Le pido que nos veamos en algún lugar que signifique algo para ella y me cita en el bar de Malasaña, viejo barrio moderno de Madrid, donde conoció a su última novia. Su posterior ruptura, un día de Reyes con el mismísimo roscón en la boca, es el punto de partida de Too Match, su primer libro, donde relata el rosario de citas en Tinder con el que afrontó el duelo, y retrata los usos y costumbres de una generación, la suya, marcada por la precariedad afectiva y económica. Un cuarto de hora antes de la hora convenida, avisa de que ya está en el lugar del crimen. Acaba de llegar de una rueda de prensa a la que ha acudido como periodista económica en el medio digital donde trabaja cubriendo temas de macroeconomía y vivienda. Charlamos, el fotógrafo hace las fotos y, media hora después de acabar, me escribe al móvil con una noticia última hora: “por si quieres incluirlo en la entrevista: me han despedido”. Empecemos por el principio.
Ayer, la versión digital de la tradicional revista ¡Hola! abría con la boda de la futbolista Alba Redondo y Cristina Monleón. ¿Qué le sugiere el hecho?
Me dejas loca. Claro, se están casando, ahí no hay duda de que son lesbianas. Eso significa que en España hemos avanzado algo. Normalmente, titulan de otro modo. Como cuando fotografían a Kristen Stewart emborrachándose con su novia y dicen que son “amigas”. Una mujer siempre es hetero hasta que se demuestra lo contario.
Como los hombres, ¿no?
No, es algo más profundo. Tú ves a dos mujeres en el cine y automáticamente piensas que son amigas. Si ves a un hombre y a una mujer, que son pareja. Se nos ha enseñado que el vínculo primigenio entre mujeres es la amistad, y eso, cuando eres lesbiana, es complicado. Tienes que luchar contra eso, sobre todo si te relacionas con chicas que no han tenido experiencia o se están descubriendo.
¿Qué es lo complicado?
Me refiero a ligar con una chica siendo chica. Como nuestro vínculo primigenio es la amistad, no se nos ha enseñado a ligar entre mujeres. Las lesbianas tenemos que inventar un lenguaje. A todas se nos ha enseñado el lenguaje hetero, es como el inglés: si no lo hablas, no vas a ninguna parte. Si te gustan las mujeres hay que inventar otros códigos, y creo que ahora es cuando los estamos inventando.
Lesbianas ha habido siempre. ¿Cómo lo hacían ellas?
Como podían. La verdad es que nuestra generación ya ha tenido referentes lésbicos, pero nos faltan historias de amor, nos falta un relato, y ahora lo estamos inventando, saliéndonos de la estructura del sistema heteropatriarcal. Del amor heterosexual se ha escrito, filmado, hablado tanto que se ha podido romantizar. Y creo que, ahora, las lesbianas estamos romantizando las relaciones lésbicas. Hay escritoras que lo hacen y cada vez más existe ese relato. Eso ayuda a que te sientas representada y te acompañen en el proceso, desde el descubrimiento de la sexualidad y del amor lésbico, hasta el duelo para superarlo.
Uno de cada cuatro jóvenes de la generación Z se declara bisexual, cuatro veces más que las generaciones anteriores. ¿Qué le sugiere?
Eso ha cambiado y me parece maravilloso. Yo, que soy generación X, no lo he vivido. Estudié en un colegio de monjas y luego en uno de curas. Yo, hasta los 25 años, no me di cuenta de que me pudieran gustar las mujeres, y fue porque me enamoré de una compañera de trabajo. Creo que muchas mujeres de 40, 50, 60 y más años, no han tenido la oportunidad ni de plantearse esa posibilidad porque no se daba el escenario. Las más jóvenes ya han tenido referentes, como la actriz Anna Castillo, y las redes, en ese sentido, han ayudado a visibilizarlo y normalizarlo.
¿Usted ha tenido armario?
El armario sigue existiendo, lo que pasa es que yo estoy fuera. Yo me reconocía como hetero cuando dejé a mi último novio porque me gustaba mi compañera. En ese momento, me di cuenta de que estaba en un armario y me tocaba salir. Se lo conté a mis padres, y ellos me abrieron camino en mi familia, pero hay parte de ella que no lo sabe.
Igual se enteran por esta entrevista.
