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  Libros  “Una UCI pediátrica no es el mejor lugar para tratar de convencer a nadie”
Libros

“Una UCI pediátrica no es el mejor lugar para tratar de convencer a nadie”

julio 28, 2025
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Alberto García-Salido (Madrid, 1981) sugiere que las fotos se hagan en un lugar muy concreto del parque de El Retiro, una estatua que homenajea a un médico y que le inspiró para una historia de ficción que escribió en la red social X y por la que fue premiado. “¿Has visto el gesto del niño?”, pregunta mientras posa. Trabaja en la unidad de cuidados intensivos pediátricos del Hospital Niño Jesús de Madrid desde hace 19 años, ha publicado cuatro volúmenes de relatos y dos novelas, Aprender a volar y Todos los finales felices se parecen, ambas publicadas por Ediciones B.

Pregunta. Cuando cerramos esta entrevista me dijo: “Te encontrarás con un saliente de guardia”. ¿Qué tal ha ido?

Respuesta. Las guardias de 24 horas no tienen sentido porque te obligan a estar en situación de trabajo o potencial trabajo. En cuidados intensivos pediátricos pueden ser malas, o porque te obligan a estar despierto vigilando a muchos niños o porque estás muy enfrascado en cuidar a uno o a varios. La de ayer no fue buena, lo malo es que te acostumbras.

P. Se define como “pediatra y escritor”. ¿Qué vocación empezó antes?

R. Añade también lo de padre, que últimamente también lo pongo. Ambas cosas son fundamentales, una porque es a lo que me dedico, lo que me gusta y lo que me llena, y la otra porque me permite tener un lugar al que ir cuando necesito escaparme, liberarme o descansar de la medicina. No sé lo que quise ser antes, pero sí sé que para ser pediatra haces un camino- colegio, instituto, universidad, especialización…- y que aún me cuesta reconocerme como escritor. Me he considerado un polizón hasta hace poco. Lo siento como un refugio, cuando es algo muy serio.

P. ¿Qué hizo falta para que dejara de sentirse así?

R. Para ser escritor te tienes que molar un poco a ti mismo, pero hay que mantener el ego a raya. Es más difícil trabajar con el ego que con las personas. Dejémoslo en protoescritor, porque no es fácil saber contar historias. Me ha ayudado a abordar las enfermedades de los niños y a contárselo a sus padres. Son facetas que están muy entrelazadas y las necesito. La responsable de que sea médico es mi bisabuela.

P. Usted dirá.

R. Un día de verano, cuando era ya mayor y vivía con mis abuelos en Getafe, salió a la terraza, a la fresca, y ahí estábamos todos sus bisnietos, porque ya no podía bajar las escaleras para salir a la calle. Tendría ella 90, 91 años y decidió que era un buen momento para hablarme de la muerte. Yo tenía unos 7 años, y me recordó que ella se iba a morir, mis abuelos también y que yo también lo haría. Imagínate. Desde ese día me empecé a plantear qué podía hacer yo para enfrentarme a la muerte. Primero pensé en la oncología, pero durante la preparación del MIR conocí la pediatría y me pareció atractiva. No soy una persona especialmente cariñosa con los niños. De hecho, la gente me dice que no me pega. Los niños tienden a la salud, y la vivencia que tienen de la enfermedad es muy diferente a la del adulto.

P. ¿Qué tiene de diferente?

R. ¿Te acuerdas de lo que decían en House, que el paciente siempre miente? Pues los niños no. Tampoco sobreestiman, cuando un niño está enfermo lo percibes, son coherentes y puros a la hora de afrontar lo que les pasa. Y hay una cosa muy divertida: crecen. La pediatría te permite un abanico de posibilidades y de preocupaciones que no se tienen a los cinco años y sí a los 13, por ejemplo.

