Los ángeles bíblicos no tienen escala humana. De hecho, según la descripción que ofrece el Antiguo Testamento, los ángeles se parecen bastante a la Sagrada Familia: brutales, ciclópeos e inentendibles. En eso pienso mientras que, con la mirada clavada en la monumental mole de piedra, me adentro en un estudio-garaje en mitad del Eixample de Barcelona, justo delante de la basílica. Dentro hay una chica de 35 años nacida en San Pedro de Vilamajor que se llama Úrsula Corberó. Ella, todo menos angelical, dice en su perfil de Instagram que “tiene nombre de bruja, pulpo y fea (la bruja)”, en alusión al personaje de La Sirenita. Yo creo que tiene nombre de famosa; no puedes llamarte Úrsula Corberó y no ser célebre. Acaba de presentar su primera película argentina de autor (El Jockey) en Donosti y está a las puertas de estrenar en España un proyecto internacional junto con Eddie Redmayne (Chacal, en SkyShowtime el 6 de diciembre). Durante una hora y con los ángeles de la Sagrada Familia custodiándola, habla de ser impostora entre los impostores, de aquel planeta llamado Estados Unidos y de la importancia de la amabilidad. Esta hija de un carpintero y una comerciante que empezó a dar sus primeros pasos en el mundo de la interpretación con solo 12 años, al hablar español con acento porteño y con acento catalán, catalán sin más e inglés con un impactantemente logrado acento americano y, a pesar de que ella misma dice que no es bilingüe, está claro que es enorme.
¿Saltar al cine de autor da vértigo?
Es otro tipo de presión, todo lo nuevo da vértigo. Hay algo de “¿encajaré yo en esto?, ¿encajaré con estas personas que están acostumbradas a hacer esto y yo vengo de otro lugar?”. Yo también soy muy paranoica a veces y tengo facilidad para sentirme outsider.
Es verdad que llamarse @ursulolita en Instagram teniendo 20,5 millones de seguidores es un poco de outsider. Pudiendo ser @ursulacorbero —o incluso @ursula—, ¿de dónde sale ese usuario?
Porque mi perra se llama Lolita [risas]. Además, en Física o Química había una chica de vestuario, María, que me llamaba Ursulolita; no sé por qué, pero se quedó. Y cuando me hice Instagram, hace 850 años [risas], me lo puse de usuario. Tampoco soy consciente, ¿sabes? A veces digo, “o sea, tienes 35 años, tía, qué haces llamándote Ursulolita”.
No tienes un nombre de Instagram corporativo, haces photo dump [fotos espontáneas], estás muy puesta en moda… ¿Eres una moderna de Barcelona?, ¿estás familiarizada con ese concepto?
No, tía, yo qué voy a ser moderna… Ursulolita me parece de vieja total, ¡ni siquiera sé lo que es un photo dump! Se me dan fatal las redes sociales.
Últimamente saltas del español al inglés y del inglés al español con cada proyecto.
Tengo una crisis de identidad [risas]. He incorporado el inglés hace poco a mi vida, la gente me dice “bueno, claro, es que Úrsula es bilingüe”, y no, no soy bilingüe. Hace cinco años no hablaba una palabra en inglés, y lo he pasado muy mal con eso. Para la primera cosa para la que me cogieron (Snatch, 2018) yo no hablaba nada de inglés; me aprendí todo fonéticamente y —te lo juro— yo estaba en el avión vomitando de los nervios que tenía. Yo me aprendía los textos y los del prota, empezábamos a pasar texto con él y me pensaba que me había confundido de escena porque no entendía nada. Estaba más sola que la una. Sola, farsante… una mentira de persona [risas].
Cuesta imaginarse a Úrsula Corberó con el síndrome del impostor.
Yo soy una impostora todo el rato, pero en el buen sentido. A veces pienso que si no tuviera el morro que tengo, no habría llegado a ningún sitio.
¿No crees que eso es ser actriz? ¿No es, al fin y al cabo, tu trabajo ser impostora?
Estoy empezando a aplicar mucho en mi vida palabras que tienen connotación negativa, ya es momento de que rompamos con todas esas cosas: es bueno ser un impostor, porque es que la vida es muy rara y hay que quitar hierro a las cosas. Yo no puedo estar yéndome a una alfombra roja pensando que estoy yendo a una alfombra roja a presentar una película. Yo lo pienso como que ahora voy a jugar a ser esta persona, me voy a divertir haciendo esto y por eso me voy a poner este vestido. La gente me dice mucho que soy muy auténtica, muy de verdad… Sí, pero yo no soy esa persona todo el rato, en mi intimidad… Esto tiene que ver con que a mí me gusta mucho transformarme.
Me recuerda mucho al monólogo de la Agrado sobre la autenticidad en Todo sobre mi madre.
Hay algo de eso y también hay algo de decir que no tengo que ser todo el rato lo mismo, a mí me gusta ser todo. Me gusta sentirme femme fatale, me gusta sentirme cute, me gusta reír, me gusta llorar, me gusta sentirme guapa y, sobre todo, me gusta sentirme fea.