Bueno, son hechos consumados. He publicado un libro como explícitamente lesbiana y lo he presentado en la Feria del Libro. Tampoco iba a dar una rueda de prensa. Ya estoy fuera del armario, y si alguien me quiere meter, que me meta, pero no me apetece volver a meterme yo para abrirlo, no sé si me entiendes. Yo creo que lo que habrá será el silencio típico de las familias.
Se dedica al periodismo económico. ¿Diría que las finanzas son un entorno amigable para la homosexualidad?
Creo que, en general, es un entorno conservador, pero tenemos más prejuicio de lo que luego es la realidad. Antes del libro, Too match fue una newsletter que escribía bajo pseudónimo, por dos razones: y las dos eran por miedo. Miedo porque yo ya tenía mi perfil como periodista económica y que el hecho de salir del armario como escritora de un libro sobre citas en Tinder se pudiera considerar algo poco serio. Y miedo a dejar de ligar en Tinder. Pasó lo contario. Me ha escrito hasta una consejera del Banco de España diciendo que le ha gustado el libro. Y ahora ligo más que nunca.
Se habla del ‘gay radar’. ¿Usted tiene ‘bollo radar’?
Jajaja. Pues no, y precisamente por lo que te comentaba de la amistad. Hay una frase mítica entre bolleras que dice: “no se si Fulanita está siendo maja o lesbiana”. O sea, tú quedas con chicas, hay una que te gusta, que está siendo simpática contigo, y dudas si ella tiene realmente interés afectivo porque le puedas atraer o, simplemente, quiere ser tu amiga. Por eso, la amistad femenina es maravillosa, pero también un gran obstáculo para las lesbianas.
En el libro, habla de sexo lésbico y alude a “un polvo normal que para los heteros sería XXX”. ¿Cómo cree que nos imaginamos su intimidad los heterosexuales?
Creo que la peña hetero no tiene la menor idea de cómo follamos las lesbianas, o las mujeres bisexuales. Tengo amigas que antes eran hetero a las que les han empezado a gustar las chicas y el primer miedo siempre es cómo acostarse con una mujer. Volvemos a lo mismo. Esa pregunta no existe en el mundo hetero porque hay un imaginario que hemos mamado y, sobre todo, una cultura del falocentrismo. Creo que a la gente hetero le cuesta imaginar un sexo donde los tiempos, el ritmo, los roles y hasta el clímax se ven liberados de la cultura del falo.
¿Usted también tuvo ese miedo en sus primeras relaciones lésbicas?
Yo creo que me he descubierto a mí misma, o una parte de mí, gracias al sexo con mujeres. Cuando me acostaba con hombres me sentía alienada porque percibía que tenía que responder como alguien que no era. El sexo lésbico me ha ayudado a descubrirme en ese sentido, porque siento que hay mucha más libertad. De hecho, cuando me he acostado con un hombre después de haberme acostado con mujeres, por primera vez me he sentido yo misma.
Su libro es rabiosamente urbano. ¿Hubiera podido escribirlo en su pueblo, Yecla, en Murcia?
En Yecla no podría haber existido. Es un ambiente mucho más cerrado. Para contar citas en Tinder, primero, tienes que tenerlas, y eso ya es complicado, y luego gente que las lea. El otro día presenté el libro en Lorca, coincidiendo con el acto central del Orgullo, y fue, a la vez, muy emotivo y triste. Éramos un grupo relativamente reducido y sentías que verdaderamente hacía falta ese desfile. Aún había gente que te miraba raro, y eso que Lorca tiene 90.000 habitantes. A día de hoy, las lesbianas continuamos siendo invisibles en la sociedad. El Orgullo está colonizado por hombres y yo, como lesbiana, salgo porque siento que no estoy ahí.
¿Cómo es su relación de amor-odio con Madrid?
Madrid es el telón de fondo de la historia, y hay una historia de amor tóxico con Madrid porque, al final, ser joven y vivir en una gran ciudad es tóxico, porque la ciudad no quiere que vivas en ella. Somos gentrificadores gentrificados. El hecho de que vivas en Malasaña y te gusten los bares cuquis, o que vayas a comprar comida preparada en vez de hacértela también forma parte de un esquema de horarios demenciales y de precariedad que nos agobia, y, a la vez, estamos perpetuando el sistema.
Su libro es desternillante y amargo a la vez. ¿Eso cómo se hace?
Para mí el humor es terapéutico, y un escudo que te protege de ti mismo. Coges el control de reírte de tus propias desgracias. Me siento culpable por ser una gentrificadora gentrificada, pero me río de eso, y al reírme, logro a la vez atacar y protegerme.
