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  Cultura  Danny Boyle: «Todo llamamiento a un pasado glorioso pasa por la vuelta a la sumisión de la mujer»
Cultura

Danny Boyle: «Todo llamamiento a un pasado glorioso pasa por la vuelta a la sumisión de la mujer»

junio 16, 2025
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<p>Un zombi no es un monstruo cualquiera. Es nuestro monstruo más querido, el que mejor nos representa. Desde que George A. Romero les devolviera a la vida en su mítico trabajo de 1968, los muertos vivientes no han hecho más que renacer. Una y otra vez. <strong>Danny Boyle (Radcliffe, 1956)</strong> -el director además de cintas míticas como <i>Trainspotting, Sunshine</i> o <i>Slumdog Millionaire</i>- puede presumir de ser el autor de su última y más sonora (que no por fuerza más brillante) resurrección. <i>28 días después</i> llegó a las carteleras de la mano del nuevo milenio (en 2002 exactamente) dispuesta a anunciarnos un tiempo de odio, soledad y calles vacías por una pandemia a punto de explotar. Eran infectados, no exactamente zombis, pero ya nos avisaban de la amenaza de la masa, del temor a la horda, del riesgo de nuestra identidad secuestrada por la sed de consumo tecnológico. Luego llegó <i>28 semanas después</i>, firmada por Juan Carlos Fresnadillo, y ahora, más de dos décadas desde el origen de todo, llega la tercera entrega, <i>28 años después,</i> como paso previo de una nueva trilogía. La siguiente cinta ya está acabada y firmada por Nia DaCosta. Para la ocasión, Alex Garland y Danny Boyle, guionista y director de la primera, recomponen los pedazos de una amistad fracturada y nos ofrecen una reflexión sobre la ideología, sobre el odio, sobre la sociedad polarizada, sobre el Brexit y, ya puestos, sobre la misma muerte. Danny Boyle se sienta, se declara fan de Lamine Yamal («Me recuerda a Thierry Henry») y confiesa que conoce bien España gracias a su hija («Estudió aquí, en Madrid, durante un año en la escuela de arquitectura»).</p>

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 El gran profeta de la resurreción zombi (infectados en su caso) del nuevo milenio regresa a los muertos vivientes con ’28 años después’, la tercera entrega de una trilogía que promete a su vez otro nuevo tríptico de odio y muerte  

Un zombi no es un monstruo cualquiera. Es nuestro monstruo más querido, el que mejor nos representa. Desde que George A. Romero les devolviera a la vida en su mítico trabajo de 1968, los muertos vivientes no han hecho más que renacer. Una y otra vez. Danny Boyle (Radcliffe, 1956) -el director además de cintas míticas como Trainspotting, Sunshine o Slumdog Millionaire– puede presumir de ser el autor de su última y más sonora (que no por fuerza más brillante) resurrección. 28 días después llegó a las carteleras de la mano del nuevo milenio (en 2002 exactamente) dispuesta a anunciarnos un tiempo de odio, soledad y calles vacías por una pandemia a punto de explotar. Eran infectados, no exactamente zombis, pero ya nos avisaban de la amenaza de la masa, del temor a la horda, del riesgo de nuestra identidad secuestrada por la sed de consumo tecnológico. Luego llegó 28 semanas después, firmada por Juan Carlos Fresnadillo, y ahora, más de dos décadas desde el origen de todo, llega la tercera entrega, 28 años después, como paso previo de una nueva trilogía. La siguiente cinta ya está acabada y firmada por Nia DaCosta. Para la ocasión, Alex Garland y Danny Boyle, guionista y director de la primera, recomponen los pedazos de una amistad fracturada y nos ofrecen una reflexión sobre la ideología, sobre el odio, sobre la sociedad polarizada, sobre el Brexit y, ya puestos, sobre la misma muerte. Danny Boyle se sienta, se declara fan de Lamine Yamal («Me recuerda a Thierry Henry») y confiesa que conoce bien España gracias a su hija («Estudió aquí, en Madrid, durante un año en la escuela de arquitectura»).