A colación de sentirse fea, para los actores el cuerpo se ha entendido siempre como medio de trabajo, no como fin, ¿puede llegar a ser contraproducente que se aluda tan continua y positivamente a tu físico?
Sí, por ahí no soy consciente… Aunque ahora no sucede tanto, todavía hay resquicios, hace 10 años sucedía mucho esa cosa de “o belleza o talento”. Yo he notado con El cuerpo en llamas un antes y un después muy grande de cómo la gente me percibe como actriz. Antes me paraban para felicitarme por La casa de papel, pero el prota de La casa de papel era la casa de papel; nosotros solo envolvíamos el producto. Con El cuerpo en llamas a mí no me paraban para felicitarme por El cuerpo en llamas, sino por mi trabajo.
De hecho, por tu papel como Rosa Peral, la policía del crimen de la guardia urbana en El cuerpo en llamas ganas tu primer premio Ondas te lo agradeces a ti por ser tan trabajadora, tan valiente, y tan maja.
Es que soy bastante maja, la verdad [risas]. Seguro que hay gente que piensa que soy insoportable y están en todo su derecho, y a veces lo seré.
Se suele decir que en la vida se puede saber cómo es una persona por cómo trata a los camareros, ¿se puede saber cómo es un actor por cómo trata, por ejemplo, a los técnicos de sonido?
Me ha pasado dos veces que de verdad uno se siente que tiene que intervenir, de tener que ir a una persona —actor/actriz— y decirle “que sea la última vez que tratas así a una persona del equipo delante de mí”.
Entiendo que esto tiene que ver con el ego del artista.
Y con inseguridades, sobre todo.
¿Comulgas con esa imagen de la actriz como persona profunda, misteriosa e intensa?
Son muy pesados los actores con todo el tema de la intensidad, yo no puedo. Todos tenemos momentos intensos, preocupaciones, momentos mejores y momentos peores… A mí en El cuerpo en llamas, por ejemplo, decían “corten” y yo lloraba de la risa, me decían “¿por qué te ríes?” y yo decía “porque si no me voy a volver loca, ¿vosotros veis lo que acabo de hacer?”. Es por mi salud mental, yo no puedo estar metida en esta espiral seis meses como si me estuviera pasando estas cosas de verdad, me tengo que reír un poco. Yo entiendo que cada uno tiene sus procesos, y este era el mío. ¿Sabes lo que me pasa? Que, y no quiero meter a todo el mundo en el mismo saco, también veo mucha hipocresía.
¿En el mundo en general o en la actuación en particular?
Veo a mucha gente que de cara a la galería se apodera de un discurso humanista, rozando lo antisistema, y que después se ponen como locos si no los ponen en la suite que ellos quieren. Debo decir que yo he tenido la gran fortuna de encontrarme con actores y gente maravillosa, pero no te puedo decir que todos son así. Sí que es verdad que a lo mejor antes no era capaz de identificar ese tipo de cosas y por ahí me sentía yo un poco más culpable por no ser un ejemplo a seguir. Y ahora lo veo y digo “mira, pues sí, tengo muchas cosas en las que aprender, en las que mejorar”.
Corberó lleva más de la mitad de su vida siendo famosa. Apareció por primera vez en la pequeña pantalla en el año 2002, en la serie Mirall trencat. En 2008 le llegó la fama gracias a Física o Química y tras un periplo de comedias que todo intérprete español que se precie conoce se produjo el bombazo que ha llegado a aburrirle, el de La casa de papel. El salto a Hollywood es un viaje que aún no sabe cuándo terminará.
¿Cómo se mantiene el norte cuando una lleva ante las cámaras desde tan joven? ¿Dónde está ese norte ahora?
No lo sé, no tengo ni la más puta idea. Lo que pasa es que a mí la fama no me gusta; me gusta ser el centro de atención, uno decide cuándo quiere ser el centro de atención. Pero ¿la fama? No se la recomiendo a nadie.
¿Te gusta dar el cante?
Un poco [risas]. No lo hago por complacerme a mí, lo hago para que los demás se lo pasen bien, te lo juro. Me gusta mucho la sensación de generar un ambiente divertido por algo que tiene que ver con mi manera de relacionarme con la gente. Volviendo un poco a lo que estábamos hablando antes, estoy intentando encontrarle las connotaciones buenas a las palabras que siempre han sido negativas. ¿Te gusta dar el cante? Sí, me gusta dar el cante.
¿Y te dejan dar el cante en Estados Unidos con todo el nepotismo y las redes creadas que hay en el sector?
Es que ahí es fuerte la movida, yo me he sentido una real mierda. Después de hacer La casa de papel yo decía “buah, ahora me llaman de Hollywood, voy a cortar el bacalao” y llegué ahí y… es como empezar de cero otra vez. Entré bastante en crisis. Es que llevo currando toda mi vida; ya no tengo el chocho para farolillos para según qué cosas, ¿sabes? No tengo la paciencia, no tengo las ganas… Ya no tengo 20 años.
