Es el primer día de lluvia del otoño, cuenta. No es que Mariana di Girolamo (Santiago de Chile, 34 años) viva en el futuro, sino que está, al otro lado de la pantalla de Zoom, en Santiago de Chile, la ciudad en la que creció, de la que huyó durante un tiempo —a Madrid— y a la cual necesitaba regresar. Hablamos con ella días después de la sesión de fotos en Madrid, en la que posó para S Moda vestida de Louis Vuitton. “Le pedí al universo viajar, pero descubrí que necesito una base sólida desde la cual partir y a la cual volver”. Ese centro de gravedad lo forman su marido, el músico y productor Sebastián Román, y su perro, Vito, junto a quienes ha reformado una casa de 1930 de un artista de la bohemia chilena, Carlos Leppe, con una preciosa araucaria en el patio. Está en la colmena Ñuñoa, un lugar “tranquilo, silencioso. Hay mucho cafecito, es buen barrio. También vive gente mayor. Me gusta ser local, conocer el restaurancito que quizás solo los locales sabemos. Nos hacen mucho bullying por ser hipsters”, bromea. Aquí están sus padres, sus hermanos, se mueve en bicicleta, hace pilates, cocina mucho, escucha música.
Esta es la rutina de Mariana cuando no está rodando bajo las órdenes de Pablo Larraín (lo hizo en 2019 en Ema) o compartiendo cartel con John Malkovich (“un sabio, un obrero, un hombre trabajador”), con quien acaba de trabajar en Wild Horse Nine, grabado entre Rapa Nui y Santiago: “Escuchar a John, no solo verlo y actuar con él, también escucharle hablar de la vida, de su experiencia…”. Cómo no maravillarse.
La actriz pertenece a la generación de intérpretes (Lux Pascal, Geraldine Neary) que empezó a trabajar en el momento en el que Chile ganó su primer Oscar. Fue en la categoría de cortometraje con Historia de un oso (2014, Gabriel Osorio), y aquel hito abrió un nuevo escenario para el cine del país sudamericano, el de los premios, la atención extranjera y los festivales de clase A. En ese contexto despegó Mariana, cuando se convirtió en María Belén Risopatrón (en la teleserie Pituca sin Lucas, estrenada en 2014) y después en María Elsa Quiroga (Perdona nuestros pecados, también en televisión): “Aún hay gente que me llama así por la calle, ¡María Elsa, María Elsa!”.
Nieta del dramaturgo Claudio di Girolamo, sobrina de la actriz Claudia di Girolamo e hija de la pintora Lucía Arteaga, su camino hacia la actuación no fue ni rápido ni directo. Llegó más bien como un salvavidas cuando, desencantada y estudiando Obstetricia en la Universidad de Chile, tomó la optativa de interpretación. “Hicimos Las brutas, una obra del Premio Nacional de Dramaturgia Juan Radrigán, y yo vibré. La experiencia de llevar algo al escenario, los ensayos, la puesta en escena, la búsqueda del vestuario, el vértigo, la presentación en vivo, el feedback…”. Y llegó “la llamada”: el director Pablo Larraín le ofrecía su primer protagonista en cine, en Ema. Aquel rol le cambió la vida y la llevó a jugar en las grandes ligas: la película compitió por el León de Oro en la 76ª edición del Festival de Venecia (al que volvería en 2024 con El jockey, de Luis Ortega) y se presentó también en San Sebastián (adonde regresó en 2020 con La Verónica, de Leonardo Medel). “¿Qué me falta hacer en España? Sigue estando el deseo, así que no lo plantearía como algo que ya no sucedió. Quiero hacer una película allí, trabajar con gente de allí. Con Bardem, Ana Rujas, Álex de la Iglesia, Almodóvar, con la Isabel Coixet. Y con Los Javis, soy muy fan”.
