Que me corrijan si me confundo, pero estoy convencido de que a ningún primer ministro británico ni a ningún presidente francés le han echado en cara en la Cámara de los Comunes o en la Asamblea Nacional un editorial de este periódico. No me imagino, ni en la peor de las crisis políticas, a un diputado de esos parlamentos agitando un ejemplar de EL PAÍS y gritando qué vergüenza y qué ridículo, mire cómo le critican en la prensa de España. Sin embargo, en España sucede cada dos por tres. Esta semana ha sido The Times, otras veces es el Financial Times o cualquier otro Times que lleve en portada una noticia sobre España. Si es una crítica, la oposición se la tira a la cara al Gobierno, y si es un elogio, el Gobierno la enseña, feliz de verse refrendado en el extranjero.
A mí me dan unos repelucos de vergüencica ajena y se me suben los rubores del paletismo cuando veo a tanto adulto hecho y derecho pendiente del qué dirán en las cortes de ultramar. Como el personaje de Sazatornil en Amanece, que no es poco, que preguntaba si eso lo sabían en Madrid, porque si en Madrid lo sabían y no hacían nada, no iba a ser él más papista que el papa. Los escándalos no lo son del todo hasta que un corresponsal extranjero no los sanciona. ¿Qué opinan en Londres?, se preguntan sus señorías antes de indignarse o alegrarse.
Viendo la serie documental de Sara Montiel en Max constato que España no ha cambiado tanto en esa necesidad patética de tutela extranjera. Cuentan allí que a la diva de La Mancha no se la tomó en serio hasta que no lo dijo la prensa de California. Sara Montiel, en Madrid, era poquita cosa. Hasta que Anthony Mann no la bendijo, los españoles no se dieron por enterados de quién era esa actriz. No ha sido distinto con las estrellas posteriores, cuyo talento solo fue celebrado con mayúsculas y confeti cuando se mudaron a Los Ángeles. Antes de eso, los críticos y sacerdotes las miraban con suficiencia y les preguntaban: ¿esto lo saben en Hollywood? El buen crítico no descubre el talento en su barrio, siempre se espera a la reseña de Variety antes de decidir si su vecina es buena actriz o no. Los políticos y periodistas, por lo visto, también han abdicado de su criterio. Lo que diga The Times, no vayamos a ser más papistas que el Papa.
A Sara Montiel no se la tomó en serio hasta que no lo dijo la prensa de California. Sara Montiel, en Madrid, era poquita cosa
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A Sara Montiel no se la tomó en serio hasta que no lo dijo la prensa de California. Sara Montiel, en Madrid, era poquita cosa

Que me corrijan si me confundo, pero estoy convencido de que a ningún primer ministro británico ni a ningún presidente francés le han echado en cara en la Cámara de los Comunes o en la Asamblea Nacional un editorial de este periódico. No me imagino, ni en la peor de las crisis políticas, a un diputado de esos parlamentos agitando un ejemplar de EL PAÍS y gritando qué vergüenza y qué ridículo, mire cómo le critican en la prensa de España. Sin embargo, en España sucede cada dos por tres. Esta semana ha sido The Times, otras veces es el Financial Times o cualquier otro Times que lleve en portada una noticia sobre España. Si es una crítica, la oposición se la tira a la cara al Gobierno, y si es un elogio, el Gobierno la enseña, feliz de verse refrendado en el extranjero.
A mí me dan unos repelucos de vergüencica ajena y se me suben los rubores del paletismo cuando veo a tanto adulto hecho y derecho pendiente del qué dirán en las cortes de ultramar. Como el personaje de Sazatornil en Amanece, que no es poco, que preguntaba si eso lo sabían en Madrid, porque si en Madrid lo sabían y no hacían nada, no iba a ser él más papista que el papa. Los escándalos no lo son del todo hasta que un corresponsal extranjero no los sanciona. ¿Qué opinan en Londres?, se preguntan sus señorías antes de indignarse o alegrarse.
Viendo la serie documental de Sara Montiel en Max constato que España no ha cambiado tanto en esa necesidad patética de tutela extranjera. Cuentan allí que a la diva de La Mancha no se la tomó en serio hasta que no lo dijo la prensa de California. Sara Montiel, en Madrid, era poquita cosa. Hasta que Anthony Mann no la bendijo, los españoles no se dieron por enterados de quién era esa actriz. No ha sido distinto con las estrellas posteriores, cuyo talento solo fue celebrado con mayúsculas y confeti cuando se mudaron a Los Ángeles. Antes de eso, los críticos y sacerdotes las miraban con suficiencia y les preguntaban: ¿esto lo saben en Hollywood? El buen crítico no descubre el talento en su barrio, siempre se espera a la reseña de Variety antes de decidir si su vecina es buena actriz o no. Los políticos y periodistas, por lo visto, también han abdicado de su criterio. Lo que diga The Times, no vayamos a ser más papistas que el Papa.
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Sobre la firma

Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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