¿Es muy diferente la forma que tienen de trabajar en Hollywood?
Sí, es muy piramidal todo. Con Chacal es la primera vez trabajando ahí que me he sentido una pieza fundamental del rodaje. He sido preguntada “qué opinas de los guiones”, “cómo ves la historia”… Me he sentido valorada y me ha hecho muy bien, porque estaba un poco a punto de tirar la toalla con Estados Unidos. Aquí, en España, me tratan muy bien. Y yo digo, qué necesidad tengo, me pagan bien, me ofrecen cosas interesantes…
¿En qué momentos has estado a punto de rendirte?
Hacen [en Estados Unidos] una cosa que es tremenda: básicamente quedan como dos o tres actrices para un proyecto muy tocho, te hacen volar a Los Ángeles y tienes una semana de preparación como si lo fueras a rodar. Vas a los sets, te maquillan, te peinan, te metes en personaje, ensayas… Ruedas tres escenas y estás ahí como cinco días preparándote para hacerlo. Pero es todo una simulación y a veces no te cogen. Es fuerte eso. Te destruye la mente, me ha pasado.
¿Cómo se ve el cine español desde el otro lado del Atlántico?
No se ve… Bueno, a Pedro [Almodóvar], pero creo que hay poca gente que tenga referencias, y lo de ver películas en VOSE creo que ni se les pasa por la cabeza. No es algo muy normal que los americanos consuman cosas no americanas en ficción.
¿Y tú cómo ves el cine español?
Yo creo que hay muchísimo talento en nuestro país, de verdad te lo digo. A mí me dicen mucho la frase esta, que odio con toda mi alma, de “es que no veo cine español”, ¿no? Entonces, ¿qué ves? ¿Cuál es la concepción real de cine? Se han hecho cosas increíbles en España, tenemos una ola de nuevos directores y cineastas y de todo que me parece muy rompedor. Estamos en una era donde el cine español está en pura transformación. Y siento que también, de alguna forma, está pasando con el teatro.
¿Qué hay de dirigir?
Me acojona bastante también. Siento mucho respeto por los directores, me encantaría hacerlo y siento que podría estar capacitada, pero también tendría que estar un tiempo meditando. Soy muy temperamental y por ahí podría salir un churro.
Y, pasando del futuro incierto al pasado… reboot de El Internado, reuniones de Friends, la recién anunciada película de Aída y —por supuesto— el reencuentro de Física o Química del cual no formaste parte, ¿qué relación tienes con la cultura de la nostalgia? ¿Juega en detrimento de nuevos proyectos y ficciones?
Me trae muy buenos recuerdos Física o Química, pero yo soy muy poco de resurgir las cosas y por eso decidí ir por otro camino, como La casa de papel, por ejemplo. Siento que las cosas hay que dejarlas ir. Soy poco partidaria de la nostalgia, me parece estupendo que la gente lo disfrute, pero… No me hace muy bien, yo lo achaco a que me fui muy jovencita a Madrid, mi vida y mi familia era Física o Química… Cada proyecto que he hecho es una etapa de mi vida; he hecho muchas series, he podido estar cuatro o cinco años haciendo una serie y, cuando está, está. Next.
Los ángeles bíblicos no tienen escala humana. De hecho, según la descripción que ofrece el Antiguo Testamento, los ángeles se parecen bastante a la Sagrada Familia: brutales, ciclópeos e inentendibles. En eso pienso mientras que, con la mirada clavada en la monumental mole de piedra, me adentro en un estudio-garaje en mitad del Eixample de Barcelona, justo delante de la basílica. Dentro hay una chica de 35 años nacida en San Pedro de Vilamajor que se llama Úrsula Corberó. Ella, todo menos angelical, dice en su perfil de Instagram que “tiene nombre de bruja, pulpo y fea (la bruja)”, en alusión al personaje de La Sirenita. Yo creo que tiene nombre de famosa; no puedes llamarte Úrsula Corberó y no ser célebre. Acaba de presentar su primera película argentina de autor (El Jockey) en Donosti y está a las puertas de estrenar en España un proyecto internacional junto con Eddie Redmayne (Chacal, en SkyShowtime el 6 de diciembre). Durante una hora y con los ángeles de la Sagrada Familia custodiándola, habla de ser impostora entre los impostores, de aquel planeta llamado Estados Unidos y de la importancia de la amabilidad. Esta hija de un carpintero y una comerciante que empezó a dar sus primeros pasos en el mundo de la interpretación con solo 12 años, al hablar español con acento porteño y con acento catalán, catalán sin más e inglés con un impactantemente logrado acento americano y, a pesar de que ella misma dice que no es bilingüe, está claro que es enorme.¿Saltar al cine de autor da vértigo?Es otro tipo de presión, todo lo nuevo da vértigo. Hay algo de “¿encajaré yo en esto?, ¿encajaré con estas personas que están acostumbradas a hacer esto y yo vengo de otro lugar?”