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  Libros  Para salvar la Amazonia, escuchen a sus pueblos: el consejo póstumo de un periodista asesinado
Libros

Para salvar la Amazonia, escuchen a sus pueblos: el consejo póstumo de un periodista asesinado

junio 12, 2025
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EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.

Dom Phillipps nos dejó una gran pregunta sin respuesta: ¿Cómo salvar la Amazonia? En un borrador del último capítulo de su libro escribió: “Escuchen a los pueblos indígenas”. El mundo, añadía, “no es una serie de naciones y sociedades inconexas y aleatorias, sino un todo imbricado cuya supervivencia depende de la cooperación, no de la competencia”. Para entender esto, argumentaba, “los mejores maestros son los habitantes originarios de la Amazonia: sus pueblos indígenas”.

Dom y Bruno Pereira pasaron el último día de sus vidas buscando la manera de aprender de esos maestros. Antes de escribir esta conclusión extraída del libro que Dom no pudo terminar, volví sobre sus pasos adentrándome de nuevo en el Valle del Yavarí, donde se forjó su amistad con esos pueblos.

Pese a encontrarse en primera línea de un conflicto letal, el Lago do Jaburu, en ese mismo valle, transmite una calma inusitada. Se ven un par de esas típicas cabañas ribereñas, construidas sobre pilotes a base de tablones de madera y techos de chapa ondulada, encaramadas en lo alto de una empinada orilla sobre el río Itaquaí. Dom y Bruno habían venido aquí para unirse a un equipo de vigilancia indígena que patrullaba la frontera entre el territorio protegido y las tierras del interior.

Durante la mañana y la tarde de ese último día, Dom, con su rigor habitual, entrevistó a cada uno de los 13 hombres del equipo de vigilancia, haciéndoles a todos las mismas preguntas: ¿Cómo protegían su territorio? ¿Para quién protegían la naturaleza? ¿Cómo les afectaba la situación política?

Protesta por la desaparición de Dom Phillips y Bruno Araujo Pereira, en Río de Janeiro, en 2022.

El clima político en Brasil había dado un giro brusco desde que Jair Bolsonaro fuera elegido presidente en 2019. Tras sus primeros doce meses en el poder, la deforestación en la Amazonia había alcanzado su nivel más alto de esta última década. Las emisiones de gases de efecto invernadero en Brasil aumentaron un 12,2% de 2020 a 2021, la cifra más alta de los últimos 19 años. Al mismo tiempo, las multas por delitos medioambientales descendieron un 38%. Todo eso estaba sucediendo con la connivencia del Gobierno de extrema derecha de Bolsonaro, que no solo negaba toda responsabilidad, sino que se dedicaba además a culpar a otros a voz en grito.

Me enteré de las entrevistas que había hecho Dom al equipo de vigilancia conversando con Higson Dias Kanamari, del pueblo kanamari y miembro de dicho equipo. Higson recordó su último encuentro con Dom con una mezcla de afecto y horror. “Estaba feliz de encontrarse entre nosotros, los indígenas”, dijo. “Nos sentía como su segunda familia. Cuidábamos de él. Se le veía encantado de estar con nosotros. Por desgracia, no logramos prever el alcance de la maldad de que era capaz esa gente”.

En las semanas que siguieron a la muerte de Dom y Bruno, la ciudad más cercana, Atalaia do Norte, se inundó de periodistas. Los residentes comentaban con triste ironía el contraste entre la intensa cobertura de la muerte de un periodista extranjero blanco y el asesinato, ocurrido tres años antes, del oficial de la FUNAI Maxciel Pereira dos Santos, que había trabajado estrechamente con Bruno en la investigación de operaciones de pesca y caza ilegales. La familia de Maxciel cree que sus asesinos son las mismas personas que mataron a Bruno y Dom. Pero jamás se llegó a imputar a nadie, y el caso apenas tuvo eco más allá de la región.

