abandonaré jamás”. Quan entra a explicar que es una vieja conversación que ya abordaron hace años. “Y por eso soy su productora: mi trabajo consiste en asegurar que Sean tiene todo lo que quiere en pos de una gran película. Todo lo hablamos, aunque la decisión final le pertenece”.
¿Se puede conocer Estados Unidos a través del cine de Baker? “¿A qué cineasta no le gusta que le digan eso?”, responde con una sonrisa. “Lo acepto. Creo que muestro un Estados Unidos que de otra manera jamás verías en una gran pantalla. No voy de dar voz a los sin voz. No soy tan naíf. Sin embargo, hay muchas naciones en mi nación. Por eso me preocupa tanto lo que vaya a ocurrir en las elecciones del 5 de noviembre”. Y por eso, por estar atento a otras capas sociales, surgió Anora. “La escribí hacer 15 años y se quedó en un cajón. Y cuando nos planteamos posibles temas para una nueva película, pensé en ese mundo de Brighton Beach, en la comunidad rusa de la que se oye hablar en las noticias y saqué aquel libreto y lo adapté”. Lo que da otra pista: en ese cajón, Baker guarda suficientes guiones como para mantenerse en activo. “Tengo, por ejemplo, otra película escrita sobre el activismo de los consumidores de drogas que tiene lugar en Vancouver, y que engarza con mi pasado. No estoy seguro de que sea mi siguiente proyecto, pero ahí está”.
Filmografía: siete películas sobre la vida en los márgenes de Estados Unidos
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Con ‘Anora’, ganadora de la última Palma de Oro en Cannes, el director estrena su quinto largometraje protagonizado por trabajadores del sexo. “Si ser ‘indie’ significa que posees todo el control de tu obra, seré siempre ‘indie”, dice
A Sean Baker le da miedo la figura de Eloy de la Iglesia. Que un director maldito de la Transición —el hombre que retrató la ola de destrucción y malditismo que la heroína provocó en las alcantarillas de la cacareada Movida— asuste al último ganador de la Palma de Oro de Cannes, un cineasta indie de alma neoyorquina, es una señal de las sombras que esconde Baker. “En la Universidad de Nueva York no nos llegaba ese cine español. Lo he descubierto hace unos cinco años y me siento más alineado con él que con Fellini”, cuenta. “Su personalidad me recuerda a la de Pasolini, y me han contado que su adicción a las drogas se originó a partir de su interacción con los actores. Eso me da miedo porque yo estuve enganchado. Tuve problemas con las drogas, fui adicto a la heroína a finales de los noventa, cuando yo era un veinteañero. A veces me asusto cuando me doy cuenta de que me acerco demasiado de nuevo a esos mundos. En una película tuve a una persona chutándose a mi lado. Uf”. Para ser un cineasta que no disfruta de las entrevistas, la confesión ha salido a borbotones.
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Palma de Oro emocionante e incontestable para ‘Anora’, de Sean Baker
El jueves 31 de octubre se estrena Anora, la quinta película en la que Baker (Nueva York, 53 años) cuenta con personajes relacionados con la prostitución o con el negocio del sexo. Y desde luego, no muy cercanos a la prostituta de Julia Roberts en Pretty Woman. “Creo que el público puede identificarse con personajes que no podrían soportar en la vida real. Y en mi caso, me gusta retratar personajes que persiguen el sueño americano y poner el foco sobre situaciones que Hollywood es incapaz de retratar bien”, apunta al sentarse en un sofá.
Willem Dafoe y Brooklynn Prince, en ‘The Florida Project’ (2017), de Sean Baker.Moviestore Collection / Alamy / CORDON PRESS
La charla tiene lugar en septiembre durante el festival de San Sebastián, donde el cineasta acompaña la proyección de Anora en la sección Perlak. A dos metros de distancia del director y del periodista se sienta Samantha Quan, directora de reparto devenida en productora desde The Florida Project (2017), probablemente la mejor película de Baker, y su esposa. A cada respuesta, él la mira. Al final de la entrevista se sumará a la conversación, y en la sesión de fotos será Quan la que mande por encima del resto de los involucrados. “Dependo por completo de ella, toma tantas decisiones como yo”, confirma Baker. Y le ayuda en todos los procesos creativos. En Cannes, el cineasta provocó una gran carcajada cuando contó en la rueda de prensa que había simulado los bailares eróticos ante los actores “con Sam, la productora” y tras unos segundos de silencio incómodo apostilló: “Por favor, por favor, dejadme aclararos que Sam es también mi esposa”. Aunque ofrecieron a los actores contratar un coordinador de intimidad, el reparto decidió filmar con las indicaciones del matrimonio.
