<p>A 200 metros de la pirámide del Louvre, a la sombra del Palais-Royal, ha irrumpido el nuevo icono parisino del arte moderno. <strong>La Fundación Cartier abre el 25 de octubre sus puertas con una </strong><i><strong>Exposición General</strong></i><strong> en la que reúne un centenar de artistas</strong> (Damien Hirst, Matthew Barney, Juan Muñoz, Giussepe Penone, Hu Liu, Olga de Amaral) en un espacio reimaginado por Jean Nouvel para potenciar al máximo la «experiencia expositiva».</p>
La Fundación Cartier abrirá su nueva sede la próxima semana en el Palais-Royal, a 200 metros de la pirámide del Louvre
A 200 metros de la pirámide del Louvre, a la sombra del Palais-Royal, ha irrumpido el nuevo icono parisino del arte moderno. La Fundación Cartier abre el 25 de octubre sus puertas con una Exposición General en la que reúne un centenar de artistas (Damien Hirst, Matthew Barney, Juan Muñoz, Giussepe Penone, Hu Liu, Olga de Amaral) en un espacio reimaginado por Jean Nouvel para potenciar al máximo la «experiencia expositiva».
«No hay paredes, no hay suelo, no hay techo». Ese ha sido la línea del arquitecto de la torre Agbar de Barcelona y de la ampliación del Reina Sofía de Madrid. «Todo es ilimitado y transformable. Todo es capaz de poder moverse».
«No hemos inventado a estas alturas la arquitectura modular, pero creo que hemos sido capaces de llevarla a un nivel más alto al servicio del arte», advierte la comisaria Grazia Quaroni. «Es un edificio en constante metamorfosis, que se va a poder adaptar a cada exposición y evento».
El edificio original fue diseñado en 1854 por Alfred Armand en perfecto alineamiento con la París del Barón Haussman. Hasta 1887 fue el Grand Hôtel du Louvre y albergó a miles de visitantes de las exposiciones universales para después convertirse en los Grandes Almacenes del Louvre y el Louvre de los Anticuarios. La Fundación Cartier buscaba un lugar más emblemático para dejar el bulevar Raspail y exhibir sus colecciones de arte moderno en el corazón de París. Y la oportunidad le cayó del cielo.
«Poder estar al lado del Louvre es casi un sueño», reconoce Grazia Quaroni, que destaca el afán del propio Jean Nouvel por abrir grandes ventanales para captar el flujo incesante de la gente y tener la sensación de que el espacio se expande hacia el exterior. Aunque el secreto mejor guardado está en el interior, con cinco plataformas móviles que pueden anclarse en once diferentes posiciones verticales, lo que permite adaptar los 6.500 metros cuadrados de exposición a una infinidad de variantes. El estudio italiano Formafantasma se ha convertido en parte integral de la Exposición General trabajando mano a mano con el arquitecto.
«Estamos ante una exposición que respira», recalca la comisaria. «Hemos querido dar mucha libertad a los visitantes, que no se sientan encorsetados, y hemos puesto también mucho énfasis en la interdisciplinariedad y el diálogo entre los artistas». La Exposición General avanza en cuatro filones temáticos: la arquitectura, la naturaleza, las artes manuales y la ciencia. De los almendros en flor de Damien Hirst se pasa a las visiones selváticas de Bruno Novelli, la cascada textil de Olga de Amaral o los murales de Jean-Michel Alberola, hasta llegar al submarino de Panamarenko y a los mundos imaginarios de Moebius.
Hay también varios hilos narrativos que discurren soterrados como el medio ambiente, los flujos migratorios, la amenaza de las guerras… Así sorprende el filósofo Paul Virilio con sus fotografías en blanco y negro de los bunkers en las costas de Normandía; el estudio Diller Scofidio+Renfro nos sumerge en una instalación, EXIT, sobre el inquietante futuro de un mundo más caliente, y Luiz Zerbini invita a reflexionar sobre «la naturaleza espiritual de la realidad» con las plantas como base de sus instalaciones.
Grazia Quaroni nos invita a abrirnos a lo inesperado y a dejar todas las expectativas sobre lo que cabe encontrar en una exposición de arte a las puertas de la renovada Fundación Cartier. Le preguntamos por último si la ambición es competir con la Fundación Louis Vuitton o llenar el vacío que durante cinco años dejará en el centro de París el cierre del Centro Pompidou. «El Beaubourg volverá a volar», asegura. «Y París se seguirá enriqueciendo con nuevos espacios para acercarse al arte contemporáneo».
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