Además de ese doble rasero, Higson dijo que la manera en que se trataron ambos casos denota cuáles son las historias que logran atraer la atención de un público global. “Cuando mataron a Maxciel, nadie se inmutó. Pero con Dom y Bruno, el interés fue enorme”. Él lo percibió como algo positivo: “Los medios de comunicación fueron el punto focal que permitió al mundo conocer a los defensores de la selva”.

Dom es un mártir amazónico inusual por el hecho de ser blanco y proceder de un país rico. Normalmente, suelen ser indígenas, quilombolas, ribereños. Son víctimas de asesinatos que nadie investiga y cuya tragedia no se lee en los medios de comunicación: personas con nombres y rostros prácticamente desconocidos más allá de sus lugares de origen. Y la historia se repite en todo el mundo, con más de 1.900 personas asesinadas desde 2012 por intentar proteger sus tierras y recursos. Eso supone una media de un asesinato cada dos días.

Me pregunto qué habría escrito Dom sobre los años posteriores a Bolsonaro. Desde que murieron él y Bruno, se han detectado algunos tímidos indicios de cambio. En 2023, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, prometió la deforestación cero para finales de la década, nombró por primera vez en Brasil a una ministra indígena, Sonia Guajajara, reconoció más de media docena de nuevos territorios indígenas e introdujo medidas hacia la bioeconomía. Y su ministra de Medio Ambiente, la amazónica Marina Silva, logró aplazar la aprobación de la prospección petrolífera cerca de la desembocadura del río Amazonas y la renovación de la licencia para la presa hidroeléctrica de Belo Monte.

Es un avance, aunque desigual y del todo insuficiente. Los grupos indígenas del Valle del Yavarí manifestaron que no veían ninguna mejora sobre el terreno. En otros lugares, algunos problemas incluso han empeorado. El Congreso, dominado por la agroindustria, ha tomado medidas para limitar las futuras demarcaciones de tierras y ha intentado impulsar nuevos megaproyectos, entre ellos una importante modernización de la carretera BR-319, que atraviesa una de las últimas zonas vírgenes de la selva tropical.

Eso nos recuerda, por si fuera necesario, que las políticas de mando y control impulsadas por el Gobierno son importantes, pero tienen sus límites. La deforestación se ha reducido en un impresionante 50%, pero eso tan solo ha ralentizado la destrucción. La Amazonia se acerca peligrosamente a un punto de inflexión.

Para que la selva y sus habitantes logren resistir y mantener su diversidad, independencia y cultura tradicional, será necesaria una transformación más profunda. La batalla fundamental por la Amazonia se libra en los corazones y en las mentes de la gente. Sin duda, defender el territorio sobre el terreno fue un primer paso fundamental. Y con el apoyo del Gobierno se logró ralentizar la destrucción. También sería de gran ayuda aportar transparencia a las cadenas de suministro de la carne de vacuno y la soja; y replantearse los proyectos de infraestructura destructivos. Atribuir más valor a los bosques vivos que muertos constituiría un cambio paradigmático. Si se logra garantizar la financiación internacional, eso debería acelerar la transición hacia un futuro sostenible. El ecoturismo y los impuestos sobre el carbono podrían jugar un papel importante en este contexto. Y obligar a las multinacionales farmacéuticas a compartir los beneficios de la biodiversidad incentivaría la conservación y contribuiría al sustento de los habitantes de la zona.

Pero para que todas estas ideas funcionen, es fundamental encontrar una manera más sana de percibir la selva. Hay que saber escuchar, establecer una nueva relación con la naturaleza. O, mejor aún, redescubrir las virtudes de la relación de antaño. No tiene por qué ser complicado. Puede surgir de manera instintiva. Puede ser la felicidad que nos invade al ver el mundo como debería ser. Incluso puede comenzar por esa simple expresión de alegría que Dom compartió en la última publicación de su vida en las redes sociales: Amazônia, sua linda! (Amazonia, ¡qué hermosa eres!).