. Yo también soy muy paranoica a veces y tengo facilidad para sentirme outsider.Es verdad que llamarse @ursulolita en Instagram teniendo 20,5 millones de seguidores es un poco de outsider. Pudiendo ser @ursulacorbero —o incluso @ursula—, ¿de dónde sale ese usuario?Porque mi perra se llama Lolita [risas]. Además, en Física o Química había una chica de vestuario, María, que me llamaba Ursulolita; no sé por qué, pero se quedó. Y cuando me hice Instagram, hace 850 años [risas], me lo puse de usuario. Tampoco soy consciente, ¿sabes? A veces digo, “o sea, tienes 35 años, tía, qué haces llamándote Ursulolita”.No tienes un nombre de Instagram corporativo, haces photo dump [fotos espontáneas], estás muy puesta en moda… ¿Eres una moderna de Barcelona?, ¿estás familiarizada con ese concepto?No, tía, yo qué voy a ser moderna… Ursulolita me parece de vieja total, ¡ni siquiera sé lo que es un photo dump! Se me dan fatal las redes sociales.Últimamente saltas del español al inglés y del inglés al español con cada proyecto.Tengo una crisis de identidad [risas]. He incorporado el inglés hace poco a mi vida, la gente me dice “bueno, claro, es que Úrsula es bilingüe”, y no, no soy bilingüe. Hace cinco años no hablaba una palabra en inglés, y lo he pasado muy mal con eso. Para la primera cosa para la que me cogieron (Snatch, 2018) yo no hablaba nada de inglés; me aprendí todo fonéticamente y —te lo juro— yo estaba en el avión vomitando de los nervios que tenía. Yo me aprendía los textos y los del prota, empezábamos a pasar texto con él y me pensaba que me había confundido de escena porque no entendía nada. Estaba más sola que la una. Sola, farsante… una mentira de persona [risas].Cuesta imaginarse a Úrsula Corberó con el síndrome del impostor.Yo soy una impostora todo el rato, pero en el buen sentido. A veces pienso que si no tuviera el morro que tengo, no habría llegado a ningún sitio.¿No crees que eso es ser actriz? ¿No es, al fin y al cabo, tu trabajo ser impostora?Estoy empezando a aplicar mucho en mi vida palabras que tienen connotación negativa, ya es momento de que rompamos con todas esas cosas: es bueno ser un impostor, porque es que la vida es muy rara y hay que quitar hierro a las cosas. Yo no puedo estar yéndome a una alfombra roja pensando que estoy yendo a una alfombra roja a presentar una película. Yo lo pienso como que ahora voy a jugar a ser esta persona, me voy a divertir haciendo esto y por eso me voy a poner este vestido. La gente me dice mucho que soy muy auténtica, muy de verdad… Sí, pero yo no soy esa persona todo el rato, en mi intimidad… Esto tiene que ver con que a mí me gusta mucho transformarme.Me recuerda mucho al monólogo de la Agrado sobre la autenticidad en Todo sobre mi madre.Hay algo de eso y también hay algo de decir que no tengo que ser todo el rato lo mismo, a mí me gusta ser todo. Me gusta sentirme femme fatale, me gusta sentirme cute, me gusta reír, me gusta llorar, me gusta sentirme guapa y, sobre todo, me gusta sentirme fea.A colación de sentirse fea, para los actores el cuerpo se ha entendido siempre como medio de trabajo, no como fin, ¿puede llegar a ser contraproducente que se aluda tan continua y positivamente a tu físico?Sí, por ahí no soy consciente… Aunque ahora no sucede tanto, todavía hay resquicios, hace 10 años sucedía mucho esa cosa de “o belleza o talento”. Yo he notado con El cuerpo en llamas un antes y un después muy grande de cómo la gente me percibe como actriz. Antes me paraban para felicitarme por La casa de papel, pero el prota de La casa de papel era la casa de papel; nosotros solo envolvíamos el producto. Con El cuerpo en llamas a mí no me paraban para felicitarme por El cuerpo en llamas, sino por mi trabajo.De hecho, por tu papel como Rosa Peral, la policía del crimen de la guardia urbana en El cuerpo en llamas ganas tu primer premio Ondas te lo agradeces a ti por ser tan trabajadora, tan valiente, y tan maja.Es que soy bastante maja, la verdad [risas]. Seguro que hay gente que piensa que soy insoportable y están en todo su derecho, y a veces lo seré.Se suele decir que en la vida se puede saber cómo es una persona por cómo trata a los camareros, ¿se puede saber cómo es un actor por cómo trata, por ejemplo, a los técnicos de sonido?Me ha pasado dos veces que de verdad uno se siente que tiene que intervenir, de tener que ir a una persona —actor/actriz— y decirle “que sea la última vez que tratas así a una persona del equipo delante de mí”.Entiendo que esto tiene que ver con el ego del artista.Y con inseguridades, sobre todo.