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  Libros  “España es la gran productora de exiliados”: la visión de los escritores ingleses que han viajado por el país
Libros

“España es la gran productora de exiliados”: la visión de los escritores ingleses que han viajado por el país

junio 17, 2025
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“España es un manojo de pequeñas identidades”; “los españoles son amantes de la libertad, aunque conservadores; muy morales, aunque escépticos”; “España es la gran productora de exiliados”; “a los españoles les gusta celebrar en grandes grupos”. Estas frases fueron escritas por viajeros británicos que compartieron la fascinación por este país cuando lo descubrieron. El periodista y ensayista William Chislett (Oxford, 1951) ha reunido a 20 de ellos en el libro Los curiosos impertinentes: Hispanófilos británicos de los siglos XIX-XXI, editado por el Instituto Cervantes, donde se presentó el 11 de junio, y con prólogo del escritor Julio Llamazares.

Chislett, en conversación telefónica, explica que el título de su libro —tomado del de una novela corta que Cervantes intercaló en el Quijote— “describió a los primeros viajeros, esencialmente británicos, que escribieron sobre España, aunque no se sabe por qué se les llamó así”.

¿Por qué sobre todo son británicos los foráneos que han dejado testimonio de sus aventuras por España? Chislett, que fue corresponsal en Madrid de The Times entre 1975 y 1978 y vive en la capital desde 1986, apunta que “al comienzo del Grand Tour” —como se llamó a los viajes que jóvenes ingleses y franceses de la alta sociedad emprendieron desde finales del XVII, en especial por Italia—, “España no estaba incluida”. Sin embargo, a raíz de la participación de los militares ingleses en la Guerra de Independencia (1808-1814), “España empieza a suscitar interés porque al regresar a Inglaterra comentaron sus experiencias y escribieron libros”.

Cubierta de 'Aventura española', de Norman Lewis, uno de los viajeros ingleses por España, en la edición de 1935.

Entre los “curiosos impertinentes”, muchos de ellos de vida novelesca, destaca George Borrow (1803-1881), que recorrió parte de España vendiendo Biblias protestantes a lomos de una mula. Políglota, había sido enviado a la Península por la Sociedad Bíblica Británica. Entró desde la frontera portuguesa en Badajoz. Allí contactó con gitanos y empezó a aprender el caló hasta el punto de que comenzó a traducir a esa variedad del romaní El evangelio según san Lucas. Cuando llegó a la capital del reino, escribió por carta a su madre: “Madrid es una ciudad pequeña, […] pero está abarrotada de gente, como una colmena de abejas, y tiene muchas calles y fuentes bonitas”.

El periplo de Borrow coincidió con la primera de las guerras carlistas (1833-1840), así que, confesaba, prefería la discreción para no meterse en líos: “Yo soy de la política de la gente a cuya mesa me siento, o bajo cuyo techo duermo”. Sin embargo, Don Jorgito el inglés, como era conocido, no siempre tuvo fortuna porque fue detenido por desacato a un agente de la autoridad y encerrado en una cárcel en la que había una epidemia de tifus, cuenta Chislett. Cuando regresó a su tierra escribió La Biblia en España (1843), un gran éxito de ventas, traducido al poco a numerosos idiomas. A la hora de comparar su país con España, dijo: “Inglaterra no es de mi agrado. Reconozco lo avanzado de su civilización […] Pero confieso mi preferencia por la confusa, pobre y desdichada España”.

Richard Ford es uno de los viajeros ingleses más conocidos. “Al que planea recorrer España nunca estará de más aconsejarle que prescinda de ideas preconcebidas”, escribió. Él publicó un libro de gran repercusión en Inglaterra, Manual para viajeros por España (1845). De clase media alta, había llegado a Gibraltar en 1830 con su esposa, sus tres hijos y tres sirvientes. Vivió en Sevilla y Granada y se adaptó muy bien, recuerda Chislett: “Asistía a corridas, iba de caza y se convirtió en un aficionado del baile andaluz, mientras que su mujer aprendió a tocar la guitarra”.

Uno de los dibujos de Richard Ford durante su estancia en España, 'Vista hacia San Juan de los Reyes, Toledo'.

Este hispanófilo conoció el país en largas jornadas a caballo, y llevaba un diario en el que anotaba todo lo que veía. Sin embargo, sus ideas como conservador partidario de una sociedad jerárquica le llevaron a reflejar algunas descripciones de los españoles que en la primera edición de su libro tuvieron que ser retiradas por ofensivas: en Cataluña, “se cría el vicio y el descontento, se urde la revolución”. A los valencianos los vio “vengativos, hoscos, volubles y traicioneros”. El andaluz “es el mayor fanfarrón; alardea de su valor y riqueza. Acaba por creerse su propia mentira”. Chislett matiza que en realidad España “le encantaba, y le fascinaba particularmente la pervivencia de la influencia árabe en el sur”.