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 Dom Philipps y Bruno Pereira fueron asesinados mientras viajaban para escribir un libro sobre la mayor selva tropical del mundo. Excompañeros del británico han honrado su memoria terminando de escribirlo. Este es un fragmento de la obra  

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Dom Phillipps nos dejó una gran pregunta sin respuesta: ¿Cómo salvar la Amazonia? En un borrador del último capítulo de su libro escribió: “Escuchen a los pueblos indígenas”. El mundo, añadía, “no es una serie de naciones y sociedades inconexas y aleatorias, sino un todo imbricado cuya supervivencia depende de la cooperación, no de la competencia”. Para entender esto, argumentaba, “los mejores maestros son los habitantes originarios de la Amazonia: sus pueblos indígenas”.

Dom y Bruno Pereira pasaron el último día de sus vidas buscando la manera de aprender de esos maestros. Antes de escribir esta conclusión extraída del libro que Dom no pudo terminar, volví sobre sus pasos adentrándome de nuevo en el Valle del Yavarí, donde se forjó su amistad con esos pueblos.

Pese a encontrarse en primera línea de un conflicto letal, el Lago do Jaburu, en ese mismo valle, transmite una calma inusitada. Se ven un par de esas típicas cabañas ribereñas, construidas sobre pilotes a base de tablones de madera y techos de chapa ondulada, encaramadas en lo alto de una empinada orilla sobre el río Itaquaí. Dom y Bruno habían venido aquí para unirse a un equipo de vigilancia indígena que patrullaba la frontera entre el territorio protegido y las tierras del interior.

Durante la mañana y la tarde de ese último día, Dom, con su rigor habitual, entrevistó a cada uno de los 13 hombres del equipo de vigilancia, haciéndoles a todos las mismas preguntas: ¿Cómo protegían su territorio? ¿Para quién protegían la naturaleza? ¿Cómo les afectaba la situación política?

Protesta por la desaparición de Dom Phillips y Bruno Araujo Pereira, en Río de Janeiro, en 2022.
Protesta por la desaparición de Dom Phillips y Bruno Araujo Pereira, en Río de Janeiro, en 2022.PILAR OLIVARES (REUTERS)

El clima político en Brasil había dado un giro brusco desde que Jair Bolsonaro fuera elegido presidente en 2019. Tras sus primeros doce meses en el poder, la deforestación en la Amazonia había alcanzado su nivel más alto de esta última década. Las emisiones de gases de efecto invernadero en Brasil aumentaron un 12,2% de 2020 a 2021, la cifra más alta de los últimos 19 años. Al mismo tiempo, las multas por delitos medioambientales descendieron un 38%. Todo eso estaba sucediendo con la connivencia del Gobierno de extrema derecha de Bolsonaro, que no solo negaba toda responsabilidad, sino que se dedicaba además a culpar a otros a voz en grito.

Me enteré de las entrevistas que había hecho Dom al equipo de vigilancia conversando con Higson Dias Kanamari, del pueblo kanamari y miembro de dicho equipo. Higson recordó su último encuentro con Dom con una mezcla de afecto y horror. “Estaba feliz de encontrarse entre nosotros, los indígenas”, dijo. “Nos sentía como su segunda familia. Cuidábamos de él. Se le veía encantado de estar con nosotros. Por desgracia, no logramos prever el alcance de la maldad de que era capaz esa gente”.

En las semanas que siguieron a la muerte de Dom y Bruno, la ciudad más cercana, Atalaia do Norte, se inundó de periodistas. Los residentes comentaban con triste ironía el contraste entre la intensa cobertura de la muerte de un periodista extranjero blanco y el asesinato, ocurrido tres años antes, del oficial de la FUNAI Maxciel Pereira dos Santos, que había trabajado estrechamente con Bruno en la investigación de operaciones de pesca y caza ilegales. La familia de Maxciel cree que sus asesinos son las mismas personas que mataron a Bruno y Dom. Pero jamás se llegó a imputar a nadie, y el caso apenas tuvo eco más allá de la región.

Además de ese doble rasero, Higson dijo que la manera en que se trataron ambos casos denota cuáles son las historias que logran atraer la atención de un público global. “Cuando mataron a Maxciel, nadie se inmutó. Pero con Dom y Bruno, el interés fue enorme”. Él lo percibió como algo positivo: “Los medios de comunicación fueron el punto focal que permitió al mundo conocer a los defensores de la selva”.