¿Qué opina de quienes les llaman ‘generación de cristal’?
Nuestra generación ha vivido ya tres crisis, sin hablar de la guerra de Gaza y la de Irán e Israel. Entonces, pensar que somos de cristal cuando nos hemos estado comiendo estas crisis… No sé si somos menos resistentes, pero vivimos peor que nuestros padres, aunque haya cosas mejores, y digamos que la terapia nos ayuda a lidiar con esa precariedad, al mismo tiempo que nos saca partido: los 65 o 70 pavos que cuesta la sesión. Porque la solución a nuestros problemas no es ir a terapia, sino tener un sueldo y una vivienda digna, y luego, si quieres y lo necesitas, ir a terapia.
En el relato de sus citas en Tinder deja claro que las mujeres no somos seres de luz, y que también podemos hacer luz de gas o ser irresponsables emocionales. ¿Haciendo amigas?
Creo que las mujeres podemos ser igual de cabronas que los hombres y al mismo tiempo creo que hay algo diferente en nosotras. La cultura del cuidado es el primer alfabeto de la mujer. Eso lo percibes cuando tienes citas con chicas. He tenido citas con chicos en los que, en los primeros 40 minutos, no me han hecho ni una pregunta. Las mujeres, sí. Ahora, la responsabilidad emocional pasa por hacernos cargo de lo que hacemos y decimos, y, en ese sentido, podemos ser exactamente igual de cabronas. No se nos enseña a amar ni a ser responsables. Creo que la responsabilidad emocional es el príncipe azul de las lesbianas, tan inaccesible como la vivienda.
Hay estudios que certifican que cada generación practica menos sexo que la anterior. ¿Por qué?
Para empezar, porque para follar no hace falta tener un vínculo afectivo, pero sí tiempo y un colchón.
O un coche.
Pero es que tampoco tenemos coche. Si acaso un patinete [ríe]. No, es más profundo que todo eso. Creo que, en esta sociedad tan hiperconectada y a la vez desconectada de los vínculos, hay una cultura del autoconsumo. Y, realmente, el objetivo de Tinder no es ni siquiera conocer a alguien. La realidad es que nos ayuda a consumirnos a nosotras mismas. No necesitas quedar con nadie para quedarte contenta. Quieres validación. Funciona como la ludopatía. Entonces, si haces tres matches en Tinder te han arreglado el día, y no tienes tiempo para quedar y follar. En Tinder se autoconsume más que se consuma.
Una vez oí a alguien decirle a alguien “qué pena que seas lesbiana, con lo mona que eres”. ¿A usted le ha pasado?
Pues a mí no, la verdad. Ahora que lo dices, igual no soy tan mona, jajaja.
Le pido que nos veamos en algún lugar que signifique algo para ella y me cita en el bar de Malasaña, viejo barrio moderno de Madrid, donde conoció a su última novia. Su posterior ruptura, un día de Reyes con el mismísimo roscón en la boca, es el punto de partida de Too Match, su primer libro, donde relata el rosario de citas en Tinder con el que afrontó el duelo, y retrata los usos y costumbres de una generación, la suya, marcada por la precariedad afectiva y económica. Un cuarto de hora antes de la hora convenida, avisa de que ya está en el lugar del crimen. Acaba de llegar de una rueda de prensa a la que ha acudido como periodista económica en el medio digital donde trabaja cubriendo temas de macroeconomía y vivienda. Charlamos, el fotógrafo hace las fotos y, media hora después de acabar, me escribe al móvil con una noticia última hora: “por si quieres incluirlo en la entrevista: me han despedido”. Empecemos por el principio. Ayer, la versión digital de la tradicional revista ¡Hola! abría con la boda de la futbolista Alba Redondo y Cristina Monleón. ¿Qué le sugiere el hecho? Me dejas loca. Claro, se están casando, ahí no hay duda de que son lesbianas. Eso significa que en España hemos avanzado algo. Normalmente, titulan de otro modo. Como cuando fotografían a Kristen Stewart emborrachándose con su novia y dicen que son “amigas”. Una mujer siempre es hetero hasta que se demuestra lo contario. Como los hombres, ¿no? No, es algo más profundo. Tú ves a dos mujeres en el cine y automáticamente piensas que son amigas. Si ves a un hombre y a una mujer, que son pareja. Se nos ha enseñado que el vínculo primigenio