¿Comulgas con esa imagen de la actriz como persona profunda, misteriosa e intensa?Son muy pesados los actores con todo el tema de la intensidad, yo no puedo. Todos tenemos momentos intensos, preocupaciones, momentos mejores y momentos peores… A mí en El cuerpo en llamas, por ejemplo, decían “corten” y yo lloraba de la risa, me decían “¿por qué te ríes?” y yo decía “porque si no me voy a volver loca, ¿vosotros veis lo que acabo de hacer?”. Es por mi salud mental, yo no puedo estar metida en esta espiral seis meses como si me estuviera pasando estas cosas de verdad, me tengo que reír un poco. Yo entiendo que cada uno tiene sus procesos, y este era el mío. ¿Sabes lo que me pasa? Que, y no quiero meter a todo el mundo en el mismo saco, también veo mucha hipocresía.¿En el mundo en general o en la actuación en particular?Veo a mucha gente que de cara a la galería se apodera de un discurso humanista, rozando lo antisistema, y que después se ponen como locos si no los ponen en la suite que ellos quieren. Debo decir que yo he tenido la gran fortuna de encontrarme con actores y gente maravillosa, pero no te puedo decir que todos son así. Sí que es verdad que a lo mejor antes no era capaz de identificar ese tipo de cosas y por ahí me sentía yo un poco más culpable por no ser un ejemplo a seguir. Y ahora lo veo y digo “mira, pues sí, tengo muchas cosas en las que aprender, en las que mejorar”.Corberó lleva más de la mitad de su vida siendo famosa. Apareció por primera vez en la pequeña pantalla en el año 2002, en la serie Mirall trencat. En 2008 le llegó la fama gracias a Física o Química y tras un periplo de comedias que todo intérprete español que se precie conoce se produjo el bombazo que ha llegado a aburrirle, el de La casa de papel. El salto a Hollywood es un viaje que aún no sabe cuándo terminará.¿Cómo se mantiene el norte cuando una lleva ante las cámaras desde tan joven? ¿Dónde está ese norte ahora?No lo sé, no tengo ni la más puta idea. Lo que pasa es que a mí la fama no me gusta; me gusta ser el centro de atención, uno decide cuándo quiere ser el centro de atención. Pero ¿la fama? No se la recomiendo a nadie.¿Te gusta dar el cante?Un poco [risas]. No lo hago por complacerme a mí, lo hago para que los demás se lo pasen bien, te lo juro. Me gusta mucho la sensación de generar un ambiente divertido por algo que tiene que ver con mi manera de relacionarme con la gente. Volviendo un poco a lo que estábamos hablando antes, estoy intentando encontrarle las connotaciones buenas a las palabras que siempre han sido negativas. ¿Te gusta dar el cante? Sí, me gusta dar el cante.¿Y te dejan dar el cante en Estados Unidos con todo el nepotismo y las redes creadas que hay en el sector?Es que ahí es fuerte la movida, yo me he sentido una real mierda. Después de hacer La casa de papel yo decía “buah, ahora me llaman de Hollywood, voy a cortar el bacalao” y llegué ahí y… es como empezar de cero otra vez. Entré bastante en crisis. Es que llevo currando toda mi vida; ya no tengo el chocho para farolillos para según qué cosas, ¿sabes? No tengo la paciencia, no tengo las ganas… Ya no tengo 20 años.¿Es muy diferente la forma que tienen de trabajar en Hollywood?Sí, es muy piramidal todo. Con Chacal es la primera vez trabajando ahí que me he sentido una pieza fundamental del rodaje. He sido preguntada “qué opinas de los guiones”, “cómo ves la historia”… Me he sentido valorada y me ha hecho muy bien, porque estaba un poco a punto de tirar la toalla con Estados Unidos. Aquí, en España, me tratan muy bien. Y yo digo, qué necesidad tengo, me pagan bien, me ofrecen cosas interesantes…¿En qué momentos has estado a punto de rendirte?Hacen [en Estados Unidos] una cosa que es tremenda: básicamente quedan como dos o tres actrices para un proyecto muy tocho, te hacen volar a Los Ángeles y tienes una semana de preparación como si lo fueras a rodar. Vas a los sets, te maquillan, te peinan, te metes en personaje, ensayas… Ruedas tres escenas y estás ahí como cinco días preparándote para hacerlo. Pero es todo una simulación y a veces no te cogen. Es fuerte eso. Te destruye la mente, me ha pasado.¿Cómo se ve el cine español desde el otro lado del Atlántico?No se ve… Bueno, a Pedro [Almodóvar], pero creo que hay poca gente que tenga referencias, y lo de ver películas en VOSE creo que ni se les pasa por la cabeza. No es algo muy normal que los americanos consuman cosas no americanas en ficción.¿Y tú cómo ves el cine español?Yo creo que hay muchísimo talento en nuestro país, de verdad te lo digo. A mí me dicen mucho la frase esta, que odio con toda mi alma, de “es que no veo cine español”, ¿no? Entonces, ¿qué ves? ¿Cuál es la concepción real de cine? Se han hecho cosas increíbles en España, tenemos una ola de nuevos directores y cineastas y de todo que me parece muy rompedor. Estamos en una era donde el cine español está en pura transformación. Y siento que también, de alguna forma, está pasando con el teatro.