P. ¿Se necesita cierta frialdad para abordar la enfermedad de un niño y sostener a los padres?

R. Hay gente con la capacidad de llevar la procesión por dentro y otros que lo tenemos que ir aprendiendo con el tiempo. Me gusta hablar, explicar las cosas y hacerme entender, pero el escalón fundamental lo di cuando fui padre. Me abrió una puerta que desconocía. No me hizo mejor pediatra, pero sí me hizo entender de otra manera lo que me cuentan padres y madres. Aunque jamás te podrás poner en su lugar. Tu papel no es de padre, sino el de médico. Por eso es importante que ahora en los cuidados intensivos haya un psicólogo, porque a lo mejor no necesitan que tú les hables de la tensión arterial, sino que alguien les pregunte cómo están.

P. ¿Cuánto le desgasta su exposición en las redes, un día de esos en los que el negacionismo toca a su puerta?

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R. En la vida real no suele ocurrirme, porque trabajo en cuidados intensivos, y ese no es el mejor lugar para convencer a nadie. Mi interés principal es el paciente. Hubo un tiempo en redes en que lo pasaba mal, sufría y recibía amenazas de muerte por hacer mi trabajo, sobre todo en pandemia. Pero eso ya pasó. En todo caso, no me gusta hablar de negacionismo, creo que la gente tiene dudas, y estamos aquí para negociar e intentar resolverlas. Tampoco me gusta que se hable de antivacunas. Dudas vacunales, quizá. Estoy en el sitio en el que veo el peor resultado posible de haber decidido no tomar determinadas actitudes con respecto a la prevención de enfermedades, sería muy poco elegante utilizar ese momento para decir: llevo razón. No sería justo ni para el paciente ni para sus padres. En redes es otra cosa.