entre mujeres es la amistad, y eso, cuando eres lesbiana, es complicado. Tienes que luchar contra eso, sobre todo si te relacionas con chicas que no han tenido experiencia o se están descubriendo. ¿Qué es lo complicado? Me refiero a ligar con una chica siendo chica. Como nuestro vínculo primigenio es la amistad, no se nos ha enseñado a ligar entre mujeres. Las lesbianas tenemos que inventar un lenguaje. A todas se nos ha enseñado el lenguaje hetero, es como el inglés: si no lo hablas, no vas a ninguna parte. Si te gustan las mujeres hay que inventar otros códigos, y creo que ahora es cuando los estamos inventando. Lesbianas ha habido siempre. ¿Cómo lo hacían ellas? Como podían. La verdad es que nuestra generación ya ha tenido referentes lésbicos, pero nos faltan historias de amor, nos falta un relato, y ahora lo estamos inventando, saliéndonos de la estructura del sistema heteropatriarcal. Del amor heterosexual se ha escrito, filmado, hablado tanto que se ha podido romantizar. Y creo que, ahora, las lesbianas estamos romantizando las relaciones lésbicas. Hay escritoras que lo hacen y cada vez más existe ese relato. Eso ayuda a que te sientas representada y te acompañen en el proceso, desde el descubrimiento de la sexualidad y del amor lésbico, hasta el duelo para superarlo. Uno de cada cuatro jóvenes de la generación Z se declara bisexual, cuatro veces más que las generaciones anteriores. ¿Qué le sugiere? Eso ha cambiado y me parece maravilloso. Yo, que soy generación X, no lo he vivido. Estudié en un colegio de monjas y luego en uno de curas. Yo, hasta los 25 años, no me di cuenta de que me pudieran gustar las mujeres, y fue porque me enamoré de una compañera de trabajo. Creo que muchas mujeres de 40, 50, 60 y más años, no han tenido la oportunidad ni de plantearse esa posibilidad porque no se daba el escenario. Las más jóvenes ya han tenido referentes, como la actriz Anna Castillo, y las redes, en ese sentido, han ayudado a visibilizarlo y normalizarlo. ¿Usted ha tenido armario? El armario sigue existiendo, lo que pasa es que yo estoy fuera. Yo me reconocía como hetero cuando dejé a mi último novio porque me gustaba mi compañera. En ese momento, me di cuenta de que estaba en un armario y me tocaba salir. Se lo conté a mis padres, y ellos me abrieron camino en mi familia, pero hay parte de ella que no lo sabe. Igual se enteran por esta entrevista. Bueno, son hechos consumados. He publicado un libro como explícitamente lesbiana y lo he presentado en la Feria del Libro. Tampoco iba a dar una rueda de prensa. Ya estoy fuera del armario, y si alguien me quiere meter, que me meta, pero no me apetece volver a meterme yo para abrirlo, no sé si me entiendes. Yo creo que lo que habrá será el silencio típico de las familias. Se dedica al periodismo económico. ¿Diría que las finanzas son un entorno amigable para la homosexualidad? Creo que, en general, es un entorno conservador, pero tenemos más prejuicio de lo que luego es la realidad. Antes del libro, Too match fue una newsletter que escribía bajo pseudónimo, por dos razones: y las dos eran por miedo. Miedo porque yo ya tenía mi perfil como periodista económica y que el hecho de salir del armario como escritora de un libro sobre citas en Tinder se pudiera considerar algo poco serio. Y miedo a dejar de ligar en Tinder. Pasó lo contario. Me ha escrito hasta una consejera del Banco de España diciendo que le ha gustado el libro. Y ahora ligo más que nunca. Se habla del ‘gay radar’. ¿Usted tiene ‘bollo radar’? Jajaja. Pues no, y precisamente por lo que te comentaba de la amistad. Hay una frase mítica entre bolleras que dice: “no se si Fulanita está siendo maja o lesbiana”. O sea, tú quedas con chicas, hay una que te gusta, que está siendo simpática contigo, y dudas si ella tiene realmente interés afectivo porque le puedas atraer o, simplemente, quiere ser tu amiga. Por eso, la amistad femenina es maravillosa, pero también un gran obstáculo para las lesbianas. En el libro, habla de sexo lésbico y alude a “un polvo normal que para los heteros sería XXX”. ¿Cómo cree que nos imaginamos su intimidad los