En este libro hay un cuento perfecto. Se llama ‘El ratón’, y en poco más de ocho páginas consigue explicar la belleza y la crueldad, la poesía y la fe, la pulsión de muerte y también la de la escritura, como si en vez de una historia leve y minúscula sobre un también leve y minúsculo roedor, lo que nos estuviera poniendo ante los ojos su literatura fuese un tratado de mística descomunal.
La autora de ese cuento es Regina Ullmann, por cierto, una escritora suiza nacida en 1884 y fallecida en Alemania en 1961, cuya vida estuvo marcada por el exilio, por la precariedad, por una maternidad convulsa, por el tardío gesto de reconocimiento literario de sus pares machos, y también por una religiosidad —de familia judía, se convirtió al catolicismo— que lo impregnaba todo: su estilo, su peculiar y complejo pulso narrativo, su mirada sobre el mundo.
En este libro, decía, una recopilación de cuentos que en la última década de nuestro siglo se ha ido reeditando lenta y silenciosamente en diversas editoriales europeas —dicen que a escritoras como ella se las olvida y se las recupera cada 20 años—, y ahora también en España, hay un cuento absolutamente perfecto. Se llama ‘El ratón’, y en muy poquito espacio despliega todo lo que debe contener un himno a la vida y a la nada, un himno al infinito y a la pregunta por el ser. En ‘El ratón’, Ullmann cuenta la historia de un sonido molesto, el de un animalillo que se cuela en la casa en mitad de la noche, y que la atraviesa hasta la trampa que le dará la muerte.
El sonido del animal da miedo a la narradora, pero la conciencia de su muerte le hace sentir paz. ¿Puede asustarnos lo que sabemos que, pese a su desagradable presencia, no nos hará ni un rasguño? ¿Puede dolernos lo que en verdad es ridículamente mortal? ¿Podremos conciliar el sueño con una bestia diminuta respirando sus últimas horas entre las maderas de nuestra morada?
En este libro hay un cuento perfecto. Lo repito así porque así es como la autora arrastra y reitera las palabras, los conceptos y las imágenes en cada uno de los relatos que componen su Camino rural. Esta antología de historias entre lo campestre, lo amoroso, lo terrorífico y lo divino, juega constantemente con la idea de la atención extrema, con la mirada gentil hacia lo más oculto de nuestras pasiones. Ullmann escribe como quien interviene a cuchilladas un cuadro realista: su mirada a veces parece estanca, pero, si nos fijamos bien, cada una de las piezas que conforman esos bodegones de animales, de jardines, de niños, de jorobados, de viejos verdes casi vampíricos y de escenas apaciblemente costumbristas, de pronto se llenan de pequeños desgarros fantásticos, unas veces muy sensuales y otras veces aterradores.
En este libro hay un cuento perfecto entre muchos otros cuentos ásperos, irregulares y aun así tan inquietantes como ‘El ratón’, tal vez porque a su autora no le importó nunca la gozosa imperfección de ese estilo que la caracteriza, de esa poesía difícil, de ese fluir de conciencia atragantado, o de ese exceso de sentimentalidad. Será porque lo bello si breve, dos veces bello, justo como el cadáver de un roedor.
En este libro hay un cuento perfecto. Se llama ‘El ratón’, y en poco más de ocho páginas consigue explicar la belleza y la crueldad, la poesía y la fe, la pulsión de muerte y también la de la escritura, como si en vez de una historia leve y minúscula sobre un también leve y minúsculo roedor, lo que nos estuviera poniendo ante los ojos su literatura fuese un tratado de mística descomunal. La autora de ese cuento es Regina Ullmann, por cierto, una escritora suiza nacida en 1884 y fallecida en Alemania en 1961, cuya vida estuvo marcada por el exilio, por la precariedad, por una maternidad convulsa, por el tardío gesto de reconocimiento literario de sus pares machos, y también por una religiosidad —de familia judía, se convirtió al catolicismo— que lo impregnaba todo: su estilo, su peculiar y complejo pulso narrativo, su mirada sobre el mundo.En este libro, decía, una recopilación de cuentos que en la última década de nuestro siglo se ha ido reeditando lenta y silenciosamente en diversas editoriales europeas —dicen que a escritoras como ella se las olvida y se las recupera cada 20 años—, y ahora también en España, hay un cuento absolutamente perfecto. Se llama ‘El ratón’, y en muy poquito espacio despliega todo lo que debe contener un himno a la vida y a la nada, un himno al infinito y a la pregunta por el ser. En ‘El ratón’, Ullmann cuenta la historia de un sonido molesto, el de un animalillo que se cuela en la casa en mitad de la noche, y que la atraviesa hasta la trampa que le dará la muerte. El sonido del animal da miedo a la narradora, pero la conciencia de su muerte le