El triunfo de Anora en Cannes —donde no había ganado un filme estadounidense desde El árbol de la vida, de Terrence Malik, en 2011— le regala a Baker cierta tranquilidad de cara al futuro: “Antes de la Palma de Oro tuvo lugar la entrega del premio honorífico a George Lucas de manos de Francis Ford Coppola. Tenía a mis dos héroes enfrente y yo no podía ni prestar atención de los nervios. Lo que pasó después lo tengo completamente borrado de mi memoria. Con los meses he comprendido que la Palma me eleva a un lugar desde el que probablemente puede permitirme hacer el cine que quiero. No me han llamado para la próxima de Marvel, aunque también es cierto que defiendo que la gente debe entender que las películas para adultos se pueden hacer sin superhéroes ni explosiones”.
dvd 1233 250924 SEAN BAKER festi Cine San Sebastian El director de cine norteamericano Sean Baker en el festival de cine de san Sebastian foto Javier HernándezJavier Hernández
Tuve problemas con las drogas, fui adicto a la heroína a finales de los noventa, cuando yo era un veinteañero. A veces me asusto cuando me doy cuenta de que me acerco demasiado de nuevo a esos mundos”
En realidad, Baker ya ha sufrido lagunas como la de Cannes. A finales de enero de 2018, el cineasta aterrizó en Madrid, procedente de Londres, en la gira europea de promoción de The Florida Project. Tal cual bajó del avión, le contaron que se habían anunciado las candidaturas a los Oscar, donde su filme, rodado en los alrededores de Disney World, solo había logrado una candidatura: a mejor actor secundario para Willem Dafoe, en contra de lo esperado: los expertos le daban posibilidades en varias otras categorías. De aquellos días en la capital española no recuerda “absolutamente nada”. “Iba cansado, tuve, no nos engañemos, una gran desilusión… Es como si ese viaje no hubiera existido”, y acaba entre risas, como si con la carcajada soltara el estrés.
Hijo de un abogado de patentes y de una profesora, desde pequeño se dedicó a hacer películas caseras tras ver con su madre un ciclo de clásicos de monstruos de la Universal en la biblioteca municipal de Summit. Estudió cine en la Universidad de Nueva York. Y logró cierto éxito con la serie Greg The Bunny, cortos hechos con amigos que narraban las divertidas travesuras de una marioneta, “uno de los 3,2 millones de estadounidenses surgidos de una fábrica”, según una frase de promoción. Metido Baker en las drogas, la serie tuvo un desarrollo televisivo que no le incluyó a él, y cuando se sobrepuso a las adicciones, estudió montaje en The New School (edita todas sus películas). Su primer largo, Four Letter Words (2000), ahondaba en el lenguaje y las inquietudes de la juventud estadounidense. Cuatro años más tarde, codirigió Take Out, en la que un inmigrante chino se veía abocado a pagar sus deudas en un día. Empezaba así su recorrido por las sombras del sueño americano, un viaje en el que aún continúa. En Prince of Broadway (2008), el protagonista era un inmigrante de Ghana, mantero en Manhattan, que descubre que es padre. Como tuvo una disputa legal a cuenta del título con Take Out, ambas se estrenaron comercialmente en 2008 y las dos fueron candidatas en los Independent Spirit, los premios del cine indie. Y con Starlet (2012), la extraña amistad entre una chica de 21 años y una anciana de 85 en el californiano valle de San Fernando, se afianzó en el indie.
Su quinto largo, Tangerine (2015), mantiene su apuesta por explorar los márgenes sociales. Su protagonista es una prostituta trans que durante el día de Nochebuena recorre las calles más amargas de Hollywood buscando a su novio y chulo, de quien se ha enterado le está engañando. “Usamos tres móviles. Uno lo desechamos porque la óptica no daba la misma calidad que los otros dos. El segundo, sí, está en el museo, que es maravilloso, pero otro me lo he guardado yo”, recuerda. Lo cual no le hace apóstol del digital. “Para nada, y he vuelto al analógico porque considero que las texturas son distintas: si comparas el mismo plano hecho con una cámara con celuloide y otras digital, la diferencia es abrumadora a favor de lo filmado con película”, apunta. La última secuencia de The Florida Project (2017)también se rodó con un iPhone. “Hicimos de la necesidad, virtud, y solo después, en montaje, comprendí el homenaje a Tangerine”, rememora acerca del final de su crudo retrato de la pobreza que rodea el parque Disney World en Florida, de los niños que viven en moteles coloridos, sumideros de los que asoman marginados y gente que se gana la vida vendiendo perfumes falsificados, pero donde florece la bondad humana. Con Red Rocket (2021) ya concursó en Cannes, donde presentó esta divertidísima parábola sobre la vuelta de un actor porno a su pueblo natal en Texas sin dinero ni planes de futuro.