heterosexuales? Creo que la peña hetero no tiene la menor idea de cómo follamos las lesbianas, o las mujeres bisexuales. Tengo amigas que antes eran hetero a las que les han empezado a gustar las chicas y el primer miedo siempre es cómo acostarse con una mujer. Volvemos a lo mismo. Esa pregunta no existe en el mundo hetero porque hay un imaginario que hemos mamado y, sobre todo, una cultura del falocentrismo. Creo que a la gente hetero le cuesta imaginar un sexo donde los tiempos, el ritmo, los roles y hasta el clímax se ven liberados de la cultura del falo. ¿Usted también tuvo ese miedo en sus primeras relaciones lésbicas? Yo creo que me he descubierto a mí misma, o una parte de mí, gracias al sexo con mujeres. Cuando me acostaba con hombres me sentía alienada porque percibía que tenía que responder como alguien que no era. El sexo lésbico me ha ayudado a descubrirme en ese sentido, porque siento que hay mucha más libertad. De hecho, cuando me he acostado con un hombre después de haberme acostado con mujeres, por primera vez me he sentido yo misma. Su libro es rabiosamente urbano. ¿Hubiera podido escribirlo en su pueblo, Yecla, en Murcia? En Yecla no podría haber existido. Es un ambiente mucho más cerrado. Para contar citas en Tinder, primero, tienes que tenerlas, y eso ya es complicado, y luego gente que las lea. El otro día presenté el libro en Lorca, coincidiendo con el acto central del Orgullo, y fue, a la vez, muy emotivo y triste. Éramos un grupo relativamente reducido y sentías que verdaderamente hacía falta ese desfile. Aún había gente que te miraba raro, y eso que Lorca tiene 90.000 habitantes. A día de hoy, las lesbianas continuamos siendo invisibles en la sociedad. El Orgullo está colonizado por hombres y yo, como lesbiana, salgo porque siento que no estoy ahí. ¿Cómo es su relación de amor-odio con Madrid? Madrid es el telón de fondo de la historia, y hay una historia de amor tóxico con Madrid porque, al final, ser joven y vivir en una gran ciudad es tóxico, porque la ciudad no quiere que vivas en ella. Somos gentrificadores gentrificados. El hecho de que vivas en Malasaña y te gusten los bares cuquis, o que vayas a comprar comida preparada en vez de hacértela también forma parte de un esquema de horarios demenciales y de precariedad que nos agobia, y, a la vez, estamos perpetuando el sistema. Su libro es desternillante y amargo a la vez. ¿Eso cómo se hace? Para mí el humor es terapéutico, y un escudo que te protege de ti mismo. Coges el control de reírte de tus propias desgracias. Me siento culpable por ser una gentrificadora gentrificada, pero me río de eso, y al reírme, logro a la vez atacar y protegerme. ¿Qué opina de quienes les llaman ‘generación de cristal’? Nuestra generación ha vivido ya tres crisis, sin hablar de la guerra de Gaza y la de Irán e Israel. Entonces, pensar que somos de cristal cuando nos hemos estado comiendo estas crisis… No sé si somos menos resistentes, pero vivimos peor que nuestros padres, aunque haya cosas mejores, y digamos que la terapia nos ayuda a lidiar con esa precariedad, al mismo tiempo que nos saca partido: los 65 o 70 pavos que cuesta la sesión. Porque la solución a nuestros problemas no es ir a terapia, sino tener un sueldo y una vivienda digna, y luego, si quieres y lo necesitas, ir a terapia. En el relato de sus citas en Tinder deja claro que las mujeres no somos seres de luz, y que también podemos hacer luz de gas o ser irresponsables emocionales. ¿Haciendo amigas? Creo que las mujeres podemos ser igual de cabronas que los hombres y al mismo tiempo creo que hay algo diferente en nosotras. La cultura del cuidado es el primer alfabeto de la mujer. Eso lo percibes cuando tienes citas con chicas. He tenido citas con chicos en los que, en los primeros 40 minutos, no me han hecho ni una pregunta. Las mujeres, sí. Ahora, la responsabilidad emocional pasa por hacernos cargo de lo que hacemos y decimos, y, en ese sentido, podemos ser exactamente igual de cabronas. No se nos enseña a amar ni a ser responsables. Creo que la responsabilidad emocional es el príncipe azul de las lesbianas, tan