John Brand Trend (1887-1958) escribió más de una veintena de libros sobre España, entre ellos, España desde el sur, en el que repasaba la historia española con énfasis en su pasado musulmán, apunta Chislett. De familia acomodada, se había formado como periodista y crítico musical, pero cuando estalló la I Guerra Mundial se alistó en el Ejército. Después de los horrores del conflicto, se refugió en la tranquilidad de un país que había sido neutral.

Portada de 'La faz de España' (1950), de Gerald Brenan.

En 1922 acudió a Granada al célebre primer Concurso de cante jondo, invitado por Manuel de Falla, con quien le uniría una gran amistad para siempre. Trend aprendió español y fue el primer catedrático de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Cambridge.

Simpatizante de la República, durante la Guerra Civil ayudó a organizar la evacuación de casi cuatro mil niños vascos a Inglaterra a bordo del vapor Habana. Y casi al final del conflicto, cuando se enteró de que Antonio Machado había cruzado la frontera hacia Francia junto con su madre y su hermano José, le mandó una carta al hotel de Colliure donde se hospedaban, en la que ofrecía al poeta una plaza en la Universidad de Cambridge. Sin embargo, cuando la misiva llegó, Machado ya había muerto. Fue el hermano del escritor quien le respondió: “Sé muy bien cuánto se hubiera honrado aceptando este nombramiento”.

Mucho más conocido es Gerald Brenan (1894-1987), quien también llegó a España tras la Gran Guerra. Se instaló en el pueblo de Yegen, en la Alpujarra granadina, un lugar empobrecido del que le interesaba “lo exótico y lo primitivo”, señala Chislett. De allí surgió su libro Al sur de Granada.

Gerald Brenan, en una imagen de 1984.

Tras marcharse cuando empezó la Guerra Civil, volvió en 1953. El laberinto español y La faz de España son otros de sus libros. En este último dejó su opinión sobre lo que vio de la sociedad franquista: “La corrupción generalizada causa vergüenza […], la grave inflación ha llevado a las clases media y baja a soportar grandes apuros”. Él ya abogaba por una monarquía parlamentaria. Brenan está enterrado en el cementerio inglés de Málaga con esta inscripción en su lápida: “Escritor inglés: Amigo de España”.

Muy amigo de Brenan fue Victor Sawdon Pritchett (1900-1997), quien hizo el camino a pie de Badajoz a León durante la primavera de 1927, como relataba en su libro España en marcha. Cuatro años antes, un periódico irlandés lo había enviado a España tras el golpe militar del general Primo de Rivera.

Portada del libro 'Un forastero en España', de H. V. Morton (1955).

Más interesado en la gente que en los monumentos, Pritchett simpatizó con la Segunda República y volvió varias veces más a España, aunque acabó por sentirse decepcionado. En El temperamento español (1954) escribió, cuando el general Franco llevaba 15 años en el poder: “España es la gran productora de exiliados, un país incapaz de tolerar a su propia gente. Los moriscos, los judíos, los protestantes, los reformistas…”.

También llegaron poetas, como Laurie Lee (1914-1997), que desembarcó en el puerto de Vigo, en julio de 1935, con una mochila, una manta y un violín. Pasó 10 semanas caminando hasta Gibraltar, pasando, entre otras ciudades, por Zamora, Valladolid, Segovia, Madrid, Toledo, Cádiz, Málaga… En esa travesía describió el horrible calor que pasó: “Un león de bronce que lame el suelo por la tarde, dispuesto a devorar a cualquiera que no tenga la prudencia de ponerse a cubierto”. Aunque se fue al comienzo de la Guerra Civil, sus ideas de izquierdas le empujaron a volver en diciembre de 1937 para unirse en Valencia a las Brigadas Internacionales.

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Por último, Robert Graves (1895-1985), autor de la popular novela histórica Yo, Claudio. Graves era un superviviente de la I Guerra Mundial que se instaló en Mallorca por su clima, “mejor que cualquier otro de Europa”, decía. Relató esa vida en Mallorca Observed.

Chislett subraya de este grupo heterogéneo de escritores que en general “les llamó la atención la nobleza del español corriente, en contraste con el Gobierno y la clase política”. Han pasado décadas, pero Chislett comparte esa visión en la actualidad: “Me identifico con esos autores, la clase política no está a la altura del pueblo español”.

