<p class=»ue-c-article__paragraph»>A los 87 años, José Sacristán mantiene una melodía crítica en la voz gravísima. Prefiere decir las cosas sin calcular las consecuencias. Es de los que no agachan la cabeza. <strong>En el cine y en el teatro lleva más de media vida</strong>. Desde las películas fáciles de aquellos años 60 (de gracia alicorta y rinconera) hasta el día de hoy, cualquiera puede decir la verdad sin temor: José Sacristán es un actor completo con traza de formidable. No sólo es hombre conocido y bien arraigado en la memoria de tres generaciones, también es un ciudadano alerta y un <i>rojo</i> de asentado prestigio, <strong>de los que apostaron por Izquierda Unida cuando existía algo formal llamado Izquierda Unida</strong>. Eran los días de Julio Anguita, que Dios tenga en su gloria. (Fue marchar Anguita y una parte de la izquierda pequeña pero atenta se fue licuando por su calleja de la amargura). Decía que José Sacristán es un actor de mucho mérito y miles de horas de trabajo en los costados. La voz le sale de la elástica laringe con un rumor de cueva limpia. <br>La otra mañana presentaba un espectáculo que echa a rodar en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, del 26 al 29 de junio, cuando alguien le preguntó por la corrupción en el partido de Pedro Sánchez y soltó lo que pensaba: «<strong>Es un punto y aparte en la historia del PSOE. Algo terrible, sin paliativos, vergonzoso</strong> (…) Esto no se soluciona pidiendo perdón y haciendo unas propuestas propuestas de más o menos inmediatez. Me parece insuficiente a todas luces (…) Algunos miserables se lo están cargando todo. Además, el efecto de casos así es mucho mayor cuando se comete dentro de la izquierda, porque la derecha cuenta con una feligresía que le es mucho más fiel». El espectáculo que va a estrenar se titula así: <i>Caminando con Antonio Machado: de ‘los días azules’ a ‘el sol de la infancia'</i>. Machado es el poeta cívico, el hombre bueno pensando distraído, corpulento, con una dignidad de su único tamaño. <strong>Antonio Machado, del que se han hecho todas las cosas posibles, es también un agua limpia que no deja de caer</strong> y la mirada partida entre el porqué y el daño de un exilio. Sacristán lo entiende bien. Un día de finales de abril le puso voz al discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE) que el poeta dejó sin leer cuando el franquismo echó este país siglos atrás. Cuando Antonio Machado murió en el exilio, en Colliure (Francia), el 22 de febrero de 1939, José Sacristán, que es del 37 y de Chinchón (Madrid), no había cumplido aún dos años. Estaban a 826 kilómetros de distancia.<br>Pero hay más cosas en Sacristán: cuando la dictadura aún estaba dando matraca después de muerto el dictador, formó parte de aquel tropel de gente que hoy tiene una cierta resonancia alegre: los que pusieron de su parte el esfuerzo necesario para <strong>recuperar en España la libertad y la democracia</strong>. Algunos dirán que antes de recuperar la potabilidad como país aprovechó en beneficio propio los resortes del franquismo en aquel cine mayoritario de los días de españolada. Y qué. <strong>La dignidad de trabajar sin perder el sentido ni la orientación de lo que piensas</strong> y hacia dónde puede ser parte de una evolución. Claro que no fue el <i>Federico Sánchez</i> de Cifesa, ni tampoco arriesgó como Juan Antonio Bardem, ni se metió en jaleos como Lola Gaos, ni era entonces tan sonoro como Paco Rabal, ni tan desplantao como Antonio Gades algo después o como Juan