inaccesible como la vivienda. Hay estudios que certifican que cada generación practica menos sexo que la anterior. ¿Por qué? Para empezar, porque para follar no hace falta tener un vínculo afectivo, pero sí tiempo y un colchón. O un coche. Pero es que tampoco tenemos coche. Si acaso un patinete [ríe]. No, es más profundo que todo eso. Creo que, en esta sociedad tan hiperconectada y a la vez desconectada de los vínculos, hay una cultura del autoconsumo. Y, realmente, el objetivo de Tinder no es ni siquiera conocer a alguien. La realidad es que nos ayuda a consumirnos a nosotras mismas. No necesitas quedar con nadie para quedarte contenta. Quieres validación. Funciona como la ludopatía. Entonces, si haces tres matches en Tinder te han arreglado el día, y no tienes tiempo para quedar y follar. En Tinder se autoconsume más que se consuma. Una vez oí a alguien decirle a alguien “qué pena que seas lesbiana, con lo mona que eres”. ¿A usted le ha pasado? Pues a mí no, la verdad. Ahora que lo dices, igual no soy tan mona, jajaja. Seguir leyendo
Le pido que nos veamos en algún lugar que signifique algo para ella y me cita en el bar de Malasaña, viejo barrio moderno de Madrid, donde conoció a su última novia. Su posterior ruptura, un día de Reyes con el mismísimo roscón en la boca, es el punto de partida de Too Match, su primer libro, donde relata el rosario de citas en Tinder con el que afrontó el duelo, y retrata los usos y costumbres de una generación, la suya, marcada por la precariedad afectiva y económica. Un cuarto de hora antes de la hora convenida, avisa de que ya está en el lugar del crimen. Acaba de llegar de una rueda de prensa a la que ha acudido como periodista económica en el medio digital donde trabaja cubriendo temas de macroeconomía y vivienda. Charlamos, el fotógrafo hace las fotos y, media hora después de acabar, me escribe al móvil con una noticia última hora: “por si quieres incluirlo en la entrevista: me han despedido”. Empecemos por el principio.
Ayer, la versión digital de la tradicional revista ¡Hola! abría con la boda de la futbolista Alba Redondo y Cristina Monleón. ¿Qué le sugiere el hecho?
Me dejas loca. Claro, se están casando, ahí no hay duda de que son lesbianas. Eso significa que en España hemos avanzado algo. Normalmente, titulan de otro modo. Como cuando fotografían a Kristen Stewart emborrachándose con su novia y dicen que son “amigas”. Una mujer siempre es hetero hasta que se demuestra lo contario.
Como los hombres, ¿no?
No, es algo más profundo. Tú ves a dos mujeres en el cine y automáticamente piensas que son amigas. Si ves a un hombre y a una mujer, que son pareja. Se nos ha enseñado que el vínculo primigenio entre mujeres es la amistad, y eso, cuando eres lesbiana, es complicado. Tienes que luchar contra eso, sobre todo si te relacionas con chicas que no han tenido experiencia o se están descubriendo.
¿Qué es lo complicado?
Me refiero a ligar con una chica siendo chica. Como nuestro vínculo primigenio es la amistad, no se nos ha enseñado a ligar entre mujeres. Las lesbianas tenemos que inventar un lenguaje. A todas se nos ha enseñado el lenguaje hetero, es como el inglés: si no lo hablas, no vas a ninguna parte. Si te gustan las mujeres hay que inventar otros códigos, y creo que ahora es cuando los estamos inventando.
Lesbianas ha habido siempre. ¿Cómo lo hacían ellas?
Como podían. La verdad es que nuestra generación ya ha tenido referentes lésbicos, pero nos faltan historias de amor, nos falta un relato, y ahora lo estamos inventando, saliéndonos de la estructura del sistema heteropatriarcal. Del amor heterosexual se ha escrito, filmado, hablado tanto que se ha podido romantizar. Y creo que, ahora, las lesbianas estamos romantizando las relaciones lésbicas. Hay escritoras que lo hacen y cada vez más existe ese relato. Eso ayuda a que te sientas representada y te acompañen en el proceso, desde el descubrimiento de la sexualidad y del amor lésbico, hasta el duelo para superarlo.
Uno de cada cuatro jóvenes de la generación Z se declara bisexual, cuatro veces más que las generaciones anteriores. ¿Qué le sugiere?