Cuando las calles se vaciaron por culpa del covid 20 años después del estreno de 28 días después, ¿se sintió un poco profeta?
Las películas de terror fascinan porque introducen elementos que luego adquieren nuevos significados ya sea a propósito o por accidente. El covid se convirtió en el mejor ejemplo. Cuando llegó, las calles vacías se veían exactamente igual que en nuestra primera película. El lapso de 28 años en nuestra historia refleja ahora cómo reaccionó la gente a la pandemia: pánico inicial (¿nos acordamos cuando usábamos guantes para manipular verduras?), y luego aceptación gradual del riesgo a medida que la vida continua. Esto influyó en el comportamiento de nuestros personajes, creando su comunidad aislada en una isla…
Una comunidad que vale también como metáfora del Brexit.
Exactamente. La historia de la película absorbe estos significados, aunque no sea una cinta abiertamente política. Después de 28 años, estas personas asumen riesgos calculados: van al continente en busca de provisiones, entrenan a sus hijos como guerreros. Ante situaciones de crisis, la sociedad se atrinchera en un pasado glorioso que, en verdad, nunca existió. Eso hizo el Brexit. El engaño del Brexit tiene mucho que ver con la reivindicación de un pasado inventado, un pasada de gloria en el que los ingleses éramos grandes y vencimos a los franceses en Agincourt.
El propio virus de la ira parece otra profecía en el mundo polarizado por el odio de ahora mismo.
Sí, nos hemos vuelto increíblemente impacientes y furiosos como sociedad. La tecnología puede haber acelerado esto: pasamos de cero a 100 en un instante. La polarización es extrema ahora con una intolerancia total entre los bandos.
¿Y quién es responsable?
Diría que si bien los políticos tienen cierta responsabilidad, nuestra relación con la tecnología es la clave. A medida que nos volvemos más sofisticados tecnológicamente, nuestras respuestas emocionales se vuelven más primarias. Es probable que la Inteligencia Artificial intensifique esto, haciendo que las personas se sientan increíblemente poderosas pero a la vez impotentes. La IA puede hacer casi cualquier cosa desde conducir un coche a vestirte por la mañana y, sin embargo, eres impotente. Sientes menos poder porque sencillamente no puedes pagar el alquiler de un piso. Y eso genera una frustración enorme, nos infecta de odio. La polarización violenta de la sociedad tiene que ver con el espejismo de poder que provoca la tecnología. En la primera película, la rabia de los infectados se basaba en la furia al volante que todos conocemos. Ahora la rabia lo puede todo y afecta a todo el mundo. Los hombres, los machos, estamos frustrados y las mujeres cada vez se muestran más furiosas. El odio se ha convertido en algo extremadamente inquietante y terrorífico.
Aaron Taylor-Johnson y Alfie Williams en un momento de '28 años después'.
Aaron Taylor-Johnson y Alfie Williams en un momento de ’28 años después’.SONY
En cualquier caso, y sin desvelar nada de la película, se diría que hay sitio en su reflexión para la esperanza…
Creo en la frase de Mandela de que el arco del universo moral se inclina hacia la justicia. Y aunque no fuera cierto, es necesario creer que el progreso es posible. Nuestra película explora esto a través de la sociedad de Holy Island: sin tecnología han retrocedido a los valores de la posguerra, revirtiendo el progreso de género. Han regresado a la Gran Bretaña de la posguerra, sufriendo racionamientos, pero con un sentimiento de rectitud… Así que solo entrenan a los chicos para ser guerreros. Las chicas se quedan en casa. Esto es relevante. Todo llamamiento a un pasado glorioso pasa por la vuelta a la sumisión de la mujer. Y todo esto plantea preguntas profundas: ¿Está el progreso ligado a la tecnología? ¿La pérdida de tecnología nos haría retroceder socialmente? China representa muy bien esta paradoja: tecnológicamente es una sociedad muy avanzada, pero para nada progresista en lo más básico: los derechos humanos.
El tema de Memento Mori (recuerda que has de morir) ocupa ahora un lugar preeminente en una película de nuevo plagada de muertos. ¿Qué les hizo llegar a esta especie de paradoja?
Está ahí, en nuestra sociedad todos los días. Los multimillonarios tecnológicos hoy invierten fortunas en la investigación de la inmortalidad. Esta es la imagen extrema de cómo nuestra cultura niega la muerte. Las aplicaciones de salud y las tendencias de bienestar venden la ilusión de que podemos engañar a la muerte. Viniendo de Irlanda, donde nos enfrentamos a la muerte abiertamente -se obliga a los niños a tocar a los muertos para comprender la mortalidad-, encuentro esta negación malsana. Alex Garland insertó brillantemente esta meditación sobre la mortalidad en el marco de acción y terror que es la película. Todos nos advirtieron que romperíamos con la acción, pero la mantuvimos intacta: es importante recordar que, con rabia o sin ella, todos compartimos el mismo destino. El protagonista mantiene su decencia a pesar de todo mostrando cómo la conciencia de la mortalidad debe guiar nuestra vida.
Nia DaCosta dirige la secuela. ¿Se consideró la opción de repetir con Juan Carlos Fresnadillo?
Lo hablamos, pero buscábamos una perspectiva fresca de alguien fuera de nuestro mundo. Nia nos ayudó a romper nuestra dinámica de Club de chicos. Al observar a nuestro equipo, mayoritariamente masculino y blanco, reconocimos la necesidad de una sensibilidad diferente. No se trataba de faltarle el respeto a Juan Carlos, claro.

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