“Veo que hay ojos puestos, no solo sobre el cine chileno, sino también el latinoamericano, y siempre hay una representación grande [en los festivales]. Nos cuesta bastante levantar proyectos, pero se están gestando cosas. Nuestro cine es representativo, relevante. Te mentiría si no te digo que he soñado con ir a los Oscar, pero mi sueño también es seguir viviendo de esto que amo, contar historias y que lleguen al mundo”, explica sobre sus planes de futuro. Contar las historias en las que cree, las de la vida real, ha sido en ocasiones “un proceso doloroso”. En las elecciones presidenciales de 2017, tras la victoria de Sebastián Piñera, la actriz expresó su descontento públicamente: “Estuve bastante comprometida, la gente reaccionó y fue difícil. Tienes que estar preparada si te vas a meter en esos temas y defender lo que quieres”. Con todo, su visibilidad (rozando el millón de seguidores en Instagram) no le deja alternativa que ser vocal ante “el horror que está sucediendo en Gaza. La deshumanización, la desesperanza. Creo que el silencio es complicidad. Hay impotencia desde esta vereda, pero no por eso tenemos que guardar silencio”. Es clara en los temas que la remueven: la causa animalista o los derechos de las mujeres: “Me importa la mujer, la legalización del aborto, creo que estamos bastante lejos como país y como sociedad. Siempre voy a defender un aborto libre, legal y seguro”. Aunque suene “a pregunta de miss Universo, me gustaría que vivamos en un mundo más amable. Parecido al que recuerdo de cuando era pequeña”.
Es el primer día de lluvia del otoño, cuenta. No es que Mariana di Girolamo (Santiago de Chile, 34 años) viva en el futuro, sino que está, al otro lado de la pantalla de Zoom, en Santiago de Chile, la ciudad en la que creció, de la que huyó durante un tiempo —a Madrid— y a la cual necesitaba regresar. Hablamos con ella días después de la sesión de fotos en Madrid, en la que posó para S Moda vestida de Louis Vuitton. “Le pedí al universo viajar, pero descubrí que necesito una base sólida desde la cual partir y a la cual volver”. Ese centro de gravedad lo forman su marido, el músico y productor Sebastián Román, y su perro, Vito, junto a quienes ha reformado una casa de 1930 de un artista de la bohemia chilena, Carlos Leppe, con una preciosa araucaria en el patio. Está en la colmena Ñuñoa, un lugar “tranquilo, silencioso. Hay mucho cafecito, es buen barrio. También vive gente mayor. Me gusta ser local, conocer el restaurancito que quizás solo los locales sabemos. Nos hacen mucho bullying por ser hipsters”, bromea. Aquí están sus padres, sus hermanos, se mueve en bicicleta, hace pilates, cocina mucho, escucha música.Esta es la rutina de Mariana cuando no está rodando bajo las órdenes de Pablo Larraín (lo hizo en 2019 en Ema) o compartiendo cartel con John Malkovich (“un sabio, un obrero, un hombre trabajador”), con quien acaba de trabajar en Wild Horse Nine, grabado entre Rapa Nui y Santiago: “Escuchar a John, no solo verlo y actuar con él, también escucharle hablar de la vida, de su experiencia…”. Cómo no maravillarse.La actriz pertenece a la generación de intérpretes (Lux Pascal, Geraldine Neary) que empezó a trabajar en el momento en el que Chile ganó su primer Oscar. Fue en la categoría de cortometraje con Historia de un oso (2014, Gabriel Osorio), y aquel hito abrió un nuevo escenario para el cine del país sudamericano, el de los premios, la atención extranjera y los festivales de clase A. En ese contexto despegó Mariana, cuando se convirtió en María Belén Risopatrón (en la teleserie Pituca sin Lucas, estrenada en 2014) y después en María Elsa Quiroga (Perdona nuestros pecados, también en televisión): “Aún hay gente que me llama así por la calle, ¡María Elsa, María Elsa!”