Eso ha cambiado y me parece maravilloso. Yo, que soy generación X, no lo he vivido. Estudié en un colegio de monjas y luego en uno de curas. Yo, hasta los 25 años, no me di cuenta de que me pudieran gustar las mujeres, y fue porque me enamoré de una compañera de trabajo. Creo que muchas mujeres de 40, 50, 60 y más años, no han tenido la oportunidad ni de plantearse esa posibilidad porque no se daba el escenario. Las más jóvenes ya han tenido referentes, como la actriz Anna Castillo, y las redes, en ese sentido, han ayudado a visibilizarlo y normalizarlo.
¿Usted ha tenido armario?
El armario sigue existiendo, lo que pasa es que yo estoy fuera. Yo me reconocía como hetero cuando dejé a mi último novio porque me gustaba mi compañera. En ese momento, me di cuenta de que estaba en un armario y me tocaba salir. Se lo conté a mis padres, y ellos me abrieron camino en mi familia, pero hay parte de ella que no lo sabe.
Igual se enteran por esta entrevista.
Bueno, son hechos consumados. He publicado un libro como explícitamente lesbiana y lo he presentado en la Feria del Libro. Tampoco iba a dar una rueda de prensa. Ya estoy fuera del armario, y si alguien me quiere meter, que me meta, pero no me apetece volver a meterme yo para abrirlo, no sé si me entiendes. Yo creo que lo que habrá será el silencio típico de las familias.
Se dedica al periodismo económico. ¿Diría que las finanzas son un entorno amigable para la homosexualidad?
Creo que, en general, es un entorno conservador, pero tenemos más prejuicio de lo que luego es la realidad. Antes del libro, Too match fue una newsletter que escribía bajo pseudónimo, por dos razones: y las dos eran por miedo. Miedo porque yo ya tenía mi perfil como periodista económica y que el hecho de salir del armario como escritora de un libro sobre citas en Tinder se pudiera considerar algo poco serio. Y miedo a dejar de ligar en Tinder. Pasó lo contario. Me ha escrito hasta una consejera del Banco de España diciendo que le ha gustado el libro. Y ahora ligo más que nunca.
Se habla del ‘gay radar’. ¿Usted tiene ‘bollo radar’?
Jajaja. Pues no, y precisamente por lo que te comentaba de la amistad. Hay una frase mítica entre bolleras que dice: “no se si Fulanita está siendo maja o lesbiana”. O sea, tú quedas con chicas, hay una que te gusta, que está siendo simpática contigo, y dudas si ella tiene realmente interés afectivo porque le puedas atraer o, simplemente, quiere ser tu amiga. Por eso, la amistad femenina es maravillosa, pero también un gran obstáculo para las lesbianas.

En el libro, habla de sexo lésbico y alude a “un polvo normal que para los heteros sería XXX”. ¿Cómo cree que nos imaginamos su intimidad los heterosexuales?
Creo que la peña hetero no tiene la menor idea de cómo follamos las lesbianas, o las mujeres bisexuales. Tengo amigas que antes eran hetero a las que les han empezado a gustar las chicas y el primer miedo siempre es cómo acostarse con una mujer. Volvemos a lo mismo. Esa pregunta no existe en el mundo hetero porque hay un imaginario que hemos mamado y, sobre todo, una cultura del falocentrismo. Creo que a la gente hetero le cuesta imaginar un sexo donde los tiempos, el ritmo, los roles y hasta el clímax se ven liberados de la cultura del falo.
¿Usted también tuvo ese miedo en sus primeras relaciones lésbicas?
Yo creo que me he descubierto a mí misma, o una parte de mí, gracias al sexo con mujeres. Cuando me acostaba con hombres me sentía alienada porque percibía que tenía que responder como alguien que no era. El sexo lésbico me ha ayudado a descubrirme en ese sentido, porque siento que hay mucha más libertad. De hecho, cuando me he acostado con un hombre después de haberme acostado con mujeres, por primera vez me he sentido yo misma.
Su libro es rabiosamente urbano. ¿Hubiera podido escribirlo en su pueblo, Yecla, en Murcia?
En Yecla no podría haber existido. Es un ambiente mucho más cerrado. Para contar citas en Tinder, primero, tienes que tenerlas, y eso ya es complicado, y luego gente que las lea. El otro día presenté el libro en Lorca, coincidiendo con el acto central del Orgullo, y fue, a la vez, muy emotivo y triste. Éramos un grupo relativamente reducido y sentías que verdaderamente hacía falta ese desfile. Aún había gente que te miraba raro, y eso que Lorca tiene 90.000 habitantes. A día de hoy, las lesbianas continuamos siendo invisibles en la sociedad. El Orgullo está colonizado por hombres y yo, como lesbiana, salgo porque siento que no estoy ahí.