¿Qué hay de dirigir?Me acojona bastante también. Siento mucho respeto por los directores, me encantaría hacerlo y siento que podría estar capacitada, pero también tendría que estar un tiempo meditando. Soy muy temperamental y por ahí podría salir un churro.Y, pasando del futuro incierto al pasado… reboot de El Internado, reuniones de Friends, la recién anunciada película de Aída y —por supuesto— el reencuentro de Física o Química del cual no formaste parte, ¿qué relación tienes con la cultura de la nostalgia? ¿Juega en detrimento de nuevos proyectos y ficciones?Me trae muy buenos recuerdos Física o Química, pero yo soy muy poco de resurgir las cosas y por eso decidí ir por otro camino, como La casa de papel, por ejemplo. Siento que las cosas hay que dejarlas ir. Soy poco partidaria de la nostalgia, me parece estupendo que la gente lo disfrute, pero… No me hace muy bien, yo lo achaco a que me fui muy jovencita a Madrid, mi vida y mi familia era Física o Química… Cada proyecto que he hecho es una etapa de mi vida; he hecho muchas series, he podido estar cuatro o cinco años haciendo una serie y, cuando está, está. Next. Seguir leyendo
Los ángeles bíblicos no tienen escala humana. De hecho, según la descripción que ofrece el Antiguo Testamento, los ángeles se parecen bastante a la Sagrada Familia: brutales, ciclópeos e inentendibles. En eso pienso mientras que, con la mirada clavada en la monumental mole de piedra, me adentro en un estudio-garaje en mitad del Eixample de Barcelona, justo delante de la basílica. Dentro hay una chica de 35 años nacida en San Pedro de Vilamajor que se llama Úrsula Corberó. Ella, todo menos angelical, dice en su perfil de Instagram que “tiene nombre de bruja, pulpo y fea (la bruja)”, en alusión al personaje de La Sirenita. Yo creo que tiene nombre de famosa; no puedes llamarte Úrsula Corberó y no ser célebre. Acaba de presentar su primera película argentina de autor (El Jockey) en Donosti y está a las puertas de estrenar en España un proyecto internacional junto con Eddie Redmayne (Chacal, en SkyShowtime el 6 de diciembre). Durante una hora y con los ángeles de la Sagrada Familia custodiándola, habla de ser impostora entre los impostores, de aquel planeta llamado Estados Unidos y de la importancia de la amabilidad. Esta hija de un carpintero y una comerciante que empezó a dar sus primeros pasos en el mundo de la interpretación con solo 12 años, al hablar español con acento porteño y con acento catalán, catalán sin más e inglés con un impactantemente logrado acento americano y, a pesar de que ella misma dice que no es bilingüe, está claro que es enorme.
¿Saltar al cine de autor da vértigo?
Es otro tipo de presión, todo lo nuevo da vértigo. Hay algo de “¿encajaré yo en esto?, ¿encajaré con estas personas que están acostumbradas a hacer esto y yo vengo de otro lugar?”. Yo también soy muy paranoica a veces y tengo facilidad para sentirme outsider.
Es verdad que llamarse @ursulolita en Instagram teniendo 20,5 millones de seguidores es un poco de outsider. Pudiendo ser @ursulacorbero —o incluso @ursula—, ¿de dónde sale ese usuario?
Porque mi perra se llama Lolita [risas]. Además, en Física o Química había una chica de vestuario, María, que me llamaba Ursulolita; no sé por qué, pero se quedó. Y cuando me hice Instagram, hace 850 años [risas], me lo puse de usuario. Tampoco soy consciente, ¿sabes? A veces digo, “o sea, tienes 35 años, tía, qué haces llamándote Ursulolita”.
No tienes un nombre de Instagram corporativo, haces photo dump [fotos espontáneas], estás muy puesta en moda… ¿Eres una moderna de Barcelona?, ¿estás familiarizada con ese concepto?
No, tía, yo qué voy a ser moderna… Ursulolita me parece de vieja total, ¡ni siquiera sé lo que es un photo dump! Se me dan fatal las redes sociales.
Últimamente saltas del español al inglés y del inglés al español con cada proyecto.
Tengo una crisis de identidad [risas]. He incorporado el inglés hace poco a mi vida, la gente me dice “bueno, claro, es que Úrsula es bilingüe”, y no, no soy bilingüe. Hace cinco años no hablaba una palabra en inglés, y lo he pasado muy mal con eso. Para la primera cosa para la que me cogieron (Snatch, 2018) yo no hablaba nada de inglés; me aprendí todo fonéticamente y —te lo juro— yo estaba en el avión vomitando de los nervios que tenía. Yo me aprendía los textos y los del prota, empezábamos a pasar texto con él y me pensaba que me había confundido de escena porque no entendía nada. Estaba más sola que la una. Sola, farsante… una mentira de persona [risas].
Cuesta imaginarse a Úrsula Corberó con el síndrome del impostor.