. Nieta del dramaturgo Claudio di Girolamo, sobrina de la actriz Claudia di Girolamo e hija de la pintora Lucía Arteaga, su camino hacia la actuación no fue ni rápido ni directo. Llegó más bien como un salvavidas cuando, desencantada y estudiando Obstetricia en la Universidad de Chile, tomó la optativa de interpretación. “Hicimos Las brutas, una obra del Premio Nacional de Dramaturgia Juan Radrigán, y yo vibré. La experiencia de llevar algo al escenario, los ensayos, la puesta en escena, la búsqueda del vestuario, el vértigo, la presentación en vivo, el feedback…”. Y llegó “la llamada”: el director Pablo Larraín le ofrecía su primer protagonista en cine, en Ema. Aquel rol le cambió la vida y la llevó a jugar en las grandes ligas: la película compitió por el León de Oro en la 76ª edición del Festival de Venecia (al que volvería en 2024 con El jockey, de Luis Ortega) y se presentó también en San Sebastián (adonde regresó en 2020 con La Verónica, de Leonardo Medel). “¿Qué me falta hacer en España? Sigue estando el deseo, así que no lo plantearía como algo que ya no sucedió. Quiero hacer una película allí, trabajar con gente de allí. Con Bardem, Ana Rujas, Álex de la Iglesia, Almodóvar, con la Isabel Coixet. Y con Los Javis, soy muy fan”.“Veo que hay ojos puestos, no solo sobre el cine chileno, sino también el latinoamericano, y siempre hay una representación grande [en los festivales]. Nos cuesta bastante levantar proyectos, pero se están gestando cosas. Nuestro cine es representativo, relevante. Te mentiría si no te digo que he soñado con ir a los Oscar, pero mi sueño también es seguir viviendo de esto que amo, contar historias y que lleguen al mundo”, explica sobre sus planes de futuro. Contar las historias en las que cree, las de la vida real, ha sido en ocasiones “un proceso doloroso”. En las elecciones presidenciales de 2017, tras la victoria de Sebastián Piñera, la actriz expresó su descontento públicamente: “Estuve bastante comprometida, la gente reaccionó y fue difícil. Tienes que estar preparada si te vas a meter en esos temas y defender lo que quieres”. Con todo, su visibilidad (rozando el millón de seguidores en Instagram) no le deja alternativa que ser vocal ante “el horror que está sucediendo en Gaza. La deshumanización, la desesperanza. Creo que el silencio es complicidad. Hay impotencia desde esta vereda, pero no por eso tenemos que guardar silencio”. Es clara en los temas que la remueven: la causa animalista o los derechos de las mujeres: “Me importa la mujer, la legalización del aborto, creo que estamos bastante lejos como país y como sociedad. Siempre voy a defender un aborto libre, legal y seguro”. Aunque suene “a pregunta de miss Universo, me gustaría que vivamos en un mundo más amable. Parecido al que recuerdo de cuando era pequeña”. Seguir leyendo
Es el primer día de lluvia del otoño, cuenta. No es que Mariana di Girolamo (Santiago de Chile, 34 años) viva en el futuro, sino que está, al otro lado de la pantalla de Zoom, en Santiago de Chile, la ciudad en la que creció, de la que huyó durante un tiempo —a Madrid— y a la cual necesitaba regresar. Hablamos con ella días después de la sesión de fotos en Madrid, en la que posó para S Moda vestida de Louis Vuitton. “Le pedí al universo viajar, pero descubrí que necesito una base sólida desde la cual partir y a la cual volver”. Ese centro de gravedad lo forman su marido, el músico y productor Sebastián Román, y su perro, Vito, junto a quienes ha reformado una casa de 1930 de un artista de la bohemia chilena, Carlos Leppe, con una preciosa araucaria en el patio. Está en la colmena Ñuñoa, un lugar “tranquilo, silencioso. Hay mucho cafecito, es buen barrio. También vive gente mayor. Me gusta ser local, conocer el restaurancito que quizás solo los locales sabemos. Nos hacen mucho bullying por ser hipsters”, bromea. Aquí están sus padres, sus hermanos, se mueve en bicicleta, hace pilates, cocina mucho, escucha música.
Esta es la rutina de Mariana cuando no está rodando bajo las órdenes de Pablo Larraín (lo hizo en 2019 en Ema) o compartiendo cartel con John Malkovich (“un sabio, un obrero, un hombre trabajador”), con quien acaba de trabajar en Wild Horse Nine, grabado entre Rapa Nui y Santiago: “Escuchar a John, no solo verlo y actuar con él, también escucharle hablar de la vida, de su experiencia…”. Cómo no maravillarse.