¿Cómo es su relación de amor-odio con Madrid?
Madrid es el telón de fondo de la historia, y hay una historia de amor tóxico con Madrid porque, al final, ser joven y vivir en una gran ciudad es tóxico, porque la ciudad no quiere que vivas en ella. Somos gentrificadores gentrificados. El hecho de que vivas en Malasaña y te gusten los bares cuquis, o que vayas a comprar comida preparada en vez de hacértela también forma parte de un esquema de horarios demenciales y de precariedad que nos agobia, y, a la vez, estamos perpetuando el sistema.
Su libro es desternillante y amargo a la vez. ¿Eso cómo se hace?
Para mí el humor es terapéutico, y un escudo que te protege de ti mismo. Coges el control de reírte de tus propias desgracias. Me siento culpable por ser una gentrificadora gentrificada, pero me río de eso, y al reírme, logro a la vez atacar y protegerme.
¿Qué opina de quienes les llaman ‘generación de cristal’?
Nuestra generación ha vivido ya tres crisis, sin hablar de la guerra de Gaza y la de Irán e Israel. Entonces, pensar que somos de cristal cuando nos hemos estado comiendo estas crisis… No sé si somos menos resistentes, pero vivimos peor que nuestros padres, aunque haya cosas mejores, y digamos que la terapia nos ayuda a lidiar con esa precariedad, al mismo tiempo que nos saca partido: los 65 o 70 pavos que cuesta la sesión. Porque la solución a nuestros problemas no es ir a terapia, sino tener un sueldo y una vivienda digna, y luego, si quieres y lo necesitas, ir a terapia.
En el relato de sus citas en Tinder deja claro que las mujeres no somos seres de luz, y que también podemos hacer luz de gas o ser irresponsables emocionales. ¿Haciendo amigas?
Creo que las mujeres podemos ser igual de cabronas que los hombres y al mismo tiempo creo que hay algo diferente en nosotras. La cultura del cuidado es el primer alfabeto de la mujer. Eso lo percibes cuando tienes citas con chicas. He tenido citas con chicos en los que, en los primeros 40 minutos, no me han hecho ni una pregunta. Las mujeres, sí. Ahora, la responsabilidad emocional pasa por hacernos cargo de lo que hacemos y decimos, y, en ese sentido, podemos ser exactamente igual de cabronas. No se nos enseña a amar ni a ser responsables. Creo que la responsabilidad emocional es el príncipe azul de las lesbianas, tan inaccesible como la vivienda.
Hay estudios que certifican que cada generación practica menos sexo que la anterior. ¿Por qué?
Para empezar, porque para follar no hace falta tener un vínculo afectivo, pero sí tiempo y un colchón.
O un coche.
Pero es que tampoco tenemos coche. Si acaso un patinete [ríe]. No, es más profundo que todo eso. Creo que, en esta sociedad tan hiperconectada y a la vez desconectada de los vínculos, hay una cultura del autoconsumo. Y, realmente, el objetivo de Tinder no es ni siquiera conocer a alguien. La realidad es que nos ayuda a consumirnos a nosotras mismas. No necesitas quedar con nadie para quedarte contenta. Quieres validación. Funciona como la ludopatía. Entonces, si haces tres matches en Tinder te han arreglado el día, y no tienes tiempo para quedar y follar. En Tinder se autoconsume más que se consuma.
Una vez oí a alguien decirle a alguien “qué pena que seas lesbiana, con lo mona que eres”. ¿A usted le ha pasado?
Pues a mí no, la verdad. Ahora que lo dices, igual no soy tan mona, jajaja.
UN CLAVO NO SACA A OTRO CLAVO
La terapia popular a aplicar en caso de desamor fue, en el fondo, la autoexcusa que se puso Inma Benedito (Yecla, Murcia, 31 años) para meterse en la aplicación de citas Tinder tras su última ruptura con una pareja. Ese es el arranque de Too Match, el libro donde recoge, de la A a la Z, en peculiar orden alfabético, el catálogo de las citas con mujeres que mantuvo y, a la vez, disecciona el estilo de vida de su generación en una gran ciudad como Madrid. Benedito, periodista especializada en información económica, trabajó en Expansión y el portal Business Insider España, que decidió despedir a su plantilla justo al terminar esta entrevista. Busca empleo.
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