Yo soy una impostora todo el rato, pero en el buen sentido. A veces pienso que si no tuviera el morro que tengo, no habría llegado a ningún sitio.
¿No crees que eso es ser actriz? ¿No es, al fin y al cabo, tu trabajo ser impostora?
Estoy empezando a aplicar mucho en mi vida palabras que tienen connotación negativa, ya es momento de que rompamos con todas esas cosas: es bueno ser un impostor, porque es que la vida es muy rara y hay que quitar hierro a las cosas. Yo no puedo estar yéndome a una alfombra roja pensando que estoy yendo a una alfombra roja a presentar una película. Yo lo pienso como que ahora voy a jugar a ser esta persona, me voy a divertir haciendo esto y por eso me voy a poner este vestido. La gente me dice mucho que soy muy auténtica, muy de verdad… Sí, pero yo no soy esa persona todo el rato, en mi intimidad… Esto tiene que ver con que a mí me gusta mucho transformarme.
Me recuerda mucho al monólogo de la Agrado sobre la autenticidad en Todo sobre mi madre.
Hay algo de eso y también hay algo de decir que no tengo que ser todo el rato lo mismo, a mí me gusta ser todo. Me gusta sentirme femme fatale, me gusta sentirme cute, me gusta reír, me gusta llorar, me gusta sentirme guapa y, sobre todo, me gusta sentirme fea.
A colación de sentirse fea, para los actores el cuerpo se ha entendido siempre como medio de trabajo, no como fin, ¿puede llegar a ser contraproducente que se aluda tan continua y positivamente a tu físico?
Sí, por ahí no soy consciente… Aunque ahora no sucede tanto, todavía hay resquicios, hace 10 años sucedía mucho esa cosa de “o belleza o talento”. Yo he notado con El cuerpo en llamas un antes y un después muy grande de cómo la gente me percibe como actriz. Antes me paraban para felicitarme por La casa de papel, pero el prota de La casa de papel era la casa de papel; nosotros solo envolvíamos el producto. Con El cuerpo en llamas a mí no me paraban para felicitarme por El cuerpo en llamas, sino por mi trabajo.
De hecho, por tu papel como Rosa Peral, la policía del crimen de la guardia urbana en El cuerpo en llamas ganas tu primer premio Ondas te lo agradeces a ti por ser tan trabajadora, tan valiente, y tan maja.
Es que soy bastante maja, la verdad [risas]. Seguro que hay gente que piensa que soy insoportable y están en todo su derecho, y a veces lo seré.
Se suele decir que en la vida se puede saber cómo es una persona por cómo trata a los camareros, ¿se puede saber cómo es un actor por cómo trata, por ejemplo, a los técnicos de sonido?
Me ha pasado dos veces que de verdad uno se siente que tiene que intervenir, de tener que ir a una persona —actor/actriz— y decirle “que sea la última vez que tratas así a una persona del equipo delante de mí”.
Entiendo que esto tiene que ver con el ego del artista.
Y con inseguridades, sobre todo.
¿Comulgas con esa imagen de la actriz como persona profunda, misteriosa e intensa?
Son muy pesados los actores con todo el tema de la intensidad, yo no puedo. Todos tenemos momentos intensos, preocupaciones, momentos mejores y momentos peores… A mí en El cuerpo en llamas, por ejemplo, decían “corten” y yo lloraba de la risa, me decían “¿por qué te ríes?” y yo decía “porque si no me voy a volver loca, ¿vosotros veis lo que acabo de hacer?”. Es por mi salud mental, yo no puedo estar metida en esta espiral seis meses como si me estuviera pasando estas cosas de verdad, me tengo que reír un poco. Yo entiendo que cada uno tiene sus procesos, y este era el mío. ¿Sabes lo que me pasa? Que, y no quiero meter a todo el mundo en el mismo saco, también veo mucha hipocresía.
¿En el mundo en general o en la actuación en particular?
Veo a mucha gente que de cara a la galería se apodera de un discurso humanista, rozando lo antisistema, y que después se ponen como locos si no los ponen en la suite que ellos quieren. Debo decir que yo he tenido la gran fortuna de encontrarme con actores y gente maravillosa, pero no te puedo decir que todos son así. Sí que es verdad que a lo mejor antes no era capaz de identificar ese tipo de cosas y por ahí me sentía yo un poco más culpable por no ser un ejemplo a seguir. Y ahora lo veo y digo “mira, pues sí, tengo muchas cosas en las que aprender, en las que mejorar”.
Corberó lleva más de la mitad de su vida siendo famosa. Apareció por primera vez en la pequeña pantalla en el año 2002, en la serie Mirall trencat. En 2008 le llegó la fama gracias a Física o Química y tras un periplo de comedias que todo intérprete español que se precie conoce se produjo el bombazo que ha llegado a aburrirle, el de La casa de papel. El salto a Hollywood es un viaje que aún no sabe cuándo terminará.
¿Cómo se mantiene el norte cuando una lleva ante las cámaras desde tan joven? ¿Dónde está ese norte ahora?