hace sentir paz. ¿Puede asustarnos lo que sabemos que, pese a su desagradable presencia, no nos hará ni un rasguño? ¿Puede dolernos lo que en verdad es ridículamente mortal? ¿Podremos conciliar el sueño con una bestia diminuta respirando sus últimas horas entre las maderas de nuestra morada?En este libro hay un cuento perfecto. Lo repito así porque así es como la autora arrastra y reitera las palabras, los conceptos y las imágenes en cada uno de los relatos que componen su Camino rural. Esta antología de historias entre lo campestre, lo amoroso, lo terrorífico y lo divino, juega constantemente con la idea de la atención extrema, con la mirada gentil hacia lo más oculto de nuestras pasiones. Ullmann escribe como quien interviene a cuchilladas un cuadro realista: su mirada a veces parece estanca, pero, si nos fijamos bien, cada una de las piezas que conforman esos bodegones de animales, de jardines, de niños, de jorobados, de viejos verdes casi vampíricos y de escenas apaciblemente costumbristas, de pronto se llenan de pequeños desgarros fantásticos, unas veces muy sensuales y otras veces aterradores.En este libro hay un cuento perfecto entre muchos otros cuentos ásperos, irregulares y aun así tan inquietantes como ‘El ratón’, tal vez porque a su autora no le importó nunca la gozosa imperfección de ese estilo que la caracteriza, de esa poesía difícil, de ese fluir de conciencia atragantado, o de ese exceso de sentimentalidad. Será porque lo bello si breve, dos veces bello, justo como el cadáver de un roedor. Seguir leyendo
En este libro hay un cuento perfecto. Se llama ‘El ratón’, y en poco más de ocho páginas consigue explicar la belleza y la crueldad, la poesía y la fe, la pulsión de muerte y también la de la escritura, como si en vez de una historia leve y minúscula sobre un también leve y minúsculo roedor, lo que nos estuviera poniendo ante los ojos su literatura fuese un tratado de mística descomunal.
La autora de ese cuento es Regina Ullmann, por cierto, una escritora suiza nacida en 1884 y fallecida en Alemania en 1961, cuya vida estuvo marcada por el exilio, por la precariedad, por una maternidad convulsa, por el tardío gesto de reconocimiento literario de sus pares machos, y también por una religiosidad —de familia judía, se convirtió al catolicismo— que lo impregnaba todo: su estilo, su peculiar y complejo pulso narrativo, su mirada sobre el mundo.
En este libro, decía, una recopilación de cuentos que en la última década de nuestro siglo se ha ido reeditando lenta y silenciosamente en diversas editoriales europeas —dicen que a escritoras como ella se las olvida y se las recupera cada 20 años—, y ahora también en España, hay un cuento absolutamente perfecto. Se llama ‘El ratón’, y en muy poquito espacio despliega todo lo que debe contener un himno a la vida y a la nada, un himno al infinito y a la pregunta por el ser. En ‘El ratón’, Ullmann cuenta la historia de un sonido molesto, el de un animalillo que se cuela en la casa en mitad de la noche, y que la atraviesa hasta la trampa que le dará la muerte.
El sonido del animal da miedo a la narradora, pero la conciencia de su muerte le hace sentir paz. ¿Puede asustarnos lo que sabemos que, pese a su desagradable presencia, no nos hará ni un rasguño? ¿Puede dolernos lo que en verdad es ridículamente mortal? ¿Podremos conciliar el sueño con una bestia diminuta respirando sus últimas horas entre las maderas de nuestra morada?
En este libro hay un cuento perfecto. Lo repito así porque así es como la autora arrastra y reitera las palabras, los conceptos y las imágenes en cada uno de los relatos que componen su Camino rural. Esta antología de historias entre lo campestre, lo amoroso, lo terrorífico y lo divino, juega constantemente con la idea de la atención extrema, con la mirada gentil hacia lo más oculto de nuestras pasiones. Ullmann escribe como quien interviene a cuchilladas un cuadro realista: su mirada a veces parece estanca, pero, si nos fijamos bien, cada una de las piezas que conforman esos bodegones de animales, de jardines, de niños, de jorobados, de viejos verdes casi vampíricos y de escenas apaciblemente costumbristas, de pronto se llenan de pequeños desgarros fantásticos, unas veces muy sensuales y otras veces aterradores.
En este libro hay un cuento perfecto entre muchos otros cuentos ásperos, irregulares y aun así tan inquietantes como ‘El ratón’, tal vez porque a su autora no le importó nunca la gozosa imperfección de ese estilo que la caracteriza, de esa poesía difícil, de ese fluir de conciencia atragantado, o de ese exceso de sentimentalidad. Será porque lo bello si breve, dos veces bello, justo como el cadáver de un roedor.
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