La actriz pertenece a la generación de intérpretes (Lux Pascal, Geraldine Neary) que empezó a trabajar en el momento en el que Chile ganó su primer Oscar. Fue en la categoría de cortometraje con Historia de un oso (2014, Gabriel Osorio), y aquel hito abrió un nuevo escenario para el cine del país sudamericano, el de los premios, la atención extranjera y los festivales de clase A. En ese contexto despegó Mariana, cuando se convirtió en María Belén Risopatrón (en la teleserie Pituca sin Lucas, estrenada en 2014) y después en María Elsa Quiroga (Perdona nuestros pecados, también en televisión): “Aún hay gente que me llama así por la calle, ¡María Elsa, María Elsa!”.
Nieta del dramaturgo Claudio di Girolamo, sobrina de la actriz Claudia di Girolamo e hija de la pintora Lucía Arteaga, su camino hacia la actuación no fue ni rápido ni directo. Llegó más bien como un salvavidas cuando, desencantada y estudiando Obstetricia en la Universidad de Chile, tomó la optativa de interpretación. “Hicimos Las brutas, una obra del Premio Nacional de Dramaturgia Juan Radrigán, y yo vibré. La experiencia de llevar algo al escenario, los ensayos, la puesta en escena, la búsqueda del vestuario, el vértigo, la presentación en vivo, el feedback…”. Y llegó “la llamada”: el director Pablo Larraín le ofrecía su primer protagonista en cine, en Ema. Aquel rol le cambió la vida y la llevó a jugar en las grandes ligas: la película compitió por el León de Oro en la 76ª edición del Festival de Venecia (al que volvería en 2024 con El jockey, de Luis Ortega) y se presentó también en San Sebastián (adonde regresó en 2020 con La Verónica, de Leonardo Medel). “¿Qué me falta hacer en España? Sigue estando el deseo, así que no lo plantearía como algo que ya no sucedió. Quiero hacer una película allí, trabajar con gente de allí. Con Bardem, Ana Rujas, Álex de la Iglesia, Almodóvar, con la Isabel Coixet. Y con Los Javis, soy muy fan”.
“Veo que hay ojos puestos, no solo sobre el cine chileno, sino también el latinoamericano, y siempre hay una representación grande [en los festivales]. Nos cuesta bastante levantar proyectos, pero se están gestando cosas. Nuestro cine es representativo, relevante. Te mentiría si no te digo que he soñado con ir a los Oscar, pero mi sueño también es seguir viviendo de esto que amo, contar historias y que lleguen al mundo”, explica sobre sus planes de futuro. Contar las historias en las que cree, las de la vida real, ha sido en ocasiones “un proceso doloroso”. En las elecciones presidenciales de 2017, tras la victoria de Sebastián Piñera, la actriz expresó su descontento públicamente: “Estuve bastante comprometida, la gente reaccionó y fue difícil. Tienes que estar preparada si te vas a meter en esos temas y defender lo que quieres”. Con todo, su visibilidad (rozando el millón de seguidores en Instagram) no le deja alternativa que ser vocal ante “el horror que está sucediendo en Gaza. La deshumanización, la desesperanza. Creo que el silencio es complicidad. Hay impotencia desde esta vereda, pero no por eso tenemos que guardar silencio”. Es clara en los temas que la remueven: la causa animalista o los derechos de las mujeres: “Me importa la mujer, la legalización del aborto, creo que estamos bastante lejos como país y como sociedad. Siempre voy a defender un aborto libre, legal y seguro”. Aunque suene “a pregunta de miss Universo, me gustaría que vivamos en un mundo más amable. Parecido al que recuerdo de cuando era pequeña”.
Créditos
Maquillaje y peluquería: Vero Luna (One-Off-Artists) para Chanel.
Producción: Cristina Serrano.
Asistente de fotografía: Gerardo Romera.
Asistente de estilismo: Laura Ortega.
Asistente de producción: Marina Marco
EL PAÍS