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 El periodista William Chislett reúne en el libro ‘Los curiosos impertinentes’ veinte testimonios de aventureros británicos que han recorrido España desde el siglo XIX  

“España es un manojo de pequeñas identidades”; “los españoles son amantes de la libertad, aunque conservadores; muy morales, aunque escépticos”; “España es la gran productora de exiliados”; “a los españoles les gusta celebrar en grandes grupos”. Estas frases fueron escritas por viajeros británicos que compartieron la fascinación por este país cuando lo descubrieron. El periodista y ensayista William Chislett (Oxford, 1951) ha reunido a 20 de ellos en el libro Los curiosos impertinentes: Hispanófilos británicos de los siglos XIX-XXI, editado por el Instituto Cervantes, donde se presentó el 11 de junio, y con prólogo del escritor Julio Llamazares.

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Chislett, en conversación telefónica, explica que el título de su libro —tomado del de una novela corta que Cervantes intercaló en el Quijote— “describió a los primeros viajeros, esencialmente británicos, que escribieron sobre España, aunque no se sabe por qué se les llamó así”.

¿Por qué sobre todo son británicos los foráneos que han dejado testimonio de sus aventuras por España? Chislett, que fue corresponsal en Madrid de The Times entre 1975 y 1978 y vive en la capital desde 1986, apunta que “al comienzo del Grand Tour” —como se llamó a los viajes que jóvenes ingleses y franceses de la alta sociedad emprendieron desde finales del XVII, en especial por Italia—, “España no estaba incluida”. Sin embargo, a raíz de la participación de los militares ingleses en la Guerra de Independencia (1808-1814), “España empieza a suscitar interés porque al regresar a Inglaterra comentaron sus experiencias y escribieron libros”.

Cubierta de 'Aventura española', de Norman Lewis, uno de los viajeros ingleses por España, en la edición de 1935.
Cubierta de ‘Aventura española’, de Norman Lewis, uno de los viajeros ingleses por España, en la edición de 1935.COLECCIÓN WILLIAM CHISLETT

Entre los “curiosos impertinentes”, muchos de ellos de vida novelesca, destaca George Borrow (1803-1881), que recorrió parte de España vendiendo Biblias protestantes a lomos de una mula. Políglota, había sido enviado a la Península por la Sociedad Bíblica Británica. Entró desde la frontera portuguesa en Badajoz. Allí contactó con gitanos y empezó a aprender el caló hasta el punto de que comenzó a traducir a esa variedad del romaní El evangelio según san Lucas. Cuando llegó a la capital del reino, escribió por carta a su madre: “Madrid es una ciudad pequeña, […] pero está abarrotada de gente, como una colmena de abejas, y tiene muchas calles y fuentes bonitas”.

El periplo de Borrow coincidió con la primera de las guerras carlistas (1833-1840), así que, confesaba, prefería la discreción para no meterse en líos: “Yo soy de la política de la gente a cuya mesa me siento, o bajo cuyo techo duermo”. Sin embargo, Don Jorgito el inglés, como era conocido, no siempre tuvo fortuna porque fue detenido por desacato a un agente de la autoridad y encerrado en una cárcel en la que había una epidemia de tifus, cuenta Chislett. Cuando regresó a su tierra escribió La Biblia en España (1843), un gran éxito de ventas, traducido al poco a numerosos idiomas. A la hora de comparar su país con España, dijo: “Inglaterra no es de mi agrado. Reconozco lo avanzado de su civilización […] Pero confieso mi preferencia por la confusa, pobre y desdichada España”.

Richard Ford es uno de los viajeros ingleses más conocidos. “Al que planea recorrer España nunca estará de más aconsejarle que prescinda de ideas preconcebidas”, escribió. Él publicó un libro de gran repercusión en Inglaterra, Manual para viajeros por España (1845). De clase media alta, había llegado a Gibraltar en 1830 con su esposa, sus tres hijos y tres sirvientes. Vivió en Sevilla y Granada y se adaptó muy bien, recuerda Chislett: “Asistía a corridas, iba de caza y se convirtió en un aficionado del baile andaluz, mientras que su mujer aprendió a tocar la guitarra”.

Uno de los dibujos de Richard Ford durante su estancia en España, 'Vista hacia San Juan de los Reyes, Toledo'.
Uno de los dibujos de Richard Ford durante su estancia en España, ‘Vista hacia San Juan de los Reyes, Toledo’.herederos de richard ford

Este hispanófilo conoció el país en largas jornadas a caballo, y llevaba un diario en el que anotaba todo lo que veía. Sin embargo, sus ideas como conservador partidario de una sociedad jerárquica le llevaron a reflejar algunas descripciones de los españoles que en la primera edición de su libro tuvieron que ser retiradas por ofensivas: en Cataluña, “se cría el vicio y el descontento, se urde la revolución”. A los valencianos los vio “vengativos, hoscos, volubles y traicioneros”. El andaluz “es el mayor fanfarrón; alardea de su valor y riqueza. Acaba por creerse su propia mentira”. Chislett matiza que en realidad España “le encantaba, y le fascinaba particularmente la pervivencia de la influencia árabe en el sur”.