Diego. Y qué. Todo el mundo sabía cuando aún no convenía tirarse el rollo que José Sacristán era hombre de izquierdas. <br>No se trata de hacer aquí una prueba de contraste, sino de celebrar al actor que lleva 60 años haciando camino y acumula una de esas sabidurías profunda y rara con apariencia ligera. En alguna entrevosta que le hemos hecho en este periódico ha dicho cosas así: <strong>»Me gusta mirar atrás en mi vida porque nada huele a mierda como en la de otros»</strong>. Estas son las certezas que sólo se pronuncian delante de los otros cuando estás seguro de que las puedes decir. Una cosa es aparecer en el cine haciendo de panolis o de tipo hondo, de cadete o de periodista, de malo o de bondadoso, y otra más difícil es tener conciencia de quién eres y aunque te traicione el bulto del corazón, defender tu contrabando de ideas porque es noble, parejo a tu voluntad y no necesitas que se note a primera vista.<br>Sucede que la vejez se invisibiliza. Y su sale en los telediarios es para dar cuenta de otra tragedia imprevista. <strong>La vejez es muchas cosas, pero también tomar hora y sentido de algunos asuntos principales</strong>. Ser joven sólo es hacerse viejo más despacio. Aquel respeto tribal por los mayores quedó traspapelado. Ahora el viejo es alguien sin voz, apartado y mudo. Su sitio lo ocupan con cualquier estraperlo en la publicidad, en las tertulias, en las series. Pocos conservan la fuerza y el foco para dar su batalla. José Sacristán o Lola Herrera. Charo López. Petra Martínez. Ernesto Alterio. Miguel Rellán. Emilio Gutiérrez Caba. María Galiana. Luis Varela. Manuel Galiana. Pocos, claro. Da buen ánimo escuchar a Sacristán, ya que estamos, hablando un poco de todo y un mucho de ahora. Porque de eso se trata: de <strong>no perder la memoria para poder tener más futuro</strong>. José Sacristán lo sabe. Y como no tiene un tránsfuga dentro ni pasa de todo ni se le ablandó el cartílago, suelta razones así: «Soy un optimista melancólico por esa sensación de pérdida diaria, de que <strong>moriré rodeado de hijos de puta, ladrones, miserables y necios. Pero no me dejo derrota</strong>r y mantengo el optimismo de librar otra batalla». Porque todos los días hay que sacar la carreta del charco.</p>
El actor (87 años) presenta su nuevo espectáculo, ‘Caminando con Antonio Machado’ (Teatro Fernán Gómez de Madrid) y fiel a su manera de no callar vuelve a mostrar su desencanto ante los casos de corrupción del partido que lidera Pedro Sánchez: «Esto no se soluciona pidiendo perdón»
A los 87 años, José Sacristán mantiene una melodía crítica en la voz gravísima. Prefiere decir las cosas sin calcular las consecuencias. Es de los que no agachan la cabeza. En el cine y en el teatro lleva más de media vida. Desde las películas fáciles de aquellos años 60 (de gracia alicorta y rinconera) hasta el día de hoy, cualquiera puede decir la verdad sin temor: José Sacristán es un actor completo con traza de formidable. No sólo es hombre conocido y bien arraigado en la memoria de tres generaciones, también es un ciudadano alerta y un rojo de asentado prestigio, de los que apostaron por Izquierda Unida cuando existía algo formal llamado Izquierda Unida. Eran los días de Julio Anguita, que Dios tenga en su gloria. (Fue marchar Anguita y una parte de la izquierda pequeña pero atenta se fue licuando por su calleja de la amargura). Decía que José Sacristán es un actor de mucho mérito y miles de horas de trabajo en los costados. La voz le sale de la elástica laringe con un rumor de cueva limpia.