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 Alberto García-Salido (Madrid, 1981) sugiere que las fotos se hagan en un lugar muy concreto del parque de El Retiro, una estatua que homenajea a un médico y que le inspiró para una historia de ficción que escribió en la red social X y por la que fue premiado. “¿Has visto el gesto del niño?”, pregunta mientras posa. Trabaja en la unidad de cuidados intensivos pediátricos del Hospital Niño Jesús de Madrid desde hace 19 años, ha publicado cuatro volúmenes de relatos y dos novelas, Aprender a volar y Todos los finales felices se parecen, ambas publicadas por Ediciones B. Pregunta. Cuando cerramos esta entrevista me dijo: “Te encontrarás con un saliente de guardia”. ¿Qué tal ha ido?Respuesta. Las guardias de 24 horas no tienen sentido porque te obligan a estar en situación de trabajo o potencial trabajo. En cuidados intensivos pediátricos pueden ser malas, o porque te obligan a estar despierto vigilando a muchos niños o porque estás muy enfrascado en cuidar a uno o a varios. La de ayer no fue buena, lo malo es que te acostumbras. P. Se define como “pediatra y escritor”. ¿Qué vocación empezó antes?R. Añade también lo de padre, que últimamente también lo pongo. Ambas cosas son fundamentales, una porque es a lo que me dedico, lo que me gusta y lo que me llena, y la otra porque me permite tener un lugar al que ir cuando necesito escaparme, liberarme o descansar de la medicina. No sé lo que quise ser antes, pero sí sé que para ser pediatra haces un camino- colegio, instituto, universidad, especialización…- y que aún me cuesta reconocerme como escritor. Me he considerado un polizón hasta hace poco. Lo siento como un refugio, cuando es algo muy serio. P. ¿Qué hizo falta para que dejara de sentirse así?R. Para ser escritor te tienes que molar un poco a ti mismo, pero hay que mantener el ego a raya. Es más difícil trabajar con el ego que con las personas. Dejémoslo en protoescritor, porque no es fácil saber contar historias. Me ha ayudado a abordar las enfermedades de los niños y a contárselo a sus padres. Son facetas que están muy entrelazadas y las necesito. La responsable de que sea médico es mi bisabuela. P. Usted dirá.R. Un día de verano, cuando era ya mayor y vivía con mis abuelos en Getafe, salió a la terraza, a la fresca, y ahí estábamos todos sus bisnietos, porque ya no podía bajar las escaleras para salir a la calle. Tendría ella 90, 91 años y decidió que era un buen momento para hablarme de la muerte. Yo tenía unos 7 años, y me recordó que ella se iba a morir, mis abuelos también y que yo también lo haría. Imagínate. Desde ese día me empecé a plantear qué podía hacer yo para enfrentarme a la muerte. Primero pensé en la oncología, pero durante la preparación del MIR conocí la pediatría y me pareció atractiva. No soy una persona especialmente cariñosa con los niños. De hecho, la gente me dice que no me pega. Los niños tienden a la salud, y la vivencia que tienen de la enfermedad es muy diferente a la del adulto. P. ¿Qué tiene de diferente?R. ¿Te acuerdas de lo que decían en House, que el paciente siempre miente? Pues los niños no. Tampoco sobreestiman, cuando un niño está enfermo lo percibes, son coherentes y puros a la hora de afrontar lo que les pasa. Y hay una cosa muy divertida: crecen. La pediatría te permite un abanico de posibilidades y de preocupaciones que no se tienen a los cinco años y sí a los 13, por ejemplo. P. ¿Se necesita cierta frialdad para abordar la enfermedad de un niño y sostener a los padres?R. Hay gente con la capacidad de llevar la procesión por dentro y otros que lo tenemos que ir aprendiendo con el tiempo. Me gusta hablar, explicar las cosas y hacerme entender, pero el escalón fundamental lo di cuando fui padre. Me abrió una puerta que desconocía. No me hizo mejor pediatra, pero sí me hizo entender de otra manera lo que me cuentan padres y madres. Aunque jamás te podrás poner en su lugar. Tu papel no es de padre, sino el de médico. Por eso es importante que ahora en los cuidados intensivos haya un psicólogo, porque a lo mejor no necesitan que tú les hables de la tensión arterial, sino que alguien les pregunte cómo están. P. ¿Cuánto le desgasta su exposición en las redes, un día de esos en los que el negacionismo toca a su puerta?R. En la vida real no suele ocurrirme, porque trabajo en cuidados intensivos, y ese no es el mejor lugar para convencer a nadie. Mi interés principal es el paciente. Hubo un tiempo en redes en que lo pasaba mal, sufría y recibía amenazas de muerte por hacer mi trabajo, sobre todo en pandemia. Pero eso ya pasó. En todo caso, no me gusta hablar de negacionismo, creo que la gente tiene dudas, y estamos aquí para negociar e intentar resolverlas. Tampoco me gusta que se hable de antivacunas. Dudas vacunales, quizá. Estoy en el sitio en el que veo el peor resultado posible de haber decidido no tomar determinadas actitudes con respecto a la prevención de enfermedades, sería muy poco elegante utilizar ese momento para decir: llevo razón. No sería justo ni para el paciente ni para sus padres. En redes es otra cosa. Seguir leyendo  

Alberto García-Salido (Madrid, 1981) sugiere que las fotos se hagan en un lugar muy concreto del parque de El Retiro, una estatua que homenajea a un médico y que le inspiró para una historia de ficción que escribió en la red social X y por la que fue premiado. “¿Has visto el gesto del niño?”, pregunta mientras posa. Trabaja en la unidad de cuidados intensivos pediátricos del Hospital Niño Jesús de Madrid desde hace 19 años, ha publicado cuatro volúmenes de relatos y dos novelas, Aprender a volar y Todos los finales felices se parecen, ambas publicadas por Ediciones B.

Pregunta. Cuando cerramos esta entrevista me dijo: “Te encontrarás con un saliente de guardia”. ¿Qué tal ha ido?

Respuesta. Las guardias de 24 horas no tienen sentido porque te obligan a estar en situación de trabajo o potencial trabajo. En cuidados intensivos pediátricos pueden ser malas, o porque te obligan a estar despierto vigilando a muchos niños o porque estás muy enfrascado en cuidar a uno o a varios. La de ayer no fue buena, lo malo es que te acostumbras.

