El último libro de Javier Cercas, uno de los escritores más celebrados de las letras españolas actuales, es una valiosa y profunda crónica de tema vaticano. En El loco de Dios en el fin del mundo —un grueso volumen de casi medio millar de páginas—, el narrador relata la invitación que le extiende el Dicasterio para la Comunicación para escribir un libro sobre el papa Francisco. La propuesta incluye la apertura a los laberintos del Estado más pequeño del mundo y una invitación al viaje apostólico que el pontífice realizó, en septiembre de 2023, a Mongolia, un antiguo satélite soviético de pasado imperial, de escasa población (poco más de tres millones de habitantes) y aún más escasos católicos (apenas unos 1.500). Cercas, ateo militante y anticlerical, se convence del proyecto cuando se abre la posibilidad de interrogar a solas al papa por aquella certeza de su madre, profundamente creyente, en la resurrección de los muertos, esa convicción de que, tras la muerte, se encontrará en cuerpo y alma con su difunto esposo.
El loco de Dios en el fin del mundo se divide en tres partes: antes, durante y después de la visita a Mongolia. En los preparativos para el viaje, Cercas se entrevista con relevantes intelectuales católicos, funcionarios vaticanos y cardenales. Así, se relatan las conversaciones del autor con el jesuita Antonio Spadaro (director de la revista La Civilta Catolica), el cardenal Tolentino (obispo a cargo del Dicasterio de Cultura y Educación del Vaticano, y relevante poeta en lengua portuguesa) o Andrea Tornielli (director de los medios vaticanos), entre muchos otros personajes. Cercas es deferente con las voces que entrevista (cuyas conversaciones se alargan, a ratos, en exceso), quienes entregan un pormenorizado balance del pontificado de Francisco y dan luces de lo que implica el viaje que emprenderá a Mongolia. La segunda parte —la ida a Asia Central— posee un carácter distinto, propio de una crónica de viajes que le toma el pulso a un país situado entre dos potencias, conocido por el autor en el contexto excepcionalísimo de una comitiva papal en la que Cercas se integra al grupo de los periodistas.
La experiencia mongoliana refleja a la perfección la doble dimensión de la visita de Francisco: por un lado, el significado geopolítico de ir a un país tironeado por Rusia y China, con la oportunidad de enviar señales (y telegramas protocolares) a este último, un gigante que posee una tensa relación con el Vaticano, en particular por los nombramientos episcopales que el gobierno chino no quiere dejar en manos de Roma. Por otro lado —y aquí radica uno de los puntos más altos del libro— encontramos el significado pastoral del viaje. El afán del argentino por visitar una iglesia pequeña y pujante, irrelevante a los ojos europeos o americanos acostumbrados a las grandes masas de fieles, dice mucho acerca de Francisco y los énfasis de su pontificado, preocupado de las periferias más que de los centros de la cristiandad (Francisco visitó numerosos países del fin del mundo, pero nunca viajó a España o a París). Allí, Cercas se encuentra con otra pléyade de personajes notables: el padre Giovanni, un italiano de misión en China que, con sus aires de pendenciero, se queja de la comodidad e inmovilidad de los creyentes europeos; el padre Ernesto, un misionero de La Consolata que lleva 20 años en Mongolia, que antes estuvo en Zaire, y que ha dedicado su vida a encarnar y predicar el Evangelio en los lugares más recónditos del mundo; la hermana Francesca o la hermana Ana, dedicadas a atender a los más necesitados en una nación repleta de pobreza y marginalidad donde se predican mayoritariamente el budismo y el chamanismo. Todos ellos son los “locos de Dios”, unos tipos desequilibrados que han dejado comodidades, oportunidades y redes por una promesa en la que Cercas no cree, pero que contempla con sorpresa entre sus interlocutores y que lo llevan a preguntarse por las razones de su actuar.