He descubierto a Eloy de la Igleisa hace unos cinco años y me siento más alineado con él que con Fellini”
Con Anora Baker ofrece, de nuevo, una mirada distinta a la prostitución. Es la vuelta de tuerca del concepto Pretty Woman, un cóctel de Howard Hawks, Billy Wilder y Hal Ashby, a través de una estríper que también ejerce la prostitución en el barrio de Brighton Beach, y que acaba liada con el hijo, inmaduro y algo naíf, de un oligarca ruso. Como si Las noches de Cabiria —“una película guía para Anora”—, de Fellini, se trasladara a una Nueva York hedonista y desaforada. Sería Pretty Womanbien untada en cocaína, mansiones de lujo pagadas por futuros suegros que no desearías conocer y matones melancólicos. “No me di cuenta del eco a esta comedia hasta una semana antes del rodaje, cuando alguien del equipo me subrayó las similitudes. La verdad es que no la he visto desde su estreno en 1990. Ahora, aún le gusta a mucha gente, así que si así logro más público…”.
En Anora retornan sus personajes desvalidos, arrojados por la sociedad a los márgenes. “Me parece que son divertidos, que a través de ellos puedes dibujar toda una sociedad. Creo también que merece la pena recordar al público que están ahí, que son nuestros vecinos. Mickey [el protagonista de Red Rocket] es alguien que no quiere la vida de mierda que lleva, pero que probablemente sí merezca esa ruina existencial. Ani [la protagonista de Anora], en cambio, atraviesa otra situación, el público empatiza más con ella, entenderá lo que Ani desea. En un momento de la película, ella se abre, se… despliega”.
La actriz Mikey Madison, en ‘Anora’ (2024), de Sean Baker. AUGUSTA QUIRK
Mikey Madison entró a poner rostro a Ani desde el subconsciente de Baker. “Entró en mi radar cuando vi Érase una vez en… Hollywood, y se quedó archivada al fondo de mi cerebro. Cuando llegó el momento de buscar a Ani, vi Scream y Mikey estaba ahí. Creo que en las pelis de terror hay grandes interpretaciones infravaloradas por la crítica y los premios. Despreciamos demasiado rápidamente algunos géneros… Yo soy un creador indie: me involucro en los grupos sociales que voy a retratar, suelo mudarme a los lugares donde voy a rodar, me sumerjo en esos mundos. Pero entiendo y defiendo que tenemos que entretener al público, contarles una historia. Algunos usamos el drama o la comedia social, otros el terror”, reflexiona. “Y Mikey es una gran actriz actué donde actúe. El gesto del final lo decidió ella, y cuando lo filmamos pegué un brinco: es el mismo de Giulietta Masina en Las noches de Cabiria. Y surgió de manera fortuita”.
Anora se abre en dos, y en medio una bisagra musical hace que una comedia alocada transite a un thriller revolucionado. A Baker entrar en este apartado le apetece: “Escojo con mucho mimo las canciones, me parece que importan en las narraciones. Y me duele cuando no logro los derechos de algún tema. En Anora quisimos meter Gucci Flip Flops[de Bhad Bhabie],porque encajaba con el espíritu,y nos pidieron una pasta [Quan apunta que fueron 70.000 dólares] por los derechos. Imposible. Ahora, a cambio logramos el temazo de Take That, Greatest Day, que parece compuesta como un himno cliché para una comedia romántica. Es una gran canción pop. Puedes tararear la melodía después de escucharla una vez. Está hablando de su mejor día, la metimos de una manera tan obvia que acaba siendo irónica y descarada, se pega a la acción”.
El director de cine Sean Baker, retratado en la 50ª edición del Festival de Cine Estadounidense de Deauville (Francia), el 12 de septiembre pasado.Loic VENANCE (AFP / GETTY IMAGES)
Para Baker, no hay otro recorrido cinematográfico más allá del indie. “De mi generación, con la Palma me he hecho el más conocido, aunque no soy el único. Y por detrás hay un montón de directores y colectivos muy interesantes. Yo soy un niño que creció viendo las películas de Spielberg y Lucas, que con el tiempo aprendió que había otros cines y otros mundos”, explica mientras se recoloca el flequillo. “Si ser indie significa que posees todo el control de tu obra, seré siempre indie. Si salir de este universo conlleva que no pueda tener la última decisión en cualquier momento de producción de un filme, no lo abandonaré jamás”. Quan entra a explicar que es una vieja conversación que ya abordaron hace años. “Y por eso soy su productora: mi trabajo consiste en asegurar que Sean tiene todo lo que quiere en pos de una gran película. Todo lo hablamos, aunque la decisión final le pertenece”.