John Brand Trend (1887-1958) escribió más de una veintena de libros sobre España, entre ellos, España desde el sur, en el que repasaba la historia española con énfasis en su pasado musulmán, apunta Chislett. De familia acomodada, se había formado como periodista y crítico musical, pero cuando estalló la I Guerra Mundial se alistó en el Ejército. Después de los horrores del conflicto, se refugió en la tranquilidad de un país que había sido neutral.

Portada de 'La faz de España' (1950), de Gerald Brenan.
Portada de ‘La faz de España’ (1950), de Gerald Brenan.COLECCIÓN WILLIAM CHISLETT

En 1922 acudió a Granada al célebre primer Concurso de cante jondo, invitado por Manuel de Falla, con quien le uniría una gran amistad para siempre. Trend aprendió español y fueel primer catedrático de Lengua y Literatura españolas de la Universidad de Cambridge.

Simpatizante de la República, durante la Guerra Civil ayudó a organizar la evacuación de casi cuatro mil niños vascos a Inglaterra a bordo del vapor Habana. Y casi al final del conflicto, cuando se enteró de que Antonio Machado había cruzado la frontera hacia Francia junto con su madre y su hermano José, le mandó una carta al hotel de Colliure donde se hospedaban, en la que ofrecía al poeta una plaza en la Universidad de Cambridge. Sin embargo, cuando la misiva llegó, Machado ya había muerto. Fue el hermano del escritor quien le respondió: “Sé muy bien cuánto se hubiera honrado aceptando este nombramiento”.

Mucho más conocido es Gerald Brenan (1894-1987), quien también llegó a España tras la Gran Guerra. Se instaló en el pueblo de Yegen, en la Alpujarra granadina, un lugar empobrecido del que le interesaba “lo exótico y lo primitivo”, señala Chislett. De allí surgió su libro Al sur de Granada.

Gerald Brenan, en una imagen de 1984.
Gerald Brenan, en una imagen de 1984. PABLO JULIÁ

Tras marcharse cuando empezó la Guerra Civil, volvió en 1953. El laberinto español y La faz de España son otros de sus libros. En este último dejó su opinión sobre lo que vio de la sociedad franquista: “La corrupción generalizada causa vergüenza […], la grave inflación ha llevado a las clases media y baja a soportar grandes apuros”. Él ya abogaba por una monarquía parlamentaria. Brenan está enterrado en el cementerio inglés de Málaga con esta inscripción en su lápida: “Escritor inglés: Amigo de España”.

Muy amigo de Brenan fue Victor Sawdon Pritchett (1900-1997), quien hizo el camino a pie de Badajoz a León durante la primavera de 1927, como relataba en su libro España en marcha. Cuatro años antes, un periódico irlandés lo había enviado a España tras el golpe militar del general Primo de Rivera.

Portada del libro 'Un forastero en España', de H. V. Morton (1955).
Portada del libro ‘Un forastero en España’, de H. V. Morton (1955).COLECCIÓN WILLIAM CHISLETT

Más interesado en la gente que en los monumentos, Pritchett simpatizó con la Segunda República y volvió varias veces más a España, aunque acabó por sentirse decepcionado. En El temperamento español (1954) escribió, cuando el general Franco llevaba 15 años en el poder: “España es la gran productora de exiliados, un país incapaz de tolerar a su propia gente. Los moriscos, los judíos, los protestantes, los reformistas…”.

También llegaron poetas, como Laurie Lee (1914-1997), que desembarcó en el puerto de Vigo, en julio de 1935, con una mochila, una manta y un violín. Pasó 10 semanas caminando hasta Gibraltar, pasando, entre otras ciudades, por Zamora, Valladolid, Segovia, Madrid, Toledo, Cádiz, Málaga… En esa travesía describió el horrible calor que pasó: “Un león de bronce que lame el suelo por la tarde, dispuesto a devorar a cualquiera que no tenga la prudencia de ponerse a cubierto”. Aunque se fue al comienzo de la Guerra Civil, sus ideas de izquierdas le empujaron a volver en diciembre de 1937 para unirse en Valencia a las Brigadas Internacionales.

Robert Graves, en 1954, en Mallorca.
Robert Graves, en 1954, en Mallorca.GETTY

Por último, Robert Graves (1895-1985), autor de la popular novela histórica Yo, Claudio. Graves era unsuperviviente de la I Guerra Mundial que se instaló en Mallorca por su clima, “mejor que cualquier otro de Europa”, decía. Relató esa vida en Mallorca Observed.

Chislett subraya de este grupo heterogéneo de escritores que en general “les llamó la atención la nobleza del español corriente, en contraste con el Gobierno y la clase política”. Han pasado décadas, pero Chislett comparte esa visión en la actualidad: “Me identifico con esos autores, la clase política no está a la altura del pueblo español”.

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