Además de una buena dosis de humor y su talento de cronista, el libro posee una significativa hondura espiritual. Logra, en primer lugar, dibujar a grandes rasgos la biografía de Bergoglio, preguntándose por los hitos de su vida, sus contradicciones y puntos ciegos, y describiendo la trayectoria que termina con quien fuera arzobispo de Buenos Aires sentado en el trono de Pedro. Asimismo, Cercas busca responder las interrogantes que le despiertan un elenco notable de personajes dedicados a predicar la fe de su infancia, que él perdió tras la lectura de San Manuel Bueno, mártir, esa extraordinaria novela de Unamuno: funcionarios eruditos y misioneros abnegados; administradores eficientes y cardenales de sensibilidad poética; mujeres empoderadas y sacerdotes rebeldes que mantienen viva la fe y la esperanza de sus comunidades. Entre todos ellos, sobresale la figura de Fazzini, el cicerone del narrador, quien desde su puesto en la administración vaticana lo acompañará por los laberintos romanos, y que será, además de un irredento glotón, un ejemplo de la bondad y humanidad detrás de una estructura antiquísima dispuesta a preguntarse cómo actualizar su mensaje en una época de profunda secularización.
A pesar de que le sobra un centenar de páginas y de que, por momentos, su narración sea algo maniquea en su manera de presentar lo que ha significado Francisco en la Iglesia actual —la promoción de la misión versus la pompa y el estancamiento de la burocracia eclesial; el desprendimiento y el servicio de unos versus la ambición de poder de otros, etc.—, no cabe duda de que Cercas termina sorprendiéndose por la radicalidad y generosidad de un catolicismo que está en los lugares más inesperados del orbe: no solo en las misiones que se encuentra en Mongolia o que dan testimonio de su labor en Zaire, Kenia o China, sino también en hombres y mujeres que buscan entregar lo mejor de sí en sus trabajos en medio de la curia Vaticana, a la cual tantos de ellos pertenecen sin saberlo. Y así como denuncia una docena de veces que los medios se concentran en los asuntos políticos y anecdóticos del papa por sobre el costado espiritual (y central) de su mensaje, Cercas no teme detenerse en estos desde un ateísmo convencido. Desde allí, paradójicamente, es capaz de reflexionar con lucidez sobre los temas centrales de la fe católica. El loco de Dios en el fin del mundo no será el mejor libro de Cercas —cuya extensa obra incluye libros extraordinarios, como Soldados de Salamina o Anatomía de un instante—; sin embargo, es un texto que, con sus imperfecciones, le toma el pulso con franqueza, libertad y una buena dosis de cariño a un tema siempre propenso a las caricaturas, como lo son el Vaticano y sus laberintos de poder.
Javier Cercas es deferente con las voces que entrevista, quienes entregan un pormenorizado balance del pontificado de Francisco y dan luces de lo que implica el viaje que emprenderá a Mongolia
El último libro de Javier Cercas, uno de los escritores más celebrados de las letras españolas actuales, es una valiosa y profunda crónica de tema vaticano. En El loco de Dios en el fin del mundo —un grueso volumen de casi medio millar de páginas—, el narrador relata la invitación que le extiende el Dicasterio para la Comunicación para escribir un libro sobre el papa Francisco. La propuesta incluye la apertura a los laberintos del Estado más pequeño del mundo y una invitación al viaje apostólico que el pontífice realizó, en septiembre de 2023, a Mongolia, un antiguo satélite soviético de pasado imperial, de escasa población (poco más de tres millones de habitantes) y aún más escasos católicos (apenas unos 1.500). Cercas, ateo militante y anticlerical, se convence del proyecto cuando se abre la posibilidad de interrogar a solas al papa por aquella certeza de su madre, profundamente creyente, en la resurrección de los muertos, esa convicción de que, tras la muerte, se encontrará en cuerpo y alma con su difunto esposo.
El loco de Dios en el fin del mundo se divide en tres partes: antes, durante y después de la visita a Mongolia. En los preparativos para el viaje, Cercas se entrevista con relevantes intelectuales católicos, funcionarios vaticanos y cardenales. Así, se relatan las conversaciones del autor con el jesuita Antonio Spadaro (director de la revista La Civilta Catolica), el cardenal Tolentino (obispo a cargo del Dicasterio de Cultura y Educación del Vaticano, y relevante poeta en lengua portuguesa) o Andrea Tornielli (director de los medios vaticanos), entre muchos otros personajes. Cercas es deferente con las voces que entrevista (cuyas conversaciones se alargan, a ratos, en exceso), quienes entregan un pormenorizado balance del pontificado de Francisco y dan luces de lo que implica el viaje que emprenderá a Mongolia. La segunda parte —la ida a Asia Central— posee un carácter distinto, propio de una crónica de viajes que le toma el pulso a un país situado entre dos potencias, conocido por el autor en el contexto excepcionalísimo de una comitiva papal en la que Cercas se integra al grupo de los periodistas.