Dom es un mártir amazónico inusual por el hecho de ser blanco y proceder de un país rico. Normalmente, suelen ser indígenas, quilombolas, ribereños. Son víctimas de asesinatos que nadie investiga y cuya tragedia no se lee en los medios de comunicación: personas con nombres y rostros prácticamente desconocidos más allá de sus lugares de origen. Y la historia se repite en todo el mundo, con más de 1.900 personas asesinadas desde 2012 por intentar proteger sus tierras y recursos. Eso supone una media de un asesinato cada dos días.

Me pregunto qué habría escrito Dom sobre los años posteriores a Bolsonaro. Desde que murieron él y Bruno, se han detectado algunos tímidos indicios de cambio. En 2023, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, prometió la deforestación cero para finales de la década, nombró por primera vez en Brasil a una ministra indígena, Sonia Guajajara, reconoció más de media docena de nuevos territorios indígenas e introdujo medidas hacia la bioeconomía. Y su ministra de Medio Ambiente, la amazónica Marina Silva, logró aplazar la aprobación de la prospección petrolífera cerca de la desembocadura del río Amazonas y la renovación de la licencia para la presa hidroeléctrica de Belo Monte.

Es un avance, aunque desigual y del todo insuficiente. Los grupos indígenas del Valle del Yavarí manifestaron que no veían ninguna mejora sobre el terreno. En otros lugares, algunos problemas incluso han empeorado. El Congreso, dominado por la agroindustria, ha tomado medidas para limitar las futuras demarcaciones de tierras y ha intentado impulsar nuevos megaproyectos, entre ellos una importante modernización de la carretera BR-319, que atraviesa una de las últimas zonas vírgenes de la selva tropical.

Eso nos recuerda, por si fuera necesario, que las políticas de mando y control impulsadas por el Gobierno son importantes, pero tienen sus límites. La deforestación se ha reducido en un impresionante 50%, pero eso tan solo ha ralentizado la destrucción. La Amazonia se acerca peligrosamente a un punto de inflexión.

Para que la selva y sus habitantes logren resistir y mantener su diversidad, independencia y cultura tradicional, será necesaria una transformación más profunda. La batalla fundamental por la Amazonia se libra en los corazones y en las mentes de la gente. Sin duda, defender el territorio sobre el terreno fue un primer paso fundamental. Y con el apoyo del Gobierno se logró ralentizar la destrucción. También sería de gran ayuda aportar transparencia a las cadenas de suministro de la carne de vacuno y la soja; y replantearse los proyectos de infraestructura destructivos. Atribuir más valor a los bosques vivos que muertos constituiría un cambio paradigmático. Si se logra garantizar la financiación internacional, eso debería acelerar la transición hacia un futuro sostenible. El ecoturismo y los impuestos sobre el carbono podrían jugar un papel importante en este contexto. Y obligar a las multinacionales farmacéuticas a compartir los beneficios de la biodiversidad incentivaría la conservación y contribuiría al sustento de los habitantes de la zona.

Pero para que todas estas ideas funcionen, es fundamental encontrar una manera más sana de percibir la selva. Hay que saber escuchar, establecer una nueva relación con la naturaleza. O, mejor aún, redescubrir las virtudes de la relación de antaño. No tiene por qué ser complicado. Puede surgir de manera instintiva. Puede ser la felicidad que nos invade al ver el mundo como debería ser. Incluso puede comenzar por esa simple expresión de alegría que Dom compartió en la última publicación de su vida en las redes sociales: Amazônia, sua linda! (Amazonia, ¡qué hermosa eres!).

Jonathan Watts es cocreador de Sumaúma.com y del Rainforest Journalism Fund. También es el editor global para temas medioambientales de The Guardian, desde las selvas tropicales del Amazonas.

Este extracto de How To Save The Amazon:  A Journalist’s Fatal Quest For Answers ha sido aportado por la agrupación periodística global Covering Climate Now.

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