P. Se define como “pediatra y escritor”. ¿Qué vocación empezó antes?

R. Añade también lo de padre, que últimamente también lo pongo. Ambas cosas son fundamentales, una porque es a lo que me dedico, lo que me gusta y lo que me llena, y la otra porque me permite tener un lugar al que ir cuando necesito escaparme, liberarme o descansar de la medicina. No sé lo que quise ser antes, pero sí sé que para ser pediatra haces un camino- colegio, instituto, universidad, especialización…- y que aún me cuesta reconocerme como escritor. Me he considerado un polizón hasta hace poco. Lo siento como un refugio, cuando es algo muy serio.

P. ¿Qué hizo falta para que dejara de sentirse así?

R. Para ser escritor te tienes que molar un poco a ti mismo, pero hay que mantener el ego a raya. Es más difícil trabajar con el ego que con las personas. Dejémoslo en protoescritor, porque no es fácil saber contar historias. Me ha ayudado a abordar las enfermedades de los niños y a contárselo a sus padres. Son facetas que están muy entrelazadas y las necesito. La responsable de que sea médico es mi bisabuela.

P. Usted dirá.

R. Un día de verano, cuando era ya mayor y vivía con mis abuelos en Getafe, salió a la terraza, a la fresca, y ahí estábamos todos sus bisnietos, porque ya no podía bajar las escaleras para salir a la calle. Tendría ella 90, 91 años y decidió que era un buen momento para hablarme de la muerte. Yo tenía unos 7 años, y me recordó que ella se iba a morir, mis abuelos también y que yo también lo haría. Imagínate. Desde ese día me empecé a plantear qué podía hacer yo para enfrentarme a la muerte. Primero pensé en la oncología, pero durante la preparación del MIR conocí la pediatría y me pareció atractiva. No soy una persona especialmente cariñosa con los niños. De hecho, la gente me dice que no me pega. Los niños tienden a la salud, y la vivencia que tienen de la enfermedad es muy diferente a la del adulto.

P. ¿Qué tiene de diferente?

R. ¿Te acuerdas de lo que decían en House, que el paciente siempre miente? Pues los niños no. Tampoco sobreestiman, cuando un niño está enfermo lo percibes, son coherentes y puros a la hora de afrontar lo que les pasa. Y hay una cosa muy divertida: crecen. La pediatría te permite un abanico de posibilidades y de preocupaciones que no se tienen a los cinco años y sí a los 13, por ejemplo.

P. ¿Se necesita cierta frialdad para abordar la enfermedad de un niño y sostener a los padres?

R. Hay gente con la capacidad de llevar la procesión por dentro y otros que lo tenemos que ir aprendiendo con el tiempo. Me gusta hablar, explicar las cosas y hacerme entender, pero el escalón fundamental lo di cuando fui padre. Me abrió una puerta que desconocía. No me hizo mejor pediatra, pero sí me hizo entender de otra manera lo que me cuentan padres y madres. Aunque jamás te podrás poner en su lugar. Tu papel no es de padre, sino el de médico. Por eso es importante que ahora en los cuidados intensivos haya un psicólogo, porque a lo mejor no necesitan que tú les hables de la tensión arterial, sino que alguien les pregunte cómo están.

P. ¿Cuánto le desgasta su exposición en las redes, un día de esos en los que el negacionismo toca a su puerta?

R. En la vida real no suele ocurrirme, porque trabajo en cuidados intensivos, y ese no es el mejor lugar para convencer a nadie. Mi interés principal es el paciente. Hubo un tiempo en redes en que lo pasaba mal, sufría y recibía amenazas de muerte por hacer mi trabajo, sobre todo en pandemia. Pero eso ya pasó. En todo caso, no me gusta hablar de negacionismo, creo que la gente tiene dudas, y estamos aquí para negociar e intentar resolverlas. Tampoco me gusta que se hable de antivacunas. Dudas vacunales, quizá. Estoy en el sitio en el que veo el peor resultado posible de haber decidido no tomar determinadas actitudes con respecto a la prevención de enfermedades, sería muy poco elegante utilizar ese momento para decir: llevo razón. No sería justo ni para el paciente ni para sus padres. En redes es otra cosa.

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