Simon Rex y Suzanna son, en ‘Red Rocket’ (2021), de Sean Baker.UNIVERSAL
¿Se puede conocer Estados Unidos a través del cine de Baker? “¿A qué cineasta no le gusta que le digan eso?”, responde con una sonrisa. “Lo acepto. Creo que muestro un Estados Unidos que de otra manera jamás verías en una gran pantalla. No voy de dar voz a los sin voz. No soy tan naíf. Sin embargo, hay muchas naciones en mi nación. Por eso me preocupa tanto lo que vaya a ocurrir en las elecciones del 5 de noviembre”. Y por eso, por estar atento a otras capas sociales, surgió Anora. “La escribí hacer 15 años y se quedó en un cajón. Y cuando nos planteamos posibles temas para una nueva película, pensé en ese mundo de Brighton Beach, en la comunidad rusa de la que se oye hablar en las noticias y saqué aquel libreto y lo adapté”. Lo que da otra pista: en ese cajón, Baker guarda suficientes guiones como para mantenerse en activo. “Tengo, por ejemplo, otra película escrita sobre el activismo de los consumidores de drogas que tiene lugar en Vancouver, y que engarza con mi pasado. No estoy seguro de que sea mi siguiente proyecto, pero ahí está”.
Filmografía: siete películas sobre la vida en los márgenes de Estados Unidos
‘Red Rocket’ (2021)
La película, primera participación de Sean Baker en la sección oficial de Cannes, narra la historia de Mikey Saber, una antigua estrella del porno en decadencia que decide regresar a su ciudad natal en Texas. Sin embargo, sus vecinos, que se ganan la vida traficando drogas a pequeña escala o vendiendo parafernalia militar, no están dispuestos a hacerle la vuelta nada fácil. Baker ofrece una visión realista del sueño americano a través de unos personajes que viven de la mentira y el desprecio mutuo.
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‘The Florida Project’ (2017)
El sueño de Moonee es ir a Disney World, pero lo más cerca que ha estado es el motel a las afueras de Orlando (Florida), el Magic Castle Motel, donde vive con su madre Halley, veinteañera en el paro. Lo más parecido que Moonee tiene a un padre es Bobby, el gerente de ese hotel de poca monta, interpretado por Willem Dafoe (nominado al Oscar por este papel). La película era otra mirada agridulce a la vida en los márgenes a la sombra del imperio Disney.
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‘Tangerine’ (2015)
Sin-Dee Rella, una prostituta transgénero que acaba de cumplir una pena en cárcel de 28 días, se encuentra con su amiga Alexandra. En Nochebuena, esta le informa de que su novio Chester ha estado engañándola en su ausencia con una mujer cis. Las dos se embarcan en una búsqueda por Los Ángeles para encontrar al culpable. Baker filmó la película con tres móviles iPhone 5s.
‘Starlet’ (2012)
La película explora la improbable amistad entre Jane (Dree Hemingway), una estrella en ascenso en la industria del porno, y Sadie, una viuda de 85 años, tras un encuentro inesperado en el Valle de San Fernando, en California. Aunque provienen de mundos opuestos, ambas desarrollan una amistad genuina cuando Jane, al descubrir una suma de dinero oculta en un termo que compró a Sadie, siente un conflicto interno e intenta reparar el daño. Un retrato conmovedor sobre los descastados y el poder reparador de la empatía.
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‘Prince of Broadway’ (2008)
La película narra la historia de un inmigrante ghanés sin papeles que se gana la vida vendiendo mercancía de marca rebajada en Nueva York. Su vida cambia cuando una mujer se presenta con un bebé y asegura que él es su padre. A su lado, Levon, un comerciante armenio-libanés que vende imitaciones de lujo, lucha por salvar su matrimonio. Una película sobre la precariedad emocional y existencial de los inmigrantes en la sociedad estadounidense.
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‘Take Out’ (2004)
Un día en la vida de Ming Ding, un inmigrante chino sin papeles que trabaja como repartidor para un restaurante de comida china en Nueva York. Presionado por una deuda, los cobradores le han dado hasta el final de la jornada para devolver el dinero. Después de conseguir parte de la suma con ayuda de amigos y familiares, Ming entiende que el resto deberá provenir de las propinas que logre ese día. Para cumplir su objetivo, necesita recaudar más del doble de sus ingresos habituales.
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‘Four Letter Words’ (2000)
En una noche de verano, los protagonistas se reencuentran por primera vez desde su graduación del instituto. A medida que avanza la noche, salen a la luz sus inseguridades y conflictos hasta que estalla la clásica pelea entre borrachos. El debut de Sean Baker ya contenía su característico realismo crudo, que luego perfeccionaría en Tangerine y The Florida Project.
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