La otra mañana presentaba un espectáculo que echa a rodar en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, del 26 al 29 de junio, cuando alguien le preguntó por la corrupción en el partido de Pedro Sánchez y soltó lo que pensaba: «Es un punto y aparte en la historia del PSOE. Algo terrible, sin paliativos, vergonzoso (…) Esto no se soluciona pidiendo perdón y haciendo unas propuestas propuestas de más o menos inmediatez. Me parece insuficiente a todas luces (…) Algunos miserables se lo están cargando todo. Además, el efecto de casos así es mucho mayor cuando se comete dentro de la izquierda, porque la derecha cuenta con una feligresía que le es mucho más fiel». El espectáculo que va a estrenar se titula así: Caminando con Antonio Machado: de ‘los días azules’ a ‘el sol de la infancia’. Machado es el poeta cívico, el hombre bueno pensando distraído, corpulento, con una dignidad de su único tamaño. Antonio Machado, del que se han hecho todas las cosas posibles, es también un agua limpia que no deja de caer y la mirada partida entre el porqué y el daño de un exilio. Sacristán lo entiende bien. Un día de finales de abril le puso voz al discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE) que el poeta dejó sin leer cuando el franquismo echó este país siglos atrás. Cuando Antonio Machado murió en el exilio, en Colliure (Francia), el 22 de febrero de 1939, José Sacristán, que es del 37 y de Chinchón (Madrid), no había cumplido aún dos años. Estaban a 826 kilómetros de distancia.
Pero hay más cosas en Sacristán: cuando la dictadura aún estaba dando matraca después de muerto el dictador, formó parte de aquel tropel de gente que hoy tiene una cierta resonancia alegre: los que pusieron de su parte el esfuerzo necesario para recuperar en España la libertad y la democracia. Algunos dirán que antes de recuperar la potabilidad como país aprovechó en beneficio propio los resortes del franquismo en aquel cine mayoritario de los días de españolada. Y qué. La dignidad de trabajar sin perder el sentido ni la orientación de lo que piensas y hacia dónde puede ser parte de una evolución. Claro que no fue el Federico Sánchez de Cifesa, ni tampoco arriesgó como Juan Antonio Bardem, ni se metió en jaleos como Lola Gaos, ni era entonces tan sonoro como Paco Rabal, ni tan desplantao como Antonio Gades algo después o como Juan Diego. Y qué. Todo el mundo sabía cuando aún no convenía tirarse el rollo que José Sacristán era hombre de izquierdas.
No se trata de hacer aquí una prueba de contraste, sino de celebrar al actor que lleva 60 años haciando camino y acumula una de esas sabidurías profunda y rara con apariencia ligera. En alguna entrevosta que le hemos hecho en este periódico ha dicho cosas así: «Me gusta mirar atrás en mi vida porque nada huele a mierda como en la de otros». Estas son las certezas que sólo se pronuncian delante de los otros cuando estás seguro de que las puedes decir. Una cosa es aparecer en el cine haciendo de panolis o de tipo hondo, de cadete o de periodista, de malo o de bondadoso, y otra más difícil es tener conciencia de quién eres y aunque te traicione el bulto del corazón, defender tu contrabando de ideas porque es noble, parejo a tu voluntad y no necesitas que se note a primera vista.
Sucede que la vejez se invisibiliza. Y su sale en los telediarios es para dar cuenta de otra tragedia imprevista. La vejez es muchas cosas, pero también tomar hora y sentido de algunos asuntos principales. Ser joven sólo es hacerse viejo más despacio. Aquel respeto tribal por los mayores quedó traspapelado. Ahora el viejo es alguien sin voz, apartado y mudo. Su sitio lo ocupan con cualquier estraperlo en la publicidad, en las tertulias, en las series. Pocos conservan la fuerza y el foco para dar su batalla. José Sacristán o Lola Herrera. Charo López. Petra Martínez. Ernesto Alterio. Miguel Rellán. Emilio Gutiérrez Caba. María Galiana. Luis Varela. Manuel Galiana. Pocos, claro. Da buen ánimo escuchar a Sacristán, ya que estamos, hablando un poco de todo y un mucho de ahora. Porque de eso se trata: de no perder la memoria para poder tener más futuro. José Sacristán lo sabe. Y como no tiene un tránsfuga dentro ni pasa de todo ni se le ablandó el cartílago, suelta razones así: «Soy un optimista melancólico por esa sensación de pérdida diaria, de que moriré rodeado de hijos de puta, ladrones, miserables y necios. Pero no me dejo derrotar y mantengo el optimismo de librar otra batalla». Porque todos los días hay que sacar la carreta del charco.
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