La experiencia mongoliana refleja a la perfección la doble dimensión de la visita de Francisco: por un lado, el significado geopolítico de ir a un país tironeado por Rusia y China, con la oportunidad de enviar señales (y telegramas protocolares) a este último, un gigante que posee una tensa relación con el Vaticano, en particular por los nombramientos episcopales que el gobierno chino no quiere dejar en manos de Roma. Por otro lado —y aquí radica uno de los puntos más altos del libro— encontramos el significado pastoral del viaje. El afán del argentino por visitar una iglesia pequeña y pujante, irrelevante a los ojos europeos o americanos acostumbrados a las grandes masas de fieles, dice mucho acerca de Francisco y los énfasis de su pontificado, preocupado de las periferias más que de los centros de la cristiandad (Francisco visitó numerosos países del fin del mundo, pero nunca viajó a España o a París). Allí, Cercas se encuentra con otra pléyade de personajes notables: el padre Giovanni, un italiano de misión en China que, con sus aires de pendenciero, se queja de la comodidad e inmovilidad de los creyentes europeos; el padre Ernesto, un misionero de La Consolata que lleva 20 años en Mongolia, que antes estuvo en Zaire, y que ha dedicado su vida a encarnar y predicar el Evangelio en los lugares más recónditos del mundo; la hermana Francesca o la hermana Ana, dedicadas a atender a los más necesitados en una nación repleta de pobreza y marginalidad donde se predican mayoritariamente el budismo y el chamanismo. Todos ellos son los “locos de Dios”, unos tipos desequilibrados que han dejado comodidades, oportunidades y redes por una promesa en la que Cercas no cree, pero que contempla con sorpresa entre sus interlocutores y que lo llevan a preguntarse por las razones de su actuar.
Además de una buena dosis de humor y su talento de cronista, el libro posee una significativa hondura espiritual. Logra, en primer lugar, dibujar a grandes rasgos la biografía de Bergoglio, preguntándose por los hitos de su vida, sus contradicciones y puntos ciegos, y describiendo la trayectoria que termina con quien fuera arzobispo de Buenos Aires sentado en el trono de Pedro. Asimismo, Cercas busca responder las interrogantes que le despiertan un elenco notable de personajes dedicados a predicar la fe de su infancia, que él perdió tras la lectura de San Manuel Bueno, mártir, esa extraordinaria novela de Unamuno: funcionarios eruditos y misioneros abnegados; administradores eficientes y cardenales de sensibilidad poética; mujeres empoderadas y sacerdotes rebeldes que mantienen viva la fe y la esperanza de sus comunidades. Entre todos ellos, sobresale la figura de Fazzini, el cicerone del narrador, quien desde su puesto en la administración vaticana lo acompañará por los laberintos romanos, y que será, además de un irredento glotón, un ejemplo de la bondad y humanidad detrás de una estructura antiquísima dispuesta a preguntarse cómo actualizar su mensaje en una época de profunda secularización.
A pesar de que le sobra un centenar de páginas y de que, por momentos, su narración sea algo maniquea en su manera de presentar lo que ha significado Francisco en la Iglesia actual —la promoción de la misión versus la pompa y el estancamiento de la burocracia eclesial; el desprendimiento y el servicio de unos versus la ambición de poder de otros, etc.—, no cabe duda de que Cercas termina sorprendiéndose por la radicalidad y generosidad de un catolicismo que está en los lugares más inesperados del orbe: no solo en las misiones que se encuentra en Mongolia o que dan testimonio de su labor en Zaire, Kenia o China, sino también en hombres y mujeres que buscan entregar lo mejor de sí en sus trabajos en medio de la curia Vaticana, a la cual tantos de ellos pertenecen sin saberlo. Y así como denuncia una docena de veces que los medios se concentran en los asuntos políticos y anecdóticos del papa por sobre el costado espiritual (y central) de su mensaje, Cercas no teme detenerse en estos desde un ateísmo convencido. Desde allí, paradójicamente, es capaz de reflexionar con lucidez sobre los temas centrales de la fe católica. El loco de Dios en el fin del mundo no será el mejor libro de Cercas —cuya extensa obra incluye libros extraordinarios, como Soldados de Salaminao Anatomía de un instante—; sin embargo, es un texto que, con sus imperfecciones, le toma el pulso con franqueza, libertad y una buena dosis de cariño a un tema siempre propenso a las caricaturas, como lo son el Vaticano y sus laberintos de poder.
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