No lo sé, no tengo ni la más puta idea. Lo que pasa es que a mí la fama no me gusta; me gusta ser el centro de atención, uno decide cuándo quiere ser el centro de atención. Pero ¿la fama? No se la recomiendo a nadie.
¿Te gusta dar el cante?
Un poco [risas]. No lo hago por complacerme a mí, lo hago para que los demás se lo pasen bien, te lo juro. Me gusta mucho la sensación de generar un ambiente divertido por algo que tiene que ver con mi manera de relacionarme con la gente. Volviendo un poco a lo que estábamos hablando antes, estoy intentando encontrarle las connotaciones buenas a las palabras que siempre han sido negativas. ¿Te gusta dar el cante? Sí, me gusta dar el cante.
¿Y te dejan dar el cante en Estados Unidos con todo el nepotismo y las redes creadas que hay en el sector?
Es que ahí es fuerte la movida, yo me he sentido una real mierda. Después de hacer La casa de papel yo decía “buah, ahora me llaman de Hollywood, voy a cortar el bacalao” y llegué ahí y… es como empezar de cero otra vez. Entré bastante en crisis. Es que llevo currando toda mi vida; ya no tengo el chocho para farolillos para según qué cosas, ¿sabes? No tengo la paciencia, no tengo las ganas… Ya no tengo 20 años.
¿Es muy diferente la forma que tienen de trabajar en Hollywood?
Sí, es muy piramidal todo. Con Chacal es la primera vez trabajando ahí que me he sentido una pieza fundamental del rodaje. He sido preguntada “qué opinas de los guiones”, “cómo ves la historia”… Me he sentido valorada y me ha hecho muy bien, porque estaba un poco a punto de tirar la toalla con Estados Unidos. Aquí, en España, me tratan muy bien. Y yo digo, qué necesidad tengo, me pagan bien, me ofrecen cosas interesantes…
¿En qué momentos has estado a punto de rendirte?
Hacen [en Estados Unidos] una cosa que es tremenda: básicamente quedan como dos o tres actrices para un proyecto muy tocho, te hacen volar a Los Ángeles y tienes una semana de preparación como si lo fueras a rodar. Vas a los sets, te maquillan, te peinan, te metes en personaje, ensayas… Ruedas tres escenas y estás ahí como cinco días preparándote para hacerlo. Pero es todo una simulación y a veces no te cogen. Es fuerte eso. Te destruye la mente, me ha pasado.
¿Cómo se ve el cine español desde el otro lado del Atlántico?
No se ve… Bueno, a Pedro [Almodóvar], pero creo que hay poca gente que tenga referencias, y lo de ver películas en VOSE creo que ni se les pasa por la cabeza. No es algo muy normal que los americanos consuman cosas no americanas en ficción.
¿Y tú cómo ves el cine español?
Yo creo que hay muchísimo talento en nuestro país, de verdad te lo digo. A mí me dicen mucho la frase esta, que odio con toda mi alma, de “es que no veo cine español”, ¿no? Entonces, ¿qué ves? ¿Cuál es la concepción real de cine? Se han hecho cosas increíbles en España, tenemos una ola de nuevos directores y cineastas y de todo que me parece muy rompedor. Estamos en una era donde el cine español está en pura transformación. Y siento que también, de alguna forma, está pasando con el teatro.
¿Qué hay de dirigir?
Me acojona bastante también. Siento mucho respeto por los directores, me encantaría hacerlo y siento que podría estar capacitada, pero también tendría que estar un tiempo meditando. Soy muy temperamental y por ahí podría salir un churro.
Y, pasando del futuro incierto al pasado… reboot de El Internado, reuniones de Friends, la recién anunciada película de Aída y —por supuesto— el reencuentro de Física o Química del cual no formaste parte, ¿qué relación tienes con la cultura de la nostalgia? ¿Juega en detrimento de nuevos proyectos y ficciones?
Me trae muy buenos recuerdos Física o Química, pero yo soy muy poco de resurgir las cosas y por eso decidí ir por otro camino, como La casa de papel, por ejemplo. Siento que las cosas hay que dejarlas ir. Soy poco partidaria de la nostalgia, me parece estupendo que la gente lo disfrute, pero… No me hace muy bien, yo lo achaco a que me fui muy jovencita a Madrid, mi vida y mi familia era Física o Química… Cada proyecto que he hecho es una etapa de mi vida; he hecho muchas series, he podido estar cuatro o cinco años haciendo una serie y, cuando está, está. Next.
EQUIPO
Estilismo Juan Cebrián
Maquillaje y peluquería Iván Gómez (The Wall Group) para Gucci Beauty y L’Oréal Professionnel
Manicura Vanesa Juez
Diseño de set Virginia Sancho
Producción Cristina Serrano
Asistente digital Jessica Rodríguez
Asistentes de fotografía Daniel Gallar y Pol Foguet
Asistente de estilismo Paula Alcalde
Asistente de maquillaje Edurne Larrea
Asistentes de set Araceli Navarro y Martina Nieto
EL PAÍS